A los 77, Tito Gossio enfrenta una empresa titánica: devolverle el esplendor a su pueblo natal
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Angel “Tito” Gossio tiene 77 años. Es “nacido y criado” en Hucal, la localidad que funcionó como puerta de entrada del ferrocarril a La Pampa. A sus 12 años, cuando terminó la escuela primaria, se radicó en Santa Rosa para continuar sus estudios. Tras medio siglo de ausencia, en 2010 decidió regresar para reencontrarse con su raíces.
El primer impacto fue demoledor. Tito lo evoca con tristeza, como si hubiese sido ayer: “El pueblo floreciente que me había visto crecer estaba desmantelado, totalmente destruido producto del cierre del ferrocarril, el mismo que le dio vida a fines de 1800. Además, lo había arrasado la delincuencia. Me invadió una desazón muy grande. Ya no había galpones repletos de cereales, talleres, locomotoras ni gente que iba y venía... Apenas quedaban apenas tres habitantes y una imagen desoladora. Ese mismo día me juré que iba a hacer algo para sacarlo de semejante depresión, pero tenía a todo el mundo en contra. Me decían que estaba loco”, repasa, en diálogo con La Nación, este viudo, hijo de un ferroviario y uno de los cuatro pobladores que resisten en el lugar, todos jubilados.
Desde el aire, Hucal se descubre como un trazado irregular de calles de tierra con grandes edificaciones, galpones monumentales y una gran variedad de viviendas. En el barrio de los ferroviarios, por ejemplo, se conservan 22 casas. De los dos hoteles que supo tener el pueblo en sus años dorados, sólo uno queda en pie, con seis habitaciones, aunque no está abierto al turismo aún. Allí vive un matrimonio de jubilados. Es imposible encontrar rastro del Club Atlético Hucal, no quedó nada, sólo el recuerdo de aquellos que disfrutaron de su fantástica pileta de natación.
Estación Hucal fue, durante algunos años, “punta de riel”. El final de la vía. El plato giratorio sobre el que se montaban las locomotoras para “darlas vuelta” y ubicarlas otra vez en dirección a Bahía Blanca, se mantiene prácticamente intacto: “Es una joya de la ingeniería, todavía se puede mover con una sola mano”, dicen lo que han visitado. El cierre del ferrocarril no tuvo que ver con las privatizaciones de los 90: el último tren de pasajeros pasó en 1976 mientras que el último de carga se detuvo en Hucal en 1981. Entonces comenzó el éxodo, La gente comenzó a irse, hasta quedar prácticamente abandonado. Se convirtió, literalmente, en un pueblo fantasma.
Continúa Tito: “Tan loco no estaba. Un año después de mi regreso, en 2011 y gracias a la gente que se unió a esta causa, fundamos una asociación denominada ‘Hucal Despierta’ que nos abrió un mundo de posibilidades. Es imposible pensar que vuelva a ser lo que era, pero logramos muchísimo: recuperar la historia a través de un trabajo a pulmón. Pasamos de ser un lugar donde solo quedaban despojos a incorporar una opción de ferro-turismo experimental con una zorra modificada para tal fin y hasta firmamos un convenio con la Universidad Nacional de La Pampa para que estudiantes de Historia, Geografía y Turismo realicen tesis e investigaciones en base al pasado de estas tierras”, señala y aclara que sus visitas guiadas, de algo más de dos horas, dejan a los turistas sorprendidos.
Tito defiende a Hucal como una trinchera y enumera sus particularidades con una pasión que asombra. Conoce su historia de memoria. Cuenta que las tierras pertenecían a los Cambaceres-Alvear y que, por sus vínculos con el gobierno, se fundó aquí el primer lugar de La Pampa donde llegó el tren en 1891. La estancia legó a tener 80 mil hectáreas.
Se convirtió en un polo de gran relevancia. Desde Hucal partían todos los cereales de la región rumbo a los puertos de Bahía Blanca y Buenos Aires. La estación, de dos trochas, alcanzó tanto tráfico que los galpones no daban abasto. Los guardas tenían su barrio de vivienda y el trabajo abundaba. A esto deben sumarse los servicios de pasajeros, cargas generales, lanas, cueros, leña y formaciones con minerales que iban rumbo al sur.
Pero no todo quedaba allí.
Hucal toma su nombre de la estancia vecina cuyos dueños cedieron tierras para la creación de la estación de ferrocarril. El origen está asociado al vocablo mapuche “ucaln”, cuyo significado más probable se refiere a “lugar apartado de camino principal”. Continúa Tito: “La familia propietaria de estas tierras construyó lo que sería el primer establecimiento rural de La Pampa, una lujosa estancia de estilo clásico con su respectiva iglesia que hoy luce intacta y está en manos de sus segundos dueños, los Bencich, ligados a las cúpulas más icónicas de la city porteña. Además de su afamada capilla, posee un importantísimo casco principal con salas amplias y baños en suite, algo novedoso para esa época, y mobiliario europeo de estilo, todo de gran calidad y en su estado original. Tiene incluso un chalet de estilo inglés para la administración. La capilla San Diego, bendecida por el Padre Buodo, posee un gran valor patrimonial con su estilo gótico y detalles de extrema exquisitez, un altar de mármol de Carrara, incrustaciones de verde alpe y una cruz de altar con dos ángeles de custodia y tres velas de altar a cada lado. Todos sus vitraux son originales”.
-¿Cómo era vivir en Hucal, Tito?
-Maravilloso. El club era furor y referente en toda la región. Tenía una pileta, construida en los años 40, donde cada verano asistía la población de toda la zona sur y era mantenida ad honorem por los lugareños. La actividad agropecuaria de la zona de influencia se veía claramente reflejada en el tráfico despachado desde sus instalaciones. El hecho de que, en un principio, no contara con galpón de cereales y sí con corrales y manga para carga de animales, habla a las claras de la forma de producción que predominaba en la zona. La estación recibía hacienda para engorde o invernada proveniente de otros sitios con climas desfavorables. Entre 1940 y 1941 se recepcionaron por tren 7.586 animales. El movimiento era incesante, había más de mil habitantes. De todos modos, la hacienda sigue siendo la producción principal. La vieja estancia, administrada por los sucesores de Bencich, sigue produciendo Aberdeen Angus.
-¿Cómo empezó su lucha por reactivar aquella época de oro?
-Lo primero que intenté hacer fue rodearme de personas que sintieran el mismo amor por el lugar. Así en 2011 se fundó la asociación que se encarga de mantener viva la memoria del pueblo y preservar todo aquello que aún puede ser rescatado. Fueron años de esfuerzo y los resultados ya se ven. Contamos con una hermosa cartelería realizada por estudiantes universitarios y estamos luchando por la cesión de dos vagones-vivienda en comodato para los turistas que deseen permanecer en la noche. Este acuerdo se firmó en 2022, seguimos esperando. También estamos recuperando algunas viviendas del barrio de los guardias del ferrocarril, totalmente destruidas. Creo que, de algún modo, me decían que estaba loco porque decidí apostar en mi ocaso desde cero. Espero que algún día el lugar pueda despertar para siempre, pero tenemos que seguir trabajando. Logramos que mucha gente nos visite y que, cada 30 de agosto, cumpleaños de la localidad y Día del Ferrocarril, se reúnan más de 700 personas al aire libre.
-¿Qué otras particularidades hacen que Hucal sea un lugar atractivo?
-Hucal fue sede del único taller del sur del país que reparaba locomotoras a vapor. Había más de 15 máquinas en forma simultánea y funcionaba las 24 horas. Además, se estableció la primera Comandancia al Desierto de nuestra provincia, y todavía se conservan algunas casas hechas con materiales ingleses y pisos de pinotea de gran calidad. Como si fuera poco, en la estancia nació Botafogo, el caballo de la familia Alvear que pasó a ser de Carlos Gardel. Había un criadero de animales para todos los hipódromos de Buenos Aires.
-¿Cómo logró el apoyo para organizar visitas guiadas?
-A través de una idea que transmití al gobierno de La Pampa y tuvo eco. Tienen una duración extensa y la gente se va maravillada. Muchos quieren permanecer más tiempo, pero no tenemos lugar, por eso luchamos por tener esos vagones y desde la asociación procuramos reacondicionar un viejo hotel que cuenta con seis habitaciones. Es una pena que la estancia no abra sus puertas para las visitas porque tiene atractivos muy grandes, como un espectacular parque de carruajes. He tenido varios encontronazos, muchas veces pienso que los escasos habitantes de Hucal les causamos molestia. Pero, como siempre digo, esta movida de reflotar la historia también beneficia a la estancia. El ministro de Gobierno de La Pampa, Pascual Fernández, estuvo hace poco y nos prometió ayuda. Se fue “enloquecido” con el lugar.
-¿Cómo es vivir hoy en Hucal?
-Tiene sus cosas, como las temperaturas rigurosas que alcanzan los 15 a 20 grados bajo cero en invierno y los 47 en verano. Nunca hemos tenido electricidad, me he cansado de pedirla pero no llega. Nos manejamos con pantalla solar y batería, por eso hay que cuidar muchísimo el consumo. Cuando hay días nublados es un problema, nos quedamos a oscuras. El pueblo está desierto pero hay algo que lo mantiene vivo y es la Escuela Nº 118 que nunca cerró sus puertas. En su momento, llegó a tener 50 alumnos. Hoy solo concurren seis chicos provenientes de los campos aledaños.
Una historia de entramados familiares
La profesora de Geografía Daniela Reale, que vive en Santa Rosa, visitó Hucal hace dos años y quedó enamorada del lugar y de su historia. Hoy es una pieza fundamental en la asociación y mano derecha de Tito.
“Me sumé al proyecto mirando al lugar como patrimonio histórico. Fue clave la intervención de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad de La Pampa, se ha logrado mucho, sentimos que Hucal realmente comenzó a despertar”, dice Reale. Tito recibirá en pocos días el certificado de Guía de Sitio Honorario, según añade.
La docente exhibió apuntes de cátedra de la directora de las carreras de Geografía, Historia y Turismo de la Facultad de Ciencias Humanas de la UNLP, Beatriz Dillon, que dan cuenta de interesantes entramados familiares detrás de la estancia y del pueblo.
Dichos apuntes señalan que, en 1890, parte de las 80 mil hectáreas de la estancia perteneciente originalmente a Antonino Cambaceres, fueron cedidas para la construcción de una colonia ferroviaria, vinculada al primer ramal de ferrocarril que se internó en territorio de La Pampa, y se extendiera entre Bahía Blanca y Toay.
En este escenario y en el vasto horizonte pampeano emerge Hucal como un nodo crucial donde convergen los hilos de la producción agrícola-ganadera y la influencia del ferrocarril, dando forma a un paisaje impregnado de historia y dinamismo. Desde la fundación de estos pueblos, el ferrocarril actúa como un catalizador de intereses, concentrando la actividad económica y definiendo la configuración del paisaje.
Más allá de los hechos históricos, la figura de la heredera, Mariana Cambaceres de Alvear, emerge como un símbolo de la poderosa oligarquía terrateniente argentina. Sus decisiones y su estilo de vida extravagante dieron testimonio de una época de opulencia y exceso, pero también de los dramas y contradicciones de una sociedad en transformación.
Lo cierto es que la familia Alvear-Cambaceres derrochaba su fortuna en largas temporadas en París, donde eran reconocidas en los círculos de lujo como parte de la élite argentina. Sin embargo, el despilfarro y la mala administración llevaron a la ruina a esta familia que alguna vez fue sinónimo de opulencia.
Finalmente, al morir Alvear (de quien, según la historia, Mariana había sido amante mientras estaba casada con su primer esposo) decide invertir sus últimos ahorros en la lujosa capilla, a la que dieron en llamar San Diego. Poco después, la familia quedó en la ruina y la estancia terminó en remate y adquirida por Massimiliano Bencich en 1939.
En la estancia Hucal, la economía, el poder y la historia se entrelazan en un complejo tejido que sigue resonando en los páramos pampeanos. A través de sus vicisitudes, se revela una parte fundamental del devenir de Argentina, donde la tierra y el ferrocarril se funden en un relato de progreso y desafíos.
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