Qué cosas quedan aún por descubrir de Piazzolla
Un gran bandoneonista le abrió la puerta a otro. Al menos fue así en el caso de Daniel Rosenfeld, quien empezó a pensar en una película sobre Astor Piazzolla allá por 2001, cuando estrenó en el prestigioso Festival de Berlín Saluzzi, ensayo para bandoneón y tres hermanos, largometraje que le exigió una intensa investigación sobre el músico salteño que en la década del 50 conoció al creador de Adiós Nonino, el famoso e inoxidable tango dedicado a su padre Vicente que Astor consideraba como el mejor de todos los que compuso en su extensa carrera. Rosenfeld, director de películas como La quimera de los héroes (2003) y Cornelia frente al espejo (2012), supo ya en aquel momento que esa idea podía tener futuro. Y casi veinte años más tarde esa película es una realidad: se llama Piazzolla, los años del tiburón y se estrenará en la Argentina el jueves 30 de este mes. "Tuve que reunirme con Daniel, su hijo, para que me autorice a usar música de Astor en el documental sobre Dino Saluzzi –rememora–. Y fue él quien me dijo que la vida de su padre fue de película. Y la verdad es no exageró".
En este sólido y emotivo documental cuyo título ilustra la afición de Piazzolla por la pesca de escualos, Rosenfeld recorre la vida del músico desde su infancia en Nueva York hasta su muerte en Buenos Aires, apoyándose en valioso material de archivo (imágenes televisivas, filmaciones caseras del propio Astor, casetes de audio con conversaciones que grabó su hija Diana para escribir una biografía publicada en 1987 por Emecé) y en los testimonios de Daniel, quien fue parte del innovador Octeto electrónico que su padre encabezó en los 70.
Tan talentoso como polémico, Piazzolla brilló en los 50 con El Quinteto Nuevo Tango, empecinado en forjar su propio estilo, pero también notablemente inspirado por el clima de una época en la que artistas como Dave Brubeck, Charle Mingus, Oscar Peterson, Miles Davis y John Coltrane revolucionaban el mundo del jazz. Soñaba con una música que fuera a la vez culta y popular. Despreciaba el tango orientado exclusivamente al baile ("La música es para gente que piensa. Yo quiero que me vengan a escuchar y que piensen, no que se diviertan o hagan la digestión", declaró en una entrevista rescatada por Rosenfeld). Del jazz tomó, en esa etapa, su groove (walking bass, síncopas, acentuaciones a contratiempo) y la incorporación de la guitarra eléctrica, un símbolo de modernidad que, combinado con talante más tradicional del bandoneón, fue una prueba evidente de su afición por la hibridez, los cruces y la experimentación.
"Su obra excede la categoría del tango. Suma elementos de la música clásica y el jazz para crear algo nuevo –reafirma su hijo Daniel–. Si vos buscás en las bateas de las disquerías del exterior, no vas a encontrar los discos de Piazzolla en la categoría Tango. Fue un gran innovador, pero para eso se tuvo que quemar la cabeza estudiando. Tengo el recuerdo de verlo estudiando música a toda hora. No hablo de hacer escalas o arpegios en el bandoneón, sino de estudiar orquestaciones y partituras de las grandes obras de Stravinsky. Iba al Teatro Colón y seguía con la partitura lo que tocaba la orquesta. Siempre decía que su arte era 90% transpiración y 10% inspiración".
La obstinación y la convicción con la que Piazzolla edificó su propia carrera es equiparable a las que tuvieron míticos artistas de otros géneros como Bob Dylan o David Bowie, dos nítidos inventores de su propia leyenda.
Nueva York, donde vivió en total 17 años (toda su infancia y luego un retorno de tres años en la adultez que terminó siendo muy frustrante), fue su ciudad favorita: allí vivió las aventuras de una familia que fabricaba y contrabandeaba whisky en los años de la Ley Seca y practicó boxeo siendo apenas un niño, motivado por un padre (el Nonino que después hizo famoso con uno de sus temas más emblemáticos) que le aconsejaba "pegar siempre primero", una recomendación que claramente determinó su temperamento. Uno de los hallazgos de la película de Rosenfeld es, de hecho, el audio que registra una virulenta discusión entre Piazzolla y un periodista radial que había osado criticar a uno de sus Octetos, finalizada por el músico con una amenaza explícita de molerlo a trompadas.
"Tenía un carácter especial, está claro –dice Daniel, instalado hoy, como todos los inviernos desde hace ya unos cuantos años, en una casa de Villa La Angostura–. Cuando decidió disolver el Octeto en el que yo tocaba para volver a armar un Quinteto, le dije que era un paso atrás. Me dejó de hablar y de ver diez años. Si hubiera sospechado esa reacción, me hubiera callado la boca". Piazzolla tuvo problemas incluso con artistas que admiraba. El caso más patente fue el de Aníbal Troilo, con quien de joven deseó fervorosamente tocar (más allá de que Pichuco siempre le reprochaba su afición por cargar su estilo con demasiados "firuletes") y a quien terminó despreciando en una entrevista con la desaparecida revista La Maga: le preguntaron si pensaba que podía tocar como él y contestó: "Si me atan la mano izquierda a la espalda y me rompen tres dedos de la derecha, creo que sí". Su hijo dice hoy que la mayor parte de esos encarnizados enfrentamientos fueron provocados por rumores que acentuaban sus paranoias: "Los conflictos siempre aparecían por cosas que decían terceros –remarca–. Con Troilo, después se arrepintió y se amigó".
HOMBRE DE CARÁCTER Mordaz y provocador, Astor fue escribiendo su propia leyenda a fuerza de bravuconadas: "Hago un tango nuevo, tanto desde el punto de vista armónico como del rítmico. Voy a contramano del chin pun de todos", dice en otra nota que recupera el film de Rosenfeld. "Su carácter era así –subraya el director–. También estuvo distanciado de su hija Diana, aun cuando ella estaba mal anímicamente porque se había tenido que exiliar en México durante la última dictadura militar. Estuvieron distanciados durante años, y parte de la reconciliación tuvo que ver con que ella decidió hacer el libro biográfico de Astor. Quizás se comunicaron mejor para hacer ese libro que de otra manera. Esas charlas que aparecen en la película les sirvieron a los dos para acercarse".
Para el cineasta, uno de los objetivos principales era "hacer una película de Piazzolla por Piazzolla, que sea Astor por él mismo, tratando de hacer valer esa fuerza creativa que indudablemente tenía, más allá de sus contradicciones. A mí me gustan esos matices –añade–. Y valoro mucho su pasión. No es tan fácil encontrar a alguien tan apasionado, tan trabajador. No es casualidad que para la pesca eligiera los tiburones... Y también me interesaba resaltar su perfil de vanguardista. Más que enfocarse en su relación con el tango, la película pinta a un revolucionario de la música".
Esa pasión de la que habla Rosenfeld fue muy estimulada por un padre que en su momento le compró a su pequeño hijo un bandoneón en una casa de remates sin saber demasiado del instrumento. "Tiene el sonido que escucho todas las noches en la radio", dijo el abuelo de Astor cuando el niño lo tocó por primera vez. Muy pronto, Nonino haría los esfuerzos necesarios para que su hijo estudiara con Terig Tucci, un argentino nacido en Balvanera y radicado en Nueva York gracias a un contrato del sello RCA, que fue director de la orquesta que acompañó a Carlos Gardel en las películas que filmó en los Estados Unidos. En una las más famosas, El día que me quieras, actuó Piazzolla cuando era apenas un purrete.
El documental de Rosenfeld incluye la escena en la que Piazzolla aparece como un cándido repartidor de diarios y el relato de una historia muy simpática: "Fui a un asado que Gardel organizó para sus amigos argentinos y uruguayos y toqué unos cuantos tangos –cuenta Piazzolla–. Cuando terminé me dijo Pibe, el fuelle lo tocás fenómeno, pero con los tangos parecés un gallego". Difícil concluir si la anécdota es veraz o no, sobre todo porque Piazzolla estuvo siempre muy atento a edificar con detalle su mitología personal. Con Gardel, todavía hay más: en el documental de Rosenfeld aparece la increíble historia de un gaucho tanguero tallado en madera por Nonino que la familia Piazzolla le obsequió al Zorzal Criollo y que, luego del trágico accidente aéreo de Medellín en el que murió el popular cantor, reapareció chamuscado en un comercio de Nueva York. Piazzolla podría haber subido a ese avión, dado que Gardel lo invitó a sumarse a la gira latinoamericana que estaba por emprender, pero Nonino consideró que a los 13 años lo mejor era que su hijo se dedicara a los estudios. "No importa tanto si esas historias que tienen que ver con el destino son verdaderas o pura mitología –sostiene Rosenfeld–. El mero hecho de ser bien narradas ya las convierte en muy interesantes, como los cuentos que se narran entre marineros. El destino se va cruzando de maneras muy misteriosas en la vida de Piazzolla".
Fue el destino también el que determinó que el director de Piazzolla, los años del tiburón se cruzara en el MOMA de Nueva York con las fotografías de Saul Leiter, un norteamericano cuya obra captura con precisión y vuelo poético el espíritu de una época de esa ciudad tan cara a los sentimientos del músico argentino. Rosenfeld consiguió el permiso para incluirlas en su película y de paso se enteró de otra casualidad: "Son fotos hechas en los años 50, que coinciden o tienen cierta familiaridad con las filmaciones que Astor hizo en 1956. Te transportan a un mundo con un sentimiento muy especial. Pensé que era imposible conseguirlas, porque el tipo es una especie de Cartier-Bresson americano, pero me autorizaron. Cuando fui a la Fundación Saul Leiter, me enteré de que él vivía a la vuelta de donde vivió Piazzolla, un barrio que además se llama, casualmente, Astor Place".
Nueva York tiene un papel destacado en el documental. Queda claro que es la ciudad donde Piazzolla, que con los años comenzó a venir a Buenos Aires cada vez más espaciadamente y prefirió comprar una casa en Punta del Este (donde, en un ademán puramente catártico, terminó quemando todas sus partituras en el fuego de un asado), se sentía más a gusto. En sus propias palabras: "Tengo a Nueva York metida en la sangre y las entrañas. Todos los grandes compositores que conozco son de Manhattan, y el 50% de mi música tiene que ver con mi vida en esa ciudad. Es la ciudad en la que quiero vivir", dijo alguna vez. Pero lo cierto es que, al margen del largo y crucial período de su infancia, la Gran Manzana fue bastante hostil con su música y lo obligó, luego de tres años de esfuerzos infructuosos por instalarse para desarrollar su carrera allí, a regresar a Buenos Aires, donde finalmente armó el Quinteto, su formación más celebrada.
Para pagar los pasajes de toda la familia, Piazzolla vendió los derechos de Adiós Nonino. "Es un tema con el que tengo una relación de amor/odio –dijo años más tarde–. Lo compuse pensando en mi viejo, a quien quise muchísimo, pero también me recuerda todo el tiempo que tuve que irme de Nueva York, donde soñaba con quedarme".
Manhattan fue siempre el lugar para Piazzolla. Lo confirma su propio hijo, Daniel: "Hizo ahí la escuela primaria y secundaria, tuvo muchos amigos, incluso fue parte de alguna gang (pandilla) barrial, algo que contaba con cierto orgullo. Buenos Aires es una ciudad que amó y extrañó, como lo refleja buena parte de su música. Pero no quería vivir acá. Y en París, donde vivió sus últimos veinte años, antes de enfermarse y vivir una última etapa que fue un calvario en la Argentina (Piazzolla quedó con medio cuerpo paralizado, sordo de un oído y ciego de un ojo), encontró el reconocimiento que tanto buscaba y le fue algo esquivo en las otras dos ciudades. Tenía un departamentito muy simpático ahí, un búnker que era su centro de operaciones para las giras europeas, que eran de cerca de 200 conciertos por año".
Una de las virtudes de Piazzolla, los años del tiburón es reflejar con rigor y minuciosidad la enorme dimensión de Astor como músico: el audaz que logró sumarle al discurso del tango que más valoraba (Troilo, De Caro, Pugliese) la influencia de Stravinsky, Ravel y el hard bop, el discípulo avanzado de la prestigiosa Nadia Boulanger (a quien definió como "una gran maestra pero también una torturadora", por su nivel de exigencia), el socio del gran saxofonista neoyorquino Gerry Mulligan, el explorador que en su etapa italiana de los 70 logró con su Conjunto Electrónico –bandoneón, piano eléctrico o acústico, órgano, guitarra, bajo eléctrico, batería, sintetizador y violín (reemplazado luego por flauta traversa o saxo)– que su hijo Daniel pensara en una referencia tan inesperada como Quincy Jones.
Como bien sintetiza la contratapa de El Mal Entendido, un apasionante libro de Diego Fischerman y Abel Gilbert que la familia Piazzolla nunca vio con buenos ojos, "el nombre de Astor Piazzolla fue durante décadas sinónimo de repudio y/o devoción, de polémica y jerarquía, todo al mismo tiempo. Su llegada a la escena porteña marca un antes y un después, y como sucede con todo artista impar, que altera una tradición se lanza a un rumbo por entonces desconocido, la matriz de su arte es cualquier cosa menos simple. De su personalidad puede decirse lo mismo".
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