Tras quince años, Harrison Ford vuelve a la pantalla grande a ponerse en la piel del arqueólogo que conquista a todos con sus aventuras
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Después de quince años, Harrison Ford regresa a las pantallas en el papel del intrépido arqueólogo Indiana Jones. Junto a una nueva coprotagonista, que interpreta la británica Phoebe Waller-Bridge, Indy vuelve a poderse el sombrero y el látigo que lo acompañaron desde que sus aventuras empezaran en 1981 con Cazadores del Arca Perdida.
En esta ocasión el artefacto que busca arrebatarles a los nazis es el que le da el título al filme, el Dial del Destino, al que los personajes de la película se refieren como el Dial de Arquímedes. Este está basado en un objeto real, un antiguo artefacto griego descubierto por arqueólogos en 1900: el mecanismo de Anticitera.
Es poco probable que este mecanismo -de casi 2.000 años de antigüedad- tuviera el poder de retrasar el tiempo, como lo tiene en la película. Pero, ¿qué era en realidad el mecanismo de Anticitera? ¿para qué se diseñó? Y, ¿qué relación tiene con el famoso matemático griego que mencionan en la película?
El descubrimiento
De no haber sido por una tormenta en la rocosa isla griega de Anticitera hace poco más de un siglo, uno de los objetos más desconcertantes y complejos del mundo antiguo quizás no habría sido descubierto jamás.
Tras refugiarse en la isla, un equipo de buscadores de esponjas marinas decidieron ver si tenían suerte bajo esas aguas. Se toparon en cambio con los restos de una galera romana que había naufragado en medio de otra tormenta hacía 2000 años, cuando el Imperio romano empezó a conquistar las colonias griegas en el Mediterráneo.
En la arena del fondo del mar estaba el cúmulo más grande de tesoros griegos que se haya encontrado jamás. Entre las hermosas estatuas de cobre y mármol estaba el objeto más intrigante de la historia de la tecnología. Es de bronce corroído, no más grande que una laptop moderna, hecha hace 2.000 años en la antigua Grecia. Se lo conoce como el mecanismo de Anticitera. Y resultó ser una máquina del futuro.
“Si no lo hubieran descubierto en 1900, nadie se habría imaginado, ni siquiera creído, que algo así existía... ¡es tan sofisticado!”, le dijo hace un tiempo a la BBC el matemático Tony Freeth.
Increíble
“¡Imagínate: alguien, en algún lugar de la antigua Grecia, hizo una computadora mecánica!”, señaló por su parte el físico griego Yanis Bitzakis quien, como Freeth, es parte del equipo internacional de investigación del asombroso artefacto. “Es un mecanismo de una genialidad realmente sorprendente”, añadió Freeth. No están exagerando.
Tuvieron que pasar unos 1500 años antes de que algo que se aproximara al mecanismo de Anticitera volviera a aparecer, en la forma de los primeros relojes mecánicos astronómicos en Europa. Sin embargo, éstas son las conclusiones; entender qué era el misterioso objeto tomó tiempo, conocimientos y esfuerzo. Uno de los problemas era su anacronismo.
El primero en examinar en detalle los 82 fragmentos recuperados fue el físico inglés y padre de la cienciometría Derek J. de Solla Price. Empezó en los años 50 y en 1971, junto con el físico nuclear griego Charalampos Karakalos, tomó imágenes con rayos X y rayos gamma de las piezas. Descubrieron que había 27 ruedas de engranaje adentro, y que era tremendamente complejo.
Números importantes
Los expertos habían logrado fechar con considerable precisión algunas de las otras piezas encontradas como de entre los años 70 a.C. y 50 a.C. Pero, un objeto tan extraordinario no podía datar de esa época. Quizás era mucho más moderno y sólo por casualidad había caído en el mismo sitio, pensaban varios.
Price adivinó que contar los dientes en cada rueda podía dar alguna pista sobre la función de la máquina. Con imágenes bidimensionales, las ruedas se superponían, lo que dificultaba la tarea, pero logró establecer dos números: 127 y 235. “Esos dos números eran muy importantes en la Grecia antigua”, señala el astrónomo Mike Edmunds.
¿Sería posible que los estuvieran usando para seguir el movimiento de la Luna? La idea era revolucionaria y tan avanzada que Price dudó de la autenticidad del objeto.
“Si los científicos griegos antiguos podían producir estos sistemas de engranaje hace dos milenios, toda la historia de la tecnología de Occidente tendría que reescribirse”, resalta Freeth.
La Grecia de hace dos milenios es una de las culturas más creativas que hayan existido jamás, así que no estaba en tela de juicio cuán magnífico fue su desarrollo en todos los campos, incluso en astronomía, considerada entonces como una rama de las matemáticas.
Sabían cómo se movían los cuerpos celestiales en el espacio, podían calcular sus distancias y conocían la geometría de sus órbitas. ¿Habrían sido capaces de meter astronomía y matemáticas complejas en un artilugio y programarlo para que siguiera el movimiento de la Luna? El número 235 que había encontrado Price era la clave del mecanismo para computar los ciclos de la Luna.
“Los griegos sabían que de una nueva Luna a la siguiente pasaban en promedio 29,5 días. Pero eso era problemático para su calendario de 12 meses en el año, porque 12 x 29,5 = 354 días, 11 días menos de lo necesario””, le explicó a la BBC Alexander Jones, historiador de astronomía antigua. “El año natural, con las estaciones, y el año calendario perderían la sincronía”.
Perfecta sintonía
No obstante, también sabían que 19 años solares son casi exactamente 235 meses lunares, un ciclo cuyo nombre es metónico. “Eso significa que si tienes un ciclo de 19 años, a largo plazo tu calendario va a estar en perfecta sintonía con las estaciones”.
Como confirmándolo, en uno de los fragmentos del mecanismo de Anticitera encontraron el ciclo metónico. Gracias a los dientes de las ruedas de engranaje, el mecanismo empezó a revelar sus secretos. Las fases de la Luna eran inmensamente útiles en esa época.
De acuerdo a ellas se determinaba cuándo sembrar, cuál era la estrategia en la batalla, qué día eran las fiestas religiosas, en qué momento pagar las deudas o si podían hacer viajes nocturnos.
El otro número, 127, le sirvió a Price para entender otra función relacionada con nuestro satélite natural: el aparato también mostraba las revoluciones de la Luna alrededor de la Tierra. Tras 20 años de intensa investigación, Price concluyó que ya había resuelto el acertijo. Sin embargo, quedaban piezas del rompecabezas por encajar.
Imágenes tridimensionales
El siguiente paso requirió de tecnología hecha a la medida. Y un equipo internacional de expertos dedicado a investigar el mecanismo de Anticitera.
El equipo logró convencer a Roger Hadland, ingeniero de rayos X, de que diseñara y llevara al Museo Arqueológico Nacional en Atenas una máquina especial para hacer imágenes tridimensionales del mecanismo. Y, valiéndose de otro aparato que realzó los escritos que cubren buena parte de los fragmentos, los investigadores encontraron una referencia a los engranajes y a otro número clave: 223.
Tres siglos antes de la edad de oro de Atenas, los antiguos astrónomos babilonios descubrieron que 223 lunas tras un eclipse (18 años y 11 días, conocido como un ciclo de saros), la Luna y la Tierra vuelven a la misma posición de manera que probablemente se producirá otro parecido.
“Cuando había un eclipse lunar, el rey babilonio dimitía y un sustituto asumía el mando, de manera que los malos augurios fueran para él. Luego lo mataban y el rey volvía a asumir su cargo”, contó John Steele, experto en Babilonia del Museo Británico.
Y resulta que 223 era el número de otra de las ruedas del artilugio. El mecanismo de Anticitera podía ver el futuro... podía predecir eclipses. No solo el día, sino la hora, la dirección en la que la sombra cruzaría y el color del que se iba a ver la Luna.
La importancia de la Luna
Como si eso no fuera suficientemente asombroso, descubrieron otra maravilla. El ciclo de eclipses dependía del patrón del movimiento de la Luna y “nada sobre la Luna es sencillo”, explicó Freeth.
“No solo su órbita es elíptica -de manera que viaja más rápido cuando está más cerca de la Tierra-, sino que esa elipse también rota lentamente, en un período de 9 años”. ¿Podía el mecanismo de Anticitera rastrear ese sendero fluctuante de la Luna?
Efectivamente, podía: dos ruedas de engranaje más pequeñas, una de ellas con una pinza para regular la velocidad de rotación, replicaban con precisión el tiempo que se demora la Luna en orbitar, mientras que otra, con 26 dientes y medio compensaba por el desplazamiento de la órbita.
Y, por si fuera poco, al examinar lo que queda de la parte frontal del aparato, el equipo de expertos concluyó que solía tener un planetario como lo entendían en ese momento: con la Tierra en el centro y cinco planetas girando a su alrededor. “Era una idea extraordinaria: tomar teorías científicas de la época y mecanizarlas para ver que pasaría días, meses y muchas décadas después”, subraya el matemático.
Un acertijo envuelto en medio de un enigma
“Esencialmente fue la primera vez que la raza humana creó una computadora”, según Freeth. “Es verdaderamente increíble que un científico de esa época descubriera cómo usar ruedas de engranaje de bronce para rastrear los complejos movimientos de la Luna y los planetas”. Pero... ¿quién fue?
Nuevamente, exploraron lo que nos quedó del fabuloso artilugio para buscar la respuesta. Una pista estaba en otra de sus funciones. El mecanismo de Anticitera predecía además la fecha exacta de los Juegos Panhelénicos: los Juegos de Olimpia, los Juegos Píticos, los Juegos Ístmicos, los Juegos Nemeos.
Lo curioso es que, aunque los Juegos de Olimpia eran los más prestigiosos, los Ístmicos, en Corinto, aparecen en letras mucho más grandes. Además, los expertos ya habían notado que los nombres de los meses que aparecían en otra rueda eran corintios.
La evidencia apuntaba a que el diseñador era un corintio y que vivía en la colonia más rica gobernada por esa ciudad: Siracusa. Y Siracusa era el hogar del más brillante de los matemáticos e ingenieros griegos: Arquímedes.
¿Arquímedes?
Quizás era obra del científico más importante de la Antigüedad clásica, el hombre que había determinado la distancia a la Luna, encontrado cómo calcular el volumen de una esfera y de ese número fundamental π; que había asegurado que con una palanca movería el mundo y tanto más.
“Solo un matemático tan brillante como Arquímedes podría haber diseñado el mecanismo de Anticitera”, opina Freeth. Lo cierto es que Arquímedes estaba en Siracusa cuando los romanos llegaron a conquistarla y el general Marco Claudio Marcelo ordenó que no lo mataran, pero un soldado lo hizo.
Siracusa fue saqueada y sus tesoros enviados a Roma. El general Marcelo sólo se llevó dos piezas consigo, ambas -dijo- eran de Arquímedes. El equipo de investigación piensa que eran versiones anteriores del mecanismo. Un indicio se encuentra en una descripción que escribió el formidable orador Cicero de una de las máquinas de Arquímedes que vio en la casa del nieto del general Marcelo.
“Arquímedes encontró la manera de representar con precisión en un sólo aparato los variados y divergentes movimientos de los cinco planetas con sus distintas velocidades, de manera que el mismo eclipse ocurre tanto en el globo como en la realidad”.
¿Qué pasó con la brillante tecnología griega que produjo la primera computadora? ¿Por qué no se desarrolló? ¿Por qué se perdió? Como tantas otras cosas, con la caída de los griegos y luego los romanos, los conocimientos “emigraron” hacia el oriente, donde los bizantinos los guardaron por un tiempo y luego pasaron a los eruditos árabes.
El segundo artilugio con engranajes de bronce más antiguo que se conoce es del siglo V y tiene inscripciones en árabe. Y en el siglo XIII los moros llevaron esos conocimientos de vuelta a Europa.
Investigaciones previas establecieron que el mecanismo estaba metido en una caja de madera, que no sobrevivió el paso del tiempo. Una caja que contenía todo el conocimiento del mundo, el tiempo, el espacio y el Universo.
“Es un poco intimidante darse cuenta de que justo antes de la caída de su gran civilización, los antiguos griegos habían llegado tan cerca a nuestra era, no sólo en su pensamiento sino también en su tecnología científica”, dijo Derek J. de Solla Price.
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