En su cumpleaños número 25, a bordo del avión que lo llevaba a vivir a Europa, su relación llegó a su fin; voló acompañado, pero solo, hacia un destino inesperado y brillante.
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En la víspera de su cumpleaños número 25, Luciano Bibiloni llegó a Ezeiza para dejar Argentina atrás. Lo acompañaba su novia, con quien ya había compartido unas cuantas aventuras en otras tierras, aunque siempre con fecha de regreso. Esta vez sería diferente, esta vez se iban a vivir a Europa y no sabían si iban a regresar.
Envuelto en una atmósfera de adrenalina y ansiedad, las voces de los acompañantes y los viajantes se confundían con los anuncios de las partidas. Para el joven, sin embargo, las palabras más confusas fueron aquellas que salieron de la boca de su novia, antes de abordar: “Cuando lleguemos a París no quiero que estemos más juntos”.
Fue un cumpleaños extraño. Allí, mientras atravesaba el Atlántico acompañado, Luciano comprendió que estaba solo: “Llegaría a una ciudad sin conocer la lengua, sin trabajo, sin hogar, sin familia, sin amigos, sin dinero - porque el corralito bancario me había bloqueado el acceso a mis magros ahorros destinados a aguantar en un comienzo- y sin amor”.
Aquel largo viaje en avión fue inolvidable, un puente, una transición extrema hacia una nueva vida. Allí, mientras el joven músico imaginaba el océano bajo el tubo metálico y un futuro incierto, las emociones de los últimos meses se agolparon con toda su rareza.
“Las semanas antes de partir definitivamente, si es que se puede decir que hay algo definitivo en este mundo, fueron como las de un sueño. Las personas a mi alrededor no parecían las mismas, aunque sus rostros eran los correctos. Mis sensaciones en los lugares de todos los días eran nuevas, a pesar de haberlos ocupado o recorrido infinitas veces: mi casa, mi ciudad, la universidad, las casas de mis amigos, los negocios”.
Europa a prueba: “La viveza criolla de muchos argentinos que me precedieron fue un obstáculo”
Antes del viaje “definitivo”, Luciano ya había estado en Europa, más precisamente en mayo de aquel mismo año, el 2001. Tras recibirse de profesor de música en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Nacional de La Plata, decidió, junto a su pareja de entonces, viajar al viejo continente para explorar sus posibilidades futuras.
Primero fue el turno de Madrid, una ciudad que Luciano no halló lo suficientemente diferente a Buenos Aires: “Al menos de la Buenos Aires de aquellos años, con su gente que viene y va, la vida nocturna, la misma lengua, aunque otros códigos, no necesariamente acogedores. Como allí estuve en contacto cotidiano con amigos argentinos que estaban `haciéndose la Europa´, me faltó la novedad que buscaba”, asegura.
Luego llegó Barcelona. La ciudad catalana amaneció más europea, pero hermética. Buscaron instalarse, querían vivir la vida cotidiana y bucear en sus posibilidades laborales, pero las barreras fueron más rígidas de lo esperado: “La viveza criolla de muchos argentinos que me precedieron fue un obstáculo para alquilar un departamento, conseguir trabajo e incluso a la hora de hacer trámites”.
Finalmente llegaron a Toulouse, al sur de Francia, donde se hospedaron en la casa de unos conocidos que pronto se transformaron en entrañables amigos: “La lengua francesa me encantó. Ir a comprar pan, une baguette, lo vivía como una excursión. Lo cotidiano me entusiasmaba y la idea de trabajar en la música en Francia, aún más”.
“Unos amigos músicos que vivían en París nos recomendaron instalarnos allí. Pero instalarse en Francia a largo plazo implicaba muchos trámites que solo podían ser realizados en el país de origen. Volvimos a la Argentina dispuestos a encarar un laborioso proceso administrativo que nos permitiera vivir en París”.
De regreso en Buenos Aires, el entorno de Luciano reaccionó de maneras diversas ante su decisión de vivir en Francia: sus padres no estuvieron de acuerdo, sus hermanos no estaban convencidos, sus primos y tíos reaccionaron con sorpresa, y sus amigos con intriga: “Pero mi novia y yo estábamos decididos a aventurarnos en esa experiencia. Nos decíamos que hay un momento y una edad más favorable para intentarlo”.
Lo intentaron, aunque cada uno por su lado.
Francia, sin francés: “De a poco me hice mi lugar como ciudadano del mundo”
Francia emergió tan fascinante como la recordaba. La intensidad inevitable de un nuevo comienzo ayudó a menguar los sinsabores de la ruptura, así como aquella soledad que en el avión había aparecido intimidante. De a poco, gracias a un pequeño empleo como director de un coro en las afueras de París, Luciano comenzó a familiarizarse con el entorno y su gente. Aún no hablaba francés, pero aquel obstáculo no le impidió obtener un segundo empleo a los pocos días, como violinista en una orquesta clásica: “Apenas entendía lo que los directores decían”.
Con el paso de los meses, las clases de francés propuestas por la municipalidad de París le permitió familiarizarse con el idioma y abrirse a otras culturas y personas: “Amigos de amigos en Argentina, se convirtieron en amigos míos y gradualmente me hice mi lugar como músico, como ciudadano del mundo, pero también como francés, algo que en el 2010 se afianzó aún más, al naturalizarme”.
Vivir en Estrasburgo, donde se cruzan las tradiciones y se fomenta la cultura
Estrasburgo surgió en el mapa cierto día que llegó de gira con un coro de niños y jóvenes que dirigía cuando ya se había mudado a Toulouse. Nunca había estado en aquel “burgo del camino”, pero sabía que era una ciudad conocida para estar “de paso”, tal como le sucedió a Luciano en aquella mañana del 2012.
A su alrededor descubrió el clima clásico germano, a pesar de estar del lado francés del Rin: la primavera atravesaba sus últimos días, pero aún todo se sentía fresco y se veía gris. Sin embargo, la atmósfera cultural lo cautivó de maneras profundas.
“Cuando unos meses más tarde me establecí allí pude ver la gran paleta de colores que implica el clima continental estrasburgués: muy caluroso durante el verano, seco, y muy frío en invierno, con o sin nieve, pero casi siempre sin sol”, dice con una sonrisa.
“En esta región de Francia, llamada Alsacia, se cruzan muchas tradiciones: la tradición alsaciana, otras tradiciones francesas, alemanas y, en Estrasburgo en particular, hay un aire cosmopolita por estar en el cruce de rutas importantes y por acoger el Parlamento Europeo, una universidad de muy buen nivel, una oferta turística rica, y mucho más”.
Para ese entonces, más de diez años habían pasado desde su partida y, sin esperarlo, Estrasburgo se transformó en su nueva tierra, un hogar cuya comunidad le dio la bienvenida con los brazos abiertos, al descubrir en Luciano a un amante de la música con propósitos comunitarios y a hombre de buen comer: “Esto último es un punto de contacto con la cultura argentina: tomarse su tiempo y preparar bien los platos”.
“La calidad de vida en Estrasburgo es muy agradable. Los salarios son correctos y el costo de la vida un poco más bajo en proporción a otras grandes ciudades. Uno de los puntos negativos es la contaminación ambiental, consecuencia del transporte, la industria y la agricultura locales, cuyo `aire´ se estanca en la región. Los estrasburgueses están cada vez más convencidos del problema ambiental y por ello las últimas elecciones locales fueron ganadas por el partido ecologista”.
Un municipio que reserva 20 % para la cultura, un desafío y un gran reconocimiento a un músico argentino
La oportunidad de vivir en Estrasburgo había surgido gracias a su trabajo, pero las oportunidades futuras que le brindó la ciudad excedieron sus expectativas. Al cabo de poco tiempo, Luciano descubrió que el municipio reservaba el 20 % de su presupuesto a la cultura. Resultaba evidente que los habitantes de Alsacia, pero en especial los de Estrasburgo, eran muy afines al mundo de las artes.
“Los proyectos artísticos que intentaba desarrollar en París o en Toulouse, necesitaban esfuerzos sobrehumanos para poder realizarse, teniendo que reducir los objetivos para poder llevarlos a cabo. En Estrasburgo, al contrario, habiendo entrado por la `puerta´ de la Ópera Nacional, mis interlocutores estaban dispuestos a darles una oportunidad a mis propuestas”, explica el argentino.
Fue así que, a partir de 2014, Luciano puso en marcha su proyecto más ambicioso y participativo. Fundó la Orquesta del Rin, donde diferentes tipos de públicos se encuentran para construir un concierto o un espectáculo de alto vuelo: “Cada temporada niños, jóvenes, adultos, jubilados se reúnen, así como profesionales de alto nivel, amateurs con mucha experiencia, debutantes, etc. Cada año vamos por más, para preservar el espíritu de aventura y no sentir que el éxito está garantizado, ya que nunca lo está”.
Luciano comenzó con El Mesías, de Händel y luego le siguió la ópera Carmen, con casi mil cantantes en una de las salas más grandes de Europa: el Zénith de Estrasburgo. En 2019 presentó “Coros de película”, que alojó a más de cuatro mil personas en la sala.
“El 2020 nos sorprendió con la pandemia mientras preparábamos la obra `Los arcángeles´ del compositor argentino, Gerardo Di Giusto, con textos de Luis Rigou, ambos residentes en Francia”, revela Luciano.
“La pandemia nos tomó por sorpresa, y apostamos a una nueva composición de Gerardo, el oratorio ecológico El Colibrí. Así fue cómo de 2020 a 2021 pasamos de casi 1500 cantantes a menos de 500. ¡La música coral no estuvo muy bien vista últimamente! Sin embargo, el concierto fue un momento de gracia artística y espiritual extraordinario”.
Tras años de esfuerzo y dedicación, el Ministerio de Cultura de Francia le otorgó al argentino la distinción de Caballero de la Orden de las Artes y de las Letras en 2021: “Creo que aprecian el proyecto porque, más que algo artístico, se convirtió en un proyecto casi cívico”.
Volver y unir mundos: “Aprendí que no debo venir más de dos semanas de vacaciones a la Argentina”
Para Luciano, volver a la Argentina es un shock. La primera vez fue el más fuerte, hacía tan solo nueve meses que había dejado el país y durante su visita tomó clases, y no pudo evitar organizar algún pequeño concierto mientras se reencontraba con amigos y colegas, con quienes comenzó a hablar de trabajo y proyectos.
“Me descolocó tener hogares diferentes: un hogar de corazón y otro ligado a mi desarrollo futuro. A partir de aquel suceso aprendí que no debo venir más de dos semanas de vacaciones a la Argentina: más tiempo revuelven las emociones y confunden”.
“Cada regreso es una fiesta casi continua: la familia, las amistades, redescubrir viejos lugares que cambiaron o no, descubrir nuevos lugares, y la comida... De visita en Argentina el tiempo en la mesa es mucho más largo”, continúa Luciano entre risas.
“Desde hace más de dos años que no puedo ir a ver a mi gente en Argentina, con lo cual aguardo con ansias la gira con el coro de la Ópera del Rin, programada para el mes de abril de 2022. Será una nueva ocasión para hacer que mis dos mundos, argentino y francés, se encuentren de nuevo”.
Enriquecerse con las diferencias: “El que piensa diferente nos molesta, porque nos retrasa o porque nos desestabiliza”
Casi veintiún años pasaron desde que Luciano dejó la Argentina. Jamás olvidará su cumpleaños número 25, a bordo de un avión que lo halló en una soledad inesperada, y que lo llevaría hacia una nueva vida. Lo que pronto pareció ser un viaje hacia un futuro desamorado, se transformó en un camino de autodescubrimiento.
Hoy, con 45, sus días contienen amor, amistad, desafíos y mucha, pero mucha música. Cualquier jornada típica en Estrasburgo comienza con muchos correos electrónicos por responder, luego llegan las reuniones laborales de producción artística y, cada vez que puede, alterna el estudio de obras musicales con deporte. El almuerzo puede ser de trabajo, en pareja o con amigos, y las tardes suelen ser de reuniones y ensayos con coros u orquestas.
“Y todas las veces que puedo, asisto a espectáculos como espectador”, agrega. “Mi experiencia de vida me trajo muchos aprendizajes que continúan cada día. Aprendo a trabajar con la gente, a escuchar, a ser paciente, a ver las cosas desde el punto de vista del que piensa diferente, a guardar el entusiasmo, a sonreír, a hacer que la simpleza sea mi objetivo”.
“Últimamente, los proyectos multitudinarios que llevo a cabo me han enseñado a ver la `diferencia´ con el otro como una riqueza para mí mismo. No es fácil: muchas veces nos gusta estar solo con gente que piensa como nosotros, que nos entiende porque comparten nuestra manera de ser. El que piensa diferente nos molesta, porque nos retrasa o porque nos desestabiliza. Pero esa diferencia es mucho más enriquecedora que la falta de confrontación de ideas y opiniones. Todo es cuestión de equilibrio, tanto en la música como en la vida misma. Qué triste sería si fuéramos todos idénticos...”, concluye.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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