¿Por qué los deportes de riesgo son tan atractivos para los jóvenes?
El encuentro cuerpo a cuerpo con el mundo tiene lugar en espacios y circunstancias que el joven decide y que quedan bajo su control
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Los cambios asociados a la pubertad suelen hacer que los adolescentes se cuestionen su identidad y pongan en tela de juicio lo que daban por sentado. La práctica intensiva del deporte es para algunos jóvenes una forma de protegerse de las cuestiones más graves que rodean estos cambios.
La búsqueda de sensaciones y de autocontrol, así como la repetición de los entrenamientos, les ayudan a distanciarse de un mundo interior difícil de contener. La asistencia regular a un pabellón deportivo, con sus ritos y figuras conocidas, proporciona la seguridad de un mundo comprensible, siempre a gusto de uno.
Uno se prepara para las competiciones, discute las prácticas, encuentra una connivencia inmediata con los compañeros, y el reconocimiento mutuo. Así, la actividad deportiva aparece a veces como un espacio de transición en el que se amansan las dificultades de la vida.
Posponer la sexualidad, controlar el cuerpo
Al crear otras preocupaciones manejables y concretas –retos, esfuerzos, limitaciones de tiempo, etc.– el deporte se convierte en una forma de suspender el tiempo y los problemas de la adolescencia. Al tener lugar en un microcosmos bien definido, revestido de una sensación de durabilildad, se crea una barrera eficaz contra la sexualización del cuerpo y las nuevas responsabilidades que implica.
A menudo pospone las relaciones románticas o la entrada en la sexualidad. El cuerpo se controla y se niegan sus impulsos en nombre de las limitaciones del entrenamiento y de los sacrificios necesarios para obtener buenos rendimientos.
Además, con su calendario riguroso, la actividad deportiva ocupa toda la mente, evitando cualquier proyección hacia el futuro que no esté delimitada al tiempo de la competición y a la preparación física adecuada. Da unas pautas, un marco, un estilo de vida, unas aspiraciones, una sociabilidad controlada y centrada únicamente en el rendimiento.
Los deportes extremos y el riesgo
Más allá de las prácticas más convencionales, las actividades físicas y deportivas experimentaron un profundo cambio en los años 80, que las nuevas generaciones adoptaron. Con las transformaciones tecnológicas y la aparición de nuevos materiales, se amplió el ámbito de las nuevas actividades: deportes de deslizamiento, deportes al aire libre, etc.
La mercadotecnia de los fabricantes de los distintos equipamientos explota esas nuevas sensibilidades, ligadas a la búsqueda de sensaciones, libertad, apariencia… Estos jóvenes entusiastas se vuelven consumidores desenfrenados, al acecho de los últimos productos, y “juegan” simultáneamente a la rebeldía y a la indiferencia por las normas o reglas sociales.
No tienen más referencias que ellos mismos y sus iguales. Fuera de la competición, de la clasificación, de los marcadores y las reglas, su práctica deportiva es autónoma e individual: una búsqueda apasionada de sensaciones.
Cuerpo a cuerpo con el mundo
La participación apasionada en estas actividades es una forma de sentirse vivo a través de una relación física e intensa con el mundo. En este sentido, la práctica de estos deportes se parece a los comportamientos de riesgo. Es cierto que los últimos son una respuesta al sufrimiento, mientras que las primeras son más bien una búsqueda de la intensidad del ser, pero ambas están en el filo de la navaja. Poniéndose a prueba de diferentes formas, los jóvenes piden a veces a la muerte una respuesta sobre el sentido y la legitimidad de la existencia.
Son socialmente valorados, no sólo por las generaciones más jóvenes que encuentran en ellos una fuente de emulación y comunicación, sino por la sociedad en su conjunto, porque ve en ellos una afirmación lúdica de la juventud. Valores como el coraje, la resistencia, o la vitalidad.
Narcisismo o autoestima
Estas “actividades de riesgo”, en las que jugar con el límite es un hecho fundamental, alimentan el narcisismo al crear la convicción de estar por encima del resto, entre los elegidos; de ser un virtuoso. El encuentro cuerpo a cuerpo con el mundo tiene lugar en espacios y circunstancias que el joven decide y que quedan bajo su control, según él valore su propia capacidad.
El joven experimenta un sentimiento de autoestima, creación y determinación personal en sus logros físicos o deportivos. El miedo, superado así, lleva al júbilo de haber triunfado, y de ser distinto del resto. Gracias a sus proezas, tiene la sensación de existir a los ojos de los demás. Busca los límites, pero de forma lúdica, en contraste con los comportamientos de riesgo. Intenta descubrir quién es y hasta dónde puede llegar. Experimenta con sus recursos y consigue una sensación de plenitud.
Las actividades físicas y deportivas de riesgo responden a una lógica de confrontación física con el mundo desde una perspectiva lúdica, aunque el riesgo de accidente sea el precio a pagar por la intensidad experimentada. Existir no es suficiente, debemos sentir que existimos.
Búsqueda de límites
Para los adolescentes estas actividades tienen un altísimo componente de búsqueda: de límites, de sensaciones y de reconocimiento. La prueba tiene un valor de confirmación del valor personal, exige una demostración. El riesgo que conlleva: sobrestimar las propias habilidades y ceder a un sentimiento de omnipotencia a menudo peligroso.
La presencia de otros tiende a convertir estas prácticas en una representación. La búsqueda de proezas o la demostración de la propia destreza ante los demás es también, más allá de la realización personal que proporciona, una línea de defensa narcisista contra el sentimiento de insignificancia de uno mismo.
Skaters y geografía urbana
Por ejemplo, es conocido el interés de los skaters por situarse en lugares públicos para demostrar sus habilidades. A pesar de una fingida indiferencia, la mirada de los demás es necesaria para la validación de sus talentos. Pero el espectáculo sucede de forma disimulada, y no de forma ostentosa, en un juego permanente.
La práctica requiere una connivencia amistosa con los otros virtuosos del mismo deporte. Implica horas sobre la tabla e innumerables caídas antes de lograr por fin dominar el codiciado truco o de colgarse de la barandilla de la escalera durante un rato.
Los raspones, los golpes y las fracturas se multiplican mientras la técnica del cuerpo no esté perfectamente dominada, pero es el precio a pagar por un sentimiento de arraigo. La persecución de una meta se produce a través de esta ambigua mezcla de destreza y caídas, como si se tratara de encontrar la distancia adecuada con ese mundo que se escapa.
Los skaters juegan con la velocidad o el riesgo de caída aprovechando la geografía urbana, bajando pendientes a toda velocidad o mezclándose con el tráfico, incluso aferrándose a ellos para experimentar momentos de aceleración y ejercer el virtuosismo burlándose del peligro. Muchas de estas nuevas prácticas físicas multiplican las áreas de transgresión y, por tanto, la sensación de omnipotencia.
Entre las generaciones más jóvenes, la búsqueda frenética de límites en actividades físicas y deportivas de riesgo marca la creencia personal de ser “especial”, de tener algo de lo que los demás carecen. Al mismo tiempo, al ponerse en situaciones de peligro, buscan constantemente reafirmarse. Las grietas en el ego se rellenan en un proceso que se repite.
Logran reinar en su disciplina y florecen al doblegar la resistencia de los elementos, al domar la gravedad. Son prácticas de vértigo, o más bien de juego con el vértigo: el objetivo es dominar el desequilibrio, ya sea en el aire, la tierra, la nieve o el mar. Una forma intensa, y a tientas, de encontrar su lugar en el mundo.
Este texto se reproduce de The Conversation bajo licencia Creative Commons.
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