Postales de Tailandia
Es uno de los países más atractivos y seguros del sudeste asiático, aunque debe compartir frontera con la explosiva Birmania. En el antiguo reino de Siam la norma es la cordialidad. Allí conviven las más refinadas tradiciones y millones de turistas
-¿Do you like shopping? Pregunta sonriente el tailandés en el aeropuerto de Bangkok, y despliega los folletos de los mejores hoteles, cerca del shopping. Cerca, sobre todo, de Patpong Road.
-Beautiful women in Patpong.
Le llaman el país de la sonrisa y debe ser cierto, porque el tipo ni se inmuta cuando uno le dice que no, que ya tiene pensado un hotel modesto en Banglamphu, la parte más vieja de esta ciudad que alberga a seis millones de habitantes. Bangkok, capital de Tailandia, nacida como estafeta postal junto al río Chao Phraya y recibida de capital en 1782, tiene otro nombre. En tailandés, Bangkok se dice Krungthep, y en castellano, Krungthep quiere decir ciudad de ángeles. Los habitantes de Bangkok deben olvidarse que se espera de ellos un comportamiento angélico, sobre todo cuando enloquecen en los embotellamientos cotidianos que duran horas, en una ciudad con tres millones de autos que aumentan al ritmo de mil por día. Los tuk tuks -esas mezclas ornitorrincas de moto con carro- se suman a camiones, autos, bicicletas. El derramamiento vehicular es tal que las estaciones de servicio venden orinales portátiles para conductores, un método limpio y muy útil después de la segunda hora de estar varado en un mar de lata.
Las avenidas y las calles de Bangkok son un disfraz. El laberinto estremecedor que forma el trazado de la ciudad no tiene nada que ver con lo que en el mundo occidental se conoce como trazado urbano: los edificios amontonados se remontan a dos o tres pisos, y debajo hay un entretejido apretado de pasillos a los que llaman sois, callejones cubiertos de toldos, donde estallan los vendedores de casi todo: ropa, comida, anguilas, escorpiones fritos, gusanos crocantes que los chicos comen como papas fritas, ananás, mangos, velas, sahumerios, especias, todo rico y barato. Y por eso mismo, lleno de extranjeros.
-Hermano, tú tienes que ir a Rangún.
-No, tienes que ir a Laos. Es como era Tailandia hace quince años.
-Amsterdam por quinientos dólares, eso hay que hacer.
Se escucha en los bares de Bangkok, ciudad de viajeros eternos. Australianos que dan la vuelta al globo, ciclistas que llegan desde la lejana China y hasta un tipo que quiere volver a su Estados Unidos natal en tuk tuk. Con su perro.
-Mi madre me dice que debo sentar cabeza, pero yo soy así.
Dice el tipo rubio abrazado al perro en la portada del Bangkok Post.
Kao San caos. Los puestos callejeros de Kao San Road -las cuatro cuadras del viejo Bangkok que son territorio de los viajeros de bajo presupuesto- ofrecen las mejores credenciales falsas de estudiantes, periodista, maestro y jubilado que habilitan para descuentos en museos, transportes y albergues de toda Asia. Para conseguir una, basta pagar diez pesos.
Lo falso es un hit en Asia. En toda Tailandia se pueden conseguir las mejores remeras Diesel -falsas-, las mejores gorras Nike -falsas-. Los indios encontraron, dentro de Planeta Falso, su rubro: las telas. Sus sastrerías se comprometen a reproducir a la perfección y en 24 horas los modelos de Dior o Saint Laurent a 50 dólares el traje, 10 la falda, 5 la blusa. En los hoteles de la calle Kao San los extranjeros se apiñan en piezas a 4 dólares. En la calle Kao San todo el mundo tiene el dato preciso, el hotel barato en Ho Chi Minh, el rincón escondido al norte de Camboya. En la calle Kao San, todo el mundo es amigo hasta la muerte, por 2 minutos.
Su majestad en la lluvia. Hoy llueve. Son las 10 de la mañana, y en un minuto el cielo se ha puesto negro. El señor Dao tiene un negocio de artículos de fotografía y aprovecha para hablar del rey, porque al rey, dice, le gusta la fotografía. -Rey Tailandia muy bueno, todos quieren mucho.
El reino de Tailandia es una monarquía constitucional, y a fines de 1999 los portarretratos con forma de sol que se habían colocado en las calles para el desfile de cumpleaños de su majestad, Bhumibol Adulyadej, todavía encerraban la cara sonriente del rey de 76 provincias y 61 millones de habitantes. Bhumibol es el noveno rey de la dinastía Chakri, nacido en Estados Unidos en 1927 y en el trono desde 1946, tras la muerte del rey Rama VIII, su hermano que reinó solamente un año, al final del cual fue encontrado muerto en su cama con una bala calibre 45 en el cuerpo. En Tailandia, dice el señor Dao, todos quieren al rey y su familia.
-Noventanueve por ciento quiere a rey.
Los retratos del rey y señora pululan en todos los hogares: ella modosita y sonriente, él de traje, poniendo cara de rey con anteojos. Los retratos, todos los retratos, muestran una cara joven. Muy joven para un rey que cumple 72.
El poder chino. Lo chino, en Tailandia, y en toda Asia, es poderoso. Sobrevive, unido y jamás dominado.
Uno se da cuenta de que ha llegado al barrio chino de Bangkok cuando ve las joyerías de paredes espejadas, carteles que revientan de rojo y kilos de oro chorreando en las estanterías. Talaat Kao es el mercado de pescado del barrio chino, dos manzanas de pasillos que llevan ahí más de 200 años. Cada tanto los templos, camuflados. El rostro mudo de Buda detrás de la calle de los spaghetti.
-Pase, pase a contemplar al divino Buda.
El Buda es divino y está ahí, sentado en un templo en el que un viejo enciende un calentador para el té. Más del noventa por ciento de la población de Tailandia es budista y va al templo para hacer ofrendas de comida a los monjes, de sahumerios, guirnaldas, flores y velas al Buda divino. El monje usa anteojos y está vestido de color azafrán.
-Hay muchos extranjeros que vienen hasta Tailandia para ir a un monasterio.
Hay para elegir: 32.000 monasterios en todo el país. Si no pasa un solo día en que uno no se cruce con varios monjes por el camino, pidiendo colaboración o cantando el hipnótico gemido ronco de las suttras, es porque se espera que todos los varones tailandeses sean monjes durante algunos meses de sus vidas. Ellos cumplen. Algunos se ordenan de por vida.
Otros no.
Muchacha tai. Lo dicen con orgullo. Tailandia era Siam hasta 1939 y Siam nunca se dejó colonizar. Pero lo que no pudieron las potencias lo pudieron las muchachas. Hay setecientas versiones de Bangkok. Pat Pong es la versión polaroid. Bonita. Saturada. Precaria. Artificial. Decadente. Moderna. Pat Pong I y II son calles paralelas en una de las zonas cinco estrellas.
-Hello! Hello! Ping Pong, Banana show? Es gracioso, si uno quiere verlo gracioso. Las calles que rodean Pat Pong se han convertido en una feria donde pueden comprarse artesanías y sexo. A pesar de que las autoridades tailandesas no promueven el turismo sexual, la prostitución en Tailandia es ejercida por algo así como 200.000 personas, incluyendo a un buen número de menores, y atrae a turistas de todo el mundo. La prostitución es ilegal, pero nadie lo diría recorriendo los bares. Los bares de Pat Pong tienen nombres en inglés que siempre incluyen la palabra caliente o rosa, o chica. En la puerta hay sillones y en los sillones están ellas, uniformadas según el bar: en uno, todas de fucsia; en otros, de verde. Sobre el pecho, una cocarda. Un redondel blanco y un número. Gracias a esa escarapela uno puede saber, por ejemplo, que ha pasado el rato con la señorita número ocho que le ha cobrado la bagatela de cinco dólares. Las hay que cobran menos. Las hay que, en la escarapela, llevan un número que indica el precio.
Buda verde, Buda dorado. El Gran Palacio y el Wat Phra Kaew suman más de cien edificios. Un wat es una especie de centralita budista que sirve de lugar de oración y residencia de los monjes, escuela y lugar de ordenación, centro comunitario. Al complejo no se puede entrar vestido de cualquier forma.
-¡No, no! -se desgañita un policía-. Derecha, derecha. Así no entra. A la derecha hay una cola de occidentales desorientados. Llevan sandalias, musculosas, bermudas o todo eso junto. Esos son los peores. A esos hay que vestirlos desde cero, como Buda manda. En un cuarto, los funcionarios del gobierno alquilan ropa adecuada a cambio de que uno deje el pasaporte en custodia. Sólo después uno podrá recorrer un conjunto de edificios que parece construido por el sueño lujoso de un dios hedonista. Oleadas de techos rojos y verdes, estupas doradas, paredes blancas hasta la ceguera y, por supuesto, el Buda Esmeralda, una estatua descubierta en 1464 que es, en realidad, de jade.
A pocos cientos de metros del Gran Palacio está el Wat Pho, con la gran imagen del Buda dorado, reclinado; 46 metros de largo y 15 de alto. Todo eso embutido en un enorme edificio al que los turistas entran por un lado, hacen oooh y salen por el otro.
-Oooh -le dice una chica japonesa a su novio-. ¿Todo eso es oro macizo?
-No -le dice él-, es hueco y laminado en oro.
La estatua es de yeso. Parece de oro. Muchas cosas son de yeso, pero parecen de oro en Tailandia y el resto del mundo también.
El opio del opio. El triángulo de oro, que es como se llama a la triple frontera entre Tailandia, Laos y Birmania, no es otra cosa que el lugar donde se hicieron ricos los señores chinos y birmanos que se dedican al negocio del opio, que comenzó siendo un cultivo tradicional de las tribus y hoy provoca conflictos internacionales con dueños de los cultivos que tienen ejércitos propios. Chiang Rai, la ciudad base del Triángulo de Oro, fue hasta hace poco el mayor centro de cultivo de opio de Tailandia, pero la princesa madre -madre del Rey- impulsó un proyecto de sustitución de cosechas para las tribus, lo que ha acabado en gran medida con el cultivo de opio del lado tailandés. Hoy, las excursiones por la zona incluyen una escapada a un museo llamado La casa del opio, un paseo en balsa por el río Mekong, un cruce rápido a Birmania y una vista panorámica de la triple frontera. Todo muy civilizado.
La chica del cuello largo. Mae Hong Son es una ciudad bonita, con un templo blanco con Buda dorado en la colina. Está encerrada entre montañas y sólo en 1965 empezó a tener contacto con el mundo. Cerca de Mae Hong Son hay una tribu karen patong, o long neck, o cuello largo. Los que profesan el amor a lo burdo, las llaman también mujeres jirafa. Rodeada de selva y montañas brumosas, hay que atravesar una barrera y pagar una entrada que se supone terminará en las arcas karen. Al otro lado, nenas y señoras de cuellos alargados por aros de cobre barren, tejen, toman té y de paso esperan que los turistas les compren una postal. -Nos ponen los aros hasta que cumplimos 15, cada cinco años nos agregan, y después paran. Apenas duele cuando te ponen. Es mejor no pensar, porque si uno piensa le duele.
Matcho tiene 15 y habla español, inglés, francés.
-Aprendí con turistas.
El único lugar del mundo que conoce es su aldea. Es hija de Mate. Mate es flaca y alta. Toca la guitarra y sabe lo que les gusta a los viajeros. Tiene los dientes y la boca teñidos de rojo por masticar betel, y si alguien pregunta ella levanta los aros de cobre del cuello y muestra sus moretones.
Refugiarse. A lo largo de toda la frontera con Birmania hay varios campamentos de refugiados. Algunos son enormes. Birmania fue colonia inglesa hasta 1947. Desde entonces, se han sucedido gobiernos militares. En 1988, varias manifestaciones estudiantiles a favor de la democracia fueron reprimidas. El 8 de agosto de ese año, el ejército mató a más de 3000 estudiantes. Desde entonces, Burma, Birmania o Myanmar está gobernado por State Law and Order Restauration Council (Slorc), una junta militar. Los militares birmanos tienen bajo arresto domiciliario a la premio Nobel de 1991, Aung San Suu Kyi, fundadora de la Liga Nacional para la Democracia. Los perseguidos en el país son varios. Católicos, demócratas, campesinos, periodistas, estudiantes. Hasta este campamento de refugiados birmanos cercano a Ma Hong Son llegaron birmanos en torrente, la mayoría católicos de la etnia karen, la misma a la que pertenecen los hermanos Htoo, los dos nenes de 12 años bajo cuyas órdenes un grupo de birmanos -El Ejército de Dios- tomó 700 rehenes en un hospital de Ratchaburi el año último, y fueron desbaratados por los soldados tai. El primero de los campamentos de refugiados cercano a Mae Hong Son es el de huérfanos: unos 500 chicos cuidados por un puñado de adultos birmanos con buenas intenciones. Hay un nene pelado trepado a una palmera. Dispara un mantra que lo divierte. Pregunta en inglés: "De dónde vienen?", y en su voz chillona de pájaro joven suena así: -¿Güer ar iú from? Otro, más lejos, responde con otro cacareo aprendido. Cuesta un rato darse cuenta de que no saben lo que dicen. El campamento segundo alberga a unas 700 familias. Los chicos están en clase de catecismo en la capilla. Mark, el cura birmano, lleva una camisa blanca, incólume. El confía en que la fe ayuda a la gente.
-Más en estas circunstancias. Estas tierras tienen dueño, y los refugiados pagan un alquiler por vivir ahí. No tienen agua corriente ni luz; no pueden sembrar porque la tierra no es fértil ni es de ellos.
No pueden salir. No pueden recibir visitas. No tienen documentos. No son birmanos. No son tailandeses. Son nada. Menos que cero. El maestro de inglés y el médico del campamento también son birmanos. El maestro, Mike, dice que en su patria era campesino.
-Cada tanto los soldados bajan de la montaña y nos atacan. Bajan de ahí mismo, de atrás de la iglesia. El mes último mataron a dos personas. El mes anterior a dos hombres y a una mamá y su hijo.
Los chicos siguen preguntando. Hola cómo estás yo estoy bien y vos, yo estoy bien y vos, yo estoy bien y vos.
Umphang, el fin del mundo. Hasta Umpnhang se llega bordeando la frontera con Birmania por un camino que algún chistoso llamó La ruta de la muerte por la cantidad de operarios que murieron durante la construcción en plena batalla fronteriza y guerrillera. Ahora, a los que mueren, se los traga la ruta con sus curvas imposibles, sus vahos nublados de selva monzónica, sus precipicios de pánico. El camino hacia Umphang está repleto de soldados. La frontera anda movida. Si en los retenes militares uno explica que va a Umphang, algunos ponen cara de asombro y dicen: "Oh, Thi law su". Sí. Thi Law Su, las mejores cascadas del país perdidas en medio de la selva. En Umphang, el capitán Daeng, ex capitán del ejército y ahora guía selvático, cobra, por caminar dos días entre la selva, dormir en carpa, visitar las cascadas, andar cinco horas a lomo de elefante, y volver, 100 dólares.
En Umphang hay cuatro casas, un río manso y tranquilo, un calor seco y brutal, y Otto, su hija de tres años y su mujer. Otto es birmano. Sobrevivió a la matanza de los estudiantes de 1988, pero lleva, todavía, las marcas de las balas. Otto se llama Otto porque nació en un auto, y porque auto en francés se pronuncia como su nombre: Otto.
El capitán Daeng le paga 200 baths por fin de semana de trabajo. Por esa plata, tiene que cargar comida y agua a través de la selva para grupos de hasta cinco personas, cocinar, armar sus carpas, divertirlos y traerlos a salvo. Docientos baths, lo que cobra Otto, son algo así como cinco dólares con cuarenta centavos. Otto quiere ser periodista. La última vez que lo vimos fue un día de sol de abril último. Usaba una camisa azul, los brazos cruzados sobre el pecho. Reía.
El sur también existe. Tailandia es muchos países. Uno de los países más importantes de Tailandia queda al Sur. El sur es musulmán, y está de moda. Los folletos prometen playas de arenas blancas, aguas azules hasta el dolor y tienen razón. Salvo que está atestado de turistas.
En la provincia de Krabi, sobre el mar de Andamán, la tierra se ha vuelto rara: tiene jorobas. Las llaman formaciones kársicas y brotan de la tierra y el mar con la prepotencia de una explosión, gigantescos morros cubiertos de vegetación acolchada.
Las nenas mimadas de la provincia de Krabi son las islas Phi Phi. Occidente decidió que Tailandia es de película, y allí mandó a Jodie Foster para Ana y el rey, y a Leonardo DiCaprio para La playa. Ahora, cuando los guías de turismo muestran Playa Maya en Phi Phi Lhe, dicen: "Estamos en la playa de Leonardo DiCaprio".
Las islas Phi Phi son dos: Phi Phi Don y Phi Phi Leh. Un parque nacional de belleza estruendosa. Pero apenas se pone un pie en Phi Phi Don, la más grande y habitada, aplasta la claustrofobia. Hoteles, restaurantes, comercios de artesanías, casas de masajes, bares, todo se apiña donde puede, arrojando su basura al mar. Los arrecifes de coral están desapareciendo, y cualquiera que se aventure con un snorkel volverá con el trofeo de varias latas de gaseosa bajo el brazo. Por todo esto, guías tan serias como la Lonely Planet, recomiendan boicotear el viaje a las islas Phi Phi hasta que las autoridades tailandesas decidan tomar alguna medida.
Un monje y una cobra en Samui. En la costa este, sobre el golfo de Tailandia, está la isla de Samui, el lugar donde un amanecer en la playa puede matar de belleza y de dolor. El agua siempre está quieta y caliente, la arena siempre está inmensa y desierta. Samui es la isla bonita de la tierra y tiene, cómo no, su Buda divino con un templo y una casa fresca donde viven los monjes. En el templo, un monje viejo bendice a unos europeos místicos que se sacan fotos.
El interior de Samui es bonito hasta el ardor. Palmeras y colinas, además de cascadas, campamentos de elefantes, jardines de mariposas, y acuarios. Si uno sigue la flecha, llega a una granja de serpientes. Para asistir al show hay que pagar ocho dólares. Sin el show, es casi gratis. En un pasillo sombrío hay peceras con suciedad de años, murciélagos embalsamados y polvorientos, algunos seres conservados en formol y dos magníficas cobras rey que sobreviven.
-King cobra, king cobra.
Dice el encargado, y golpea el vidrio de la pecera, frenético. La cobra, claro, reacciona. Cuando el tipo golpea, la bruta bestia salta para atacar y se revienta la boca contra el vidrio. Se lastima. Sangra. Saca la lengua.
El tipo se ríe.
Por un minuto, uno espera que ocurra la imposible. Que la víbora se escape.
Puro pudor tailandés. No, yo no miro.
Dice la nena, muerta de vergüenza. Su madre y su padre se ríen. Al sur de Samui se levanta uno de los orgullos de la isla: el abuelo y la abuela, Hin Ta y Hin Yai. Un pene y una vagina de piedra, gigantes, construidos por su pícara majestad, madame la naturaleza. Las dos formaciones rocosas se repiten en cientos de postales, estatuitas, dibujos y cuadros que venden las tiendas de souvenires y allí, cerca de la playa, donde el mar hace estragos humedeciendo las dos curiosidades naturales, las familias thais se tapan los ojos y los turistas del mundo hacen, una vez más, ooh.
Sin frío. Kasem vive en Samui, en un rincón de la isla donde se levanta su pueblo musulmán.
Al pueblo musulmán donde vive Kasem no va casi ningún extranjero, porque dicen que es sucio y peligroso y no hay nada para ver. Sin embargo, cada tanto Kasem logra organizar algo así como una excursión de pesca con turistas. Para eso ha pintado su cartelito donde con siete faltas de ortografía en dos palabras ofrece excursiones de pesca baratas. Vive de la pesca, y de la cosecha de pepinos de mar que se exportan a Indonesia para hacer crema para el cuerpo.
Daeng es la ex esposa de Jo, y Jo es un muchacho que vive en el pueblo donde vive Kasem, sólo que a Jo no le gusta trabajar. Lo de él son los bares y las mujeres. Como tiene dos hijos con Daeng, ella se los trae cada tanto, para que los vea. Daeng se separó de Jo y se fue a vivir a Pattaya, otra de las ciudades de Tailandia famosa por sus burdeles.
-Pero no bum bum en Pattaya. Bum bum es para otras, que van por cinco dólares con americano. Yo hago manicura, masaje, vendo cosméticos. La casa donde vive Daeng es un cuarto sobre palafitos, en la playa. La playa está repleta de basura, de barcos de pesca, de chicos chillones.
-¿Hace frío en tu país? Yo nunca tuve frío.
Dice Daeng, que nunca tuvo frío.
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