Katia y Maurice Krafft murieron en 1991 en el Monte Unzen; sus cuerpos fueron encontrados uno al lado del otro
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En 1985, un episodio marcó la vida de la pareja de vulcanólogos Katia y Maurice Krafft. La erupción del Nevado del Ruiz, en Colombia, dejó más de 23.000 muertos, en una de las mayores tragedias provocada por volcanes en la historia.
La ciudad de Armero quedó completamente sepultada y literalmente dejó de existir después de que la erupción hubiera derretido los glaciares de la montaña, generando los llamados lahares: una avalancha de lodo, tierra y escombros volcánicos.
En ese momento, especialistas en volcanes intentaron advertir a las autoridades sobre los riesgos de la inminente erupción y la necesidad de evacuar las ciudades, pero no fueron escuchados. Maurice y Katia, que ya habían ganado fama mundial por “cazar” y registrar volcanes en todos los continentes, se hicieron eco de la advertencia. Pero, tampoco fue suficiente.
“Nos avergonzaba llamarnos vulcanólogos”, dijo Katia en entrevistas en ese momento.“Mi sueño es que los volcanes dejen de matar”, afirmó Maurice. Conmocionados por la tragedia, la pareja decidió que necesitaban hacer más de lo que ya habían hecho; es decir, registrar de cerca la amenazante actividad volcánica para demostrar el poder destructivo y convencer a las autoridades sobre los riesgos.
En junio de 1991, viajaron a Japón para registrar la fuerza de la erupción del Monte Unzen. En las últimas imágenes en las que aparecen con vida, Katia y Maurice miran la montaña, junto a la cámara. Murieron minutos después, él a los 45 años, ella a los 49. Los cuerpos fueron encontrados uno al lado del otro.
“Todos sabíamos que iban a morir en un volcán, y ellos mismos lo sabían”, le dijo a BBC News Brasil la brasileña Rosaly Lopes, astrónoma y vulcanóloga de la NASA que conoció a la pareja en conferencias y eventos. Los dos, señaló Lopes, fueron tratados como estrellas en el mundo de la vulcanología.
Las impresionantes imágenes que los Krafft registraron durante décadas de trabajo están en el documental que este domingo compite por un Oscar, Fire of Love, traducido al español en algunos países como Volcanes: la tragedia de Katia y Maurice Krafft. En Latinoamérica es posible ver la producción dirigida por Sara Dosa en el servicio de transmisión de Disney+.
Amor por el fuego
Katia y Maurice se conocieron en 1966, cuando asistían a la Universidad de Estrasburgo, Francia. Ella, geoquímica; el geólogo. Pero pronto descubrieron un interés común: los volcanes.
“Empezamos en vulcanología porque nos decepcionó la humanidad. Y, como un volcán es más grande que los hombres, sentimos que era lo que necesitábamos. Algo más allá de la comprensión humana”, dijo Maurice en una entrevista que se muestra en el documental. Se le consideraba más “mediático” que Katia.
Era un período de posguerra, con grandes avances científicos. En 1967 se descubrieron las placas tectónicas, lo que nos permitió comprender misterios de la naturaleza como los terremotos y la formación de volcanes.
En Islandia, en 1968, los Krafft tuvieron su primera experiencia explorando volcanes juntos. A partir de ahí, comenzaron a registrar las erupciones en video y fotos, lo que terminaría convirtiéndose en una fuente de ingresos para la pareja, que se pasaba la vida viajando.
“Cuando ves una erupción, no puedes vivir sin ella, porque es tan grande, tan fuerte, que tienes una sensación de insignificancia”, explicó Katia. Dos años después, se casaron y optaron por no tener hijos. “No podrían hacer lo que hicieron si no fuera por el otro. Tenían una relación entre los dos, y entre ellos y los volcanes”, dice la vulcanóloga Rosaly Lopes.
Además de vender parte del material audiovisual, Katia y Maurice filmaron todas las expediciones con la intención de repasar las erupciones y estudiarlas. Y comenzaron a querer acercarse más y más. Para Lopes, la pareja, si bien no se destacó por su producción académica, dejó un gran legado científico y humano.
Filmaron imágenes en todo el mundo que muestran lava, explosiones y flujos piroclásticos (la mezcla de gas, materia volcánica, cenizas y fragmentos de roca expulsados en erupciones) y los investigadores las han utilizado para comprender y modelar el comportamiento de los volcanes. Los dos también trajeron material “joven” expulsado en las erupciones para estudios en laboratorios geofísicos.
“Pero creo que el principal legado es de educación, de enseñar que los volcanes son muy bonitos, pero peligrosos. Y también que, a veces, puedes ir a un volcán, cerca de la lava, sin correr demasiado riesgo”, dice Lopes, quien escribió un libro sobre las posibilidades de hacer turismo en zonas con actividad volcánica.
Rojos y grises
Katia y Maurice adoptaron dos clasificaciones de volcanes. Los “rojos” serían aquellos en los que hay “ríos” de lava y sin fuertes explosiones. Fueron estos, menos peligrosos, los que los Krafft inicialmente se dedicaron a explorar.
Los “grises” eran los explosivos, que acumulan presión y calor hasta su liberación catastrófica. Eran los llamados “asesinos”, menos conocidos y de más difícil acceso.
Tras la erupción del volcán “gris” del Monte Santa Elena, en Estados Unidos, que dejó 57 muertos en 1980, la pareja decidió cambiar el foco de sus expediciones a las más arriesgadas. Fueron tras erupciones en Alaska (Estados Unidos), Indonesia y Colombia, donde registraron la estela de destrucción de la tragedia en Armero.
En junio de 1991, recibieron la noticia de que el Monte Unzen en Japón estaba a punto de entrar en erupción. Viajaron al país y fueron a cumplir con otra misión, la última. En ese momento, Katia y Maurice decidieron mantener una distancia que creían segura con otros científicos, periodistas y bomberos. Pero un flujo piroclástico mucho más fuerte de lo esperado provocó la muerte de 43 personas, incluida la pareja.
Las marcas en el suelo después de la tragedia indicaban que Katia y Maurice estaban cerca el uno del otro. En las imágenes que se muestran en el documental, se menciona un texto en el que Maurice escribió que prefería una “vida intensa y corta a una larga y monótona”, justificando su caza de volcanes. Y Katia, en un momento, dijo: “Si he de morir, prefiero irme con él”.
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