Foto Juan Francisco Sánchez
Google indica que la tintorería Tsuji está en Carlos Calvo 1740, en San Cristóbal, ese barrio repleto de sedes sindicales y peluquerías dominicanas. Una vez en el lugar, a media mañana, solo hay una cortina metálica cerrada y tapizada de grafitis. El buscador marca que hay otra en el mismo barrio, en Salta 949: la tintorería Higa. También cerrada. Otro dato que flota en internet: la tintorería Japonesa de Moreno 1970 recibió en 2014 un premio vecinal por su medio siglo de existencia. Ahora no existe más, como Tsuji, como Higa.
Ante este panorama de extinción, hay una que sobrevive: en Belgrano R aún está New Tokio. La postal de entrada es un hombre de unos 40 años y a su lado una mujer mayor, ambos en pleno planchado de ropa. Él se acerca y dice que no, que de ninguna manera quiere hablar para una nota. "Siempre fuimos así, de bajo perfil", y pide disculpas por hacerlo. La pesquisa continúa a 20 cuadras de allí, en pleno Saavedra. Dentro de la tintorería Asahi, en la esquina de Washington y Crisólogo Larralde, se escucha la voz agitada y radial de Jorge Lanata. También ahí un hombre y una mujer atienden el negocio. Él, que lleva puesta una camisa celeste y blanca con el mapa de Hawái estampado, dice: "¿Qué querés que te cuente? No hay mucho para contar. En todo caso, dejame escritas las preguntas en un cuaderno y veo de responderlas". A su lado, la mujer refunfuña y se retira a los fondos del local. "Ya ves, si fuera por mi hermana ni siquiera te contestaría".
Historia entre vapores
La inmigración japonesa comenzó a fluir hacia Argentina en las dos primeras décadas del siglo XX. Muchos venían de la isla principal del país, pero otra parte lo hacía desde Okinawa, un conjunto de islas más al sur, con un clima cálido. Una vez en Argentina, los recién llegados se dedicaron a distintos oficios: floricultores, quinteros, mucamos y mozos de bar. La tintorería fue otra de las opciones.
Cecilia Onaha es descendiente de japoneses nacida en La Plata. Con un doctorado en Filosofía realizado en el país de sus ancestros, explica: "El origen de las tintorerías tiene que ver con uno de los mercados de trabajo en el que se llegó a emplear con preferencia a japoneses y japonesas, que fue el servicio doméstico en Buenos Aires, durante la década de 1920. Allí entiendo que aprendieron el oficio. Una vez reunido un mínimo de capital, abrían una tintorería independiente".
Una vez instaladas las tintorerías, los compatriotas les enseñaban el oficio a los nuevos inmigrantes que venían de las islas. Entre los 50 y 60 se vivió el esplendor del negocio, unido al uso masivo de saco y corbata para ir a trabajar y a la obsesión por salir con la ropa impecablemente planchada. Con el fin de siglo, los cambios de hábito y las muertes de inmigrantes sin que sus hijos continuaran en el rubro, comenzaron a arrugar la situación.
La Ley
En la calle Céspedes, cerca de su cruce con Cabildo, está la tintorería Los 5 Hermanos. La comanda Carlos Alberto "Beto" Wakugawa, de 43 años, con un pasado de estudiante de Medicina. Él integra el grupo Tintoreros Tradicionales Autoconvocados, que surgió en 2008, cuando la ley porteña 1727 exigía que este tipo de locales cambiaran, para 2015, toda su maquinaria, lo que implicaba una inversión que hoy supera el medio millón de pesos.
El argumento de la norma era que el solvente que usan estas tintorerías es perjudicial para la salud y debían reemplazar sus máquinas por otras que solo utilizan otra sustancia llamada percloro, que en realidad es contaminante y, según los japoneses y sus descendientes que trabajan en el rubro, es mucho más nociva que lo que ellos emplean. "Empezaron a hacer multas no bien salió promulgada en el Boletín Oficial, y muchas tintorerías decidieron cerrar. Cada multa era, por ejemplo, de 30 mil pesos, en una industria chica eso la golpea mucho", explica Wakugawa.
La ley fue modificada, y se logró una prórroga para que el plazo de tener la nueva maquinaria sea 2025. "Una serie de controles que plantea la ley está muy bien. Pero en 2025 tendremos el mismo problema. Es una bomba de tiempo", dice Wakugawa e ilustra: "En 2008 había 250 tintorerías en la Capital, hoy no llegan a 120. Lo que queremos es que la ley permita que se usan los dos métodos, el del percloretileno y el nuestro, que es con solvente".
Patriarcas
A una cuadra de la Panamericana, en Florida Oeste, un sencillo local alberga a Kazuhiro Miyagi y a Rosa Taba. Él ofrece ir a tomar un café, y hasta que se llega al bar se fuma un cigarrillo. "Primero vino desde Okinawa mi abuelo y empezó con una tintorería en Magdalena. Después vino mi padre y en 1956 llegamos mi mamá, mi hermana y yo", cuenta. Según él, muchos japoneses se dedicaron a esa actividad por un motivo simple: "No hacía falta saber mucho del idioma, era algo simple de entender y de hacer. Y era gente muy trabajadora".
En tanto, en los bordes de Belgrano R, en las calles Mendoza y Naón, una zona de adoquines y árboles añosos, hay un pequeño local. Al entrar, a la izquierda hay una fotocopia de un billete japonés enmarcada, un almanaque, aves de papel que cuelgan de una cuerda, fotos de una nena con atuendos típicos nipones y, en la pared, un póster del Padre Mario. Del otro lado del mostrador está Tenji Taba, okinawense, de 80 años. Habla muy poco castellano, pero alcanza a contar que abrió su local en 1972, después de aprender el oficio con un tío suyo. "1975, sí, ese año, el mejor", dice respecto del año de oro del negocio de la tintorería.
Y remarca que los años cambiaron las modas y aflojaron el trabajo para los tintoreros. "Ahora, todo informal, todo zapatillas, no importa nada", dice, con una sonrisa suave. Llegado a ese punto, sus palabras encuentran una prolongación en Miyagi, que, desde el bar de Florida, mientras toma su cortado, asegura: "No creo que dure mucho más. Al menos mi negocio se que termina conmigo".
En el centro de Chascomús
En la Capital quedan menos de la mitad que hace 10 años. En el interior, la situación es similar: subsisten en ciudades tan distantes entre sí como Tandil o Gualeguaychú, como islas remotas de las que se sabe cada día un poco menos.
Una de las calles principales de Chascomús es Belgrano. Ancha, sembrada de plátanos, cerca de la plaza principal aloja a la tintorería Tokio. Allí está sentado Horacio Higa, camisa blanca y gris a cuadros y bermudas, y un ejemplar de Diario Popular sobre el mostrador. De los techos cuelgan decenas, quizá cientos, de sacos, pantalones, vestidos y camperas. A un costado también penden manojos de corbatas, que parecen víboras de todos los colores. Higa cuenta que heredó el oficio de su papá, Shotoku, que llegó el país en 1930 desde Okinawa, justo cuando los militares derrocaron a Hipólito Yrigoyen. A su vez, al padre le enseñaron el oficio unos compatriotas, luego de que él hubiese trabajado en un bar en el centro porteño. "Para poner una tintorería se ayudaban mucho entre todos los que venían de Japón", explica, y asegura que su padre "fue aprendiendo el oficio sobre la marcha, no sabía nada de eso cuando llegó al país".
Horacio dice que lo que más trae la gente son trajes. "Esta semana trabajamos más porque hay un casamiento importante, la otra semana quién sabe. Ahora se manda menos la ropa a la tintorería. La corbata ya es una prenda rara", y señala con la mirada al manojo de víboras de tela que cuelgan cerca del mostrador. Sacos azules, pantalones grises, trajes negros, vestidos blancos y amarillos con transparencias, descansan en las perchas de la madera. "Muchísima gente no viene a retirar la ropa. El otro día pasó un cliente a preguntarme por un saco que dejó en 2015. Quería saber si todavía lo tenía", dice.
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