Protección al menor en la era streaming: cómo son las nuevas estrategias
Allá lejos y hace tiempo, cuando niños y adolescentes consumían contenido audiovisual a través del televisor familiar ubicado en algún ambiente de uso común (el living o la cocina), los chicos se dividían entre aquellos a los que "los dejaban" ver la telenovela de moda y los que aprovechaban cada merienda en la casa de un amigo para darse un atracón de "contenidos prohibidos". La aparición de Internet, y el hecho de que los chicos muchas veces entendieran su funcionamiento mejor que los adultos, generó en los padres mucha ansiedad: fueron furor herramientas como los filtros parentales, que permitían bloquear en la computadora el acceso a "sitios peligrosos", pero rápidamente quedó claro que eran estrategias insuficientes.
Finalmente, desde que las computadoras dieron paso a los smartphones para consumir contenido en cualquier hora y lugar, la posibilidad de controlar lo que los chicos -en especial, los adolescentes- ven o dejan de ver suena casi imposible.
Como si fuera poco, por supuesto, los productos que más les interesan a los adolescentes son aquellos que tratan temas calientes de la edad: por ejemplo bullying, depresión, suicidio, abuso sexual y drogadicción, como en el caso de la serie 13 Reasons Why. Frente a esta realidad, en la que no hay horarios de protección al menor que valga, y con ocasión de la segunda temporada de esta exitosa serie, que se estrena el 18 de mayo, Netflix difundirá a partir de esa fecha diversos materiales (manuales, videos para guiar la discusión, información de contactos con expertos) dirigidos a padres y chicos sobre cómo pensar ficciones que exploran temas difíciles. Más allá de la tendencia, analizamos en diálogo con especialistas las dificultades de estas conversaciones, el potencial y los límites de este tipo de insumos para el debate.
Puentes de diálogo
La sensación de que los adolescentes viven en un mundo propio que los adultos no terminan de entender no es un fenómeno nuevo: "Desde el boom de la cultura adolescente, es decir, la consolidación de un conjunto de códigos culturales compartidos y la concomitante emergencia de un mercado destinado a los jóvenes en tanto consumidores específicos (y más tardíamente, los niños), que podemos ubicar alrededor de los años 1950-1960, los consumos culturales juveniles son distintos y distantes de las generaciones adultas", explica Marina Larrondo, investigadora Conicet, socióloga y especialista en educación y juventud. Sin embargo, aclara Larrondo, el intento de controlar de forma vigilante esos consumos suele ser entre inútil y perjudicial: "Los padres tienen la ilusión de que controlar lo que los jóvenes hacen en Internet es estar al tanto de lo que hacen, protegerlos de aquello que los amenaza, pero no es tan sencillo. En primer lugar, la intimidad es un derecho que los jóvenes parecen cuidar de un modo muy celoso. Ese es uno de los motivos por los cuales los jóvenes abandonaron Facebook ni bien los adultos lo colonizaron y comenzaron a utilizar otras redes sociales (Snapchat, Instagram). Quienes trabajamos con jóvenes solemos escuchar sus quejas, a veces acompañadas por una fuerte angustia y sensación de injusticia. El control aparece así como ficción en la medida en que por un lado los jóvenes encuentran la manera de huir frente a cualquier espacio donde se sientan violentados y no reconocidos en su intimidad e individualidad".
La psicóloga Ángeles Justo, docente de la UBA y psicóloga de planta en el hospital Rivadavia, coincide en el diagnóstico: "En general se encontró que la prohibición y ese tipo de dispositivos tienden a fracasar, especialmente en adolescentes: de hecho uno podría decir que la prohibición genera fascinación y excitación y convierte a eso que se prohíbe en un objeto de deseo", dice Justo, y cuenta que ya en un historial clínico de Freud se culpaba a una adolescente por leer "cosas prohibidas" y por eso andar con "ideas raras". Ese fantasma, la idea de que los chicos repiten acríticamente lo que leen o miran, es otra concepción común en los adultos que según Larrondo no tiene demasiado asidero: "Creer que una ficción tiene la capacidad de influenciar la conducta efectiva de los adolescentes es subestimar a los jóvenes y a las personas en general. Se dijo lo mismo con los videojuegos: los jóvenes están en condiciones de distinguir lo ficcional de lo real. Parece muy difícil que los jóvenes adquieran conductas destructivas solo por el hecho de mirar una serie".
Sin embargo, esto de ninguna manera implica que los adultos puedan retirarse de sus funciones y dejar a los chicos solos con temas tan complejos: "Se trata de cómo construir conjuntamente legalidades con los padres", dice Justo, "en un diálogo que es y tiene que ser asimétrico entre el hijo y el adulto. Definitivamente no dejaría al niño o adolescente solo con un manual, o solo conversando esos temas en el ámbito escolar, que es un ambiente muy válido: la idea es que se cruce con distintos interlocutores en el camino que ofrezcan distintos puntos de vista". Aunque por cuestiones propias de la etapa parezca que a los adolescentes no les importa en lo más mínimo lo que sus padres piensen, y que acercarse a ellos es imposible, Justo y Larrondo coinciden en que siguen siendo interlocutores valiosos y necesarios para los chicos, y no desde la simetría o el paradigma del "papá amigo". Justamente es gracias a esta particular asimetría, explican, que el adolescente puede aprovechar ese vínculo único.
A su manera, en su idioma
Los materiales que Netflix revelará a partir del 18 de mayo incluyen información sobre síntomas de salud mental, recomendaciones sobre dinámicas para ver la serie (se sugiere, por ejemplo, hacer pausas para charlar en los momentos complicados), ideas para abrir la conversación sobre temas como el abuso sexual y también algunas explicaciones tranquilizadoras para los padres: iniciar una conversación amable y en confianza sobre suicidio, explica uno de los folletos, no "planta" una idea en la cabeza del adolescente ni hace más probable que cometa suicidio. Los materiales están dirigidos a calmar las ansiedades de los padres (más que las de los hijos), y pueden aportar algunas sugerencias interesantes para quienes no sepan cómo empezar estas charlas. Las profesionales consultadas, sin embargo, insisten en que más que el contenido y el material lo importante está en los vínculos. "Más allá de decir que sí o que no, me parece que lo importante es la transmisión que se hace de una generación a otra y de eso se trata la educación: transmitir desde el propio deseo qué vale la pena y qué no, qué cosas angustian, qué cosas dan miedo", piensa Justo.
Larrondo hace hincapié en la cuestión de escucha, antes que en la imposición de un discurso que el adolescente no tenga interés en oír: "No es imposible que los jóvenes escuchen, pero otra cosa es que escuchen cuándo, cómo y del modo en que yo quiero. Como cualquier vínculo, parece ser que lo genuino es el lugar de la escucha, y el vínculo que habilita la escucha, y de nada sirve un manual si el lugar de la confianza, la atención y la protección no se fue construyendo previamente. En todo caso, parece complicado –tal como se ve en 13 Reasons Why con el personaje del chico y sus padres–, controlar, espiar, avanzar sobre la intimidad y luego querer construir un espacio para hablar de ‘temas conflictivos’".
En definitiva, que los adultos estamos muy ansiosos y queremos ‘prevenir’ como sea es también una hipótesis posible. Quizás en ese torbellino de temores y ansiedad nos olvidamos que, como todo vínculo, la confianza se gana y coconstruye: no se exige.
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