Por qué añoramos tanto a Mazinger Z
No es un autómata sensible y pinochesco que ansía ser un niño vivo y querido por los humanos, como Astroboy. No es un armatoste antropomorfo con brazos y patas que se controla a la distancia. No: es otro tipo de robot, uno tripulado, conducido desde adentro, como una especie de supertraje mecánico. Mazinger Z, la creación de Go Nagai estrenada como manga (historieta) y serie de animé (dibujos animados) casi en simultáneo hace 45 años, planteaba una relación nueva del hombre con la tecnología en una época de permanentes cambios e incertidumbre. Una en la que las máquinas mecánicas se convierten, esencialmente, en extensiones de nuestros cuerpos.
Mazinger Z fue un éxito descomunal en Japón a principios de los 70, y ese éxito se replicó en buena parte del mundo, incluida la Argentina, aunque recién durante la década siguiente. Aquellos chicos de los 80 que hoy tienen 40, 45 años y más lo llevan incrustado en su memoria emocional: el enorme humanoide con su particular casco-corona, los brazos torpedos y la nave de control en la cabeza, que emergía ante cada nueva misión del interior de una piscina que se abría al medio, como proponiendo el ingreso a un misterioso mundo distinto. A uno de esos mundos que están en este; uno poblado de criaturas fantásticas y demoníacas, de un salvaje poder destructivo.
Ahora que Mazinger vuelve con una superproducción para cines que está recorriendo el mundo –el largometraje Mazinger Z: Infinity, estrenada este mes en el país–, al mismo tiempo que la serie Devilman: Crybaby se propone como una de las mayores y más provocativas rarezas de la plataforma Netflix, el contexto es uno muy distinto a los de años 70, pero el creador de ambas obras, Go Nagai, debió explicar una vez más el por qué de la violencia de sus creaciones. Hay, en sus elecciones narrativas, un concepto profundo sobre la educación de las próximas generaciones. Como decía el extraordinario escritor infantil Maurice Sendak (el autor de Donde viven los monstruos), a los chicos hay que mostrarles tanto lo bueno como lo malo; que finalmente el mundo está hecho de ambos. "Cuéntaselos todo".
"La razón por la que muestro los efectos de la guerra en mis historietas, es que creo firmemente que una persona debe aprender desde su infancia la manera en que la guerra destruye a las comunidades", dijo hace no mucho, en una muy interesante entrevista concedida a una publicación de Medio Oriente, el legendario Go Nagai. "Así es como yo lo aprendí desde chico: escuchando las historias de los adultos que me rodeaban. Si criamos a un niño contándole solamente las cosas buenas y lindas de la vida, no va a tener herramientas para lidiar con los obstáculos y los sinsabores que inevitablemente habrá de encontrarse en la adultez. Si no conoce los devastadores efectos que tienen la violencia y la destrucción, podría terminar causando un enorme daño a aquellos que lo rodean".
Nagai nació en la Prefectura de Ishikigawa el 6 de septiembre de 1945, un mes exacto después del bombardeo de Hiroshima. "Aunque yo no he vivido de modo directo ninguna batalla ni ningún bombardeo, la experiencia de la guerra ha afectado toda mi infancia y la formación de mi personalidad", dice Nagai, "porque los adultos no dejaban de contarme todo tipo de historias horribles sobre la guerra. Así que crecí en la conciencia de que mi obra debía dejar un mensaje de paz".
La principal inspiración de este autor que luego ha inspirado la obra de grades artistas de todo el mundo –y que hoy es profesor de Diseño de Personajes en una Universidad de Artes de Osaka– a la hora de convertirse en historietista provino de sus lecturas de infancia de la obra de Osamu Tezuka, el creador de Astroboy. Una de las marcas esenciales de su trabajo tiene efectivamente que ver con el uso de una violencia visceral que, dice, no siempre ha sido interpretado correctamente. "Me produce una gran tristeza descubrir que en muchos países soy considerado un autor al que le encanta describir batallas y destrucción por pura diversión –dice–. Creo que habernos criado escuchando las horrorosas historias de guerra de nuestros mayores es una de las razones por las que los japoneses, que hemos crecido durante los últimos sesenta años leyendo cómics que en buena parte del mundo se consideran ultraviolentos, decidimos no vernos involucrados en ninguna guerra después de 1945. Renunciamos a la guerra desde nuestra Constitución, en oposición a lo que pasa en los Estados Unidos, país que impone una fuerte censura de la violencia en sus dibujos animados y en su programación para chicos, pero ha estado en guerra la mayor parte de su historia reciente".
El primer gran éxito de Nagai no fue Mazinger sino Devilman, una historieta –y serie animada– que tiene por protagonista a un demonio. Devilman es auténticamente bizarro, en tanto tiene un protagonista ambiguo, repleto de contradicciones, y por lo tanto de aristas éticas y morales potencialmente controversiales. Este argumento conoció originalmente dos versiones: la impresa, publicada en la revista semanal Shonen entre 1972 y 1973, y la serie televisiva que se hizo al mismo tiempo. Mientras que esta última, destinada a un público más masivo y por lo tanto obligada a ser apta para chicos, tendía en sus historias a narrar el castigo del mal y la recompensa del bien, el manga se permitía un tono general más apocalíptico y líneas morales más densas y complejas.
La última reencarnación de Devilman –Crybaby, que se presenta en Netflix–, cuenta con la ventaja de estar alojada en un sistema que permite segmentar sus contenidos por edades, y por lo tanto se acerca más a las bestialidades de la historieta de los 70, con contenidos sexuales gráficos, y una violencia muy explícita, sangrienta. En esta flamante serie de diez episodios de 25 minutos –que pueden verse de un tirón–, el mundo se encuentra bajo el ataque de una raza de letales y ancestrales demonios. Un joven honesto y bienintencionado Akira ("el elegido"), encarna la que parece ser la última esperanza de la humanidad, pero para eso debe convertirse en una criatura sobrenatural en la que se debaten el bien y el mal con efectos a veces funestos.
Gráficamente inspiradísima, por momentos deforme y delirante en sus planteos (y hasta ocasionalmente difícil de seguir), Devilman fue criticada por poner chicas apenas vestidas en sus dibujos y por los argumentos eróticos de sus viñetas, a lo que su creador suele responder que "cuanto más te critican, más ganas te dan de hacerlo: si algo se considera prohibido, ¡eso significa que otra gente aún no lo está haciendo!". Según una periodista del sitio americano The Verge, el uso intensivo del sexo y la violencia "no es gratuito, sino una herramienta para retratar la naturaleza autocomplaciente, a veces muy desagradable del ser humano".
La influencia de creaciones como Mazinger Z se hace sentir hasta hoy en películas multimillonarias producidas por Hollywood. Michael Bay, factótum de la (un poco incomprensible) saga Transformers, y Guillermo del Toro, director de Titanes del Pacífico (y reciente ganador del Oscar por La forma del agua), lo reconocen como, dice este último, "el Mozart del mundo de la animación de máquinas, del mecha [o meca, que en ciencia ficción es un vehículo de gran porte controlado por uno o más pilotos]".
Por unos días convivirán en los cines el nuevo Mazinger –destinado a los que se fascinaron de chicos, así como a chicos familiarizados con el animé a través de los éxitos imparables de Pokemón y Dragon Ball– con la secuela de Titanes del Pacífico, cuyos robots también son tripulados por humanos, pero que lleva un paso más allá la idea de la máquina como extensión del cuerpo vivo. La creación de Go Nagai tuvo en su momento un origen más mundano, más cercano al caos cotidiano de la vida urbana: "A la hora de crear mis propios robots –recuerda el sensei–, me vi obligado a distanciarme de influencias como Astroboy y Gigantor, para hacer algo propio. Y un día quedé atrapado en un embotellamiento de tránsito en las calles de Tokio: todos los automovilistas estaban furiosos porque era imposible moverse, y yo imaginé de pronto que mi auto generaba piernas y brazos mecánicos gigantes para avanzar por encima de los demás. Llegué a mi estudio y me puse a dibujar a Mazinger".
Experiencias como la de Transformers o la de Del Toro prueban el triunfo de esta zona del arte popular japonés en el mundo: de los años 60 y 70 para acá, su influencia se ha vuelto brutal. Para Nagai esto tiene varias explicaciones. Por un lado, y en el caso particular de Mazinger, que su robot "es una máquina, pero cuando el piloto se mete dentro de él, se convierte en su sangre y sus huesos; el piloto siente dolor cuando el robot es golpeado. Es un concepto muy poco científico y nada realista de la máquina, pero hizo que la gente se identificara fácilmente con personajes así". Por otro, hay finalmente un argumento humanista, de vuelta ligado a la traumática experiencia de la guerra: "Me han preguntado muchas veces si el doctor Infierno, el enemigo de Mazinger, es un oficial nazi, pero debo señalar que no, que no se supone que el doctor Infierno sea alemán. Jamás asociaría a un villano a una nación particular; que eso sería muy injusto para la gente de ese territorio. Hemos visto demasiadas películas americanas donde los malvados son a veces rusos, a veces árabes, y está claro que esto no ha ayudado en nada al entendimiento entre las distintas culturas".
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