BBC Mundo conversó con José A. Figueroa, autor de “Republicanos Negros”, sobre este tema a raíz de su participación en el Hay Festival de Cartagena de 2023
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¿Fue el racismo un elemento crucial en la construcción de las repúblicas en América Latina, tras los procesos de independencia nacionales? Esa pregunta tiene múltiples visiones y respuestas, pero lo cierto es que nadie en el continente americano tenía un concepto tan claro de lo que debía ser la igualdad o la libertad como las personas a las que se les había negado ese derecho: los esclavos.
Y para el antropólogo colombiano José Antonio Figueroa, no solo hubo un bloqueo total para que los afrodescendientes no participaran en la construcción de esas nuevas naciones, con sus ideas sobre lo que debía ser una república, sino que además hubo casos en que sus movimientos políticos fueron aplastados y condenados a la desaparición.
Para demostrar esta premisa, Figueroa se adentró en dos eventos fundamentales: la guerra de Concha en Ecuador, que terminó con la represión violenta de movimientos de afrodescendientes, y el caso del Partido Independiente de Color y el diario Previsión en Cuba, que sufrieron la misma suerte.
Y con todas las ideas que surgieron de ambos movimientos, el antropólogo armó un complejo pero apasionante retrato que es la columna vertebral de su libro Republicanos negros: guerras por la igualdad, racismo y relativismo cultural. BBC Mundo conversó con Figueroa sobre este tema a raíz de su participación en el Hay Festival de Cartagena de 2023.
—Hablemos primero de la idea de independencia según se forjó en el continente. ¿Por qué cree que, si Haití logró su independencia en 1803, luego los demás países de América Latina tuvimos que esperar 20 años para hacer lo mismo? ¿No lo queríamos hacer a su modo porque eran negros, no queríamos esa manera de independizarnos?
—El tema de Haití es fundamental dentro de la historia política y cultural latinoamericana, pero a la vez es muy desconocido y maltratado. Lo cierto es que la lucha de la independencia de Haití vino acompañada de una lucha también contra la esclavitud y ahí radica su diferencia, porque eso lo articularon dentro de una lucha militar que les permitió derrotar ni más ni menos que al ejército francés.
—¿Qué fue lo que causó eso en el resto de América? Ya que que se empezó a propiciar la imagen del miedo al negro.
—Lo que se dio en los estados nacientes fue una temprana criminalización de la formidable acción militar hecha por los haitianos y, de hecho, en términos prácticos Haití sufrió uno de los procesos más brutales de aislamiento y de bloqueo en esos años.
Y eso que Haití nos enseñó, que era esa idea de igualdad, fraternidad y libertad a partir de la ruptura con el esclavismo como punta de un proyecto de soberanía nacional y que podría haber sido un gran legado, se convirtió más bien en un motivo de radicalización y de expansión del miedo al negro.
Lo que pudo haber sido realmente una hazaña reconocida y valorada fue en cambio totalmente rechazada, sobre todo porque estaban los intereses de los esclavistas, quienes vieron con terror esa experiencia.
Y no olvidemos toda la ayuda que Alexandre Pétion, el padre de la patria en Haití, le dio a (Simón) Bolívar en su campaña libertadora, con la idea de acabar con la esclavitud, pero este prefirió realmente terminar apoyando la postura de los esclavistas que reclamaban por no perder sus intereses económicos.
—¿Entonces lo que vemos es que la construcción de esas repúblicas tras la independencia se hizo con el racismo como uno de sus “valores”?
—A ver, en el libro yo toco casos cubanos y del Ecuador y con ellos podemos hacer una lectura amplia de lo que ocurrió en América Latina.
El caso de la formación de la República de Cuba fue excepcional para los investigadores, porque ocurrió a finales del siglo XIX, por lo que hay una proliferación de fuentes que nos permiten concluir eso que usted señala: que el racismo ya tomaba un carácter profundamente sistemático, incluso el racismo se había convertido en una especie de credo científico, con ideas como las que planteaba Joseph Arthur de Gobineau en Francia en su escrito Desigualdad biológica de las razas, que se había filtrado en las élites que estaban construyendo la República de Cuba en ese entonces.
Y no solo Gobinou, también estaba el racismo científico que proliferaba en Estados Unidos O sea, un sinfín de influencias que se metían en el pensamiento republicano de aquel entonces.
Estas ideas instalan un ideario en los nuevos países que nos permite concluir ahora que el racismo es realmente un sustituto de la esclavitud.
Y lo que hago en mi libro es dar una idea sobre cómo ese racismo instalado en la construcción de las repúblicas, caso Cuba y caso Ecuador, fue ampliamente rechazado y discutido por grupos intelectuales y militares que buscaban una igualdad y libertad completa, y no a medias como se dio en muchos países de la región.
—En el centro de su libro están los republicanos negros de la época. ¿Qué es el republicanismo negro?
—Partamos de lo básico: 55555la construcción de la república es el modelo que va en contra de la construcción del modelo imperial o del modelo más fundamentado en las premisas reales.
Y esa idea se parte en dos: una república fundamentada en valores aristocráticos de élites, un republicanismo excluyente. Ese es uno.
Pero también hay otro, que se ha presentado desde la antigüedad, que podemos llamar popular, en el que la república se puede dar si y solo si se reconocen los derechos de la igualdad para todos.
Cuando se estaban gestando estos procesos de independencia, este segundo concepto de republicanismo radical fue algo que resultó muy atractivo para los grupos de afrodescendientes, para la población negra, precisamente por las premisas de igualdad para todos.
Entonces estos grupos no solamente se apropiaron de este concepto, sino que lo radicalizaron. Esto queda en evidencia en el levantamiento en la provincia de Esmeraldas en Ecuador (en la llamada guerra de Concha”) y por supuesto en los movimientos en Cuba, en donde se hacía una batalla directa contra los conceptos de racismo y desigualdad.
Entonces el republicanismo negro tiene como base ese concepto de igualdad, pero también está muy anclado en una crítica radical al racismo y a los legados de esclavitud que se vivían en estas dos regiones.
—Tal vez no hubo en América Latina una idea tan profunda, usted la llama radical, sobre conceptos como la libertad y la igualdad como la que tuvieron los representantes de este republicanismo negro.
—Bueno, primero hay que señalar que no hay material abundante, por obvias razones, del desarrollo intelectual de estos movimientos, pero de nuevo regresamos al punto de Haití, cuando promulga su Constitución y declara que “todos somos negros”.
A partir de allí se genera una corriente de escritores, pensadores, de activistas negros como es el caso del cubano José Antonio Aponte, que imagina un modelo de república igualitario, que al final le cuesta la vida.
Pero, lo que creo que vale la pena mencionar aquí es el proyecto del periódico Previsión, que se fundó en Cuba hacia principios del siglo XX, que, junto al Partido Republicano de Color, fue la respuesta de estos intelectuales negros, todos ellos veteranos de la guerra de independencia, al ver que las promesas de igualdad que se promulgaron durante la independencia cubana habían quedado sepultadas una vez comenzó la construcción de la república.
Y allí lo que se hace, de diversas formas, es expresar estos conceptos de los que hemos hablado, pero no se apropia de las palabras republicanas, sino que las hace reales: habla de su realidad, mucho más allá de la mera consigna, y por eso la profundidad de sus conceptos de libertad e igualdad.
—Vos hablás en tu libro de que importantes intelectuales como Rubén Darío o Alejo Carpentier habrían ayudado a instalar esa idea de racismo dentro de la construcción de las nuevas repúblicas, ¿cómo fue eso?
—Es que estos intelectuales y las élites en general de varios países en América Latina durante esos años seguían con la convicción de que no había una igualdad entre los negros y los blancos, o los blancos y mestizos, o lo que sea.
O sea, el que era negro era diferente, e incluso había una condición de “no humanidad”. Con el tiempo, esta noción se transforma: pasamos de la diferencia biológica a una desigualdad cultural y es aquí donde entran escritores como Rubén Darío o Carpentier. Por ejemplo, Rubén Darío lanza una gran diatriba contra las ideas promulgadas por William Du Bois, quien se oponía férreamente a las políticas racistas en el sur de Estados Unidos, y era citado y consultado por los autores del diario Previsión.
El caso de Carpentier es distinto y queda claro con su novela ¡Écue-Yamba-Ó! Dejemos claro que Carpentier estaba muy metido dentro de esa especie de crítica al occidentalismo. Él sigue esa teoría de la decadencia de Occidente y lo que hace es que empieza a tratar de imaginarse otros mundos que sean distintos a los que se han dibujado en Occidente, pero en el primer ejercicio demográfico que hace, que está plasmado en su primera novela, habla del tema de los negros, habla del republicanismo negro, pero utiliza exactamente el mismo criterio de la criminalización, que era el fundamento de la antropología biológica y que estuvo sostenido, por ejemplo, por gente a la que él fue muy cercano como el antropólogo cubano Fernando Ortiz.
Lo que hace Carpentier — influenciado por textos de Ortiz sobre el levantamiento negro en Cuba y el Partido Independiente de Color donde habla de negros brujos y negros esclavos- es revindicar a través de una premisa medio cultural las nociones de diferencias de carácter biológico.
Pero, sobre todo, y es lo que yo planteo en el libro, es que estas afirmaciones, donde prevalece el relativismo cultural, nunca hicieron nada por combatir esas teorías que sostenían las diferencias biológicas que eran la base de todo el racismo que se vivía en aquel entonces. De hecho, hizo todo lo contrario: lo naturalizó a través de la cultura.
—Al existir tantos casos que ejemplifican no solo el tema del republicanismo negro sino su lucha, ¿por qué escogió los dos que expone en su libro: la guerra de Concha en Ecuador y la historia del Partido Independiente de Color cubano?
—A raíz del ataque del ejército colombiano contra el líder de las FARC Raúl Reyes, en 2008, me encontré por primera vez con la historia de Esmeraldas y a partir de allí comencé a investigar sobre lo que había pasado durante la guerra de Concha, con el levantamiento popular que se había dado allí y la masacre que ha marcado esta región por décadas.
Y es en esa investigación donde alguien me pasa un libro que habla del Partido Independiente de Color en Cuba y la posterior masacre y me doy cuenta de que estamos hablando de lo mismo. Del mismo registro. De la misma idea de republicanismo negro que se vivió en Esmeraldas y en Cuba en aquel entonces, donde los principales valores eran la lucha por la igualdad y la libertad con una matriz totalmente antirracista.
—¿Por qué nunca quisimos a los negros en la construcción de nuestras repúblicas?
—A ver, en el sentido estricto el racismo, y los legados del racismo, existe en tanto beneficia a un sector y ayuda a la construcción del privilegio blanco. O sea, le permite a un sector de la población acceder a terrenos, a una educación, ayuda a consolidar las diferencias económicas y políticas dentro de una nación.
Es sabido que muchos republicanos en Cuba, que estaban a favor de los procesos de emancipación del país, también estaban pensando cuáles debían ser las estrategias para evitar que la población afrocubana siguiera existiendo.
O sea, se pensaba en la deportación, en el genocidio. Se pensaba en el mestizaje como una forma de ir eliminando poco a poco a los afrodescendientes.
Todo bajo la premisa de que el otro sea marginado, que el otro sea excluido, para atraer o mantener los beneficios económicos de una parte de la población. La acción del racismo efectivamente provoca beneficios para otros sectores y empresas. Por eso tal vez se haya implementado en la construcción de las naciones.
—Esa negación, ¿cómo cree usted que impactó en el presente de la región?
—No creo que la pregunta sea cómo impactó, sino cómo esas estructuras aún continúan en la actualidad. Y la evidencia sobre esa pregunta apunta a una situación preocupante: los niveles de criminalización, el deterioro de los derechos, están muy vinculados con las formas de discriminación racial.
Es decir, los sectores radicalizados son los sectores que siguen sufriendo el día de hoy las consecuencias más desastrosas de lo que es la desigualdad. Pero veo intenciones que provienen de estas comunidades con las que uno puede interesarse en el futuro. Por ejemplo, lo que está haciendo la vicepresidenta de Colombia, Francia Márquez, con el Ministerio de la Igualdad, es algo meritorio.
Y es que justamente las acciones políticas actuales deben ir encaminadas a corregir estos tremendos y nefastos legados provenientes de una larga tradición colonial, basados en la exclusión y la negación del otro.
*Por Alejandro Millán Valencia
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