Una investigación explica el por qué de la generación de este tipo de acciones; se inició en los animales y continuó en los humanos
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¿Por qué nos gusta lo que nos gusta y cómo nuestros deseos más básicos a veces nos empujan en la dirección equivocada? A finales de la década de 1940 dos grandes científicos, los premio nobel Konrad Lorenz, zoólogo austríaco, y el biólogo neerlandés Nikolaas “Niko” Tinbergen, cofundadores del campo de la etología (la biología del comportamiento), estaban interesados en cómo funciona el instinto.
Sus experimentos revelaron algo inesperado: los instintos, que habían evolucionado para ayudar a los animales a vivir mejor, podían ser manipulados en el laboratorio. Si cambiaban el desencadenante del comportamiento y el comportamiento en sí se volvía extraño.
Las gaviotas de arenque, por ejemplo, tienen una pequeña mancha roja en el pico que los polluelos picotean instintivamente para que la madre regurgite la comida. Pero Tinbergen y Lorenz descubrieron que los polluelos picoteaban aún más cuando se les presentaba una aguja de tejer de madera pintada de rojo. La aguja no podía darles comida, pero aún así la preferían a sus madres. Raro. Y se vuelve aún más raro.
Unas aves que instintivamente incuban sus pequeños huevos de color azul grisáceo moteados, los abandonaban apenas les daban un huevo de yeso falso dos veces más grande que el tamaño normal y azul fluorescente con lunares negros, para sentarse en ese enorme huevo falso que de ninguna forma podrían haber puesto. Hubo más experimentos hasta que quedó claro que Tinbergen y Lorenz se habían topado con un extraño fenómeno.
Si un comportamiento instintivo ocurre en respuesta a un estímulo específico -como manchas rojas de pico, manchas en un huevo azul-, cuando exageras el estímulo obtienes una respuesta exagerada, a veces en detrimento de los propios animales. Llamaron al fenómeno “el estímulo supranormal”.
Las aves y su instinto
Los experimentos de Tinbergen y Lorenz eran interesantes, pero artificiales: la mayoría de los animales nunca habrían encontrado esos particulares estímulos exagerados fuera del laboratorio. Pero hay estímulos supranormales en el mundo real que destiemplan los instintos finamente afinados de los animales.
Y un maestro de estos elaborados engañoses otra ave: el cuco. Estos famosos embaucadores no crían a sus polluelos. Las hembras ponen sus huevos en nidos de otras aves más pequeñas y dejan a su futuro bebé en manos del desprevenido ave huésped, los padres no vuelven a ver a sus polluelos nunca más. Apenas nace, el polluelo del cuco mata a las crías de las aves anfitrionas y saca los restos del nido. Brutal.
Las aves progenitoras se quedan con ese único pollito monstruoso hambriento, de una especie totalmente diferente. Pero en vez de expulsarlo inmediatamente, horrorizada, comienza a alimentarlo. “A menudo el polluelo es 8 o 10 veces más grande que las aves progenitoras que lo alimentan, así que ¿cómo diablos el polluelo cuco obtiene comida cuando crece en un nido de un ave mucho más pequeña que él?”, pregunta Rebecca Kilner, profesora de biología evolutiva en la Universidad de Cambridge. Aquí es donde entra en juego el estímulo supranormal.
La mayoría de los polluelos de todas las especies de aves tienen una boca ancha de color rojo brillante que estimula a los padres a alimentarlos, pero la del cuco es supranormal. “Tiene una enorme boca muy vívida, mucho más roja de lo que suelen ser las de los polluelos anfitriones, que agita en la cara del ave madre”, le dijo la Kilner al programa BBC NatureBang.
Además, su llamada de mendicidad es muy fuerte y muy rápida, mucho más que la que habrían tenido las crías de la madre estafada. “Es supranormal”, aseguró.
“Aprovecha el sistema nervioso del ave huésped de tal manera que simplemente no puede resistirlo y el impostor en el nido, que no tiene nada que ver con su propia descendencia y en quien no tienen ningún interés genético, termina esclavizándolo”, explicó. Curioso... y un poco espeluznante.
La humanidad y las “trampas”
Con solo un color y una canción, el polluelo cuco tiene el poder de volver a engañar a los instintos de las aves madre -instintos perfeccionados por millones de años de evolución-, haciéndola actuar en contra de sus propios intereses. Pero seguramente nosotros, los humanos, no caeríamos en esas trampas. No nos sentaríamos en una enorme pelota de playa ni alimentaríamos monstruosos bebés alienígenas en contra de nuestra voluntad.
¡Ojalá fuera así! No solo sí caemos sino que, antes y después de que Tinbergen y Lorenz se pusieran a pintar huevos, hemos sido artífices de nuestra propia estafa. Somos, probablemente, las únicas criaturas que creamos nuestros propios estímulos supranormales, imitaciones falsas y exageradas a las que respondemos con más fuerza que a las originales para engañar a nuestros propios instintos, a veces perjudicialmente.
“El mejor ejemplo, en mi opinión, es el algodón de azúcar”, dice la psicóloga evolutiva Becky Burch, del departamento de desarrollo humano de la Universidad Estatal de Nueva York en Oswego, EE.UU. “El estímulo normal es el azúcar. Nos gustan los alimentos dulces, pero hago hincapié en la palabra ‘alimentos’ -tienen valor nutritivo para nosotros-”, explicó la especialista.
Nuestros instintos evolucionaron para cazar y recolectar en la savanna africana hace millones de años y, aunque la gran mayoría vivimos en un mundo muy distinto, nuestros instintos siguen calibrados para buscar recompensas excepcionales en un mundo de escasez. Nos sentimos atraídos por la sal, el azúcar y la grasa, que son claves para nuestra supervivencia.
Las frutas, por ejemplo, eran una fuente de calorías, nutrientes, fibra y energía. Y su dulzura, una recompensa por la larga e incesante labor de conseguir comida. Hoy, el azúcar suele estar a la mano, y “nos fascina; el algodón de azúcar ha exagerado ese gusto al punto que ni siquiera parece alimento: es una bocanada de pelusa”.
Eso puedes decir de muchas golosinas, tan difíciles de resistir que nos imponemos dietas. No solo eso, subraya Burch, quien no es especialista en algodón de azúcar, sino en cultura pop y, particularmente, cómics. Y en esos cómics, como sabemos, los superhéroes tienen dimensiones corporales poco realistas... ¿serán esas exageraciones un estímulo supranormal?
Berch y sus colegas hicieron un estudio, cuyos resultados consignaron en un artículo llamado “El Capitán Dorito y la bomba”. “La gran mayoría de los personajes masculinos de cómics, especialmente los héroes, tienen una relación cintura-cadera absurda: los hombros son más del doble del ancho de sus cinturas. Para los personajes femeninos, las cinturas son 60% menos anchas que las caderas”, aseguran.
Pero,al fin y al cabo, son dibujos animados, ¡cuál es el gran problema! Sin embargo, cuanto más lo piensas, menos sentido tiene. ¿Por qué sería atractiva una mujer que no tuviera espacio para todos sus órganos internos o un hombre cuyo esqueleto no pudiera soportar el peso de sus propios hombros masivos? Serían inhumanos, pero así es como funciona el estímulo supranormal.
Nuestros instintos se retuercen llevándonos hacia alimentos sin valor nutricional o extraños humanos inhumanos, no solo en los cómics.
El mundo diario y los estímulos
Es Barbie con sus dimensiones locas, es Pokémon con sus enormes ojos de bebé invocando todo nuestro instinto protector es la pornografía mostrando idealizaciones imposibles del sexo, son las drogas, los juegos de azar, la moda y el deporte. Son los videojuegos que te invitan a sumergirte en otros mundos y programas como la popular serie Friends, con su versión supranormal de los estímulos sociales a los que estamos condicionados a buscar: gente atractiva con expresiones amigables efusivamente amables, que sonríen y ríen constantemente.
Son las pantallas de televisión brillantes que distraen toda tu atención, las notificaciones coloridas en tu teléfono a las que eres adicto, tus redes sociales, su publicidad y es un poco abrumador. En este mundo saturado de lo supranormal, ¿podemos ser felices con lo normal?
“Ese es el problema con los estímulos supranormales. Te atrae hacia algo que es a la vez anhelado e imposible”, señala Berch. “Sabemos los problemas que tenemos, por ejemplo, con el azúcar, la deseamos, la ponemos en todo y sufrimos consecuencias para la salud. Cuando se trata de cuerpos similares a los de los cómics, nos gustan, queremos tenerlos, pero están más allá del alcance humano y ¿qué hace eso con nuestras expectativas y con nuestra imagen corporal?”.
Somos como los pobres padres anfitriones cucos, impulsados hacia cosas que nos hacen daño, excepto que -a diferencia de ellos- nosotros las creamos. Pero Burch dice que a veces sencillamente prestar un poco más de atención es suficiente para poner el efecto psicológico en pausa.
“Cuanto más tiempo miras esos cuerpos idealizados, más absurdos se vuelven: es como comer mucho algodón de azúcar, te empalagas. Empiezas a pensar: ‘ese cuerpo es raro’”. Hasta las aves logran hacerlo: hay un pequeño pájaro cantor, cuenta Rebecca Kilner, que puede luchar contra el estímulo supranormal, el maluro soberbio en Australia.
“A veces, de repente, ves que dejan de alimentar al polluelo cuco, ignoran sus llamadas desesperadas e incluso comienzan a desmantelar el nido”. Si el maluro soberbio puede resistir, seguro nosotros también. “Hay que mirar más allá de los estímulos supranormales -aconseja Berch-. Son, por definición, demasiado de algo bueno y es necesario mantener límites saludables... aunque no hay nada de malo con un poco de azúcar de vez en cuando”.
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