De Blancanieves y Flash Gordon, pasando por los westerns de Howard Hawks y las películas de la Segunda Guerra, hasta Avatar: de qué se nutrió George Lucas para crear su obra maestra y a quiénes inspiró luego.
Por Leonardo D’Espósito
Cuando se estrenó La guerra de las galaxias, habían pasado cuarenta años del primer film de fantasía que cambió las reglas de juego del cine, Blancanieves. Ahora están a punto de pasar otros cuarenta años y es notable que, a pesar de que ha habido muchísimas más películas fantásticas desde que Darth Vader apareció en la pantalla por primera vez (de hecho, muchas más en proporción que en todo el resto de la historia del cine), todavía el universo Star Wars es lo que más influye en el gran espectáculo. Como Blancanieves, que sentó las bases definitivas de cómo incorporar lo fantástico literal al cine, Star Wars fue un resumen de todo aquello que había agradado a los públicos globales desde que el color comenzó a invadir la pantalla. Y, de ahí en más, tiñó todo lo que siguió. La pregunta –y aquí vamos– es qué tenía como antecedente ese film y qué permitió proyectar esos ingredientes al futuro.
Seguro que se acuerdan bien, así que esta enumeración va a ser tarea fácil. Veamos: los títulos que aparecen al principio –y que no decían, en el estreno, "Episodio IV", porque no había intención de una secuela– vienen de los seriales de los años 40, especialmente del Flash Gordon protagonizado por Larry "Buster" Crabbe, que en los años 80, en viaje añoso, solía pasar por la tele Función privada (se puede ver en YouTube; Flash Gordon, eh, no Función privada). La secuencia de captura de la nave de Leia por parte del acorazado imperial es el "empecemos con pura acción" que sentaron como estándar las películas de James Bond en los años 60 (y que el compadre de George Lucas, Steven Spielberg, había usado en Tiburón y la contemporánea Encuentros cercanos del tercer tipo). Todo lo que ocurre en el planeta Tatooine, ese tremendo desierto donde Luke encuentra a sus robots, a Obi-Wan y pierde a sus tíos es un calco directo de los westerns de frontera de John Ford (hay planos que recuerdan directamente La legión invencible). Mientras, lo que sucede en la taberna, con esos cabezotas que tocan algo parecido al jazz liviano, es puro Howard Hawks, una secuencia digna de Río bravo. Han Solo, de hecho –y menos mal que aparece, porque ahí el film toma literalmente vuelo– parece el borrachín de Dean Martin en aquella película genial.
Sigamos adelante con el paseo. La secuencia de la Estrella de la muerte tiene elementos del viejo cine de piratas y aventuras (el rescate de la princesa, el balanceo en la soga) y de los largometrajes del querido Errol Flynn, especialmente el duelo de espadas láser entre Vader y Obi-Wan. ¿Les dije de dónde viene Vader? Ah, es interesante: vean Fantasma en el paraíso, de otro amigote de George Lucas, don Brian De Palma, y comparen no solo el atavío del fantasma sino incluso esa cosa cuadrada que lleva en el pecho y le permite hablar –y respirar como si le faltara Ventolín. Plagio no, broma sí, aclaremos (el casting de Star Wars se hizo al mismo tiempo, con los mismos actores y en el mismo lugar que el de Carrie, para ahorrar plata entre amigos). Pero Vader es también un personaje que viene del viejo cine de terror de la Universal, como el Frankenstein de Boris Karloff. Y, por último, la batalla aérea proviene de todos los films de la Segunda Guerra Mundial (y algunos de la primera, como Wings) homenajeados con absoluto amor aunque con el toque hipermoderno de las tomas desde dentro del cockpit. ¿El plano final con los héroes condecorados? Otra vez las aventuras de Errol Flynn e incluso un encuadre similar al final de La bella durmiente, de Disney. No, Disney no falta: vean la multitud de criaturas locas del bar. De nada.
¿Qué era esta película, entonces? Lo que pasaba en 1977 era simple: el cine fantástico viraba a lo terrible, lo sangriento o lo melodramático. El modelo podía ser El exorcista o Tiburón y la felicidad, solo transitoria e imposible cuando la derrota de Vietnam era un trauma intragable. Disney había muerto en 1966 y las producciones de la firma eran definitivamente anticuadas: nadie en ese estudio tenía el conocimiento fino de su público que sabía ejercer tío Walt. Había autos que hablaban o cosas que volaban torpemente, y paremos de contar. La guerra de las galaxias era una especie de declaración: el regreso de la iconografía feliz del Hollywood aventurero vestido con los ropajes tecnológicos requeridos después de que el hombre caminara en la Luna. Se cruzaron todos los caminos. Lucas quería simplemente jugar al ayer con las herramientas de hoy, como hacía el resto de su generación de cinéfilos de escuelas de cine, TV y Roger Corman (Spielberg y De Palma, más Coppola, Scorsese, Friedkin, Bogdanovich, incluso Carpenter). Pero en lugar de hacerlo de manera oscura, reflejando las angustias de su tiempo, hizo la parte feliz y juguetona del asunto. Es cierto: Lucas siempre fue menos un narrador o un realizador que un productor. Pero en este caso, la película le salió bien. Muy bien. Monstruosamente bien, si hablamos de la taquilla.
El sistema industrial de Hollywood quedó perplejo. La verdad: no se lo veían venir. El film podía fundir a la Fox, que extendió el presupuesto en tres millones de dólares (salió once sobre un presupuesto inicial de siete... de entonces, una fortuna impresionante). Fox casi se había fundido diez años antes con Cleopatra y ahora los ejecutivos veían otra vez el iceberg frente al "Titanic" (sí, bueno, veinte años después casi se hunden con, justamente, Titanic... pero salieron a flote). Pero como pasa a veces, el film capturó un aire de época, una necesidad del público carente de fantasía optimista y realista al mismo tiempo, y triunfó. El público quería más y ahí se pensó en las secuelas a partir de parte del libreto que Lucas debió cortar. Esa es otra historia: lo que realmente hizo La guerra de las galaxias fue demostrar que la fantasía no era solamente infantil y que podía venderse a cualquier tipo de público si se sabía cómo. Entre las primeras películas posteriores a Star Wars, aparece Alien, el octavo pasajero, de Ridley Scott, y una copia horrible de esa con Kirk Douglas y Farrah Fawcett llamada Saturno 3 (de ¡Stanley Donen, el de Cantando bajo la lluvia!). O la versión Disney de la ciencia ficción con El abismo negro (saludos); o el "western en el espacio" Atmósfera cero, de Peter Hyams, que no era más que A la hora señalada en una mina de Júpiter y con Sean Connery. Las naves espaciales blancas y llenas de "cositos" en la superficie se pusieron a la orden del día. Pero esos primeros esbozos –Alien aparte, pero no así Blade Runner aparte, que fue un fracasón– no funcionaban del todo.
Lo que funcionó fue la mano de Spielberg con E.T., proyecto imposible de no haber mediado el éxito de La guerra... Y después, Los cazadores del arca perdida, que también era una oda al reciclaje del cine sabatino y luminoso. La posta era esa, no (no solo) los efectos especiales o el espacio. La posta, en un mundo cada vez más conservador, con Reagan amenazando con el botoncito rojo, era la aventura hacia el tiempo feliz de la niñez, ir hacia adelante huyendo hacia atrás. Y Spielberg lo comprendió y comenzó a producir una serie de films que combinaban el homenaje al Hollywood clásico, la aventura, el humor y la ternura "disneyana". Repasen la lista de referencias ut supra y verán que la fórmula es la de Gremlins, Los Goonies, El secreto de la pirámide o –y aquí llegamos al súmmum– Volver al futuro. Esos films son puro reciclaje pop y esa era, precisamente, el componente clave de La guerra de las galaxias. Y es raro, porque las otras dos películas de la saga son otra cosa, una novela popular, pero no un puro juego (obra de ese gran guionista y director que es Lawrence Kasdan, que vuelve en este Episodio VIII). Eso generó un nuevo espectador-cinéfilo, alguien que entraba en el cine desde esos juegos puros. ¿Vieron Super 8, de J. J. Abrams, el realizador no solo de la próxima Star Wars sino de las últimas Star Trek? Ese largometraje lo explica todo: cómo el cine de puro juego, inoculando el Hollywood clásico de contrabando, generaba vocaciones. Lo confesó el propio James Cameron: "Cuando vi La guerra... puteé: eso era lo que quería hacer", y llegó a su propio Star Wars con Avatar en 2009. Cameron, Abrams, Joss Whedon, Jon Favreau, Joe Johnston... los grandes aventureros de hoy, orgullosos de su costado niño, son productos de La guerra de las galaxias, un film que revivió el pasado y lo hizo futuro.