Volvemos a la casa de la directora de Living para descubrir la trama con la que, día a día, teje el desafío de vivirla con alegría. Como ustedes, y como todos los dueños de los hogares que en tantos años les mostramos.
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“Waffles (o cualquier cosa rica). El accesorio que levanta cualquier domingo de invierno. Me sorprende la absurda alegría infantil que me sigue despertando ‘algo rico’. Espero me acompañe toda la vida”. Esto comparte Mariana en un posteo de Instagram que la pinta de cuerpo entero: su alegría ante lo pequeño, la capacidad de llevar a la vida lo posible sin frustrarse por lo imposible, el gusto por compartir y convidar. Y ese absurdo humor austríaco que hay que padecer para poder comprender.
Bienvenidos
-¿De dónde viene el humor de tus editoriales? Por no hablar del poder de observación.
–Al principio eran una enumeración de temas; después, Mecu [Mercedes Lombardo, jefa de Producción] me sugirió hacerlas más personales, y me apoyé en mi papá, que escribe. Hasta que me di cuenta de que no estaba diciendo lo que quería, ni del modo en que lo hubiera dicho. Entonces me lancé a mechar anécdotas, muchas atadas a los temas especiales de cada edición. En cuanto a la observación, mi padre es sociólogo, y algo de esa visión se filtraba inevitablemente en las conversaciones familiares. Pero si encima sos chica y te mudás de país tantas veces como yo [nació en la Argentina, pero entre los 3 y los 20 vivió en Alemania, Paraguay, Uruguay y Perú], tenés que estar alerta para interpretar rápidamente las diferencias y adaptarte. El gusto por el absurdo me parece que viene de mi lado austríaco, por más que yo pueda parecer seria en un primer momento. Los austríacos son el chiste de los alemanes. Gente entre pueblerina, rara y medio subversiva. De ahí sale una manera de ver las cosas que te saca de la rigidez.
La cortina de Miranda Green con hojas de fieltro aplicadas es de un espacio que hizo para Estilo Pilar. "La guardé durante años, tenía el tamaño justo para esta ventana, y quedó".
“Armé la mesa ratona con un postigo sobre patas cortadas de una mesa de carpintero; restos de obra que nadie quería. Me encanta la idea de devolverles vida a los objetos viejos. Para mí tiene la categoría de una victoria personal”.
–Hablás con frecuencia de darles a los chicos un entorno sencillo pero estético.
–Muchas veces me preguntan: "¿Te pesó vivir en tantos lugares distintos?". Y la verdad es que, a mí, no me pesó. Porque si bien el contexto grande iba cambiando, el núcleo se reiteraba como algo agradable, de ahí la importancia que le doy. Llegábamos, y a la semana la casa o el departamento estaban armados; no estaban los cuadros dando vueltas durante meses. Y tampoco es que mis padres salieran a comprar muebles: se redistribuía lo que teníamos. Y claro, siempre estaba mi mamá dando esa sensación de hogar.
"Estas cerámicas verde celadón son de los objetos que más quiero. Las compramos en nuestra luna de miel en Tailandia. Yo hubiera traído una, pero Pedro, que es mucho más expansivo, quiso traer 20. No sé cómo, pero llegaron dos meses después sin romperse. Y estoy feliz: una sola no hubiera sido lo mismo. Tengo una relación bipolar con Marie Kondo".
Cómo lo hice
–¿Cómo llegaste hasta acá?
–Puede sonar obvio, pero se construye al construir. Ojo, que estoy con Pedro desde hace 25 años, y esta es nuestra casa desde hace 11, la primera que hicimos de cero. Imaginate: dos arquitectos con el sueño de hacer su propia casa. Y chocamos, claro. En la facultad teníamos un grupo de amigos y llamamos a uno de ellos, Juan González Calderón, para que viniera a hacer de mediador. Dibujó una línea en nuestro plano, y de pronto entró lo que los dos queríamos. No sentí que tuviera que renunciar a nada con esa movida. Pero bueno, respetábamos su opinión y estábamos dispuestos a escucharlo. Fue como una terapia con alguien que te organiza. La mirada de un otro que valorás, suma.
“Mi papá hizo la mesa del comedor con tablones de un pino Douglas que su padre plantó junto a la cabaña que él mismo levantó en el Sur, y a la que seguimos yendo. Es muy significativa para mí; no es ‘una mesa’. Acá estudian ahora nuestros hijos, Félix y Emilia. El trabajo manual es muy de mi familia; construir, arreglar son conceptos muy centroeuropeos. Tanto mi hermano como yo tenemos ese espíritu práctico y laborioso”.
–¿Tu casa se parece un poco a tu sueño, aunque no tenga la formita que le dabas a los 16?
–Sí, se fue armando en función de mi sueño. Yo me nutrí tanto de revistas de decoración (que en casa siempre había) como del modo de mi mamá en armar las casas y las mesas: sin nada espectacular, pero siempre con mucho cariño. Nunca me imaginé en una mansión ni nada disparatado, pero sí en una casa linda, como proyecto. Probablemente por eso estudié Arquitectura. Iba a estudiar Traductorado de Alemán, pero por suerte hice un test vocacional y el psicólogo me dijo algo invalorable: "Tenés que elegir una carrera pensando en cómo querés vivir la vida". Y el estilo de vida de un traductor, la diaria, no me gustaba. Entonces, aunque les tenía miedo a las matemáticas, me gustaba dibujar, lo manual, el interiorismo, la historia del arte, el trabajo en equipo. Todo confluyó y tapó el cuco de las matemáticas.
–¿El concepto de equipo lo descubriste ahí?
–Sí, toda la carrera es así. Para mí trabajar en Living tiene que ver con el disfrute de trabajar en equipo.
"Proyectamos la galería con la pérgola alta, ya imaginando que tuviera una glicina, para una sensación fresca de techo verde. Lo preferimos toda la vida antes que techarla, aunque no podamos sentarnos ahí un día de lluvia".
–¿Cómo empezaste a trabajar?
–En el estudio de Ana Azzano, que se dedicaba a casas e interiorismo. Estaba feliz con el cambio de escala después de haber dibujado tantos museos, hospitales y aeropuertos en la facultad. Entonces, cuando Mercedes Marques me propuso hacer Living, me sentí atraída por el concepto. En ese momento, la decoración estaba dominada por los dueños del gusto, por la figura determinante del decorador, y la revista vino a democratizar la cosa.
21 años en Living
–¿Qué relación fuiste armando con la gente?
–Me parece que muchas personas se sienten identificadas con lo que hacemos porque se desmitifica un poco eso de que hay alguien superior dictando cómo tienen que verse los interiores. Lo que ven es a alguien que tiene las mismas vicisitudes en la vida, las mismas dudas.
–Y entonces, ¿qué te pasa ahora cuando alguien te dice: "Ah, tal casa es re Living". ¿Sentís que la revista dejó de ser lo que fue en un principio para ponerse en el lugar de "referente inalcanzable"?
–No, a mí no me aleja que alguien diga de una casa que es una "casa Living". Yo lo vivo como un indicador de que ahí se pone energía, mucho foco, cabeza y corazón en los detalles, que tiene mucha vida. Cuando pienso en Living, pienso en Ikea, en Zara. Esas marcas en las que hay algo para todos. Es más, las casas que a mí más me tiran para mirar son esas chiquitas en las que está todo pensado: el lugar de guardado, la solución ingeniosa.
"La cocina no tiene grandes muebles ni materiales. La mesada es de melamina. Cuando la pusimos, pensamos: ‘Algún día la cambiaremos’, pero lo cierto es que funciona. También dijimos: ‘En algún momento, les pondremos puertas a los muebles’, y pusimos canastos".
"Esta mesa Tulip, que antes teníamos como de comedor principal, era de la abuela uruguaya de Pedro. Descubrí lo genial de las mesas redondas con el uso. Es la forma ideal para que no haya cabecera. Además, si se sienta un número impar de personas, no incomoda, como pasa en las rectangulares".
En la mesa baja, una frutera de diseño que vino apiñada en una valija desde Copenhague, lo único que se trajo del viaje que hicimos para el dossier Tendencia 2015. Además de un anillo que, hasta el día de hoy, le admiro por el ojo.
–En nuestro 21º aniversario, ¿qué destacás como los logros fundamentales de Living?
–La constancia en transmitir mensajes que después se naturalizan. Por empezar, mostrar a la gente y su casa, no solo una casa, sin necesidad de que los dueños sean celebridades. Después, revalorizar los pocos metros. Antes, chiquito era casi sinónimo de feo. Ahora están súper instalados los pocos metros con diseño. Crear una sección como "Tres vecinos", que hace hincapié en que lo fundamental es la personalidad de cada uno al crear los espacios. También, darles gran despliegue a lascocinas, incluso con dossiers especiales. Hace 20 años, las revistas de decoración casi no sacaban cocinas, se consideraban mayormente un sector de servicio. Y nosotros decíamos que sí. Hoy parece obvio, pero bueno, es obvio porque se fue construyendo.
Recibir en casa
"El objetivo es salir del piloto automático: solemos cambiar el menú, pero casi siempre ponemos la misma mesa", decía Mariana a propósito de esta producción que hizo en su jardín para el especial Recibir en Casa 2019.
"Los celestes me encantan. Es algo que reafirmé cuando estuvimos con Donna Hay en Australia. Me gustó lo que dijo sobre este color de la inmensidad, del cielo y del mar: que pega bien con el marrón, ese color que siempre está en las casas, sea a través de la madera y o de tantas comidas".
"De la casa de mis padres, me quedó a fuego que, cuando hay visitas, se cocina mucho. Digamos que la cosa siempre está entre el festín y el desborde. Yo hago lo mismo, es más fuerte que yo. Ni al final de la noche ni al final de mi vida quiero estar parada pensando: ‘Me quedé corta’".
Una entrada de revista
"Al ser ancho y medio transparente, el pasillo te deja disfrutar de toda la casa. Parece espacio desaprovechado porque es grande, pero la verdad es que estamos siempre subiendo, bajando, circulando por ahí. Y es una lindísima bienvenida".
"Todo el piso es de cemento alisado. Me pareció genial tener una base blanca, a la que encima le podés pasar un trapo y listo. El único ambiente con piso de madera es el living, para distinguirlo".
Planta alta
"Cuando viví en Paraguay, mi madre puso en mi cuarto una manta amarilla típica y le agregó unas cortinas del mismo tono. Ahí pasé una etapa muy feliz de mi vida. Me quedó como un color alegre que luego volqué naturalmente a mi casa".
"Creo que hay una intriga en saber cómo es la casa de la directora de Living. También sé que la expectativa puede ser otra, pero mi casa es normal, no tiene nada de extraño ni estrambótico. A mí me gusta. No todos los espacios están como quisiera, pero me gusta".
40 m2 y objetos inútiles
“Cuando me casé, nos regalaron un perro de cemento tamaño natural. Al instante de recibirlo, supe que no había lugar para él. Después de la feliz ceremonia y la luna de miel, llegó el momento de cambiar algunos regalos (el perro, al tope de la lista). Partimos a un muy coqueto negocio de la calle Posadas: el perro se quedó en el auto con mi flamante marido, dando vueltas hasta que yo cerrara el trámite. Miré a mi alrededor: ostras enormes, columnas... y más perros. El vendedor, entre sorprendido y ofendido, quiso hacerme entrar en razón: “Pero ¡si es ideal para el hall!”. Y yo: “Nos mudamos a 40m: se entra directo al living”. Viendo que no iba a llegar a buen puerto y que no había nada tentador en ese lugar ni para nuestro departamento ni para nuestra vida, me fui. Tras una breve discusión marital, nos volvimos. Con el perro. Lo ubicamos en un rinconcito del mini balcón. Cada nuevo invitado que se asomaba se pegaba un buen susto, lo que inevitablemente me hacía reír. Esperar secretamente la reacción de la gente al salir pronto se convirtió en una diversión. ¡Ahí estaba la utilidad del perro! Muchos años y cuatro mudanzas después, mi perro sigue sorprendiendo a los desprevenidos, ahora agazapado entre las plantas”. Mariana Kratochwil, extracto del editorial de Living 76, diciembre 2011.
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