
“¿Por qué no empiezan ustedes?”. El atentado que despertó la ira de Perón, su pedido de “dar leña” a los opositores y el incendio del Jockey Club
El 15 de abril de 1953, durante el segundo mandato de Juan Domingo Perón, dos bombas estallaron en Plaza de Mayo durante un acto oficialista y mataron a cinco personas; por la noche, partidarios del gobierno destruyeron edificios representativos de la oposición
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En la noche del 15 de abril de 1953, el lujoso palacio del Jockey Club de Buenos Aires, ubicado entonces en la calle Florida al 500, se encontraba ardiendo en llamas. En pocas horas, y ante la pasividad de los bomberos, el fuego devoraría el notable acervo artístico, los valiosos libros y el opulento mobiliario de ese edificio, emblema de la alta sociedad porteña.
El incendio, provocado intencionalmente por un grupo de partidarios del presidente Juan Domingo Perón, que ejercía su segundo mandato, fue solo uno de los tantos actos vandálicos producidos en una jornada marcada por la violencia política. Aquel día, las insalvables diferencias entre peronistas y antiperonistas dejaron en Buenos Aires un reguero de fuego, destrucción y muerte.
Todo comenzó en la tarde, cuando dos bombas colocadas por opositores al gobierno explotaron en Plaza de Mayo, en medio de un multitudinario acto en apoyo a Perón. El atentado dejó al menos cinco muertos y cerca de un centenar de heridos. Por la noche, en represalia por este hecho, fueron atacados el Jockey Club y otros edificios considerados como bastiones del antiperonismo.
“Los atentados del 53 no hay que tomarlos como una cosa aislada sino como algo que sucedió en medio de una situación violenta cada vez más pronunciada que se venía dando hacía años y que desencadenó finalmente el derrocamiento de Perón en el 55″, introduce el historiador e investigador del Peronismo, Ariel Kocik, en diálogo con LA NACION.

Un acto en apoyo a Perón
En horas del mediodía de aquel 15 de abril de 1953 y, como señala la crónica de LA NACION, “bajo el tibio sol de otoño”, varias columnas de trabajadores fueron llegando a la Plaza de Mayo. “La gente estaba convocada por la CGT para darle apoyo a Perón en medio de una situación embromada que presentaba su segundo gobierno por la crisis económica, las acusaciones de corrupción y por la muerte de Juan Duarte -el 9 de abril de ese año, en un supuesto suicidio- que fue un sacudón para el Gobierno”, cuenta Kocik.

Alrededor de las 17.30, el general Perón salió al balcón de la Casa Rosada y comenzó a hablarle a la multitud que colmaba la Plaza. El presidente se refirió a la situación económica que ”no ha sido nunca mejor que ahora", y solicitó la ayuda del pueblo para controlar “la especulación y la explotación del agio por los malos comerciantes”.
Sus palabras eran respondidas con exclamaciones de júbilo por parte de los ‘descamisados’ presentes, que de vez en cuando también vitoreaban el nombre de su líder.

Estallan dos bombas
Pero pronto la liturgia de aquel acto peronista se vería alterada. Unos quince minutos después de iniciar su discurso, tanto el mandatario como la muchedumbre fueron sorprendidos por un fuerte estallido. Se trataba de la detonación de un explosivo colocado por alguna fuerza de la oposición.
“La primera bomba, compuesta por cartuchos de gelignita, estalló en el interior del Hotel Mayo -señala el historiador-, que estaba en calle Hipólito Yrigoyen y Defensa, frente a la Plaza. En ese momento el hotel estaba cerrado y habían colocado la bomba en el bar. Eso provocó una primera estampida”.

Perón escuchó la detonación desde el balcón y, lejos de interrumpir su arenga, arremetió con vehemencia: “Compañeros, esos mismos que hacen circular rumores parece que hoy se han sentido más rumorosos queriéndonos colocar una bomba”.
Pero ese no sería el único ataque producido contra la multitud. Enseguida, un estallido más fuerte que el primero sonó desde una de las bocas del Subte A de la estación Plaza de Mayo. Se había detonado otro artefacto explosivo compuesto por gelinita.

“¡Leña!, ¡Leña!”
Luego de los dos estallidos criminales, el caos se apoderó de los manifestantes que estaban cerca del lugar. Llegaban a la plaza los bomberos y las ambulancias públicas y de la Fundación Eva Perón para asistir a los heridos. Pero el discurso de Perón no se detenía. “Podrán tirar muchas bombas y hacer circular muchos rumores, pero lo que nos interesa a nosotros es que no se salgan con la suya”, dijo.
Luego de prometer individualizar a los autores del atentado el presidente tiró una frase virulenta: “Creo que según se puede ir observando, vamos a tener que volver a la época de andar con el alambre de fardo en el bolsillo”.

Entonces, la multitud comenzó a gritar: “¡Leña!, ¡Leña!“. Y el general, desde su púlpito en la Casa Rosada, les respondió: ”Eso de la leña que ustedes me aconsejan, ¿Por qué no empiezan ustedes a darla?“. Unas horas más tarde, este belicoso consejo del presidente se llevaría a la práctica de manera salvaje.
Un acto terrorista
–Ariel, ¿cuál fue la razón que lleva a alguien a poner bombas en un acto tan multitudinario?
–Lo primero que hay que decir es que estos actos son atentados, son actos terroristas sin ninguna duda. Hay, al menos, cinco muertos y unos 90 heridos. En contexto, hay que decir que a la par que la situación económica se complicaba -en el ‘52 faltó pan, faltó leche, faltó electricidad-, el gobierno incrementaba la represión, regía el estado de guerra interno, había detenciones arbitrarias, clima opresivo, prensa amordazada... Por otro lado, en la oposición crecía, si se quiere, la desesperación, porque habían visto sus intentos de derrocar a Perón frustrados. En el 51 hubo un golpe de Estado fallido, el del general (Benjamín) Menéndez y pocos meses después, en el 52, fue el del coronel (José Francisco) Suárez.
–Pero estas bombas no fueron parte de un intento de golpe de Estado.
–No. Lo que los que pusieron las bombas quisieron mostrar es que la oposición seguía dando batalla. Esa fue la intención, mostrarle a Perón que seguían peleando a pesar de que los intentos de golpe habían sido frustrados. Así le contó uno de los involucrados en la colocación de bombas a (Hugo) Gambini. (N. del R.: Ariel Kocik escribió dos libros sobre el peronismo junto al periodista e historiador Hugo Gambini: Crímenes y mentiras; las prácticas oscuras de Perón y Las traiciones de Perón).
Los autores del atentado
–¿Se sabe quiénes pusieron las bombas?
–Eran grupos de antiperonistas, que no componían una organización con una estructura estable. Digamos, en el mundo de la oposición a Perón, lo que había eran universitarios que hacían de grupos de choque para pelear contra la Alianza Nacionalista, que a su vez estaban vinculados a grupos políticos, y también tenían contactos con militares. Con el tiempo iban a construir lo que fueron los Comandos Civiles, grupos organizados para, en cuanto estallara un golpe contra Perón, salir a pelear. Que de hecho pasó, finalmente, en el 55.
–¿Hay algún nombre de los autores?
–Te puedo dar todos los nombres de los que estuvieron detenidos por estas bombas, pero ¿qué pasa? Ellos fueron acusados de ser culpables y confesaron bajo tortura. Por lo tanto, lo que dijeron, carecía de valor legal. En el 55 se reabrió el juicio y ellos se declararon todos inocentes, porque en definitiva les arrancaron confesiones mediante picana.

–Uno de los sindicados como responsable de la bombas fue Roque Carranza, que luego fue Ministro de Obras Públicas del gobierno de Raúl Alfonsín. ¿Él tuvo responsabilidad en el atentado?
–Todo el mundo lo señaló a él. Carranza era un ingeniero industrial recibido en 1946 que tenía una activa militancia en el movimiento, sobre todo vinculado a los universitarios reformistas que enfrentaron a Perón. La gente de Exactas (Ingeniería entonces pertenecía a Exactas) se especializaba, por ejemplo, en la fabricación de bombas. Yo tengo la palabra directa de un ex militante universitario vinculado al socialismo, un tipo muy respetado del mundo de la cultura, que me dijo personalmente que Roque Carranza lo invitó a participar del atentado, pero él se negó a hacerlo.
Se incendia la Casa del Pueblo
Pocas horas después del acto de la CGT en apoyo a Perón y del estallido de las dos bombas, un grupo de hombres enardecidos se dirigieron a destrozar distintos edificios de la ciudad que eran considerados emblemas de la oposición al Justicialismo y de la oligarquía. “Esa noche se incendió la Casa del Pueblo, sede del Partido Socialista, se atacó la Casa Radical y el Jockey Club”, enumera Kocik.
Es así que una parte de la furibunda turba se dirigió a la altura del 2400 de la Avenida Rivadavia, donde estaba el edificio de la Casa del Pueblo. Allí destrozaron la cortina metálica que bloqueaba el acceso, ingresaron en grupos y comenzaron con los destrozos y el ataque ígneo en el interior del edificio.


“En la sede Socialista se quemó la Biblioteca Juan B. Justo, que tenía un acervo extraordinario con 100.000 libros de la historia de las organizaciones obreras. Era el mayor archivo de luchas sociales del país”, indica Kocik, que añade: “En el sótano estaban las bobinas y los archivos de papel de La Vanguardia, el semanario socialista. Todo eso ardió fácilmente”.
El ritmo creciente de las llamas en la elegante casona de la Avenida Rivadavia contrastaba con la inacción de la policía y los bomberos. “Los bomberos concurrieron varias horas después y no para apagar el fuego sino para evitar su propagación”, dice una nota del exmilitante socialista Carlos Kreimer en la revista Todo es Historia. “Al principio quedó todo a merced de lo que los socialistas pudieran hacer con dos mangueritas para apagar el fuego”, acota Kocik.
“Hacia las 4 de la madrugada se desplomaron los techos y de la Casa del Pueblo solo quedaron las paredes ennegrecidas”, escribió Félix Luna en un artículo en la mencionada Todo es Historia.

El Jockey Club envuelto en llamas
La misma suerte que el local socialista corrió el palacio del Jockey Club, en Florida al 500, que para el peronismo era el pináculo de la oligarquía. El historiador Marcelo Larraquy en su libro De Perón a Montoneros cuenta que ese club había rechazado la solicitud de ingreso de Juan Duarte y del empresario justicialista Jorge Antonio y que también sus dirigentes se opusieron a comprar 100.000 ejemplares de La Razón de mi vida, la autobiografía de Eva Perón. Según Gambini, se lo habían regalado los violentos al general como una especie de trofeo de guerra.

Los agresores destruyeron sin contemplaciones y prendieron fuego todo lo que había dentro del lugar. “Allí había obras de arte valiosísimas... algunas rodaron escaleras abajo y se hicieron pelota -dice Kocik-, había una pinacoteca con obras, por ejemplo, de Goya”. Otros bienes también fueron robados, como por ejemplo una partida de vinos que apareció tiempo más tarde cuando se remataron bienes de Perón.
En el diario La Prensa, en un artículo del año 2022, el columnista Rodolfo Gallo del Castillo enumera todo lo que se llevó el incendio. Entre otras cosas, menciona finísimos muebles, boisseries de ensueño, arañas de cristal, cortinados de terciopelo y seda, jarrones finos y muchísimos libros valiosos. Además, pocos días después, Perón disolvió el Jockey Club, que volvió a tener personería recién en 1957.


“Lo que el Gobierno quería que se quemara”
Además, según una crónica del diario LA NACION del tiempo en que ocurrieron estos hechos, cuando finalmente los bomberos pudieron actuaron rescataron de entre las llamas, mediante una escalera mecánica, a un hombre atrapado en el quinto piso y a una mujer en el primero.
La Casa Radical, ubicada en Tucumán al 1600, también sufrió la enervada rabia de los atacantes. Allí, los agresores ingresaron luego de romper las rejas delanteras y comenzaron a arrojar muebles a la calle por la vereda para luego prenderlos fuego. La misma suerte corrieron importantes ambientes del edificio, como el Salón de Sesiones, aunque, a diferencia de lo que ocurrió con el Jockey Club, el incendio no alcanzó la totalidad del predio.


Otro edificio que se menciona menos y también fue alcanzado por la brutalidad de los exaltados manifestantes fue el del Partido Demócrata, ubicado en la calle Rodríguez Peña al 500, a la vuelta de la Casa Radical.
Los atacantes también intentaron llevar a cabo su vandálico accionar contra el edificio del diario LA NACION y el Petit Café, en Santa Fe casi Callao, pero la policía protegía ambos edificios. En palabras del mencionado Kreimer: “se quemó lo que el gobierno quería que se quemara”.

La responsabilidad de los incendios
–Ariel, ¿quiénes fueron los responsables de estos ataques? ¿Fueron los manifestantes de la marcha que se dirigieron a romper todo?
–No creo, puede ser que algún exaltado de la marcha haya ido, pero yo iría más por el lado de la Alianza Libertadora Nacionalista (ALN) y grupos policiales y parapoliciales.
–¿Qué era la Alianza Libertadora Nacionalista?
-Eran grupos de choque o de acción, que no aparecían públicamente como vinculados a Perón, aparecían como si fueran independientes, por llamarlo de alguna manera. Actuaban golpeando a la oposición. Podían salir, por ejemplo, a matar comunistas con total impunidad.
–¿Respondían a alguien?
-Respondían a dos personajes que eran matones: Guillermo Patricio Kelly y Juan Queraltó, que era el más corrido hacia la extrema derecha, por no decir al nazifascismo. Kelly supuestamente estaba en contra del antisemitismo. Esa era la diferencia entre ellos. Kelly acusó a Queraltó, que era su enemigo en la ALN, de estos atentados y la quema de Iglesias en 1955 también.
“Primer acto de terrorismo de Estado”
–¿Y ellos a quién respondían?
–En 1955 la responsabilidad de Alberto Teisaire aparece más señalada, cuando era vicepresidente del país. Pero en 1953 las culpas en estos ataques irían directamente a Perón. Cuando Teisaire fue arrestado por el gobierno de la llamada Revolución Libertadora en 1955, declaró que Perón había sido culpable de absolutamente todo, y que la ALN era “subvencionada y dirigida por el propio Perón”.

Para no dejar dudas, en su declaración el ex vicepresidente sentenció: “Nada de lo que el gobierno de Perón ha ejecutado, sea cual fuere la naturaleza de los hechos ocurridos, se ha llegado a concretar sin el conocimiento directo de Perón”.
En este sentido, al hablar de los ataques a los bastiones opositores al peronismo, en su libro Perón y su tiempo, el célebre historiador Félix Luna escribió: “Fue el primer caso de terrorismo de estado en el país; un acto para amedrentar a la oposición, manejado desde los niveles del poder con la aquiescencia del presidente de la Nación.

Cuatro mil detenidos
–Volvamos a los atentados en la Plaza, ¿los acusados por ese acto fueron atrapados enseguida?
–Las redadas policiales empiezan inmediatamente. Hay algo que nunca se investiga en cuanto al peronismo que es el sistema de delación, que es el que permitía detener casi inmediatamente a los responsables, acusados, sospechosos... No se puede estudiar el peronismo sin tener en cuenta la enorme cantidad de delatores que había en la sociedad. Perón mismo lo reconocía cuando decía “tenemos miles de rastreadores” en su obra Conducción Política. Así que fue rápido dar con los sospechosos. Hubo decenas de detenidos, ya tuvieran relación directa con las bombas o por las dudas.
De acuerdo con Félix Luna, entre abril y mayo de 1953 en esa gran redada se detuvo a unas 4000 personas. Ellos fueron puestos a disposición del Poder Ejecutivo y pasaron meses en prisión, distribuidos en la Penitenciaría Nacional -ubicada donde actualmente se encuentra el Parque Las Heras-, el penal de Villa Devoto y la cárcel de mujeres -en San Telmo-, porque también hubo mujeres entre los detenidos. Fue el caso de Yolanda Vacca de Uzal, allegada al dirigente radical Arturo Mathov y de Victoria Ocampo.
–¿También detuvieron dirigentes políticos?
-Sí, además de los directamente implicados también están los detenidos porque podían llegar a saber algo. Carlos Sánchez Viamonte, Alfredo Palacios, Nicolás Repetto, entre los socialistas, todos ellos fueron a la Penitenciaría Nacional justamente en el año 1953. No es que los acusaran de poner las bombas, los acusaron porque, como eran altísimos dirigentes, les decían: “No me jodas, vos tenés que saber algo”. También detuvieron a Arturo Frondizi, en ese entonces dirigente de la Unión Cívica Radical que, esto hay que decirlo, no había conspiración en la que el tipo no estuviera.
Picanas y torturadores
Los sospechosos de haber puesto las bombas en la Plaza y muchos otros de los detenidos recibieron los peores tratos por parte de sus captores, consistentes en golpes, tormentos psicológicos y, principalmente, el uso de la picana eléctrica. “En los años del peronismo la tortura era algo sistemático”, asevera Kocik, y añade: “Tengo las declaraciones de los torturados y es algo tremendo realmente”.

–¿Cómo funcionaba lo que usted señala como el sistema de torturas?
–En este caso particular, las torturas se dieron sobre todo en la Comisaría 17 y la 46, donde se movía el teniente coronel Jorge Osinde, director de Coordinación Federal, que es el que más tarde, en 1973, organizaría la represión en Ezeiza. Y también en la famosa Comisaría Tercera, que es donde estaban los hermanos Juan Carlos y Luis Amadeo Cardoso, que eran dos de los más famosos torturadores del segundo gobierno de Perón, que llevaban la picana eléctrica en una valijita para torturar donde fuera necesario. Lo normal era que después de ser torturados, los opositores eran apresados por unos meses en la Penitenciaría Nacional.
-¿Qué casos puede mencionar?
-Roque Carranza se declaró culpable en medio de la tortura, teniendo a Osinde a pocos metros. Otro caso es el de Alfredo Estrabou, torturado sádicamente con picana eléctrica, que quiso matarse en la comisaría para poner fin a los tormentos. Patricio Cullen es otro caso, al que aplicaron tortura incluso en los ojos. Cuando llegó la Penitenciaría Nacional estaba tan trastornado que no podía reconocer a sus pares. Y en la Penitenciaría fue aislado durante 32 días hasta que se repusiera, sin atención médica...
-¿En ese tiempo la Penitenciaría estaba a cargo de Roberto Pettinato padre?
-Exactamente.

“Anverso y reverso de la misma barbarie”
La mayoría de los acusados de poner las bombas en la Plaza permanecieron detenidos varios meses más, hasta que fueron liberados cuando Perón llamó a una especie de concordia avanzado el año 1953.
Según Luna, el presidente necesitaba mostrar una buena imagen al exterior, que las cárceles no estaban tan llenas, si quería recibir inversiones. Es, casualmente, en agosto de ese año que se sanciona la ley de Radicación de Capitales Extranjeros.
Enfrentados a un nuevo juicio en 1955 todos los sindicados por los atentados explosivos durante el acto de la CGT se declararon inocentes.

En cuanto a los incendios y destrozos en el Jockey Club, la Casa Radical y la Casa del Pueblo, no se detuvo ni enjuició a los responsables. “Antes de 1955, no creo. Y aún después, me cuesta recordar nombres de detenidos por la quema de la Casa del Pueblo. En el rubro ‘incendios’, los de junio de 1955 se ganaron toda la atención y las acusaciones fueron allí más concretas”, analiza Kocik.
Aquel 15 de abril de 1953 fue una demostración de hasta dónde puede llegar la violencia política cuando se desboca. Para cerrar con palabras de Félix Luna: “Tanto las bombas en Plaza de Mayo como los incendios que siguieron eran el anverso y el reverso de una misma barbarie”.
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