¿Por qué nos hacemos amigos de nuestros amigos?
Hay razones psicológicas, sociológicas e incluso de salud, que se interponen en los vínculos que realizamos a lo largo de nuestra vida
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De todos los tipos de amor humano, la amistad es un amor elegido. A diferencia de otros, como el de maternidad, paternidad o filiación, elegimos a nuestros amigos y, además, buscamos alimentar esa relación y mantenerla a lo largo del tiempo. Nos vinculamos porque queremos.
Hablar de amistad es hablar de una realidad análoga, de la que todos tenemos experiencia personal: hay amigos íntimos, amigos más ocasionales y amigos para divertirse y pasar el rato. Los filósofos seguimos considerando válida la distinción aristotélica de amigos por interés, amigos por placer y amigos por carácter o virtud.
Si nos centramos en estos últimos, los buenos amigos, aquellos sin los que nadie querría vivir, como escribió Aristóteles, estamos ante una relación desinteresada que se busca por sí misma e implica afecto, buenos deseos mutuos y la disposición de buscar el bien del otro por su propio bien.
¿Es necesaria la amistad?
Hay razones psicológicas, sociológicas e incluso de salud, o razones ético-antropológicas, por las que la amistad es útil y provechosa. Razones por las que es necesaria en la vida humana y por las que, por tanto, se busca y cultiva. La psicología muestra que facilita el comportamiento prosocial, alivia la soledad y es crucial en el desarrollo de la personalidad.
La investigación en este campo ha demostrado que los amigos proporcionan bienestar subjetivo porque aportan beneficios socioemocionales: sentirnos valorados e importantes para alguien, contar con apoyo y cercanía emocional o disfrutar del compañerismo y la intimidad que nacen de la confianza mutua y el tiempo compartido. También refuerzan la autoestima, disminuyen la vulnerabilidad personal y son un impulso para el crecimiento personal.
Pertenencia y significado
Los amigos son agentes directos de socialización secundaria, y se han vinculado a la salud y la vida feliz, pues proporcionan a las personas sentido de pertenencia y dan significado a sus vidas. No solo consideran nuestras vidas un valor en sí mismas, sino que permiten vivir otra vida además de la propia.
Sobran razones y motivos para buscar y hacer amigos. Y, sin embargo, ninguna de todas esas razones es suficiente para explicar por qué nos hacemos amigos de nuestros amigos.
Sin razón ni explicación
La amistad es una relación gratuita, una interdependencia voluntaria que tiene carácter de regalo, de don. Y eso es lo que, de hecho, la hace tan valiosa: que no es debida, que supera la necesidad; los amigos se hacen porque sí y están porque quieren.
Esto es también visible al analizar las emociones que son propias de la verdadera amistad. En ella hay emociones derivadas de la relación (satisfacción de tener amigos); emociones desencadenadas por el amigo, pero cuyo objetivo es el yo (el apego, que aporta seguridad); y emociones desencadenadas por el otro y que además tienen al otro como objetivo, esto es, emociones que son desinteresadas y a partir de las cuales es posible el cultivo de la amistad.
En este último grupo se distinguen las emociones dirigidas al otro, como la admiración, que tienen como desencadenante al otro, pero no recaen en él necesariamente; y también las emociones orientadas al otro, que son desencadenadas por el otro y cuyo beneficiario es también el otro, como ocurre con el perdón.
El perdón, una emoción ambivalente
Este último tipo de emociones son más complejas de lo que parecen y tienen carácter ambivalente. Por un lado, son altruistas porque reportan un bien al otro: por ejemplo, perdonar a un amigo. Pero, a la vez, quien perdona puede hacerlo de modo que se establezca un vínculo gratuito o bien un vínculo que genere “deuda”.
Así, puede pensar: “Lo perdono y me olvido”, o perdonar al amigo siendo consciente de que “me debe algo”. En este último caso, prima el yo por encima del bien del amigo. En definitiva, las emociones orientadas al otro son ambivalentes porque pueden generar deuda o gratuidad.
Gratuidad y libertad
Para que las emociones orientadas al otro sean gratuitas se requiere que integren la dimensión cognitiva-reflexiva, desde la que es posible realizar conductas voluntarias.
De este modo, la determinación de excluir explícitamente la deuda en la amistad es una manifestación de libertad, que permite observar que en la verdadera amistad existe un sentimiento establemente desinteresado que no puede clasificarse como emoción orientada al otro.
A ese sentimiento estable lo hemos denominado sentimiento vinculativo. Se trata de la experiencia subjetiva o el sentimiento nacido de la elección libre de establecer un vínculo de amistad entre dos personas.
El sentimiento vinculativo
Este sentimiento de amor en la amistad es, por tanto, un sentimiento vinculativo que no es solo una respuesta elicitada por otro, sino también fruto de una elección libre.
Es decir, puede afirmarse que la amistad, que comienza con una predisposición afectiva, se realiza plenamente en la búsqueda del bien del amigo, lo cual es ya una elección libre.
La amistad no se explica solo con las emociones orientadas al otro, porque al ser libre y gratuita requiere de la existencia de un estrato afectivo superior y distinto. Designa siempre una realidad éticamente positiva, según una lógica que supera el “quid pro quo”.
Así, puede haber mil razones de conveniencia por las que necesitamos a los amigos. Pero lo cierto es que la amistad es una innecesaria necesidad que, como maravillosamente explicó C. S. Lewis en su obra Los cuatro amores, “no tiene valor de supervivencia, sino que es de esas cosas que dan valor a la existencia”.
*Por Ana Romero-Iribas
Este texto se reproduce de The Conversation bajo licencia Creative Commons.
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