Se formó con los mejores y su pasión la llevó a Portugal, Suiza y Hungría; actualmente vive en Bélgica y sostiene que salir al mundo y vivir otras culturas “es una experiencia que hay que probar”
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Ya pasaron ocho años desde que María Fernanda Losada llegó al viejo mundo cargando una sola valija y el sueño de desplegar las alas junto a su pasión, la danza. Aún recuerda con nitidez el impacto que le causaron las calles de su primer hogar en Leiria, Portugal, tan diferentes a las de su tierra mendocina, así como las sensaciones que la invadieron durante los tiempos iniciales, tan extrañas como inolvidables.
Había arribado envuelta en un cansancio extremo y preocupada por comprar comida y otros faltantes, algo que pronto le pareció una misión imposible debido a las jornadas intensivas y largas en su nueva escuela de baile, que impedían que encuentre las tiendas abiertas.
Pero de algún modo lo logró y en el camino descubrió el laberinto de calles estrechas de adoquines, tan hermosas como ruidosas, así como aquella pequeña plaza central, rodeada de bares y cafés. Con aquellas postales imaginaba que vivía en la Edad Media, hasta que los autos que frenaban ante ella la sacaban de su ensoñación.
“Lo que más me sorprendió a mi llegada fue que te dan el paso al cruzar la calle. Suena raro, pero me sorprendió por varios meses eso, hasta que me acostumbré”, revela hoy, mientras rememora su historia. “Durante el primer año no tuve mucho tiempo de extrañar, porque la escuela de danza en la que estaba era tan exigente que llegaba a casa para comer e irme a dormir. Estaba muerta. Y los domingos era el único día para hacer compras y limpieza de la casa”.
“Los momentos difíciles fueron sobre todo en las fechas especiales. Cuando veía fotos todos reunidos o hacíamos videollamadas, se me partía el alma. Poco a poco uno se va acostumbrando a todo eso. Tuve suerte de rodearme de gente de gran corazón, que me recibieron con brazos abiertos y me dieron mucho calor. Pero tardé en hacer amigos fuera de mi círculo de la escuela, ya que no son tan abiertos como lo somos nosotros”.
Un sueño y el camino hacia Portugal
Fernanda fue la primera hija en irse de casa para vivir lejos, lo que provocó una marea de emociones encontradas en su familia, quien, a pesar de la congoja inevitable, la apoyó en todo momento.
En un comienzo, dejó su ciudad natal para vivir en Buenos Aires y formarse con Alba Serra y otros grandes maestros de la danza, como Maximiliano Guerra. Su primer contacto con el exterior surgió cuando recibió una beca de verano en Nueva York, donde tuvo la oportunidad de tener a Paloma Herrera como guía.
Fue durante aquella época, que recibió una noticia asombrosa: la escuela de altísimo nivel, Academia Annarella, le había otorgado una beca. Así, Portugal se asomó y las preguntas de sus allegados emergieron una tras otra: “¿Dónde vas a vivir?” “¿Cómo vas a hacer con el idioma?” “¿Te vas a ir sola? "
Lo cierto era que Fernanda jamás había pensado en irse de la Argentina, pero la oportunidad había tocado a su puerta y ella decidió atender sin premeditar la situación: “Yo respondía que no sabía, que lo iba a ver una vez que llegara. Que había gente de la escuela de allá que me iba a ayudar. El resto lo aprendería con el tiempo”, cuenta la joven.
Una oportunidad en Ginebra: “El lugar donde más me gustó vivir”
Más allá de su círculo en la escuela de danzas, para Fernanda la vida social en Portugal traía sus bemoles. En Leira, todo parecía morir cuando el reloj daba las 19 y, aun así, hoy recuerda a la pequeña ciudad con especial afecto, ya que significó su primera experiencia como emigrada.
Pero cuando descubrió Ginebra, Suiza, otro mundo se presentó ante ella. Llegó para seguir su perfeccionamiento como bailarina y con un trabajo a la par de niñera, sin imaginar los dos años maravillosos que viviría allí.
“Ginebra fue el lugar en el que más me gusto vivir. Ahí me sentí bien, tenía amigas que son como hermanas, un trabajo que me permitió viajar mucho y darme `lujitos´ ya que la vida allá es muy cara. Tenía excelentes clases y un alto entrenamiento. Bailábamos mucho y hacíamos tours con la compañía juvenil. También Ginebra, al ser más internacional y abierta de mente, es más divertida, ya que podés salir y ver gente de noche. Allí, en una ciudad cercana, también tengo a un tío mío del corazón, Marc, que estuvo muy presente para mis cumpleaños y navidades, y que me apoyó muchísimo mi primer año ahí”.
Una gran oportunidad en Hungría y un giro inesperado: vivir en Bélgica
La vida le sonreía. En Ginebra, Fernanda había hallado un rincón del mundo en el que se sentía plena; su camino, sin embargo, estaba centrado en su profesión y debía seguir el pulso de sus sueños. Fue así que, cuando le propusieron trabajar como bailarina en la compañía profesional de danza Székesfehérvári Balett Színház, en Hungría, no dudó en aceptar y armar las valijas una vez más.
Aquel cambio presentó un gran desafío, donde durante dos años formó parte del cuerpo de baile, para luego ser demi-solista por un año más. También fueron tiempos que trajeron un evento aún más inesperado: el amor.
Con su enamorado –un belga de madre argentina que vivía en Bruselas, Bélgica-, mantuvo una relación a la distancia de tres años hasta que, finalmente, decidió reunir sus pertenencias e instalarse allí para apostar con mayor fuerza a su relación en una ciudad que la recibió con un clima apabullante.
“Acá, en Bélgica, la mayor parte del tiempo llueve mucho y sin parar, y aun así la vida continúa como si nada, andan en bicicleta, salen a correr... Por las mañanas podés ver gente vestida de traje (incluso mujeres en tacones) que van a trabajar en bicicleta o monopatín eléctrico. Se come muy bien, y son muy famosas sus papas fritas y chocolates, aunque lo más sorprendente es la cantidad de cervezas que podés encontrar en bares. Bélgica tiene más de seiscientas variedades”, describe.
“Vivimos en una coloc, una casa compartida con otras cinco personas más. Esto es muy usual en gente joven estudiante o trabajadora que desea vivir sola, pero con gastos compartidos de alquiler. Cada uno tiene su habitación privada. La casa es muy grande, con tres pisos, con jardín y garaje, y la convivencia es muy buena. Se suelen hacer entrevistas para elegir al nuevo integrante en el caso de que haya una habitación libre”.
“En lo personal, me sorprende lo temprano que se come y que algunos no cuidan mucho su higiene… la misma fama que tienen los franceses. Aunque no son todos”, aclara. “No es barato vivir acá, pero te impacta ver las inmensas casas que hay apartadas del centro y la cantidad de autos lujosos para nuestros estándares. No existen autos viejos”, continúa.
Los regresos y los aprendizajes: “Si yo tuviera la oportunidad de vivir en Argentina trabajando de lo que hago, volvería”
Un par de meses transcurrieron desde la llegada de Fernanda a Bruselas. Aún no tiene establecido si las oportunidades allí abundan como en los destinos en los que vivió en el pasado. Hoy, en pleno proceso de tramitar su residencia, pasa sus días tomando clases, entrenando, asistiendo a seminarios y enviando CV a nuevas compañías de danzas.
Cada cambio le recuerda su origen, sus raíces, su camino incansable para cumplir sus sueños. Ochos años atrás, Fernanda jamás hubiera imaginado que partir hacia una aventura impensada le significaría vivir en lugares tan diversos y de manera tan intensa.
A su querida Mendoza regresa cada dos años envuelta en los recuerdos del pasado y analizando la realidad de su presente: “Siempre es una emoción. Es gracioso porque los primeros días me siento rara al estar viviendo de nuevo con mis padres, pero después me acostumbro y al momento de irme es lo que más extraño”.
“Pero volver también es un poco cansador, porque tengo muchos amigos y gente que visitar en poco tiempo. Siento que no los puedo disfrutar como debería. A veces me da tristeza ver como amistades o relaciones se debilitan, pero, en compensación, otras se refuerzan aún más. A pesar de todo, siempre es una alegría inmensa y no veo la hora de volver a ver a todos”, dice conmovida.
“En este camino he aprendido mucho y seguiré haciéndolo. Viajar te abre la cabeza, te da la capacidad de adaptarte a cualquier cosa. Te llena y nutre. Estar lejos del país natal te saca mucho pero también te da. Pero la verdad es que, si yo tuviera la oportunidad de vivir en Argentina trabajando de lo que hago, volvería. Vivir afuera es una experiencia que hay que probar, pero no es nada fácil y aunque te adaptás al nuevo entorno, siempre hay algo que se extraña de tu lugar natal: la calidad de la gente, las festividades, la comida o incluso el acento”, reflexiona.
“El vivir afuera me ha enseñado a valorar muchísimas cosas de mi vida. También me ha mostrado a la Argentina desde afuera, me ha mostrado lo bonita que es. Cuando vivimos en el país solemos enfocarnos en todo lo negativo. Pero cuando nos vamos le vemos lo bonito, y créeme que, aunque sean cosas simples, se extrañan y hacen la diferencia en la calidad de vida”.
“En mi caso, emigrar también me volvió muy agradecida. Agradecida a mi familia por todo el apoyo que siempre me han dado, y a mis amigos. A mis profesores que me han acompañado en mi actual carrera y estilo de vida. A mi novio que me acompaña en esta nueva etapa y a cada persona que ha pasado por mi vida compartiéndome algo de su ser, colaborando a ser la persona que hoy soy. A todos ellos gracias, de corazón”, concluye.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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