Por qué la NASA quiere que volvamos a enamorarnos del espacio
Luego de una serie de exploraciones por parte de profesionales, con fracasos incluidos, la institución busca que los ciudadanos se involucren
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La semana pasada, dos tripulantes de la estación espacial china Tiangong realizaron su tercera caminata con éxito. Los takionautas (del mandarín ‘taikong’, espacio, y del griego ‘nauta’, viajero) Fei Junlong y Zhang Lu realizaron sus tareas y volvieron al módulo de laboratorio Wentian. Ellos, junto con Deng Qingming, ya llevan cuatro meses en órbita.
Si retrocedemos hasta el pasado 15 de diciembre, nos enteramos de que una caminata espacial que se iba a realizar en la Estación Espacial Internacional (EEI) se canceló por una fuga de refrigerantes, potencialmente peligrosa, en la nave Soyuz, acoplada al complejo que orbita la Tierra a unos 400 kilómetros de altura.
Tanto estas como otras noticias sobre lo que pasa en el espacio seguro que nos pasaron desapercibidas. Y es que, para el entendimiento general, saber que hay personas que pasan largas temporadas afuera del planeta se volvió algo muy común. Entonces, las caminatas espaciales pasan a ser “cotidianas” en cualquier medio de comunicación, así sea tradicional o digital.
Sin embargo, los recientes anuncios sobre la segunda misión del Programa Artemis –que nos llevaría de regreso a la Luna como parte de un plan más ambicioso para llegar a Marte– se están convirtiendo en la excusa perfecta para tener a una nueva generación interesada en la investigación espacial. Y esta vez la NASA no está dispuesta a dejar pasar esta oportunidad.
Del hito a lo normal
La llegada del hombre a la Luna, el 20 de julio de 1969, fue un hecho histórico transmitido en vivo por televisión, y visto por unos 600 millones de personas en el mundo. Desde entonces, hubo unos 10 lanzamientos más solo del programa Apolo y que permitieron tanto la llegada de más hombres a la Luna como el desarrollo de la estación espacial Skylab.
La carrera lunar la había ganado Estados Unidos y el programa Apolo concluyó. La mira se puso más allá de nuestro satélite natural y se recuerdan misiones emblemáticas que también se realizaron por esos años, como el lanzamiento de las sondas Viking I y II a Marte (1975) y Voyager I y II (1977) para explorar Júpiter y Saturno.
Con la llegada de la década del ochenta, la NASA inició el Sistema de Transporte Espacial (STS, por sus siglas en inglés), con transbordadores reutilizables y de menor costo (según se esperaba). Sin embargo, el interés del público en general por la exploración espacial se estaba empezando a perder.
Así nació el programa Teachers in Space, que permitiría a un civil viajar al espacio en la siguiente misión del STS Challenger. Quien fuera elegido debía ser maestro de profesión, no solo para reforzar el lado educativo del programa, sino también alentar el interés por estos temas, sobre todo entre los más jóvenes, tal como había sucedido en la carrera lunar.
Sin embargo, esa misión nos dejó dos hechos marcados en la memoria: la elección de la profesora de Ciencias Sociales Christa McAuliffe, de 37 años, como una de las tripulantes; y que, a solo 73 segundos de su lanzamiento, el 28 de enero de 1986, explotó en el aire.
Otro terrible hecho, esta vez ocurrido el 1 de febrero del 2003, hizo que la gente se volviera a acordar de las misiones espaciales: el STS Columbia se desintegró al atravesar la atmósfera durante su reingreso a la Tierra.
Con el desarrollo de la estación rusa MIR (1986-2001) y la Estación Espacial Internacional (1998), así como la puesta en marcha de las lecciones aprendidas por los accidentes del pasado, las idas y venidas al espacio y todo lo que los astronautas puedan hacer allí volvieron a perder el interés del público en general.
El espacio es de todos
La irrupción de jugadores privados en la nueva carrera espacial volvió a llamar la atención. No solo porque cuentan con tecnología innovadora (incluso logrando la tan ansiada reutilización de elementos para el despegue), sino porque se han convertido en socios de agencias espaciales estatales.
En medio de esto, el anuncio de la tripulación de la misión Artemis II ya genera conversación. No solo porque es el primer grupo de humanos que orbitará la Luna más de medio siglo después de la última vez que el hombre la pisó, sino por sus miembros. Por primera vez, una misión lunar tiene entre sus filas a Christina Koch, que tiene el récord de tiempo continuo más largo de una mujer en el espacio; y a Víctor Glover, el primer afroamericano en permanecer seis meses en la EEI.
Aunque algunos opinan que hacer estas distinciones solo contribuye más a ahondar las diferencias, otros consideran que es importante señalarlas, pues hasta el momento solo 12 personas pisaron la Luna, y todos son hombres blancos. Más allá de los sobrados méritos con los que ambos cuentan, aquí hay un tema que la NASA ha querido poner sobre el tapete.
Pero no es lo único. Toda la estrategia de comunicación tras el anuncio –las fotos, los pósteres, los videos– demuestran que la NASA busca construir una nueva épica espacial. “Se vuelve a valer de la estética del héroe: valientes, pioneros, en la frontera, y ahora con el protagonismo de ella, la astronauta Christina Koch”, señaló el periodista científico argentino Federico Kukso.
Es una estrategia llamativa, que busca despertar el interés por la ciencia en los más jóvenes, y que al resto nos quiere demostrar que sí es posible llegar hasta el infinito y más allá.
Por Bruno Ortiz Bisso
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