Por la senda de Victoria Ocampo, 40 años después
Hace 40 años, el 27 de enero de 1979, Argentina perdía a una de sus personalidades más relevantes del siglo XX, Victoria Ocampo. Mujer única e incomparable, dejó un inmenso legado como mecenas, escritora y ensayista, traductora, viajera incansable, cronista de su época, lo que se puede apreciar en su magnífica Autobiografía, sus cartas y sus Testimonios, y principalmente en Sur, revista y editorial, que entre 1931 y 1970 le abrió las puertas a lo mejor de la cultura (letras, música, cine, arte) de la Argentina y del mundo. Sur fue la plataforma de lanzamiento que generosamente brindó Victoria a todos quienes desearan colaborar o darse a conocer, sin distinciones ideológicas.
En noviembre de 2018, y en ocasión de la Cumbre del G-20, Victoria fue de alguna manera reivindicada, ya que la primera dama, Juliana Awada, eligió Villa Ocampo, en Beccar, para agasajar a las esposas de los mandatarios asistentes a la Cumbre. Villa Ocampo, la espléndida mansión construida por el padre de Victoria, el ingeniero Manuel Ocampo, que a partir de 1890 fue el lugar donde la familia solía pasar los veranos; más tarde, fue la residencia permanente de Victoria desde 1940 hasta su muerte. La imponente casona, rodeada de los hermosos jardines que ella adoraba, y en la que en cada rincón se puede respirar su intensa vida. En 1973, Victoria y su hermana Angélica donaron Villa Ocampo a la Unesco, para convertirla en un centro de cultura.
Si bien Victoria Ocampo es reconocida por su gran aporte a la cultura y por su generosidad, también es motivo de alguna controversia entre quienes la acusan de "oligarca" o extranjerizante. Lo cierto es que fue una verdadera "ciudadana del mundo" que utilizó su fortuna en pos de la educación de su país, más que cualquier gobierno de turno. Nadie mejor que Jorge Luis Borges para afirmarlo: "Aunque no profesó ciertas supersticiones, que ahora se creen indispensables, fue profundamente argentina (...). Personalmente le debo mucho a Victoria Ocampo, pero le debo mucho más como argentino". Fue una adelantada a su tiempo. Se rebeló contra las ridículas convicciones sociales de la época que le tocó vivir. Desde niña demostró tener una personalidad fuerte y avasallante, indomable y decidida a imponer su voluntad, y que solo se rendía ante su tía abuela preferida, Vitola. No podía con ella la durísima institutriz francesa, Alexandrine Bonnemaison, quien debió librar una dura batalla con la rebelde criatura. Pero fue esa personalidad fuerte y bien definida, esa rebeldía –que más tarde forjaría un carácter severo y para algunos autoritario– la que la llevó a hacer cosas impensadas para la época, especialmente si se era una mujer joven, bella, audaz e inteligente como Victoria: se atrevió a tener un amor apasionado y clandestino estando casada y fue una férrea defensora de los derechos de las mujeres en épocas en las que (literalmente) las mujeres no tenían ni voz ni voto; mujeres que pasaban de ser posesión del padre a posesión del marido, que no tenían derecho a la patria potestad de sus hijos, que siendo solteras no podían salir solas, ni leer ciertos libros, ni acudir a algunos espectáculos o ejercer diversas profesiones. Fue una lucha que no abandonó nunca, más allá de los obstáculos de la sociedad ultramachista de aquellos días. Y si bien había mujeres que acompañaban sus justos reclamos, también no eran pocas las que la rechazaban por considerar que todo eso era escandaloso. Y volvemos a citar a Borges: "En un país y en una época en que las mujeres eran genéricas, tuvo el valor de ser un individuo". Mejor dicho, imposible.
Nacida el 7 de abril de 1890, en la casa familiar de San Martín y Viamonte, pleno centro de Buenos Aires, frente al Convento de las Catalinas, Victoria Rufina Epifanía Ocampo fue la mayor de las seis hijas del ingeniero Ocampo y Ramona Aguirre, a quien llamaban la Morena. Las chicas Ocampo –Victoria, Angélica, Francisca (Pancha), Rosa, Clara (fallecida en 1911, con 13 años a causa de diabetes infantil) y Silvina– fueron criadas con todos los privilegios de la clase alta a la que pertenecían, dentro de una familia rígida, dadas las costumbres de la época, pero también muy cariñosa.
En 1897 Victoria comienza su educación, a cargo de Mademoiselle Bonnemaison, complementada con la inglesa Miss Ellis. Fue Mademoiselle Bonnemaison quien, pese a su rigidez y formalidad, introdujo a la pequeña Victorita (como la llamaban en la familia) en el mundo de los libros, una pasión que iba a acompañarla a lo largo de su vida. Victoria fue educada en francés e inglés, idiomas que dominaba a la perfección; le costó familiarizarse con el español, pero lo hablaba muy bien y a lo argentino – sus "che" fueron legendarios, aún así no tuteara a su interlocutor.
A los 10 años, Victoria produjo lo que ella consideraba su primer "escrito serio": un manifiesto contra Inglaterra durante la segunda guerra contra los boers, en Sudáfrica (1899-1902). Descubrió que escribir le hacía bien, que manifestar las cosas por escrito era un gran desahogo. Posteriormente, y tras recitar unos párrafos de Fedra, de Jean Racine, durante las clases con Mademoiselle, se apasionó con el teatro, y soñó con ser actriz. Pero una vez más iba a tropezar con las absurdas convicciones sociales de la época que impedían que una señorita de su clase ejerciera tan "indecente" oficio. Su padre dijo que "antes que una hija mía se suba a un escenario, me vuelo la tapa de los sesos". Así, lo más lejos que Victoria llegó en sus aspiraciones teatrales fue como recitante: primero en 1925, durante la representación de El Rey David, de Arthur Honegger, en el teatro Politeama, dirigida por Ernest Ansermet, y 10 años después, en el Teatro Colón, en la representación de Persephone, de Igor Stravinsky (a todo esto, don Manuel Ocampo jamás se voló la tapa de los sesos...).
Adolfo Bioy Casares (quien iba a ser cuñado de Victoria al casarse con su hermana Silvina) decía que de los géneros literarios, el más difundido es el de las cartas. Victoria escribió miles a lo largo de su vida, y entre las primeras se pueden citar las que intercambió, entre 1906 y 1911, con su amiga, Delfina Bunge. En esas cartas, en las que Victoria abría su corazón, hacía continuas referencias a un tal "Jerome"; era el nombre en clave que usó para referirse a Luis Bernardo de Estrada, conocido como "Monaco". De familia ultracatólica y conservadora, Monaco conoció a Victoria en 1907, durante un partido de tenis en San Isidro. Comenzaron a verse (previo permiso y bien vigilados), hasta que su padre la llamó a su despacho para preguntarle qué pensaba hacer, ya que las frecuentes visitas del "mocito" no eran muy bien vistas. Se comprometieron y casaron el 8 de noviembre de 1912. Sin saberlo, ese matrimonio fue la mecha que encendió la catástrofe.
Victoria y Monaco se embarcaron a fines de ese año rumbo a su luna de miel en Europa. Haberse casado, le otorgaba a Victoria libertades antes desconocidas –leer lo que se le antojara, salir sola a la calle, caer rendida a los pies de los Ballets Rusos, dirigidos por Sergei Diaghilev, con su estrella, Vaslav Nijinsky. Era libre... pero hasta ahí. Pronto se dio cuenta del "traspaso" del padre al marido –quedaron al descubierto los celos enfermizos, las obsesiones de su marido hacia ella, su carácter tiránico y al extremo conservador, que exigían de su esposa obediencia absoluta. En 1913, viajan a Roma, y allí conoció a un diplomático argentino, Julián Martínez, primo de Monaco, de 35 años, y de una belleza física tan apabullante que hizo que Victoria, recién casada y en plena luna de miel, se enamorara perdidamente desde el primer momento en que lo vio. Ni ella misma podía entender qué le estaba pasando con este hombre al que apenas conocía.
Tras el retorno a Buenos Aires, en 1914, y con su matrimonio prácticamente disuelto, Victoria descubrió a Julián en un palco del Teatro Colón; poco tiempo después comenzaron una historia de amor de película, que ella cuenta con lujo de detalles en su Autobiografía (lo que ella describe como "amor pasión"). Pero no podía separarse de Monaco: ella, tan liberal, le temía al escándalo que causaría ser "una separada" y la paralizaba el terror de darle un disgusto a sus padres. A Victoria y Julián no les quedó otra que la clandestinidad –citas en plazas, taxis o librerías, algún que otro llamado telefónico desde alguna tienda, y un pequeño departamento alquilado en la calle Garay para alguna escapada. Julián no solo fue el gran amor de Victoria: se convirtió en el motor que impulsó su carrera literaria, ya que lejos de condenarla él la alentaba a escribir. Así, en 1920, LA NACION publicó su primer artículo, "Babel", dedicado al Canto XV de un libro que la apasionaba, Divina Comedia, de Dante. La pasión de Victoria por Julián era tal que llegó a enemistarse nada menos que con José Ortega y Gasset, a quien conoció en Buenos Aires, en 1916. El filósofo español, fascinado por la belleza y personalidad cautivadora de Victoria, le abrió las puertas de su idioma y su literatura; pero en una carta fechada en 1917, Ortega le comentó a una amiga de Victoria que le daba pena verla perder el tiempo con "un hombre de nivel intelectual inferior al suyo". Esto enfureció a Victoria, quien durante años respondió con silencios las cartas que le enviaba Ortega. Lo "indultó" hacia 1929, aunque Victoria mantuvo sus reservas en cuanto a las opiniones de Ortega sobre la mujer –Ortega sostenía que la mujer inteligente constituía una excepción–.
El "amor pasión" entre Victoria y Julián –no exento de durísimas peleas y apasionadas reconciliaciones– duró hasta 1929, cuando la relación pasó a ser una cálida amistad. Y en medio de sus amores con Julián, en 1924 se produjo la gran bisagra en su vida: comenzó a relacionarse con grandes personalidades de la cultura internacional. La lista es interminable: Ranbindranath Tagore, Ernest Ansermet, María de Maetzu, Gabriela Mistral, Hermann von Keyserling, Pierre Drieu La Rochelle, André Malraux, Aldous Huxley, Virginia Woolf, Gisele Freund, María Rosa Oliver, Pablo Neruda, Waldo Frank, Roger Callois, Julian Huxley, Eduardo Mallea, Oliverio Girondo, Norah Borges, Ezequiel Martínez Estrada, Paul Valéry, John Galsworthy, Sergei Einsenstein, Vittorio de Sica, George Bernard Shaw, Jacques Lacan, HG Wells, Le Corbusier, Igor Stravinsky, Albert Camus, AW Lawrence, Vita Sackville-West, Indira Gandhi. Hubo correspondencia y trato personal; con algunos forjó amistades de por vida, con otros se decepcionó; ella los visitó en sus viajes, muchos la visitaron o fueron sus huéspedes en Villa Ocampo.
Mientras, su defensa por los derechos de la mujer la llevó a una de las empresas más importantes que Victoria llevó a cabo: la creación de la Unión de Mujeres Argentinas (UMA), en 1936, junto a sus amigas Susana Larguía y María Rosa Oliver, cuyo propósito principal era evitar la promulgación de una reforma a la ley 11.357, de 1926, que pretendía quitar los derechos civiles a la mujer concedidos en la misma. La UMA repartía panfletos, organizaba reuniones, pero al mismo tiempo hubo detenciones de activistas, críticas y rechazos de sectores gubernamentales, de la Iglesia y de mujeres de su clase social, que consideraban que Victoria estaba loca por mezclarse con "fabriqueras y empleadas". No obstante, el objetivo fue logrado: la reforma no se llevó a cabo, pero un par de años después, Victoria renunció a la UMA al darse cuenta de que algunas comunistas querían sacar rédito político. Era una acérrima feminista, pero jamás permitió que sus ideales se utilizaran con fines políticos.
Desde 1896, Victoria cruzó el océano hacia Europa miles de veces. Pero quizás el viaje que más la conmovió fue volver, en 1946, a una Europa arrasada por los estragos de la Segunda Guerra Mundial. El viaje, en el que aprovechó para ver amigos y traer proyectos para Sur, está documentado en el libro Cartas de Posguerra. En esas cartas dirigidas en su mayoría a sus hermanas Angélica y Pancha, escritas con su particular estilo, campechano y distendido, en francés, en español, en inglés, o mezclando los idiomas, incluso con dibujos para describir mejor alguna situación, contaba su día a día, la angustia que le producía ver a Europa destruida y bajo racionamiento, y pedía que se las guardasen porque para ella constituían un documento. En ese viaje es invitada a asistir a un par de jornadas de los juicios contra los nazis en Núremberg, donde observó horrorizada algunas de las atrocidades atribuidas a los acusados. Victoria apoyó firmemente a los Aliados durante la guerra, contribuyendo con envíos de ropa, alimentos y dinero. En el camino vuelta a Buenos Aires, hace una parada en Nueva York, ciudad que la fascinaba. En una carta a Angélica, fechada el 30 de noviembre, le cuenta que en uno de los comedores del Hotel Waldorf Astoria cantaba un jovencito que volvía locas a las chicas "que siempre lo esperan a la salida, para tocarlo a su paso, si fuera posible": el cantante se llamaba Frank Sinatra.
Tras otro largo viaje por Europa en 1952, Victoria regresa al país en 1953, en tiempos difíciles. Eran los días del segundo gobierno de Juan Domingo Perón, ya sin Eva Duarte, que había fallecido el año anterior. El peronismo tenía "fichada" a Victoria –en 1951 una pintada en Villa Ocampo la marcó como "oligarca contrera"–. Ese 1953, en abril, durante un acto de la CGT en Plaza de Mayo, mientras hablaba Perón, estallan dos bombas. A raíz de este atentado, el 8 de mayo la policía detiene a Victoria en su casa de Mar del Plata. Sin causa, quizás solo por ser opositora al gobierno de Perón, la encarcelaron en El Buen Pastor, donde permaneció hasta el 2 de junio, una dura experiencia que fortaleció a Victoria. Pero su prestigio internacional era tan grande, su figura tan destacada, que hizo que numerosas personalidades de todo el mundo, encabezadas por Aldous Huxley, Waldo Frank y Jawarahal Nehru, Primer Ministro de la India se movilizaran, exigiendo su liberación. La misma Gabriela Mistral le envió un telegrama a Perón solicitando la libertad de Victoria. La presión internacional tuvo eco; Perón debió ceder.
A principios de los 60 su salud comenzó a decaer, pero ella continuó dirigiendo Sur, viajando, escribiendo, traduciendo; brindando esa generosidad que en algunos casos no fue recíproca. Fueron años en los que recibió muchos reconocimientos internacionales. En 1975, Año Internacional de la Mujer, Buenos Aires fue sede de un congreso al que Victoria fue invitada de honor. No asistió: tal como había pasado con la UMA, había cierto tono político al que ella no adhería, pero envió un mensaje a través de su colaboradora y amiga Fryda Schultz de Mantovani. Vale la pena rescatar algunos párrafos: "Me sorprende leer que en el segundo de los temas que se va a tratar (...) está la lucha contra el colonialismo (...). No entiendo en qué forma se vinculan estos temas con las reclamaciones específicas de la mujer (...). Las mujeres tienen que tratar de resolver sus problemas (...). He sido y soy feminista. Desde hace 50 años he repudiado un estado de cosas que no podía durar (...). Les deseo con fervor buena suerte a las jóvenes que entran ahora en la lucha por las reivindicaciones cuyo espíritu se falsea y se politiza con lamentable facilidad. Antes de acudir en ayuda de los ideales políticos o partidarios (...) hemos de resolver nuestros problemas (...). Si no los resuelven las mujeres, no los resolverá nadie".
Argentina le brindó un más que merecido honor en junio de 1977: Angel J. Battistessa, por entonces residente de la Academia Argentina de Letras, le entregó el diploma y la medalla que la acreditó como la primera mujer en tener un sillón en la Academia, galardón que Victoria, a sus 87 años, aún de imponente presencia pese a su delicado estado de salud, agradeció con un discurso memorable.
El último año y medio de su vida lo pasó prácticamente recluida en su cuarto de Villa Ocampo, al tiempo que su salud se deterioraba rápidamente. Muy poca gente la visitaba, pero hubo alguien que siempre estuvo presente. Manuel Mujica Lainez la llamaba todos los días y continuamente le enviaba cartas y flores. En esos últimos y duros días fue valiente, como lo fue a lo largo de su vida; jamás se quejó y continuó hacia adelante, mientras el dolor y la enfermedad se lo permitían. Hasta que a las 9 de la mañana del 27 de enero de 1979, su corazón dijo basta. Hoy, a 40 años de su muerte, y en una Argentina tan diferente a la que ella vivió, reivindicar la figura de Victoria Ocampo es hacerle justicia; su vida y su legado deben servir de ejemplo a nuestra sociedad del siglo XXI, tan saturada de "grietas" y resentimientos.
EL VÍNCULO DE VICTORIA Y BORGES
Hace un par de años, la Editorial El Ateneo publicó Diálogo con Borges, un libro que rescata la relación de Victoria Ocampo con otro ícono que la Argentina le dio a la literatura universal: Jorge Luis Borges. El libro fue una reedición de su original, publicado por Sur en 1969 e incluye, entre el interesante contenido, un "reportaje" de Victoria a Borges y algo de correspondencia entre ambos, y Leonor Acevedo, la madre del escritor.
Victoria y Borges se conocieron en 1925, a través de Ricardo Güiraldes. Por entonces, Borges ya había publicado dos poemarios Fervor de Buenos Aires y Luna de Enfrente. Como con tantos otros, Victoria enseguida se dio cuenta de que este chico de 24 años era un diamante en bruto y que tenían muchos puntos en común. Así, inician una amistad; una amistad que no fue ni íntima ni de confidencias (jamás se tutearon, y ella lo llamaba Borges a secas), aunque sincera y para toda la vida, de mutuo afecto y admiración, pero que también no estuvo exenta de complicaciones y peleas por nimiedades.
En esa amistad con altos y bajos, Borges siempre le estuvo agradecido a Victoria por el lugar que ella le dio en la literatura argentina y universal. Ni bien se concretó Sur, Victoria llamó a Borges en calidad de socio fundador. Borges colaboró con la revista desde el primer número en 1931 hasta el último en 1970. La editorial Sur publicó los libros de Borges y este realizó algunas traducciones de obras de autores extranjeros, entre otras Orlando, de Virginia Woolf, un libro que fascinaba tanto a Borges como a Victoria.
Victoria lo hizo internacional tras presentarle a Pierre Drieu La Rochelle (que luego de conocerlo en la Argentina dijo: Borges vaut le voyage) y a Roger Callois, quien tradujo su obra al francés. Un día, hacia 1931, su amiga Marta Casares le consultó a Victoria con quién podía recomendar a su hijo, un jovencito de ojos claros y muy buen mozo, con aspiraciones literarias. Victoria no dudó: Borges. Una vez más, Victoria acertó –fue la "hacedora" de una de las amistades y colaboraciones más relevantes de la historia de las letras: Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Victoria también recomendó a Borges para el cargo que ocuparía a partir de 1955, director de la Biblioteca Nacional. Por ese entonces, Borges aspiraba a dirigir la Biblioteca de Lomas de Zamora. La respuesta de Victoria fue contundente: "No sea idiota, Borges".
"La vida de Victoria es un ejemplo, un ejemplo de hospitalidad (...) No siempre estábamos de acuerdo (...), pero nuestras discusiones eran gratas (...). Era fundamentalmente generosa. El recuerdo de Victoria Ocampo me acompañará siempre. Yo no era nadie (...), fundó la revista Sur y me llamó, para mi gran sorpresa a ser uno de los socios fundadores".
Palabra de Borges.
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