A medida que fueron pasando los años Sandra comenzó a perder paulatinamente la visión hasta que el Síndrome Córneal de Snyder la dejó ciega. En medio de tanta oscuridad, un médico conoció su historia a través de un medio local y decidió ayudarla.
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“Cuando iba al colegio debía sentarme adelante porque me costaba leer la pizarra por lo que se me dificultó terminar mis estudios. Siendo adulta, trabajé como azafata en una empresa de micros de larga distancia en Salta y noté que cuando era de noche me costaba ver si algún pasajero estaba despierto para ofrecerle algo. También cuando salía con amigas debía agarrarme del brazo de alguna porque no veía dónde pisaba. Era abrumador”.
En ese momento Sandra Aramayo tuvo los primeros indicios de que estaba comenzando a perder la visión, aunque jamás imaginó que se quedaría ciega.
Poco a poco, cuenta, sentía que le costaba ver hasta que un día, de noche, le llamó la atención observar en la pared “como una media luna oscura”. En ese momento empezó a ver menos del ojo izquierdo. Un día salió a la calle y comenzó a ver como “burbujas blancas” en el ojo derecho.
“Estaba totalmente ciega”
Sandra estaba cada vez más preocupada y angustiada porque con el paso del tiempo le costaba mucho esfuerzo ver. Hasta que perdió por completo la visión de uno de sus ojos. “Lo peor de todo es que en ese momento tan crucial estuve sola, me había separado de mi marido por lo que recurría a la ayuda de vecinos, realmente era paralizador”, recuerda.
Anteriormente, cuenta, ya había visitado a varios oculistas y uno de ellos le dijo que tenía un porcentaje de 85% de discapacidad visual. Sin embargo, en 2015 le diagnosticaron Síndrome Córneal de Snyder, una patología que solo tienen 20.000 personas en todo el mundo por lo que a partir de ese año estuvo en lista de espera aguardando un trasplante que no llegó a tiempo.
“Hasta que a finales de febrero del 2.017 un día me levanté y fui a ver si tenía mensajes en el WhatsApp, pero no pude ver el perfil de las personas, quería mirarme al espejo y no podía. Fue angustiante, lloré, me caí de rodillas, estaba completamente ciega. Sentí que el mundo se me caía a pedazos”.
Un regreso y la confirmación de un amor incondicional
“Yo estaba separada y le pedí a mi marido (en ese momento él estaba en Mar del Plata y ella vivía en Salta) que vuelva, le conté lo que me estaba pasando. Es más, para llamarlo les pedía a mis vecinos que marcaran por mí ya que no podía hacer nada. Así que él regresó y me sentí respaldada y rescatada”.
Sandra se emociona al recordar la reconciliación con su marido que desde ese momento no la dejó sola ni un solo instante. Era la confirmación de un amor que había logrado renacer en su peor momento. “Él me bañaba, me peinaba, me pintaba las uñas, me daba de comer en la boca. Me abracé a él y le dije ´ayúdame a volver a ver´”.
Más allá de todo el dolor y las dificultades que acarreaba su reciente situación, Sandra dice que tomó la ceguera como un aprendizaje y que nunca se enojó ni culpó a nadie por ello. Lejos de colocarse en el rol de víctima, se alentaba a sí misma con el sueño de volver a ver, un deseo al que se aferró y le permitió recuperar la esperanza que parecía haber perdido.
“Doctor milagro”
Con la desesperación a cuestas, Sandra y su esposo salieron a pedir ayuda hasta que a mediados de 2017 un diario local publicó su caso. Por esas cosas de la vida, su historia conmovió a un médico oftalmólogo, Martin Arroyo, que a través de un programa de televisión la invitó a su consultorio. Quería conocerla en persona para ver si podía darle una mano.
-Yo voy a traer desde Filadelfia (EE.UU.) con mis propios recursos la córnea y la voy a operar sin costo alguno, le dijo.
-No puedo creer lo que estoy escuchando, le contestó Sandra, muy emocionada.
-También le voy a traer una lente intraocular.
-Usted es el doctor milagro, sonrió Sandra, todavía sin poder entender lo que le estaban diciendo.
-Yo la voy a ayudar, insistió él, mientras le daba un abrazo.
-Gracias doctor, no se imagina la felicidad que tengo. Siento que ahora hay una luz entre tanta oscuridad.
“Este médico me devolvió la fe en la humanidad, para mí fue el héroe sin capa, me sentía expectante, nerviosa, feliz, asombrada. Pienso que los que pasamos por una situación límite y tocamos fondo somos tocados o iluminados por Dios, quien nos da una segunda oportunidad”, llora Sandra de emoción.
Aferrarse a una ilusión
Con mucha fe Sandra entró al quirófano no sin antes haber rezado mucho, como ella dice. Se aferró a la ilusión de poder volver a ver y a esa confianza que le había inspirado el doctor Arroyo. Y se mentalizó en el hecho de que tanto esfuerzo, merecía el sacrificio.
La operación, con anestesia local, duró aproximadamente dos horas y media. “Después de la intervención salí con el parche y al otro día, cuando me lo sacaron y tuve que abrir el ojo después de tanto tiempo de no ver, abrí lentamente y empecé a ver sombras, luces y ahí supe que había recuperado la luz de mi ojo izquierdo”.
¿Cómo cambió tu vida al recuperar la visión del ojo izquierdo?
Por ejemplo, volví a ser independiente, hasta yo misma me tiño el cabello, por supuesto con todas las precauciones que lo requiere. Hoy por hoy admiro poder contemplar un amanecer, una flor, leer y escribir. Pienso que, de algún modo, las personas trasplantadas festejamos doblemente: una es la fecha de nacimiento y la otra, en mi caso, cuando volví a ver.
¿Qué cosas volvistes a hacer que antes no podías?
Ir sola al centro, cebarme mate, ir al cine, cocinar. Si bien no estoy cerca del calor de las hornallas por el trasplante, hago fideos caseros, tortas, pan casero, soy una apasionada de las artes culinarias. Mi marido es quien controla el horno, pero también cocina. Somos un equipo.
En relación a su ojo derecho, actualmente le están haciendo estudios ya que el doctor Arroyo le explicó que tiene una posibilidad del 50 % de ver también de este ojo. “Dice que a pesar de no ver desde el 2016 el ojo sigue buscando luz, tengo un pequeño estrabismo, resultado de no ver tanto tiempo. Al igual que el izquierdo, me mentalizo que volveré a ver, nuevamente estoy en lista de espera”.
Un emprendimiento a prueba de su creatividad
Una tarde en plena pandemia, casi por casualidad, como así ella lo cuenta, Sandra tenía una lámpara de Sal que se le cayó al piso y se rompió. Valga la redundancia, en ese momento se le prendió la lamparita y le propuso a su marido fabricar y vender por Instagram estos productos.
“Empezamos con 10 lamparitas, las comercializábamos por las redes y en una semana vendimos todas. Ahí comenzamos a comprar insumos en Buenos Aires y de esa forma nació Kalma Lámparas de Sal del Himalaya”, cuenta. Y agrega: “Le puse Kalma en relación a la misma calma que tuve cuando estuve sin ver. Y como siempre voy por más y viendo mejor las empecé a pintar y hacer puntillismo, flores, todo un gran desafío”.
¿Cómo te sentís de poder hacerlo?
Me siento feliz porque a pesar de mi ceguera y astigmatismo logré un pequeño emprendimiento, dando trabajo a otras personas que nos compran para revender tanto en Salta, como en el interior del país. Y nos pidieron hasta de Uruguay y de Perú. También puedo pintar budas, hacer terrarios, es inexplicable la dicha que me devolvieron el Doctor Arroyo y, por supuesto, Dios.
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