Que vuelvan los radio teatros
Ahora aparecieron ciertos intentos de resurrección. Según algunos de sus viejos héroes, el género podría ser -otra vez- un éxito. Falta que alguien se anime a apoyar la aventura
Durante los años 30, la caída de la bolsa de Wall Street convulsionaba al mundo. En los hogares argentinos, las enormes radios eran una presencia cotidiana. En el éter, empezaba a asomar un nuevo mundo lleno de magia y de fantasía: el radioteatro.
Como antecedente, figuraba el tímido intento de La caricia del lobo, realizado por la compañía de Francisco Mastandrea, en 1929. Pero poco después -a la par de las nuevas canciones de Gardel, de noticias presentadas por el locutor Santos Landa y de los novedosos avisos publicitarios cantados- surgió el primer gran radioteatro, Chispazos de tradición.
Su creador fue José Andrés González Pulido, un español que tenía la experiencia de haber dirigido varias obras de carácter popular. Tomando elementos de la payada, el folletín y el sainete, creó pequeñas historias de tono gauchesco, en las que nunca faltaban amores fogosos, héroes salvadores y villanos muy malos. Aquel gran éxito revolucionó horarios, ritmos y costumbres. Las grandes tiendas debieron colocar altavoces para no perder clientes en su horario de transmisión. Los dueños de los cines exigieron sin suerte a la radio que cambiara el horario de las 18, porque la asistencia de público disminuía considerablemente en la función de la tarde. La compañía de teléfono aseguraba que a esa hora bajaba la cantidad de llamadas. Hasta un artesanal merchandising surgió alrededor de Chispazos: por veinte centavos se podía conseguir el libreto completo de una de las historias, por unas monedas más las partituras para canto y piano de los números musicales del ciclo y por un peso una fotografía de 18 x 24 centímetros de todo el elenco.
Pero muchos oyentes no se conformaban con un souvenir de sus estrellas. Entonces, se agolpaban en la puerta de la radio para conocerlos personalmente. "Todos los días dos vigilantes lo acompañan a tomar el tranvía, no sea que alguna admiradora se lo quisiera llevar de prepo...", escribía una revista sobre el galán de Chispazos..., Roberto Escalada. Al poco tiempo, todo el dial se poblaba de radioteatros. En esa época, las emisoras más importantes eran El Mundo, Belgrano y Splendid. En la segunda línea, se encontraban Excelsior, Porteña y Del Pueblo. Cada una pasó a tener un elenco de actores y una pareja estelar estables para protagonizar las diferentes historias, todas con final feliz. Por lo general, se desarrollaban a lo largo de un mes, en capítulos de media hora. Pero si eran éxitos rotundos, les sumaban a veces más capítulos.
Las transmisiones eran en vivo y en directo, pero, a diferencia de otros programas radiales, no se permitía la asistencia de público: podían develarse secretos, como que los besos tan apasionados de las parejas protagónicas no eran ciertos, sino que cada actor se besaba su mano.
En los años 30, con temáticas gauchescas y de inmigrantes, brillaron Francisco Staffa, Luis Ardizzi y Rafael García Ibáñez. En la década del 40, los nuevos autores comenzaron a escribir sobre dramas familiares urbanos, muy representativos de los cambios sociales y de la migración interna que estaba viviendo el país.
Juan Carlos Chiappe, que se había iniciado en la radio de niño como cantante y después se dedicó al teatro, fue un fiel representante de esos años. Sus guiones más recordados son Juan sin ropa, Pablo Garmendia está solo, Por las calles de Pompeya llora el tango y la Mireya, Nazareno Cruz y el lobo. En este último se basó Leonardo Favio para escribir el guión de una película que lleva el mismo título.
"Está dedicada a Juan Carlos Chiappe, porque es mi homenaje a un autor de pueblo subestimado, al que le debo los sueños y las fantasías de mi adolescencia...", declaró Favio, a días del estreno del film, en 1974.
Otros guionistas también dejaban sus huellas en el radioteatro: Silvia Guerrico triunfaba con historias de amor cercanas al romanticismo tradicional; Abel Santa Cruz cautivaba al público con tramas que desarrollaban la fórmula de protagonistas de doble personalidad; Zeneida Yaya Suárez creaba unos dramones espectaculares, como Rapsodia o La virgen de piedra, y Adalberto Campos -apodo de Santiago Juan Benvenuto- y Roberto Valeri escribían para Radio Del Pueblo el popular radioteatro El León de Francia. El éxito fue tal que muchas madres bautizaban a sus hijos con los nombres de los personajes: Enrique, Sonia, Stella Maris...
Los efectos sonoros eran una cuota esencial para darle vida a los guiones. En la historia del radioteatro, hablar de ellos es casi igual que hablar de la familia Catalán. Ernesto Cacho Catalán, de 67 años, es el último sobreviviente en actividad de aquella dinastía. Aprendió el oficio junto a sus dos hermanos y un primo, de su tío Nicolás. Entre todos cubrieron buena parte de la historia de la radio. "Algo muy importante -dice Ernesto- era saber utilizar y jugar bien con los planos que marcaba el libreto, primero, segundo, tercero y cuarto, con el fin de crear la sensación de cercanía o lejanía de un personaje o de una cosa. Por ejemplo, si había una llamada de teléfono en tercer plano, tenía que sonar como si estuviera lejos. Después, podíamos poner la conversación en primer plano y dejar en cuarto plano otra situación, como el diálogo de otras personas que se encontraran en la casa o ruidos de la calle." Los elementos que necesitaban para ambientar las escenas los construían artesanalmente.
"En nuestras casas, pasábamos noches enteras probando nuevos sonidos con diferentes materiales", cuenta Ernesto. Así, un cajoncito con sal adentro y dos cubiletes golpeándolo eran pasos en un jardín; el movimiento de un papel celofán, un fuego amenazante; el batir de dos mitades de coco con cascabeles adentro, un sulky paseando por una calle; un vidrio con resina y un corcho frotándolo, el crujido de una puerta vieja. Pero el abecé de su trabajo era una tabla con maderas para hacer pasos, variadas puertas en miniaturas y distintas campanillas de timbres y de teléfonos. "Boedo e Independencia, en una esquina el Banco de la Nación, en la otra la confitería Las Flores Porteñas, más allá...", así comenzaba un radioteatro, a mediados de los años 50, que marcaría para siempre una nueva línea en las temáticas que abordaba el género. Su autor era Alberto Migré, que había entrado a trabajar en la radio con los pantalones cortos y con el puesto de che pibe.
-¿Se puede decir que sus guiones cambiaron la temática de los clásicos radioteatros?
-Sí, porque empecé a hacer novelas más nuestras, con historias de todos los días, con escenarios reconocibles. Con mis primeros radioteatros de ese estilo saltaba el conmutador de la radio. La gente llamaba diciendo: "Yo paso siempre por esa esquina y es como ustedes dicen..." También comencé a poner tangos. Antes sólo se usaba música clásica.
-¿Cómo comenzó a escribir radioteatros?
-En verdad yo entré a trabajar en la radio para llegar algún día a ser actor, pero después me di cuenta de que con la voz que tenía nunca iba a poder serlo. Mi vocación de escribir la descubrí a los 12 años, cuando se enfermó el libretista del programa Teatro Infantil Juancho y empecé a colaborar en la adaptación de los libros. Hasta que me mandaron a hacer el sonido de un radioteatro, protagonizado por Chela Ruiz y Horacio Delfino. La novela era muy antigua y siempre les decía que era aburrida, que no servía. Pero una vez Chela se enojó mucho y me dijo: "Mocoso insolente, cuando vos puedas escribir algo mejor, hablá". Ahí me tocó el amor propio y me quedé toda la noche escribiendo el capítulo de una novela. Era una historia de amor protagonizada por una bailarina. Se la llevé a Chela al otro día y le encantó. Ella me recomendó a las autoridades de la radio y de un mes a otro pasé a ser de sonidista de sala a autor de radioteatros. Tenía sólo 14 años.
Junto a Alberto Migré surgió una camada de mujeres guionistas, que fue renovando el género hasta sus últimos días en el aire: Celia Alcántara, Nené Cascallar, María del Carmen Martínez Paiva y Alma Bressan. Más adelante, varios de los nuevos autores pasaron a dirigir sus guiones. "Nené fue una avanzada como directora. Para las escenas en que el guión decía que los actores estaban acostados, nos hacía decir el texto tendidos sobre unas sillas, porque sostenía que la voz de una persona acostada sonaba distinta a la de una persona parada. Una vez, en Splendid, hizo llevar los micrófonos al balcón, que daba a un jardín, porque quería que se escuchara el ruido de la noche", dice Hilda Bernard.
Otro de los directores sobresalientes fue Armando Discépolo, hermano de Enrique Santos. El actor Tincho Zabala, que trabajó en muchísimos radioteatros, lo recuerda como un maestro de la puesta en escena radial. "Sabía -dice Zabala- transmitir muy bien, con mucha pasión, lo que esperaba de nosotros. Estaba en todos los detalles y era muy exigente. Todos aprendimos algo de él." Armando desplegó toda su maestría en Radio Cine Luz, con adaptaciones de películas, clásicos de la literatura universal y obras de teatro.
Las parejas estelares eran el secre-to de los radioteatros. El público vivía encandilado con sus voces, y era capaz de diferenciar la respiración de una actriz de la de otra. Para que la pareja funcionara tenía que existir entre los dos actores un excelente entendimiento. "Eso nos permitía hablar con los ojos", expresa Hilda Bernard.
Todos los años, las radios competían ferozmente por conseguir un contrato de exclusividad con las parejas más codiciadas. Las destacadas de la historia del radioteatro fueron: Nora Cullen y Guillermo Bataglia, Nelly Hering y Enzo Bellomo, Olga Casares Pearson y Angel Walk, Celia Juárez y Eduardo Rudy, Hilda Bernard y Fernando Siro, Nidia Reynal y Oscar Casco, Susy Kent y Silvio Spaventa...
"La voz de la mujer tenía que ser suave, muy femenina, y la del galán, fuerte, bien machote. La pinta también era importante, porque nuestras fotos se reproducían en revistas, en afiches y en la vitrina de la entrada de la radio", dice la actriz Celia Juárez, una de las heroínas más notables.
La cantidad de cartas del público que recibiera por día el galán o la heroína de un radioteatro servía para realizar un rating sobre la suerte que corría la novela. Había algunos mensajes muy particulares. Desde gente humilde que le pedía ayuda económica a los actores hasta familias adineradas que invitaban a las estrellas a veranear a sus casas de la costa, especificando todos los servicios que ponían a su disposición. "En una -cuenta Celia Juárez- me hicieron un ofrecimiento de casamiento muy serio. Era el dueño de una ferretería de Santa Fe. Por una amiga que vivía en la misma zona, averigüé cómo era. Me dijo que estaba potable, pero yo nunca le contesté y él no volvió a insistir."
Un destino obligado de los radioteatros, que vivían un éxito arrollador, eran las giras por distintas partes del país. Los protagonistas se trasladaban a teatros, cines y clubes, de barrios y de ciudades, a representar una versión abreviada, con el final incluido, de la historia radial. Las compañías recorrían desde grandes ciudades del interior hasta pequeños pueblos.
A los actores que representaban personajes buenos les pedían autógrafos, los cargaban de regalitos, y a los malos, los abucheaban. Hilda Bernard siempre recuerda que en la gira de Esos que dicen amarse, cada vez que aparecía la mala a tocar el timbre de su casa de ficción, el público se levantaba de las butacas y le gritaba que no le abriera.
El arribo de la televisión a la Argentina, en 1951, fue un duro golpe para la radio. Actores, locutores, guionistas comenzaron a mudarse a la pantalla chica, seducidos por una mejor oferta económica, como se cuenta en el excelente libro de Carlos Ulanovsky Días de radio. A comienzos de los años 60, los programas periodísticos, las noticias y los discos pasaron a ser las nuevas vedettes. Contra viento y marea, varias compañías de radioteatros siguieron en el aire con suertes dispares, pero el principio del fin ya estaba echado. Los radioteatros se dejaron de escuchar a mediados de los años 70.
"Que no haya radioteatros es un atentado a la cultura. Hay que abrir la mente de los dueños de las radios para que vean que se pueden hacer buenos y exitosos ciclos. Con 15.000 pesos mensuales se podría realizar un excelente radioteatro, adaptado a los tiempos que pasan", sostiene Migré. ¿Cómo respondería el público? Para la actriz Celia Juárez serían un éxito, "porque la gente grande los recuerda y constantemente pide que regresen, y con los jóvenes pasa algo hermoso: han oído hablar de la calidad y creatividad del radioteatro y lo sienten como algo que nunca podrán conocer".
Las dos carátulas
El programa radial Las dos carátulas, el teatro de la humanidad, no es considerado radioteatro, pero se podría decir que forma parte de la misma familia. Su formato es definido por la actriz Nora Massi, directora del programa, como teatro adaptado para radio. "Montamos distintas obras consagradas tratando de respetar lo más posible el texto original", dice.
El ciclo surgió en la vieja Radio del Estado -hoy Radio Nacional-. La primera audición se emitió el 9 de julio de 1950 con la puesta en el aire de La flor de trigo, de José Maturana. "Son 49 años de presencia radiofónica. El nuestro es el único programa del mundo de su especie que ha alcanzado tanta permanencia en el aire", dice Massi.
Los actores más reconocidos del país pasaron por Las dos carátulas: Amelica Bence, Lidia Lamaison, Alfredo Alcón, Pepe Soriano, María Rosa Gallo, Norma Aleandro, Onofre Lovero, Alberto de Mendoza, Carlos Carella, Jorge Luz, Ana María Picchio, Leonor Benedetto, Beatriz Bonnet, Lito Cruz, Patricio Contreras, Ulises Dumont, Luis Brandoni, Cipe Lincovsky, Héctor Giovine, China Zorrilla, Antonio Grimau, Virginia Lago, Thelma Biral, entre otros. Los responsables del programa realizan, dos veces al año, audiciones con el fin de encontrar nuevas voces para el elenco. "Tienen prioridad -asegura Nora Massi- los alumnos de la Escuela Nacional de Teatro, de la Escuela Municipal de Arte Dramático y de las escuelas dirigidas por profesores altamente calificados en el medio."
Cada obra se graba los lunes en el auditorio de Radio Nacional y sale al aire los sábados, a las 22 horas, en FM Clásica Nacional, y los domingos, a las 21, en AM 870, FM 96.7 y 40 emisoras del interior.
Los de la Rock and Pop
La radio Rock and Pop, desde sus inicios, incluyó secciones con personajes, que se desarrollaban en un formato similar al de los viejos radioteatros. Eduardo de la Puente era uno de los principales hacedores de esos relatos, llenos de un humor desopilante y despiadado. Pero paulatinamente fueron desapareciendo, porque De la Puente ya no tuvo el mismo tiempo para trasladar sus ideas al papel. Hasta que tres jóvenes -Diego Miller, Santiago Bluguermann y Emiliano Goggia- golpearon los estudios con varios demos de radioteatros bajo sus brazos. "Nosotros -cuenta Diego- teníamos la experiencia de varios años en FM La Tribu, donde hacíamos un radioteatro de sólo dos capítulos. Era todo muy improvisado. Sabíamos que habían existido los radioteatros, pero no buscábamos imitarlos o resucitarlos, porque nunca los escuchamos."
En 1996 debutaron en ¿Cuál es? con El radioteatro del mediodía, que sigue en el aire de lunes a viernes, a las 12.30. "Fue como pasar a jugar en la primera de Boca o de River", expresan los jóvenes guionistas. Cada guión que escriben se desarrolla durante una semana en capítulos de cinco minutos, aproximadamente. Pergolini cumple siempre el rol de relator de la historia, De la Puente encarna al protagonista. A diferencia de los viejos radioteatros, éstos salen al aire sin una leída previa del guión. El operador es el único que realiza antes una lectura, porque es el encargado de mandar todos los efectos sonoros a través de una computadora. Pero en varias oportunidades tuvieron que recrear algunos sonidos en vivo y en directo. "Una vez teníamos que hacer una pelea de espadas y no teníamos ese efecto, entonces, tomamos dos cucharas de ensaladas y empezamos a golpearlas delante del micrófono -recuerda Santiago-. Básicamente, buscamos un tema y alrededor de él planteamos situaciones graciosas y chistes. A veces algunas tramas pueden surgir a partir de un efecto de sonido que nos haya causado mucha gracia."
Los tres publicaron un libro con los mejores guiones del programa, y prometen seguir escribiendo su parte de la historia en próximos capítulos.
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