Cecilia de la Fournière, creadora de Metamorfosis Arte Floral, nos captura con centros de mesa que exceden lo estrictamente floral y rescatan el encanto de todos los elementos de la naturaleza
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Estadios | Sobre un plato de peltre, y sostenido con alambre de cobre, un manojo de carbón es la base de este armado que alude a la renovación, a ese fuego necesario para que germine la vida. Antiquísimos y resistentes, los tallos de cola de caballo (equisetum) se combinaron con flores de Ornithogalum arabicum enteras y algunos pistilos sin pétalos que descontracturan el todo y anticipan el inevitable paso del tiempo.
Sol de otoño | Un entramado insospechado, hecho con elementos que es más fácil encontrar en la calle antes que en las florerías: raíces de palmera y hojas secas combinadas con flores de palmera –blancas y frescas– usadas como iluminadoras. Orgánico, el florero de gres realizado por Carolina Junio evoca una semilla.
Amplitud térmica | La tensión que genera interés está dada por el contraste entre la cala verde, bien tropical, y aquello que no lo es: la flor de copo de nieve y la rústica piedra blanca, sobre la que se apoya.
Anillos del tiempo | En la base, musgo salpicado con helecho licopodio para darle un toque verde. Arriba, como un rompecabezas de árbol caído, trozos de ciprés patagónico veteados simulan un piso del que emerge la vida, entusiasta.
Cascarón | El musgo sobre esta piedra blanca, recogida del río Manso en la provincia de Río Negro, crea una suerte de rompecabezas en tres dimensiones que se presenta como si se tratara de un huevo prehistórico sobre un nido de líquen (tillandsia).