Portarse mal. ¿Una forma de llamar la atención?
Desde muy chiquitos los niños descubren que algunas de las cosas que hacen resultan fórmulas infalibles para atraer la atención de sus padres: pegarle a la hermanita, volcar una leche chocolatada, desenchufar una lámpara, tocar la computadora de papá. Cuando son más grandes, no ir a bañarse o a comer cuando los llaman, molestar a lo más chiquitos, son tantas las cosas que nos hacen reaccionar instantáneamente.
No siempre las hacen para molestar, en realidad al comienzo nunca es a propósito. A veces es pura torpeza o falta de criterio y/ o práctica (natural, son chicos y están aprendiendo, y no hay forma de aprender sin cometer errores), otras lo hacen porque los tienta y /o les divierte, a veces para expresar su voluntad, o buscando una respuesta o un límite, o como desafío, otras porque cuando se enojan o se frustran no lograr regular sus respuestas, o porque quieren probar lo prohibido… y podría seguir pero con estos ejemplos basta. Al hacer lío, ruido, macanas, al desobedecer, o molestar, o pelear, gritar, pegar, insultar, empiezan a encontrar un beneficio secundario interesante para ellos: atraen la atención de sus progenitores (lo llamo secundario porque no necesariamente era el objetivo primario de su conducta). Y así con el tiempo puede que se instale como forma de lograr que los miren, aunque sea por las malas.
¿Qué podemos hacer para que eso no ocurra?
En muchos casos basta con que los padres seamos realistas en cuanto a la edad de nuestro hijo, a su madurez y a sus reales posibilidades en ese momento vital, para poder entonces responder con calma, desde nuestro cerebro integrado, sin enojarnos por demás, y así desbaratar la posibilidad de que se "arme" ese camino de portarse mal para atraer nuestra atención.
En la mayoría de las oportunidades en las que nos convocan -sea cual sea el camino- están necesitando nuestra atención… pero de la buena, atención que calma, cura, repara, da seguridad, consuela, escucha, celebra. Y si no estamos atentos a su sentido profundo, es decir a la necesidad de ser mirado, escuchado, reconocido, tenido en cuenta, valorado, o para sentirse valorable, interesante, no obtienen lo que de verdad están necesitando y entonces entra la familia en un círculo vicioso difícil de cortar. Se portan mal para que los miren, mamá o papá miran pero de una forma que no calma la inseguridad o desvalorización del chico ni cura su mundo interno, por lo que recomienza el ciclo porque la respuesta adulta no repara esa necesidad de atención. Por falta de confianza de lograrlo "por las buenas" hacen aquello que saben que logra captar la atención de los adultos instantáneamente: vuelven a portarse mal.
Con nuestras respuestas ante algunas conductas a veces, sin quererlo, terminamos fijándolas. Un ejemplo: Juana se acostó sin lavarse los dientes pese a que su mamá se lo recordó cuando se iba a la cama, esa primera vez se distrajo, no lo hizo para enojar a su mamá. Si la mamá se enoja y la manda al baño a los gritos, o si no se da cuenta, es probable que Juana al día siguiente vuelva a olvidarse: no dan ganas de agradar o poner contenta a esa mamá, quizás sea una pequeña venganza en ese primer caso. En el segundo caso, la mamá no aprovechó la oportunidad de instalar el hábito y/o Juana se da cuenta de que no pasa nada si no lo hace y, como le da pereza, simplemente no se los lava.
Nuestras reacciones impulsivas
Nuestras reacciones intensas, que seguramente sean impulsivas -es decir reactivas y no pensadas- no colaboran en el proceso. Podemos ayudarlos cuando en cambio entendemos sus conductas y reacciones como pedidos de atención o simplemente como investigaciones, aunque sean desacertadas desde nuestro punto de vista de adultos conocedores del mundo, que contamos con un yo fuerte. Les lleva tiempo y muchas experiencias y nuestro acompañamiento saber cuáles son las conductas adecuadas, las que les hacen bien a ellos y fortalecerse internamente para no ceder a sus propias ganas de responder impulsiva o reactivamente.
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