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Nuestra tierra, la que comprende nuestro país, es conocida hoy día por incontables virtudes, desde tener todos los climas hasta las más impensadas particularidades -cada cuál encontrará las propias- que recibimos con entusiasmo. Tal vez, esa es la razón por la que saber que el creador de la “Teoría de la evolución de las especies” haya venido a este rincón del Sur no nos sorprende, pero si nos pica saber…¿Por qué vino a la Argentina Charles Darwin?
La travesía en el buque HMS Beagle
De joven se embarcó a bordo del buque HMS Beagle con destino al país, comandado por el capitán Robert Fitz Roy. Se trataba de una expedición cartográfica que él, como naturalista, aprovechó con el fin de descubrir un mundo nuevo, y en la que se maravilló ante la sucesión de paisajes, las diferentes especies de animales, plantas, la geografía y la geología.
Entre los años 1833 y 1835 visitó diversas regiones para la recolección de organismos vivos y fósiles, así como estudios geológicos que posteriormente le sirvieron para el desarrollo de la Teoría de la evolución.
Sus anotaciones, muestras y observaciones derivaron en un texto al que llamó “Diario de viaje de un naturalista alrededor del mundo” que revolucionó tanto al mundo científico como académico. Una mirada certera sobre desconocidas regiones.
Criollos y nativos bajo la lupa de Darwin
Pero Darwin no sólo registró las características de la flora y la fauna, sino también las costumbres de criollos y nativos caminando a la par y pasando por momentos, lugares y situaciones que no se hubiera imaginado:
“En la vida independiente del gaucho hay una íntima satisfacción en el hecho de poder apearse en cualquier momento y decir: ´Aquí voy a pasar la noche´. El silencio fúnebre de la llanura, los perros haciendo centinela, y el gitanesco grupo de los gauchos en torno del fuego, han dejado en mi ánimo una pintura indeleble de esta primera noche que nunca olvidaré”
Le llamaban la atención no solo aquellas raras costumbres sino también hábitos y personajes: “Casi todas las tropas eran de caballería, y me inclino a creer que jamás se reclutó en lo pasado un ejército semejante de villanos seudobandidos. La mayor parte de los soldados eran mestizos de negro, indio y español. No sé por qué tipos de esta mezcolanza rara vez tienen buena catadura”
Su fascinación por las innumerables razas de animales y especies de plantas que cataloga y enumera, no lo asombra tanto como presenciar el ataque a una pequeña tribu, donde no solo describe la indefensión de los originarios sino que lo atormenta el horror, situación que lo lleva a protestar frente a los soldados:
“¡Cuánto más repulsivo es el hecho indiscutible de asesinar a sangre fría a todas las mujeres que parecían tener más de veinte años! Cuando yo exclamé que esto me parecía un tanto inhumano, me replicó: «Y ¿qué hemos de hacer? ¡Así aprenden!».
Aquí todo el mundo está convencido de que es una guerra justísima porque se hace contra bárbaros. ¿Quién hubiera creído que tales atrocidades podían cometerse en estos tiempos en un país cristiano civilizado?
Acompañado y a la vez asombrado
El viaje le presentó todas aquellas maravillas y “especies” que tanto ansiaba el naturalista, pero uno de sus grandes asombros fue la calidez de las personas que en cada sitio de estas tierras se cruzaba y con las que entabló una amable relación de amistad.
Desde su contacto en Coronda, Santa Fe con Estanislao Lopez, como sus intercambios y experiencias con Juan Manuel de Rosas, hasta toparse con un soldado español exiliado, como escondido, luego de haber peleado en las filas de Napoleón. También se encontró con un invitado de Fitz Roy, el pintor Conrad Martens, quien plasmó aquella travesía en sus cuadernos de dibujos, hace poco digitalizados.
Pero uno de sus compañeros y por él es que supo manejar y llegar a lugares que no hubiese sabido acceder -como el viaje que hicieron a caballo entre Patagones y (la actual) Bahía Blanca- fue James “el Cojo” Harris, quien había estado bajo las órdenes de Guillermo Brown e Hipólito Bouchard, y que guio y cabalgó a su par, por las tierras del sur.
El legado de aquella experiencia hoy nos llega desde su historia familiar por medio de Carlos Christophersen Harris, descendiente del corsario inglés, que vive en Argentina:
“Mi bisabuelo (”El Cojo” Harris) era un gran conocedor de las costas de este país” y, como consta en los documentos de la época, fue gracias a su conocimiento que aquella travesía resultó exitosa:
“Pronto estuvo lo suficientemente cerca para que pudiese aproximársele nuestro bote, un inglés vino a bordo ofreciéndose para pilotear el Beagle hasta un fondeadero seguro dentro del puerto. Este inglés era Mr. Harris, propietario de la goletita en que navegaba (un residente en el Carmen, sobre el Río Negro, dedicado al tráfico costero), con el que tuvimos relaciones muy satisfactorias en el curso de los siguientes doce meses” (Fitzroy, 1839: 101).
Con las indicaciones de Harris, el Beagle pudo cruzar un gran banco hasta alcanzar un canal y luego internarse en Puerto Belgrano. Un hecho bien conocido por Carlos, quien recuerda los relatos familiares en los que su bisabuelo los invitó luego a casa de un amigo español, encuentro que permitió que se plasmara su amistad más allá del viaje. La misma que Darwin no dejaría de mencionar en sus citas : “Así, un español amigo de Harris nos recibió amablemente en su casa (Darwin en Keynes, 2001).”
Los gustos del naturalista
También quedó maravillado por lo “apuestos y altos” que son los gauchos, destacando lo diestros jinetes que son. Lo bonito de las “indias” también hace que se cuestione lo que algunos daban por cierto: “algunos autores, al definir las razas primarias de la Humanidad, han dividido a estos indios en dos clases; pero ello es ciertamente incorrecto. Entre las indias jóvenes, o chinas, las hay que merecen el dictado de hermosas.”
Pese a ser un “naturalista acérrimo” como el mismo Darwin se autodefinía, su condición no le impidió comer una amplia variedad de animales autóctonos, entre otros comió puma “una carne muy blanca y de sabor similar a la ternera”; armadillo “un excelente plato cuando se asa en su caparazón”; o iguana terrestre de las Galápagos “que gusta a aquellos cuyos estómagos están por encima de todo prejuicio”. Hoy, a todos ellos los protege la ley y no hubiese podido “degustar” ninguno de estos ejemplares.
Reflexiones de su cuaderno de viaje
Compartió muchos momentos con Rosas (por entonces gobernador de Buenos Aires) quien le facilitó muchos beneficios y le permitió concretar aquella travesía, la cual no sólo le proporcionó una gran cantidad de información, sino que le ayudó a ir madurando su teoría de la evolución.
“En remotas épocas, América debe haber sido un hervidero de grandes monstruos; ahora no hallamos más que pigmeos, cuando se los compara con las razas afines que los han precedido”, reflexiona en su cuaderno de viaje.
Y al finalizar su “Diario…” expresa el profundo goce de haber realizado aquel viaje, recomendando tener una “paciencia jovial” ante los efectos morales de la zona, sugiriendo tener cautela en las enseñanzas allí recibidas y, finalmente, exaltar la solidaridad de las personas y su desinteresada ayuda, pese a que él jamás volvería y ellos lo sabían, una actitud que le llamó extremadamente su atención.
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