Durante dos años, la farmacéutica Adriana Lerman compiló documentos de Salomón, quien se esforzó por ocultar un pasado repleto de estupor. Para algunos sobrevivientes solo callar hace posible la resiliencia.
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Adriana es farmacéutica y desciende de una familia judía tradicionalista. Esto significa que, sin ser una familia que practica al pie de la letra la religión, sí se identifica con la identidad judía y mantiene vivas las tradiciones. Cuando su abuelo Salomón murió en 2002, Natalio Lerman, su hijo y padre de Adriana, encontró una carpeta llena de documentos de otras épocas y de otro país, mientras vaciaba el departamento. Una foto de Salomón siendo joven fue la que le llamó la atención y le hizo preguntarse de qué se trataba todo eso que con tanto afán había guardado durante muchísimos años lejos del alcance de su familia. Quizá era un legado que no había llegado a compartir. O recuerdos de juventud que cuando estaba en soledad el anciano revisaba, tal vez con lágrimas en los ojos, o con una sonrisa.
“Tuve la suerte de disfrutar mucho de mi abuelo. Siempre me acompañó y estuvo presente en los momentos más importantes de mi vida. Era muy cercano a mí. Sin embargo, mientras él vivía, no relacioné que el Holocausto tenía que ver con él y con mi familia. Mi abuelo nunca habló, y nosotros tampoco preguntamos. No era un tema que se discutiera en la mesa.”, comenta Adriana. “Él fue un típico abuelo de una familia judía tradicional. Celebrábamos las Altas Fiestas de Rosh Ha Shaná, Kippur y Pesaj. Yo lo acompañaba al shil, el templo, de la calle Paso, íbamos de vacaciones a Mar del Plata y compartíamos mucho tiempo juntos. Pero él mantuvo su pasado oculto: nunca habló de su familia, ni de su pueblo natal, ni de lo que le sucedió en su juventud en Europa. Recién después de su fallecimiento, se rompió el silencio.”, revela.
¡Imagínate lo que fue para mi papá encontrar todo esto!
Los documentos encontrados estaban escritos en yidish, la lengua hablada por los judíos europeos, una mezcla de alemán con hebreo, que era el idioma que hablaban sus padres, ambos inmigrantes polacos en Argentina. En la carpeta también había fotos en blanco y negro y lo que parecían ser boletos de tren, pasaportes, cartas y otro tipo de testimonios de un pasado que hasta ese momento le era totalmente insospechado.
“Mi papá, Natalio Lerman, encontró en el departamento donde vivió mi abuelo una carpeta llena de documentación, más de 120 escritos en idish, francés, hebreo y polaco. ¡Imagínate lo que fue para mi papá encontrar todo esto! Mi papá no conocía nada del pasado de la juventud de su padre, y de repente, todo ese pasado se encontraba frente a él. No solo encontró eso, había algo más: un libro de tapa dura de color borgoña, escrito en idish. Resultó ser el Yizkor Book (libro recordatorio) de Ostrowiec de 1949, escrito en Argentina por sobrevivientes y familiares de sobrevivientes del Holocausto.”, atestigua la entrevistada.
Ante el descubrimiento de un secreto familiar guardado con recelo que estaba saliendo a la luz Adriana sintió, varios años después, durante esos días de pandemia en que el tiempo empezó a transcurrir más lentamente, la necesidad de reconstruir la historia porque esas fotos y esos documentos conservados con tanto misterio tenían una historia que contar. Y ella sabe leer yidish y hebreo. Fue un llamado que no pudo ignorar.
Así, en 2020, junto con su papá Natalio, se puso a armar el rompecabezas para arribar a esa parte de la historia de su familia que, por alguna razón, Simón había evitado transmitirles. Seguramente, piensa, habrá sido para no revivir él mismo su dolor, o para protegerlos de una verdad horrorosa: la persecución y la matanza de 6 millones de judíos así como de otras minorías como gitanos, serbios, polacos y personas a las que Hitler consideraba de menor valor, como homosexuales y discapacitados.
Durante dos años Adriana estuvo traduciendo, compilando y analizando cada documento hasta que finalmente se sintió satisfecha con la tarea realizada. Había logrado rescatar la voz de su abuelo.
Cuando la resiliencia es callar y lo que Salomón escribió
Su papá, orgulloso, emocionado y sobre todo, agradecido, le pidió que eso no quedara solo para su familia. Que la vida de Salomón había cobrado un sentido mucho más trascendente del que ellos habían conocido. Salomón ya no era solo el abuelo cariñoso que pasaba las vacaciones en la playa con los nietos. De pronto se había vuelto una pieza importante de la historia del mundo. Un testimonio de primera mano que daba cuenta del horror al que la humanidad le dijo “Basta”.
El libro se llama El dolor de estar vivo y está narrado en primera persona como un diario personal, en el que la autora va recreando la voz de Salomón desde que se escapa de Polonia antes del inicio de la guerra, cuando en Ostrowiec, un pequeño pueblo de Polonia. Ante los brutales ataques antisemitas que empezaron a producirse y que fueron aumentando a medida que pasaba el tiemp Salomón huyó del pueblo dejando atrás a la familia, a los afectos, al trabajo, los sueños, la vida que había vivido hasta entonces para viajar a Francia.
En Francia se encontró antes de la guerra con miles de judíos que estaban pidiendo asilo. Se encontró con una barrera que no logró franquear: prácticamente ningún país estaba dispuesto a recibirlo. De todas las naciones del mundo durante la Segunda Guerra Mundial, fueron muy pocas las que estaban dispuestas a recibir a los judíos que estaban pidiendo refugio. La mayoría de los países les dieron la espalda y así lo narra Adriana, en palabras que pone en la voz de su abuelo y que hoy es muy importante, dice, a la luz de la masacre perpetuada el 7 de octubre contra 1400 civiles, en su mayoría mujeres, niños, bebés y personas comunes, muchos de ellos activistas por la paz, fueron asesinados, mutilados, quemados, violados y decapitados en una incursión al sur de Israel por el grupo terrorista islámico Hamás.
Esto es lo que escribía Lerman en su libro: “Fuimos arrojados a un destino de humillación, dolor, pérdida y muerte. ¿Dónde estaban los hombres, los gobiernos, las instituciones mientras que esto sucedía? ¿Dónde estaban todos? El camino al Holocausto fue cimentado con odio y crueldad pero fue afianzado y encubierto por la indiferencia y la complicidad del mundo en su totalidad.”.
Entre las naciones que dieron la espalda a los judíos que estaban pidiendo refugio también estuvo la Argentina, que a partir de la década del 30 y hasta casi fines de la década del 40 prohibió la entrada de los judíos a la Argentina bajo diferentes motivos.
Adriana narra la desesperación de tantas personas que quedaban prácticamente apátridas sin poder volver a su país. Una voz que se hace oír y que es necesaria aunque hable con el susurro de los libros.
Es que todavía en este momento de la evolución del mundo el exilio, el desarraigo y los efectos de las guerras siguen asombrando a la humanidad. Los refugiados de guerras están a la deriva y muchas veces pierden la vida tratando de salvarse. En el 2020 ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, hizo un llamamiento a los países de todo el mundo para que hagan un mayor esfuerzo para encontrar un hogar para millones de refugiados y otras personas desplazadas por conflictos, persecuciones o eventos que perturban gravemente el orden público. En 2019 se registraron 79,5 millones de personas desplazadas, según datos que constan en el informe llamado “Tendencias Globales, Desplazamiento forzado en 2019″ y que muestra cómo el desplazamiento forzado afecta en el presente a más del uno por ciento de la humanidad – una de cada 97 personas –, mientras cada vez son menos aquellos que pueden retornar a sus hogares.
Salomón, el protagonista del libro, pudo finalmente rearmar su vida en la Argentina pero nunca pudo contar mientras vivía lo que le había pasado a él ni a su familia. Al final del libro se ve una lista de 30 familiares de los cuales solamente tres se salvaron. Casi todos murieron en los campos de concentración y a todos ellos la autora del libro los rescata del silencio, escribe sus nombres con todas las letras para recordar que fueron personas a las que el horror les arrebató sus vidas, sus sueños y todo el posible bien que hubieran podido hacer en el mundo. “Mi intención al escribir este libro fue devolverles la voz que los nazis quisieron apagar y silenciar. Vengo a decir que no lo lograron, aquí viven y aquí vibran sus voces.”, concluye Adriana.
Investigando se conoce gente
Adriana siente una gran alegría por haber podido encontrar sus raíces. “Haber descubierto la historia de mi abuelo, lo que me permite conocerlo hoy mejor que nunca. Esto me permitió entender las difíciles situaciones que tuvo que enfrentar y los obstáculos que tuvo que superar en la oscura era del nazismo.”, revela al tiempo que reconoce le pasó algo más profundo: “Sentí lo que él sintió en todos esos momentos, el desarraigo, la soledad, la pérdida, y, al mismo tiempo, la esperanza en su búsqueda de una oportunidad para vivir. Escribir su historia significa para mí poder rendirle homenaje, a él y a mi extensa familia que vivía en Polonia. Es un tributo hacia todos ellos y hacia todas las víctimas del Holocausto cuyas voces fueron silenciadas.”, dice la farmacéutica y ahora escritora.
El proceso de investigación lo realizó junto a su papá, a quien considera su gran compañero en esta aventura. “A través de largas conversaciones, interpretábamos cada documento que iba traduciendo. Pasábamos horas desentrañando tanto misterio, aunque él dice que es todo mérito mío, ¡pero no lo hubiera podido realizar sin él!”, destaca.
Impulsado por el descubrimiento de aquella carpeta de recuerdos de Salomón, Natalio empezó a armar árboles genealógicos de su familia. Necesitaba conocer a la familia que había perdido en el Holocausto. “Este fue el punto de partida desde el cual comencé a investigar: muchos documentos, un libro recordatorio y bosquejos de árboles genealógicos. Era un enorme rompecabezas esperando a ser armado.”, dice Adriana.
Parte de la reconstrucción del pasado tuvo lugar gracias a las redes sociales. En Facebook encontró un grupo en el que conoció personas de todo el mundo que le brindaron información. Incluso después de publicado el libro siguen llegándole datos de la vida de su abuelo. El grupo se llama “Descendientes del pueblo de Ostrowiec”, que es la ciudad donde vivió Salomón junto con su familia antes de escapar.
Salomón se obligó a sí mismo a callar para no contagiar a sus seres queridos del dolor que él había atravesado. Sus descendientes eligen darle voz, porque en tiempos en los que las más inesperadas formas de deshumanizar a las personas amenazan con volver, mostrar lo que el mal puede provocar al mundo es casi una obligación.
Nota final. Mientras se realizaban las entrevistas para la producción de este artículo Adriana tuvo dos malas noticias: su sobrino y la mujer de su sobrino fueron víctimas de los atroces atentados de Hamás, el epílogo menos imaginado para una historia que, se pensaba, había llegado a su fin. En un email del 23 de octubre en el que envía una foto para ilustrar esta nota escribe: “Justo hoy estaba muy afectada por todo lo que está pasando pero hablé con mi papá y ya estoy mejor. Me doy cuenta que uno necesita hablar para desahogarse y después ya uno se siente mejor.”
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