Por qué, más que nunca, las elecciones en EE.UU. nos afectarán a todos
Dentro de 72 horas el mundo sabrá si ha cambiado. O al menos tendrá fuertes indicios de cuánto puede cambiar en los próximos cuatro años. Es un lugar común, es cierto, cada vez que hay elecciones presidenciales en los Estados Unidos, pero esta vez hay motivos suficientes para sostener que no se trata de una votación más y que sus posibles efectos mantienen en vilo no solo a los 328 millones de norteamericanos, sino a todo el planeta.
La conciencia de una generación se forja desde el poder, pero también desde la reacción que provoca ese poder en la cultura política de una época. Los años de Donald Trump en la Casa Blanca fueron testigos, y tal vez precipitadores, de intensos cambios sociales que alcanzaron finalmente a toda la cultura de Occidente. Desde el movimiento #MeToo, que despertó una ola global de reivindicaciones feministas a partir de las denuncias públicas de mujeres hartas de padecer acosos y violencia por parte de hombres (como Trump) que durante décadas se sintieron impunes, hasta la movilización mundial contra el racismo y la violencia institucional tras el punto límite que supusieron las muertes de afroamericanos a manos de policías blancos en ciudades de Estados Unidos.
Pero también estos años vieron emerger una insoportable cultura de la cancelación que generó cazas de brujas en nombre de la corrección política, quizá como reacción a la incorrección discursiva que bajaba desde la Presidencia, así como el ascenso y empoderamiento de sectores conservadores decididos a reinstaurar sus valores religiosos por sobre los principios liberales y seculares que imperaron durante buena parte del siglo XX.
En estos cuatro años Trump ha tenido el poco frecuente privilegio de designar a tres jueces para la Corte Suprema de Justicia, probablemente la institución más influyente del mundo ya que sus fallos y acordadas sientan una jurisprudencia estudiada globalmente, lo que inclinó a ese máximo tribunal hacia un extremo conservador como no lo estuvo en décadas. Una agenda republicana en los próximos años, en caso de obtener Trump su reelección, podría derivar en la revisión de fallos históricos, como el célebre Roe vs Wade, que legalizó la práctica del aborto en 1973. Un triunfo de Biden podría suponer en cambio un equilibrio institucional en el plano ideológico, aunque a su vez muchos se preguntan si podrá contener la radicalización de algunos sectores de su propio partido.
Los desafíos urgentes del cambio climático, negados por Trump contra la abundante evidencia científica; la respuesta al Covid-19 y a amenazas sanitarias similares; la apertura o cierre de fronteras a la inmigración, dilema político y moral que también divide a Europa; y la conformación de sistemas previsionales y de salud económicamente sustentables y socialmente inclusivos, son parte de una agenda trascendental que Estados Unidos comparte con buena parte del mundo, y se abordará de modos muy diferentes según quien alcance la victoria este martes.
Pero, sobre todo, también está en juego en las urnas norteamericanas la recuperación del centro político, esa posición a la que antes de Trump los partidos intentaban converger en tiempos electorales. Las grietas se han convertido en los modelos políticos imperantes en muchas naciones, donde algunos gobiernos parecen decididos a gobernar solo para sus votantes o determinados grupos, en detrimento del resto del electorado, exacerbando así los extremismos y reduciendo la democracia a la imposición de la voluntad de las circunstanciales mayorías sin que importen ya los consensos.
La noche del martes el mundo entero lo mirará por tevé y redes sociales. Lo que ocurra en cualquier mesa de la oscilante Florida finalmente nos afectará a todos.
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