Aunque inhalar y exhalar es un proceso natural, la parte del cuerpo por la que se lleve a cabo genera diferencias fundamentales en la salud a corto, mediano y largo plazo
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La respiración es un proceso esencial que, aparentemente, no necesita ser aprendido: todos respiramos desde que nacemos y no tenemos que entrenarnos para hacerlo bien. ¿Es así realmente? Pues no. Según los últimos estudios, parece que hay algo de técnica que aprender. Entre otras cosas porque no es lo mismo respirar por la nariz que por la boca.
Una persona respira en promedio alrededor de 10.000 a 12.000 litros de aire en un día. Este aire, por muy limpio que esté, contiene partículas en suspensión como polvo, bacterias, virus o esporas de hongos que se depositan en las vías respiratorias y las superficies alveolares del pulmón. Pero no entremos en pánico antes de tiempo: el aparato respiratorio sabe limpiarse y defenderse por sí mismo. En realidad, solo las partículas extremadamente pequeñas consiguen alcanzar el pulmón, con un diámetro inferior de entre 3 a 5 micras.
La batalla de los cilios
¿Cómo consigue el aparato respiratorio detener al resto? Con la ayuda de unos superhéroes llamados cilios. Los cilios son unas proyecciones minúsculas parecidas al pelo y mucho más pequeñas que la punta de un alfiler. Se encuentran por miles en la mucosa de las vías respiratorias: cada célula de la mucosa de la nariz y bronquios posee unos de 25 a 30 cilios, con una longitud promedio de 5 a 7 micras.
Los cilios sobresalen de las células y se mueven como si fueran las cerdas de un cepillo cuando barremos. Su función es limpiar la nariz de las partículas de hasta 0,5 milímetros de diámetro que entran, arrastrándolas hacia la faringe para que sean eliminadas de la nariz en apenas 10 o 15 minutos.
El superpoder de estos héroes celulares es su supervelocidad: se agitan más de mil veces por minuto y consiguen desplazar hacia arriba la mucosidad que recubre la tráquea, con el fin de que los microorganismos patógenos y las partículas queden atrapados en esta capa de mucosidad. Una vez que se encuentran allí, pueden expulsarse por medio de la tos o ser arrastrados hasta la boca, donde no hay cilios, y ser deglutidos. Eso los convierte en un mecanismo de defensa crucial contra las infecciones de la nariz, senos nasales y bronquios.
Diferencias inmunitarias
La nariz está recubierta de un tejido con características físicas muy peculiares. A nivel inmunitario también es especial porque en la nariz se lleva a cabo el “triaje” de los patógenos que entran con el aire que respiramos. La mucosa de la nariz está continuamente decidiendo entre atacar a un patógeno o permitirle estar, porque sería peor para nuestro organismo el daño causado por una batalla campal.
Este proceso implica que existe cierta tolerancia hacia patógenos que normalmente no nos causan un gran daño. Parte de ese papel de “portero” lo ejerce un tipo de células B que producen anticuerpos llamados IgA, algo diferentes a los IgG que circulan en la sangre y de los que hemos oído hablar más durante la pandemia.
¿Por qué la nariz y no la boca? La boca es, fundamentalmente, la entrada de los alimentos, tanto sólidos como líquidos. Su mucosa tiene otro tipo de especialización y carece de cilios que filtren el aire. Su función es lidiar con los patógenos que intentan entrar con los alimentos que ingerimos. Por eso, del mismo modo que no ingerimos alimentos por la nariz, tampoco deberíamos respirar por la boca. Además, el aire que entra por la nariz se mantiene más caliente y ahuyenta gérmenes.
Respirar por la boca cambia los huesos de la cara
Respirar de manera habitual por la boca puede deberse a factores genéticos, malos hábitos orales u obstrucción nasal (hipertrofia de adenoides o amígdalas), presencia de pólipos nasales, desviación del tabique nasal, hipertrofia de cornetes o sinusitis. Además, la respiración bucal puede estar relacionada con alergias respiratorias, condiciones climáticas o mala posición para dormir.
Y no hay que restarle importancia. Respirar por la boca puede cambiar la disposición de los huesos faciales en los niños. Según una revisión científica realizada a partir de metaanálisis, la respiración por la boca provoca en los niños cambios en el desarrollo de los huesos faciales y una mala oclusión (la boca no cierra de manera apropiada por mal alineamiento de los dientes).
Entre otros cambios, la mandíbula y el maxilar rotan hacia atrás y hacia abajo, y existe una tendencia de inclinación labial de los dientes anterosuperiores. El problema es que cerrar mal la boca causa problemas a nivel del músculo de la masticación, del cuello e incluso ocasiona cefaleas en los adultos. Más de mitad de los niños de 12 años padece una mala oclusión de leve a severa, reportó la encuesta de salud oral en 2020 realizada por la Revista del Ilustre Consejo General de Colegios de Odontólogos y Estomatólogos de España.
En cuanto a los adultos, también modificamos nuestra postura si respiramos habitualmente por la boca: doblamos el cuello hacia delante y cambiamos la posición de la cabeza y el cuello para adaptar el ángulo de la faringe y facilitar la entrada de aire a la boca. Mírese al espejo y podrá comprobarlo.
Si a estas alturas no está convencido de las ventajas de respirar por la nariz, pruebe a relajarse. Notará que respira por la nariz de una forma natural, mientras que necesitará forzarse para respirar por la boca. Utilice la boca para respirar “sólo en caso de emergencia”.
Por Matilde Cañelles, María Mercedes Jiménez y Nuria E. Campillo. Esta nota apareció originalmente en The Conversation y se publica aquí bajo una licencia de Creative Commons.
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