Profetas de la determinación
Un impactante libro recrea la Expedición Atlantis, la travesía de cinco argentinos que cruzaron el océano Atlántico en una balsa a vela. El autor, Alfredo Barragán, capitán de la tripulación, recuerda aquella aventura épica
Desde 1984, la Expedición Atlantis forma parte del patrimonio mundial de la humanidad, con la marca de autor del capitán Alfredo Barragán, abogado de Dolores, Provincia de Buenos Aires. El cruce del océano Atlántico en 52 días desde la isla de Tenerife (España) hasta La Guaira (Venezuela), a bordo de una balsa de madera junto con cuatro correligionarios, sigue siendo el hito más carismático de sus 28 expediciones por agua, aire, hielo y tierra, que lo posiciona en la actualidad como un profeta de la determinación. “¡Atlantis es un ser vivo!”, dice desde sus ojos casi transparentes. El fundamento está en el libro que sale a la luz 33 años después, con las características colosales de la travesía: pesa 2,5 kg, la textura de la tapa replica la vela de la balsa, la bitácora de viaje está desplegada en detalle con una selección de las 6000 diapositivas y los 5000 ejemplares son de edición y distribución independientes.
Barragán cerró su estudio de Derecho en 2016 y a los 68 años en su foco hay sólo más desafíos. Su día a día está dedicado a transmitir experiencias en colegios, grupos de boy scouts o auditorios de empresas multinacionales en América latina y España, con arengas a la superación humana con las que Diego Simeone podría motivar a sus jugadores en el vestuario de Atlético Madrid. “Estoy convencido de que el imposible no existe. Lejos de ser un aventurero, creo en la planificación, el esfuerzo y la perseverancia. La convicción imprescindible para las grandes luchas se puede construir. Sé cómo se puede propiciar un romance entre el hombre y lo que hace. Me levanto todos los días de un salto con ganas de hacer el doble de lo que hice ayer. No sé lo que es insomnio, no sé lo que es depresión. Cuando algo se pone difícil, me rebela y peleo más fuerte. Todo es fruto de mis vivencias, aprendizajes, reflexiones. Me siento útil hablando de todo eso, el mensaje llega del mismo modo a un intelectual, un empresario industrial o un boy scout de 15 años”.
A diferencia de otros episodios fáctico-espirituales como pueden ser una misión espacial o el accidente de los rugbiers uruguayos en la cordillera de los Andes, la Expedición Atlantis fue una odisea autogenerada. En 1980, Alfredo Barragán pergeñó el proyecto como un modo de demostrar el cruce de tribus africanas a América unos 3500 años antes que Cristóbal Colón. El equipo, de estricto espíritu amateur, se completó con Horacio Giaccaglia (comerciante), Jorge Iriberri (abogado), Daniel Sánchez Magariños (ingeniero agrónomo) y Félix Arrieta (camarógrafo).
A medida que perfeccionaban las técnicas de navegación, buceo y supervivencia, Barragán cruzó información náutica, meteorológica, oceanográfica y física de distintas fuentes y épocas, para avanzar hacia el elemento nuclear: la balsa sin timón ni motor construida con troncos de las maderas ancestrales. La comunicación sería por sistema de radio, la única tecnología disponible en ese momento. “De hacer la expedición hoy, no cambiaría nada. Acaso sumaría un teléfono satelital, pero no sería imprescindible.” El capitán estaba tan convencido de que las corrientes y los vientos los conducirían a La Guaira, que en su pasaporte sólo selló la visa para entrar por mar a Venezuela. La paradoja de planificar para dejarse llevar.
HACIA EL INFINITO Y MÁS ALLÁ
El proceso hasta embarcarse desbordó con creces lo que hoy podría llamarse un plan de negocios de economía colaborativa. Con recursos limitadísimos, la complicidad de cientos de personas de diversos círculos y rechazo sistemático a la posibilidad de recibir sponsors, sorteó las peripecias para conseguir los 13 troncos (madera balsa y mangle) y los 6 kilómetros de cuerda vegetal en medio de la selva ecuatoriana. Acto seguido, los mil y un trámites para trasladar la madera a la Argentina, transformarla en un vehículo navegable en un astillero de Mar del Plata y enviarla hacia el puerto de Tenerife. El 22 de mayo de 1984, el mástil izó la vela cosida con retazos de una antigua vela de la Fragata Libertad, y Atlantis partió hacia su causa. Durante el viaje, sufrió todo lo que se había preparado para tolerar lo largo de 3200 millas: falta de apetito, tedio, incertidumbre, epifanías, mareos, lesiones, el sol, litros de agua salada en el cuerpo.
Hasta que llegó lo inefable. Una tormenta con olas de 8 metros cada diez segundos, una tortura que se extendió por casi cuatro días: “Nada de lo que nos ocurrió nos alteró el curso planeado. Si la balsa se daba vuelta, sólo había que no ahogarse. Ibamos a llegar de cualquier modo al mismo lugar, a lo sumo en condición de náufragos. Pero haber llegado a mí no me cambió nada, la convicción la tenía de antes. Atlantis se concretó en el mismo plano ideal que lo soñamos, y con un enorme nivel de pureza. Aunque parezca una estupidez, contribuimos con un granito de arena a hacer patria. El mensaje llegó. En la cultura del esfuerzo están las llaves para destrabar las situaciones más difíciles de la vida. Por eso tengo la evidencia de que Atlantis es de todos, y de nadie en particular”. Una vez en tierra venezolana, entrevistado por José María Muñoz por teléfono, Barragán soltó la frase en estado de éxtasis que se convirtió en un mantra para expedicionarios: “Que el hombre sepa que el hombre puede”.
Una vez completadas las fases de demostración deportiva y cultural, Barragán puso en marcha la arista cultural. Con más de 15 horas de filmación en 16mm (la calidad de película que por entonces usaba Jacques Cousteau), Expedición Atlantis se transformó primero en una miniserie documental producida por la alemana Transtel, cuya traducción en seis idiomas lo erigió como el programa argentino de televisión más visto de la historia. En 1988 se estrenó en los cines de nuestro país el largometraje de 83 minutos, visto ese año por 519.839 espectadores –según el entonces Instituto Nacional de Cinematografía– y hoy disponible en YouTube. El libro, que Barragán en persona sólo vende a través dewww.expedicionatlantis.com, cierra el círculo.
EL MUNDO NO ES SUFICIENTE
Atlantis pasó a ser nombre de colegios, plazas, grupos de boy scouts y de un rincón del Cabo Corrientes en Mar del Plata que lo homenajea. Mientras tanto, ella, la balsa, aguarda como puede en un galpón en Dolores, a la espera del museo definitivo de la expedición. Alfredo Barragán insiste que el tema está presente todos los días de su vida, por más que no se lo proponga. Mensajes espontáneos de gente de todas las edades y orígenes o consultas de intrépidos novatos que fantasean con otra empresa de ribetes similares, entremezclados con sus propios recuerdos. Emergen en los relatos o en su mente, en la ruta 2, cada vez que sale y entra de su ciudad. Pero los quiebres emocionales los puede disparar tanto Atlantis como cualquiera de sus otras misiones, que no le van en zaga en cuanto a creatividad y magnitud.
Siempre acompañado por su equipo, Barragán cruzó en globo la cordillera de los Andes a 8000 metros de altura, remontó el río Colorado desde su nacimiento hasta su desembocadura, recorrió ocho veces al cerro Aconcagua, buceó en la Antártida, cruzó el Mar de las Antillas en kayak y escaló el Kilimanjaro, entre otros hitos. Ahora se apresta para encarar otra vez el cerro Solo de El Chaltén, entre octubre y noviembre próximos. “Mi preparación es sobre todo mental, el físico es secundario. Soy un deportista nato, entonces voy a remar, juego al fútbol, salgo a correr un día de sol o cuando llovizna… Viajo tanto que no tengo la posibilidad de una rutina, y tengo la suerte genética de estar tan bien a los 68 años. Me di cuenta de que emprendo estos proyectos porque tengo un diálogo fantástico con la naturaleza, porque no miente. Te manifiesta algo, se nubló, apareció el viento, salió el sol… es todo cierto. Si aprendés su idioma, estás hablando con una persona sumamente franca, te sentís su amigo.”
La comunión física con el planeta lo vincula a una casta de expedicionarios que primero conoció por los libros e historias, y con los que con algunos pudo incluso conocer. Por caso, el noruego Thor Heyerdahl, célebre capitán de la balsa Kon Tiki que surcó el Pacífico en 1947, le extendió su validación a través de una carta que en el libro de Expedición Atlantis se reproduce como facsímil. En el mismo nivel, Barragán destaca su relación con el español Vital Alsar (cruzó dos veces el Pacífico en balsa en los años 70 y repitió la travesía de Francisco de Orellana a bordo de tres galeones por el océano Atlántico), Tommy Heinrich (el primer argentino en hacer cumbre en el monte Everest), los hermanos Guillermo y Damián Benegas (cincuenta cumbres en el Aconcagua y ocho en el Everest), Víctor Figueroa (comandante de la última expedición argentina al Polo Sur y de la reciente al Polo Norte) y Guillermo Tarapow, el comandante del buque Almirante Irizar cuando se incendió en 2007, “una persona de honor, de una capacidad notable, capaz de vivir con la verdad aunque le cueste la vida”.
El carnet ficticio del club de los expedicionarios podrá incluir varios sellos de cumbres, récords y situaciones límites superadas, pero el objetivo final siempre es el siguiente. En ese contexto, Barragán asegura vivir también al máximo los momentos quietos de transición en su pago chico: “Dolores es mi identidad, ahí está mi familia, todos mis vivos y todos mis muertos. Todos los martes es la reunión en el Náutico, el club que cofundé y presido desde hace 30 años, los miércoles es la peña de fútbol hasta tarde… Nada cambia allí, por suerte, es un pueblo muy chico que disfruto en plenitud, donde siempre seré el Petiso Barragán. Y de repente empiezo a pensar en una próxima expedición, la hablo con los muchachos del Cadei (Centro Actividades Deportivas Exploración e Investigación) y cuando compro una carpeta en blanco para empezar a juntar información es que no hay vuelta atrás. Jamás se me ocurre hacer un testamento antes de una expedición, voy para volver, y vuelvo. Ya no tengo necesidad de demostrar nada. No perdería un minuto de mi vida en ganar plata. El dinero es una grosería. Apenas necesario, como el papel higiénico. Voy sólo hacia lo que me conmueve y emociona, y, por pueril que suene, procuro siempre hacerlo de una manera bella, mansa, serena. Hago lo mismo que a los 20 años. En ese momento lo hacía porque lo sentía. A los 68, porque lo sé”.
Fotos: Gentileza familia Barragán
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