Una alimentación saludable y balanceada genera un bienestar para el día a día de las personas
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¿Por qué buscamos consuelo en la comida? Porque es deliciosa, claro. Pero también hay explicaciones científicas a la pregunta de por qué a veces los alimentos nos llenan, no solo el estómago, sino también el espíritu. En algunos idiomas incluso se le ha dado nombre a este fenómeno. En inglés se habla de la “comfort food”, que podría traducirse al español como “comida reconfortante”.
Es algo que puede cambiar en función de factores culturales, familiares o generacionales. ¿Pero de qué hablamos exactamente cuando hablamos de comida reconfortante? Imagínate un pequeño montón de arroz recién cocido, ponle algo de pollo especiado con jengibre, ajo y salsa de chile, y habrás llegado al lugar en el que la escritora gastronómica Jenny Linford se siente más feliz.
Se trata de un plato de pollo con arroz de Hainan, una isla del sur de China. A Linford, que vivió en Singapur de niña le trae recuerdos de grandes reuniones familiares en las que abundaba la buena comida. “Hablamos de una suerte de bienestar a partir de la comida”, afirma Lindford, quien ha escrito varios libros sobre comida, incluido uno en el que repasa los libros de recetas favoritos de 70 chefs famosos de todo el mundo.
El diccionario Oxford de inglés define el término “comfort food” como “comida que provee consuelo o un sentimiento de bienestar, habitualmente con un alto contenido en carbohidratos y azúcar, y asociado con la niñez o la cocina casera”. Pero Linford cree que el concepto de comida reconfortante no es universal.
“Viví en Italia de niña. Mis amigos italianos me acaban de decir: ‘Mira, la comida siempre es comodidad y placer, y siempre es algo alegre’”, afirma. Para ella, la idea de la comida reconfortante en realidad es algo “con muchos matices”.
Grasas, carbohidratos, azúcar y evolución
Pero, al margen de si el concepto es universal, los alimentos a los que solemos recurrir cuando buscamos consuelo o una inyección de felicidad por vía intestinal parecen mostrar algo en común: son ricos en carbohidratos, grasas y azúcares.
Lukas Van Oudenhove es un psiquiatra de la Universidad de Leuven, en Bélgica, donde estudia la relación entre nuestra tripa y nuestro cerebro. Asegura que la evolución tiene mucho que ver con nuestra obsesión con las comidas ricas en grasas.
“En el pasado, la comida, y sobre todo, la comida rica en grasas y azúcares era escasa. Y por eso la evolución nos diseñó de manera que la gente encuentra fuerte motivación para comer eso”, explica. Van Oudenhove quiso estudiar si las grasas tienen un efecto sobre nuestras emociones, a pesar de que no notamos su sabor y muchas veces ni siquiera somos conscientes de estar ingiriéndolas.
“En nuestra investigación pusimos un tubo que alimentaba a los pacientes por la nariz directamente hacia su estómago, lo que nos permitió suministrarles grasa y agua sin que supieran qué era lo que estaban recibiendo”, cuenta. Su equipo encontró que las grasas atenuaban la tristeza de los sujetos en los que se inducía esta emoción.
“Aunque usamos pequeñas dosis, estimuló especialmente las células del estómago y el intestino delgado. Y esas células existen principalmente para producir distintos tipos de hormonas que regulan si sentimos hambre o nos sentimos saciados. Esto sucede sobre todo en una pequeña región del cerebro llamada hipotálamo”, dice Van Oudenhove.
La comida es una buena fuente de energía y el remedio para la desnutrición. Por eso, cuando comemos nuestro cerebro libera unas sustancias químicas que generan sensaciones positivas, un mecanismo evolutivo que nos empuja a buscar comida y comer una y otra vez. Un proceso similar es el que explica nuestra afición a los carbohidratos y los alimentos azucarados.
Nuestro cerebro primitivo
La doctora Shira Gabriel, de la Universidad del Estado de Nueva York en Búfalo, también estudia la conexión entre la comida y nuestras emociones. Cree que nuestros lazos con algunos alimentos específicos guardan relación con experiencias positivas que tuvimos.
“Al ser eso lo que uno comió entonces, los asocia con los sentimientos de sentirse cuidado por otros. Estas asociaciones son fuertes”, señala Gabriel. Nuestro cerebro usa esas “asociaciones positivas” para mejorarnos el humor.
“Al comer esos alimentos, soy capaz de activar esas asociaciones y me aportan una ráfaga de sentimientos positivos y una sensación de aceptación”. Puede que no nos demos cuenta, ya que esas conexiones suelen ser inconscientes. “Nuestro primitivo cerebro hace eso por nosotros”, dice Gabriel.
Pero, ¿por qué nos sentimos mejor si no siempre somos conscientes de esas conexiones con los recuerdos de la infancia? Gabriel responde: “Porque cuando los comimos de niños y sentimos esas emociones favorables, codificamos junta toda esa información. Cuando cifras un recuerdo en tu mente, no solo guardas una pequeña parte, como aquellos macarrones con queso, sino que almacenas todo lo que te rodeaba mientras te comías aquellos macarrones con queso”.
“Cuando comes esa comida, no es solo el recuerdo lo que se activa, sino también las emociones que sentiste, como sentirse cuidado, amado, seguro y bien”. La investigación ha mostrado que las personas que tuvieron relaciones conflictivas con sus padres o emociones realmente negativas de niños tienden a no beneficiarse de la misma manera de la comida reconfortante, pero, según la doctora Gabriel, también ellas se sentirán inclinadas a comerla.
¿Puede la comida reconfortante ser dañina?
“Absolutamente,” responde Gabriel. “Desafortunadamente, la gente se siente inclinada a la comida reconfortante, incluso cuando esta no le aporta efectos positivos”.
Aparte de los efectos sobre la salud habitualmente asociados con la comida con altos niveles de grasas o azúcares, como la obesidad, la diabetes y otras enfermedades, está el sentimiento de culpa que sentimos a menudo cuando no podemos evitar devorar cosas que no deberíamos comer, a veces incluso sin tener hambre.
Los experimentos de Gabriel han mostrado que no todo el mundo se siente bien después de haber comido comida reconfortante y hay incluso quien llega a sentir angustia y fuertes remordimientos. ¿Qué me pasa?, ¿por qué soy semejante glotón?, nos preguntamos muchas veces. Pero la doctora Gabriel afirma que es importante tener presente que eso no es más que el resultado de “nuestra mente cuidando de nosotros de una manera realmente linda”.
Los estudios indican que las mujeres tienen mayor tendencia a estos sentimientos de culpa que los hombres. Un estudio de la Universidad Cornell de 2005 en 300 individuos encontró que los hombres tendían a ver la comida reconfortante como una recompensa, mientras que las mujeres la veían como una licencia que tomarse.
Van Oudenhove advierte de que los efectos de la comida reconfortante son de corta duración y que depender mucho de ellos puede acabar haciéndonos infelices, al provocar desórdenes en el ánimo o depresión. Los científicos no han hecho sino comenzar a unir los puntos. Una de las teorías que ha recabado la atención de muchos últimamente es una que relaciones la obesidad con la inflamación.
“Hay abundante evidencia e interés en la conexión entre la inflamación en el organismo y la inflamación de bajo nivel en el cerebro, de la que se cree que es un importante mecanismo en trastornos como la depresión”.
¿Hay opciones alternativas?
El encierro por la pandemia del coronavirus puede haber hecho que recurramos a nuestra comida reconfortante con más frecuencia y quizá haya quien se sienta preocupado por esto. Pero la doctora Gabriel recuerda que podemos buscar consuelo y satisfacción en muchas otras cosas, como mirar fotografías o leer libros.
Pero si lo tuyo es la comida, entonces el doctor Van Oudenhove sugiere inclinarse por comidas ricas en fibra. La razón es que la fibra alimenta los tres millones de bacterias de nuestro intestino grueso, que a su vez producen metabolitos que no solo pueden reducir la inflamación, sino que también interactúan de varias maneras con el cerebro.
Van Oudenhove publicó un estudio sobre esto recientemente. Descubrió que, después de una semana, los voluntarios a los que se les dieron píldoras que contenían estos metabolitos mostraron una mayor tolerancia al estrés que aquellos que solo habían recibido un placebo.
“Así que eso muestra que esos metabolitos en concreto parecen jugar un papel a la hora de regular el estrés y, probablemente, las emociones en general”, asegura el psiquiatra. Las fibras que pueden desencadenar dicha respuesta se encuentran en cereales integrales como el trigo y la avena, en legumbres como garbanzos, lentejas y frijoles, así como en tubérculos.
Así, que, si tienen que comer comida reconfortante, pueden hacerlo al menos sabiendo lo que aconseja la ciencia.
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