Preservar, una forma de incluir
Agustina Esperón tiene un trabajo muy especial. Se encarga de la restauración de construcciones históricas, y lo hace empleando a gente sin recursos. "El arte dignifica", es su lema
Llegar al fondo, a lo que está oculto debajo de desidiosas capas de pintura. Llegar al tesoro." Agustina Esperón habla del trabajo que realiza desde hace casi 30 años: la conservación y restauración de piezas y edificios de valor patrimonial. Una tarea para la que siempre convoca gente de bajos recursos en situación de vulnerabilidad, que a partir de esta experiencia laboral encuentran sus verdaderos potenciales. Es que las brechas sociales y la inequidad social le preocupan tanto como el olvido al que muchas veces son condenados los edificios patrimoniales.
"Yo tomo el arte como una herramienta de inclusión. Trabajo con gente marginal, por ponerle un nombre, que logró salir adelante, y también con ex adictos que están dando la pelea. El arte dignifica", afirma Esperón, que desde fines de abril y por cinco meses trabajará con su equipo en la consolidación de 1500 metros cuadrados de pintura mural en la basílica de María Auxiliadora, en Almagro, donde Carlos Gardel, cuando era un chico, formó parte de un coro, el beato Ceferino Namuncurá tomó la comunión y el papa Francisco fue bendecido.
Agustina comenzó a estudiar arqueología hasta que la última dictadura militar cerró la carrera. Por su cuenta se especializó en historia del arte, siguió la escuela de Domingo Tellechea y se formó con Máximo Díaz y con Manuel Cescio (escuela española). Especializada en oficios antiguos, es investigadora y profesora en la cátedra de Conservación Patrimonial en la Facultad de Arquitectura de la UBA. Sus primeros trabajos profesionales los realizó en 1994, y desde hace muchos años convoca para sus trabajos a obreros desocupados que aprenden y enseñan, en igual medida, en lo que ella llama el conocimiento circular.
Claro que Agustina, que tiene ocho hijos de entre 22 y 40 años, debe lidiar con otras cuestiones: la desconfianza inicial. "El obrero está acostumbrado al maltrato. Su trabajo es considerado algo menor, y hasta que logro generar confianza, muchas veces recibo respuestas agresivas. Lloré muchísimo, porque la estigmatización es profunda, viene de generaciones", asegura.
Por eso se le llena el alma cuando observa a esos hombres rudos, de manos y vidas curtidas, llevando una pequeña balanza para medir materiales o manipulando pequeñas herramientas como si fueran cirujanos, con amor, entrega y reconociéndose importantes. "Llegaron albañiles rasos, y muchas veces ni siquiera eso, y salen estucadores, retocadores, oficios muy antiguos, exquisitos. Y lo hacen muy bien", asegura Agustina, que enseguida piensa en Walter, un humilde obrero que convocó para un trabajo reciente: la restauración de seis salones del Hotel Casino Carrasco, un imponente edificio de 1921, declarado Patrimonio Nacional de Uruguay, donde desde marzo último funciona el Sofitel Montevideo Casino Carrasco and Spa.
"Los estudios determinaron que el marmorino utilizado en ese edificio fue elaborado con arena extraída de las playas de Carrasco, que por entonces, para purificarla, se cocinaba en una plancha caliente y se mezclaba con mortero para finalmente aplicarla con llana. Eso hacía Walter con infinita dedicación", explica la restauradora.
Hace poco, Agustina recibió de Francia un pote de estuco pre preparado, al que sólo había que agregarle agua. Sin embargo, los resultados no fueron los esperados: quedó una sustancia muy plástica, ordinaria. La restauradora explica que al estuco hay que amasarlo en forma artesanal, no hay otra manera, "aunque siempre en el equipo aparece algún impaciente que me dice: ¿Y si lo compramos en el supermercado? La restauración es tiempo, reproducir técnicas milenarias para recuperar el aspecto original de la obra y proyectarla 400 años más. Eso sí, siempre con responsabilidad social, estética e histórica. Por eso, también hay que luchar contra la cultura del ya", explica.
Su grupo de trabajo más estrecho lo integran dos licenciadas en arte y su hija Candelaria. Después, en cada lugar convoca al resto del equipo. En Uruguay, además de obreros desempleados, recurrió a estudiantes de la Escuela de Bellas Artes de Montevideo para darle forma a un grupo heterogéneo. Allí también, como siempre, consagró las obras: recurrió al cura de la iglesia de Stella Maris, a dos cuadras del Hotel Casino Carrasco, que aceptó sin miramientos. Y como siempre, en medio de andamios y cascos, pero sin presiones y en forma voluntaria, allí también se rezó cada día el Ángelus, a las 12 del mediodía.
"No somos un grupo religioso, pero no pasa por hacer el trabajo, recibir el pago e irse. Es importante saber por qué se hacen las cosas, ponerle nombre al trabajo. De eso también hablamos en los momentos grupales de reflexión, del compromiso espiritual con la obra", dice Esperón, que próximamente trabajará en la iglesia de Nuestra Señora del Pilar, de esa localidad, con chicos asistidos por la Comunidad Cenacolo, nacida en Medjugorje, Europa Oriental. Y explica: "Son casas distribuidas en todo el mundo que se dedican a recuperar adictos. El párroco y la gente del Cenacolo harán la selección de los chicos, que deben tener un perfil artístico, porque no es fácil trabajar días enteros con un pincel en cuatro centímetros por cuatro".
¿Cómo llegó a dedicarse a la restauración? "De algún modo también pasa por restaurar la propia vida", filosofa Agustina. Por estos días viaja con cierta frecuencia de Olivos, donde vive, a Río Cuarto, Córdoba, donde con su hija, Candelaria, trabaja en la restauración del santuario del Señor de la Buena Muerte con la ayuda de jóvenes en situación de riesgo social y ex adictos. Pero cuando repasa todos estos años, recuerda a la monja carmelita de clausura que, sin conocerla, le pasó por medio de un torno una imagen del siglo XII para que la restaurara. "Me la llevé a mi casa, la limpié con mucha paciencia y un poco de agua y alcohol, y lentamente fue desapareciendo una capa oscura para dar lugar a unos dorados impresionantes en oro fino, unas policromías increíbles. Esa monja me entregó una pieza que vale una fortuna, sin verme la cara ni firmar un remito de garantía. Nada. Sólo me dijo que confiaba en mí. Eso también es lo maravilloso de este trabajo."
-¿Qué sensaciones te despierta una obra terminada?
-Suele generar amores y odios, sobre todo cuando los trabajos son de gran magnitud, pero también por la vulnerabilidad humana. En la restauración suele haber muchas pasiones e intereses en juego. Pero siempre experimento una inmensa alegría. Cuando sacamos los andamios del primer salón del Hotel Casino Carrasco nos miramos entre todos y lloramos.
"Nada se pinta al azar"
Retirar la pintura gris de los retablos de la Iglesia de Nuestra Señora del Pilar, en Recoleta, le produjo a Agustina una gran satisfacción. "Descubrimos unos colores lindísimos, de una alegría y alabanza increíbles. Eso eran y son los franciscanos, el canto a la vida, a la alegría. La importancia de recuperar los colores originales es clave, porque en los lugares sagrados cada tono tiene un significado específico, nada fue pintado al azar".
Grandes éxitos
- Teatro Colón. Estudios preliminares y restauración de los techos ornamentales, de dos confiterías y de los palcos bajos de la sala principal.
- Iglesia de Nuestra Señora del Pilar, en Recoleta. Retablos laterales, baldaquinos, sacristías, imágenes de cera y otras tareas.
- Catedral de Buenos Aires. Estudios preliminares.
- Catedral de San Isidro. Puesta en valor de las pinturas ornamentales de los cielos rasos y del estucado de las columnas, entre otros.
- También trabajó en la restauración de la iglesia de San Ignacio, San Telmo (la más antigua de Buenos Aires), y en la puesta en valor de cuadros y murales del hotel Four Seasons.
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