David Salinas, autor del libro que abarca esta temática, hace una crítica de la imposición social de tener que estar siempre bien
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Fue en uno de esos momentos oscuros en que las cosas parecen no ir nada bien, cuando el psicólogo español, David Salinas, pensó en que estaba cansado de la imposición social de tener que estar siempre bien, especialmente cuando gran parte de su trabajo se relaciona con el bienestar de las personas.
Y de ahí surgió la idea de escribir el libro La dictadura de la felicidad, que lo llevó a decir: “¡Soy infeliz... y me alegro!”.
A primera vista, uno podría descartar de plano leerse un libro que defiende la tesis de que es bueno “alegrarse de ser un infeliz”, o de estar contento por tener una vida desgraciada.
Claramente, advierte el autor, el libro no va de eso. Lo que critica es la “imposición” de tener que “ser felices” a como dé lugar, en el contexto de una creciente industria de la felicidad que se ha potenciado a través de una avalancha de libros de autoayuda con recetas para alcanzar ese supuesto bienestar permanente.
Harto de tener que “ser feliz”, una construcción mental que, a su juicio, es falsa, dado que la felicidad no es un objetivo a alcanzar, sino más bien, un estado impermanente, Salinas, de 42 años, recorre en esta entrevista lo que ha sido su experiencia trabajando en su consulta en Málaga, España, y aborda los principales mitos sobre la idea de felicidad. Y sí, él cree que desbancando esos mitos, es posible gozar más de la vida.
—Usted es un profesional que trabaja en la vertiente de la terapia cognitivo-conductual. ¿Por qué tomó ese camino y no eligió otra de las escuelas que existen dentro de la psicología para tratar a sus pacientes?
—Porque es un tipo de terapia que se centra más en el pasado, como podría ser el psicoanálisis. Yo intento ser ecléctico y me parece que lo que hacen otras escuelas de terapia también es muy valioso. Pero, a veces las personas vienen a terapia buscando recursos, soluciones, ayuda a través de herramientas que le permitan enfrentar mejor el día a día.
—Con ese enfoque terapéutico también ha escrito su libro, La dictadura de la felicidad. ¿Qué es esa dictadura?
—Cada uno puede entender la dictadura de la felicidad como una cosa distinta. Yo la entiendo como una imposición social, cultural, a través de la cual, parece que siempre hay que estar bien y que no se les permite a las personas estar mal. Y no es solo eso, no solo se trata de que hay que estar bien siempre, sino que siempre hay que estar buscando la felicidad, y junto con eso, siempre hay que estar buscando un estímulo que nos dé felicidad.
Entonces, las personas se sienten muy presionadas y, paradójicamente, cuando una persona se siente presionada, no se siente feliz. Parece que vivimos en un mundo donde no está permitido sentirse mal. Si te sientes mal, parece que has fracasado como individuo.
Pero si lo miramos desde otro lado, hay una necesidad constante de las personas por sentirse mejor, como una aspiración humana casi universal, es decir, no solo responde a una imposición externa. De hecho, antes de hacer esta entrevista un colega me decía: ¡Oh no, otro autor que me va a decir que está bien ser infeliz, basta ya, yo sí quiero ser feliz!
Sí, he recibido críticas como esa, pero sobre todo me ha pasado lo opuesto. Personas que dicen, “deja ya de decirme lo que tengo que hacer para sentirme feliz”.
Vivimos un hartazgo de mensajes positivos, de literatura que te dice qué hay que hacer para sentirse feliz. Y lo que se ha logrado con esto es que las personas pongan demasiado el foco en sí mismas y en la búsqueda de su bienestar.
—Pero, al poner el foco en ti misma, también te vas dando cuenta de tus carencias, de tus limitaciones, de tus complejos, de tus traumas, y es que no podemos ser perfectos. Es normal tener todo eso. Por supuesto que yo también quiero ser feliz, pero quiero ser feliz desde la consciencia de que no voy a alcanzar una felicidad absoluta, ni una felicidad que sea permanente porque eso no existe.
—Nos han vendido el mensaje de que sigues un determinado guion de vida, si sigues mis consejos, vas a alcanzar una felicidad que va a ser eterna.
—Usted dice que nos imponen esta idea de la felicidad. ¿Quiénes nos la impone?
—La felicidad se ha convertido en un negocio. Libros, conferencias, congresos, que ven la felicidad como un negocio. Y creo que no está del todo mal que pase eso porque igual que se venden otras cosas menos importantes, ¿por qué no vender felicidad?.
El punto es que no hay que engañar a la gente, no hay que venderle a las personas un modelo de vida idealista que sea irreal. Le puedes decir a las personas que está bien hacer cosas para sentirse bien y para aprender a crecer personalmente, pero no todo se basa en la felicidad.
Yo estoy convencido de que para ser felices, tenemos que aprender a ser infelices, tenemos que aprender a movernos en los pantanos de la infelicidad. No todo es bonito ni tan sencillo, pero no pasa nada.
Si te permites estar mal, si te permites la frustración, si te permites la incertidumbre, vas a poder transitar por esos pantanos de la infelicidad y alcanzar estados de felicidad. Es que la felicidad es eso, es un estado.
—Usted dice que hay momentos en que se alegra de ser infeliz. Esa frase podría parecer un contrasentido...
—Eso se me vino a la cabeza en un momento de crisis en mi vida, porque los psicólogos también tenemos nuestras crisis como todo el mundo, en un momento en que no lo estaba pasando bien.
Fue en ese momento cuando pensé: ¡Soy infeliz... y me alegro!, y la verdad es que me sentí muy bien, porque lo me estaba diciendo realmente es que mi estado de ánimo no construye mi identidad.
Tendemos a construir nuestra identidad en función de las cosas que nos pasan y de cómo nos hacen sentir. Entonces, si estoy triste, resulta que soy un desgraciado. Si fracaso, resulta que soy un perdedor. Eso es totalmente nocivo.
Yo puedo fracasar y eso no significa que soy un fracasado y por supuesto que puedo sentirme mal, y no significa que sea un desgraciado. Simplemente, son momentos o etapas de la vida y podemos pasar por ellas.
Para mí la felicidad es un estado y, como estado, es transitorio. Es un estado subjetivo de ánimo en el que la persona se siente más o menos feliz según la evaluación que está haciendo de su vida en ese momento. Por eso la felicidad no es algo inmutable y es importante tener en cuenta eso. Que yo me sienta infeliz en un momento, no me hace un desgraciado. Me hace un humano y como humano también siento infelicidad.
—Pero al final del día los pacientes llegan a su consulta buscando bienestar, buscando sentirse más felices,¿qué hace usted en su consulta?
—Depende de cada caso. Yo trabajo sobre todo con problemas de ansiedad y depresión, pero bueno, hay gente que me llega porque se siente mal y se quiere sentir mejor. Uno de los mantras que mejor me funciona con mis pacientes es que se permitan estar mal.
A veces tenemos problemas de estrés y le cogemos miedo al miedo, no nos permitimos sentir las emociones. Estar nervioso, por ejemplo, es normal, porque tienes que enfrentar retos en tu vida cotidiana y te pones nervioso. Lo mismo pasa con la tristeza, le cogemos mucha rabia a la tristeza, como si sentirse triste fuese algo de personas deprimidas, cuando es algo humano.
—Pero cuando las personas aceptan que tienen derecho a sentirse mal y que sentirse mal es humano, no es necesariamente una patología, ¿qué tipo de recursos utilizas para que se sientan mejor?
—Es que depende mucho de la persona, es muy importante, por ejemplo, el tema de estar activo, de hacer ejercicio, de moverse, porque a veces nos metemos mucho dentro de la mente y hay que salir afuera, darnos cuenta de que también tenemos cuerpo y que es muy importante mover el cuerpo por el impacto que tiene sobre el sistema nervioso.
Lo otro es socializar, hablar, estar con otras personas, también es muy importante. Y dependiendo del caso, también enseño técnicas de relajación, mindfulness, a poner la atención plena en el momento presente.
Y así como es importante dejar espacio para sentirse mal, también es importante generar emociones como la alegría y buscar recursos que nos ayuden a sentirnos más alegres.
Yo también intento ayudar a la gente a sentirse más feliz, pero lo hago desde la perspectiva de preguntarse qué te puede ayudar a sentirte mejor y qué puedes hacer para lidiar con lo que te hace sentir peor. Para hablar de felicidad hay que hablar de infelicidad también, es decir, qué hacemos con el lado oscuro de la vida.
Creo que al darle tanta importancia a la felicidad, al poner la felicidad en un altar, estamos generando mucha frustración y mucho sentimiento de culpa. Yo le digo a mis pacientes que se quiten de la cabeza la idea de que la felicidad es un objetivo que hay que alcanzar, porque no funciona de esa manera.
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