A finales de los 90, Alé de Basseville irrumpió en Punta del Este con trenzas y pollera escocesa. Llegó de la mano de Inés Rivero y fue fotografiado de la mano de la nieta de Mirtha Legrand. Desde París, repasa su vida “de película”
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“Mirtha Legrand en su momento habló muy mal de mí, no sé por qué”, recuerda Alexandre Alé de Basseville (51), aquel histriónico fotógrafo y artista francés que conmocionó con sus apariciones los veranos de Punta del Este en los’90. Había llegado a Uruguay de la mano de Inés Rivero, modelo del staff de Pancho Dotto, top de vuelo internacional, con quien se casó y luego se separó transcurridos dos años de relación. Pero la mayoría lo recuerda porque las revistas del corazón le adjudicaron un romance con la entonces quinceañera Juanita Viale. Sus fotos juntos, tomados de la mano en un boliche, se imprimieron en tapa de revistas y todo derivó en un gran escándalo.
Hoy Alé, que está de paso por París porque reside en Albania, a una hora de su capital, Tirana, rememora aquella historia y ríe: “Fue una locura total lo que pasó esa vez. Yo ya me había visto con ella cuando estaba casado con Inés en casa de su abuela Mirtha, en José Ignacio. Un año después me separo de Inés, llego a Tequila, la disco de La Barra, adonde Juanita había ido con amigas. Ellas me hablan y los paparazzi me retratan mientras conversamos. Días después, los periodistas me preguntaban qué me había parecido y qué pasaba con ella. Yo respondí que era una chica linda, no voy a mentir, simpática, buena persona. Con todo eso armaron un cuento. Enseguida Mirtha salió a criticarme gratuitamente… Aclaro: yo no tuve relación con Juana, nunca me imaginé que los medios podían hacer una cosa así. No hubo conexión entre nosotros, ella tenía 15 o 16 años, y yo 30. Para ellos era la historia del verano, para mí no fue más que un encuentro casual en la puerta de un boliche. Me encantaba Punta del Este, la gente de Tequila, pasarla con mi amigo Andrea Vianini, un paraíso total, la ciudad estaba a full, sin tanta construcción, era espectacular, con gente y fiestas increíbles, alucinantes. Me acuerdo de las de Franco Macri”.
-¿Cómo quedó su relación con Inés Rivero? ¿Están bien o no se pueden ni ver?
-Perdí toda relación con ella. Nos casamos muy jóvenes, reconozco que era muy difícil vivir conmigo… Viajo mucho, todo el tiempo (ríe).
“JARL” ALÉ, UN PRÍNCIPE VIKINGO
Cada vez que se presenta, en persona o en el mundo virtual, Alé siempre antepone el título “Jarl” a su nombre. Se trata de un rango escandinavo de carácter hereditario o concedido por el rey a caudillos prominentes. Un jarl es independiente de un rey, pero no tan poderoso como un rey. Es, de alguna manera, el equivalente a un duque en otras monarquías europeas.
Jarl Alé, entonces, ahora hablar desde París. Pero está de paso: hoy vive en Albania, a una hora de auto de Tirana, porque se enamoró “perdidamente” -como define él mismo- de Egla, una albanesa de 29 años, su actual mujer. Fruto de tanto amor nació, hace tres años y medio, un hijo al que bautizaron Luxifer, nombre que traduce como “portador de luz”. Semejante novedad en su vida lo tiene feliz: “He formado una familia, ahora tengo dos personas maravillosas a mi lado que me acompañan en la vida”, declara orgulloso.
Pese a tener una familia numerosa, llena de hermanos y sobrinos, Alé confiesa que hasta la llegada de Luxifer se sentía solo: “Algún día se tenía que dar, ya me estaba poniendo grande. ¿Sabes? El nacimiento de mi hijo me trasladó al mío en Burdeos, en el castillo de mi abuelo Albert”, describe. Y, acto seguido, va subiendo en su árbol genealógico y enumera una extensa lista de títulos nobiliarios que, insiste, le corresponden: “Soy Conde Príncipe Basseville de Normandía du Grand de Robertiens von Wittelsbach de Eysteinsson de Morle de Mohere de Heidmark , Caballero de Nápoles, Duque de Calabria, de Milán y de Bari, Príncipe de las dos Sicilias, Conde de Vermondois Carolingio, Senlis, Peronne y Bayeux, Chevalier de Turenne…”, dice casi sin detenerse a recuperar el aliento. Pero enseguida aclara: “Tengo muchos más títulos, pero nunca me serví de eso. Soy una persona popular, muy respetuoso, no me gustan los nuevos ricos, la humildad es fundamental para mí. Tengo descendencia vikinga y eso termina siendo un peso, yo quería hacer mi vida, tener un perfil bajo, pero nunca pude… hasta ahora”.
Alé habla con entusiasmo de su historia familiar. “Abarca más de tres mil años y atraviesa al mismísimo Alejandro Magno. Yo tengo una enfermedad hereditaria, una epilepsia con angiomas, que afecta a varios de nosotros. Ésa es la prueba de que provenimos de Alejandro El Grande, quien murió a causa de una enfermedad neurológica. Enfrenté dos operaciones graves, ahora estoy bien, tomando 30 medicamentos por día para controlar la epilepsia y los 100 angiomas que tengo en mi cabeza, 40 en el centro del cerebro que no se pueden tocar. Provocan problemas para hablar, para caminar. Es horrible decirlo, pero es la prueba de dicha descendencia. Me atienden cinco neurólogos. Siempre me estoy chequeando. Tengo cuatro o cinco crisis epilépticas por mes. Antes estaba peor. Hace dos años tuve una muy horrible, mi novia creyó que estaba muerto”.
-Su salud, según usted mismo describe, es muy delicada. ¿Tiene miedo a la muerte ahora que tiene la responsabilidad de ser padre?
-No porque soy un optimista de la vida, igual que mi hermosa mujer.
-Es consciente de que en Argentina lo conocimos por su relación con María Inés Rivero, el rumor que lo vinculaba a Juana Viale y su vida de playbloy.
-Es cierto, pero también soy otra cosa. Además, mi historia con Juana fue inventada. Más allá de eso soy fotógrafo y artista, escribí un libro y me reconocen en toda Europa. Me convocan de distintos lugares porque tengo varios pasaportes. De Escocia, Alemania, Francia, Italia, España, los Países Bajos, tengo una relación muy fuerte con todo el mundo. Estuve también en China, fue una locura total porque cuando llegué me recibieron como un Dios más que como a un príncipe. En Europa también vivimos un problema con los políticos que no entienden nada, son muy individualistas, lo mismo que a mi juicio pasa en la Argentina. Vivimos en un mundo loco que está perdido. Yo siento que tengo mucha luz espiritual y quiero ayudar participando en política a Europa y al mundo, ¿por qué no?
TRES AÑOS TRAS LAS REJAS, EN TRECE CÁRCELES DIFERENTES
-Repasando su historia advertí que estuvo detenido en 2006 en los Estados Unidos por tráfico de drogas y lavado de dinero mientras estaba en pareja con Kiera Chaplin, nieta del mítico actor Charles Chaplin, ¿qué puede aclarar al respecto?
-Me arrestaron por un grupo de gente que declaró en mi contra. En Estados Unidos primero te detienen y luego tenés que demostrar que no tenés nada que ver. Es al revés de lo que establecen las Cortes mundiales, ya que la justicia debe demostrar que uno es culpable; ahí no sucede. Hasta dijeron que además de vender drogas tenía que ver con el envío de armas a Irak (ríe). Me hicieron 51 cargos. Después me los quitaron. En tres años salí de la cárcel, pude demostrar que no eran ciertos, nada que ver. Amigos del FBI, la DEA y la CIA me dijeron que había mucha gente que me quería perjudicar. Nunca hice negocios turbios con nadie, me tenían celos o envidia, no sé por qué. Lograr la libertad en tres años, si no te creen, es imposible. Por suerte revisaron bien los cargos, uno por uno. Me escucharon. A veces por un simple accidente vial te tienen cuatro o cinco años preso. Estuve en trece cárceles, iba de la prisión a la Corte todo el tiempo y regresaba a una diferente casi siempre, una locura total, estuve en Washington, Virginia, Texas, Pensylvania...
-¿Sufrió violencia en prisión?
-No, estaba con latinos, camboyanos, afroamericanos, gente del MS-13 (por la Mara Salvatrucha, organización internacional de pandillas criminales dedicadas a narcotráfico, extorsión, contrabando de armas, secuestro, robo y asesinatos por encargo, originada en Los Ángeles y luego expandida por el resto de Estados Unidos, Canadá, México, Centroamérica y hasta el sur y oeste de Europa). “Tenemos comida para vos”, me ayudaban. Con mi carácter, me llevaba bien con todos. Ayudaba a leer, a explicar las causas. Siempre colaboraba, había gente que no sabía leer ni escribir, y yo le redactaba notas para sus abogados.
DE JEFFREY EPSTEIN A MELANIA TRUMP
-¿Es cierto que declaró en la causa que se abrió contra Jeffrey Epstein que terminó condenado por tráfico de menores y luego se suicidó en prisión?
-Un amigo mío me contó muchas cosas sobre él, entre ellas que a este tipo de gente le gusta cuando las chicas le dicen que “no”. Se excitan con eso, no sé qué tienen en la cabeza. Abusan de su poder. Epstein trabajaba con gente de la moda como Jean Luc Brunel, de la agencia Karin Models, que era su amigo y hasta lo visitó en la cárcel. Lo conocí cuando Inés quería romper con Elite para ir con él. No me gustaba porque consumía mucha droga. Yo tenía relación con John Casablancas de Elite, una persona correcta, un playboy, pero limpio. Hay dos ámbitos en la moda: los que trabajan, hacen ropa y desfiles, y los que están en negocios sucios. Las modelos me contaron montón de historias. Eran muy fuertes, como una película. Por ejemplo, que un fotógrafo la invitaba con un té para relajarse y luego perdía el conocimiento. Cuando estas chicas me relataban sus historias, yo decía “no puede ser”. Está tan lejos de mi manera de vivir y actuar… Mucha gente de la moda cerró los ojos. Un nivel de pedofilia inimaginable. Inés estuvo un año en Karin con Jean Luc, yo ya no estaba con ella. Todo lo que sabía lo declaré, hice mi aporte.
-Le cambio de tema. ¿Qué pasó con aquellas fotos jugadas de Melania Trump desnuda –ahí era Melania Knauss, apellido de soltera-, acostada con la modelo Emma Eriksson que luego tomó el New York Post y convirtió en tapa en plena campaña de Donald Trump por la presidencia?
-Las había hecho en Manhattan allá por el año 96 para la revista Max de Italia, teníamos la misma edad con Melania. No son fotos pornográficas sino artísticas, estilo Renacimiento italiano del siglo XV y XVI. Si no habría que sacar las esculturas de las iglesias. Las imágenes eran cuidadas, bellas. Yo soy un artista de la fotografía. Del New york Post me llamaron en 2016 y me dijeron que iban a hacer dos tapas. A mí me gustó la idea porque es un medio popular, así pude compartir mi arte con todos. Los abogados de Trump nunca me demandaron, jamás tuve un problema con ellos. Él mismo me dijo que estaba contento de tener una mujer tan guapa y que mis fotos le terminaron sumando votos (ríe).
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