Por qué no hay que prestar atención a los “opinadores seriales”
Bernardo Stamareas reflexiona sobre “la gente muchas veces habla y opina de lo que no conoce”
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Cuenta una historia que un padre se encontraba con su hijo y un burro. Llegaron a un pueblo y la gente decía: “Tienen un burro y no lo utilizan, ¿cómo no se dan cuenta?”. Así fue como el niño decidió subirse al burro. Al llegar al siguiente pueblo, la gente opinaba: “¡Qué vergüenza! El chico sobre el burro y el padre a pie”. Entonces, el padre, al escuchar esos comentarios, hizo que su hijo se bajara y se subió él. Llegaron a otro pueblo donde las personas decían: “Estos padres modernos no son como los de antes; el padre va en el burro y hace caminar al niño”. Al prestar oído a los dichos, ambos se subieron al burro. Al llegar al siguiente pueblo, la gente comentaba: “¡Pobre animal! ¡Cómo lo maltrata esta familia!”. Así fue como los dos se bajaron del animal y terminaron cargando ellos mismos al burro. Esto sucede cuando escuchamos lo que los demás dicen de nosotros; siempre nos hace terminar con una carga demasiado pesada.
En mis conferencias acostumbro solicitarles a los presentes que imaginen un extraterrestre y lo dibujen en su mente. Una vez que lo hacen, les pregunto: “¿Quién lo dibujó con la frente ancha?”. Algunos levantan la mano. “¿Cuántos lo dibujaron con antenas?”. Otros levantan la mano. “¿Y con nariz y ojos grandes?”. Otro grupo levanta la mano. Para finalizar, pregunto: “¿Cuántos realmente vieron a un extraterrestre?”. Y nadie responde…
La gente muchas veces habla y opina de lo que no conoce; y nosotros también muchas veces hablamos y opinamos de lo que no conocemos con respecto de la vida de los demás. Sin darnos cuenta, les otorgamos a otros una voz, un valor y una estima que no merecen. Y así es como lo que nos dicen, lejos de ser un consejo y una bendición, se transforma en un trastorno y un obstáculo inmenso. Una creencia que hay que refutar. Todos tenemos verdades a las que pensamos como tales, pero estas lo son para nosotros, no para todos.
Quizás pasaste mucho tiempo intentando ser feliz y exitoso, según los parámetros de la sociedad. Entonces te esforzaste por lograr metas que solamente eran favorables para las personas que estaban cerca. Pero a vos no te otorgaban plenitud ni te alegraban. Tal vez tus padres deseaban que fueras un profesional de cierta especialidad, y estudiaste esa carrera para que ellos te aprobaran y te amaran. No eras consciente de que, en el fondo, era el sueño de ellos. Sin meditarlo, seguiste un objetivo que no era lo que vos deseabas para tu vida.
Casi siempre les tenemos más confianza a quienes nos rodean que a nosotros mismos. De modo que podemos llegar a abrirles nuestro corazón a otros, en espera de una solución mágica, ignorando que “en nosotros” están todas las respuestas.
Cuantas menos horas te enfoques en lo que los demás dicen y opinan, de más tiempo dispondrás para conocerte y alcanzar tu mejor versión.
Y cuando uno se toma el tiempo para trabajar en sí mismo, para escuchar la voz de su corazón, más se acerca a la clase de vida que siempre soñó tener.
Para concluir, te dejo una anécdota que comparto a menudo:
Un hombre abrió un negocio y colocó un cartel que decía: SE VENDE PESCADO FRESCO. Vino un vecino y le preguntó:
—¿Usted me está tratando de tonto?
—No, ¿por qué?
—¿Para qué aclara SE VENDE? Si todos sabemos que es un negocio; no necesita aclararlo.
—Tiene razón, discúlpeme.
Tomó la escalera, subió y tachó SE VENDE. Dejó solamente PESCADO FRESCO, pensando que ahora sí iba a vender.
Vino otro vecino a los cinco minutos y le dijo:
—¿Usted me está tratando de tonto a mí?
—No, ¿por qué?
—Dice: PESCADO FRESCO. ¿Fresco? ¿Qué: está podrido el pescado? ¿Para qué lo aclara?
—Tiene razón, perdóneme.
Subió otra vez a la escalera y tachó FRESCO. Ahora solo quedó PESCADO. El hombre pensó: “Ahora sí voy a vender”.
Al rato vino otra persona y le preguntó:
—¿Qué puso acá?
El hombre contestó: PESCADO. Y el otro le dijo: “No necesita poner nada. Hace cinco cuadras que vengo oliendo el pescado. ¡Hay olor a pescado en todo el barrio!”.
—Tiene razón.
Volvió a acomodar la escalera y tachó PESCADO. Cuenta la historia que nunca vendió nada.
Enseñanza:
Pintá tu propio cartel, no termines cargando a un burro y buscá realizar los sueños que están en tu corazón. Hagas lo que hagas, habrá gente que te va a amar, gente que te va a odiar y gente que hablará de vos aun sin conocerte.
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