Sol no recuerda el día exacto en el que tomó conciencia de lo que estaba ocurriendo en el mundo a raíz de la pandemia por el coronavirus, pero dice que todo pasó de un día para otro, en forma muy repentina.
"Salimos el 16 de abril a las 8 h desde Morro de Sao Paulo (en el nordeste brasileño) y llegamos a Retiro a las 4 h del día 18. Estuvimos 44 horas prácticamente sin dormir y mal comidos, pero en todo el viaje nos mantuvimos positivos. Hacíamos chistes y nos reíamos muchísimo entre los 15 argentinos que viajábamos. Sabíamos que si no le poníamos onda se hacía más difícil. Y eso hizo que el viaje fuera más una aventura que una crisis".
Una experiencia de vida que la dejará marcada por mucho tiempo. Sin embargo, Sol Reichel (30) se lo toma con calma a la hora de relatar la odisea que vivió junto a otros argentinos que quedaron varados en Morro de Sao Paulo, una de las playas más populares de Bahía.
"La vida era muy tranquila para mí"
Sol es fotógrafa y como no conseguía trabajo en Gualeguaychú (Entre Ríos) a principios de diciembre decidió viajar a Morro de Sao Paulo, una playa ubicada a 60 kilómetros al sur de Salvador, capital del estado de Bahía.
Todos los días se tomaba una 4x4 hasta Garapua, entre selva y médanos, y un barco hasta las piscinas naturales para sacarle fotos a los turistas. "Trabajaba directamente con las empresas, ellos me llevaban y yo les daba el material fotográfico. No me hice millonaria, pego pagaba un alquiler y vivía mientras aprendía portugués y viajaba", cuenta Sol, a la distancia.
"Vivía en una casita que alquilaba con otras amigas, la vida era muy tranquila para mí. Trabajaba de 8 a 16 y cuando volvía tenía que enviarle las fotos a mis clientes, mientras tomaba mates con las chicas. A la noche íbamos a hacer fueguito a la playa o veíamos alguna película. A veces, nos juntábamos a cenar con amigos o íbamos a un bar argentino donde todos nos encontrábamos afuera".
Giro inesperado
El 3 de abril Sol tenía que presentar los papeles para hacer la residencia en Brasil por lo que tenía pensado aprovechar para pasar un tiempo en Salvador y seguir subiendo hasta Pipa y Natal. Su idea era pasar por la Amazonia y regresar recién en septiembre para no perderse el primer cumpleaños de su sobrina. Sin embargo, por obvias razones, sus planes debieron dar un vuelco.
"Muchos argentinos salieron desesperados teniendo que comprar un vuelo tras otro mientras las aerolíneas los iban postergando. Y, relativamente, iban perdiendo tiempo y dinero, quedando días varados en los aeropuertos o en la ciudad de Salvador. Así que esperamos a que la situación se calmara un poco hasta que cerró la isla".
A raíz de los acontecimientos Sol comenzó a vincularse con otros argentinos varados para organizar una forma segura de volver a casa. "Cuando vimos que todo iba de mal en peor y la mayoría ya no tenía para alquilar y comer, empezamos a organizarnos en grupos más chicos, directo con la gente de Morro y pedimos al consulado que nos facilitara llegar al puerto de Mercado Modelo en Salvador. Estuvimos un mes y medio buscando soluciones baratas, pero cuando vimos que ya no había una alternativa viable, y cada vez nos apretaba más la economía y la situación de Brasil, nos separamos en grupos y buscamos el mismo vuelo. El cónsul nos gestionó una lancha y cuando llegamos al puerto coordinamos el mismo precio para los 15 con los taxistas que nos llevaron hasta el aeropuerto", relata Sol.
El comienzo de la odisea
De esa manera comenzaba la travesía de Sol para llegar desde Morro de Sao Paulo hasta Gualeguaychú. Lo que al principio parecía un trámite, lentamente se fue transformando en una odisea. En Salvador debió esperar unas cinco horas para tomar el primer avión a San Pablo. "Nosotros estábamos aislados en una isla sin casos, prácticamente una burbuja, pero cuando llegamos a Salvador los miedos aparecieron. Los aviones no estaban desinfectados, bajaron gente y atrás nos subieron a nosotros. En San Pablo estaba todo abierto, incluso el freeshop, había muchísima gente. Parecía que nadie se había enterado de la pandemia".
Otro avión trasladó a Sol y a sus compañeros desde San Pablo hasta Porto Alegre donde los esperaba Wilson, un hombre que hacía viajes desde la frontera de Uruguaiana hasta Paso de Los Libres (Corrientes). "Wilson nos esperó con una cena para los 15 y que tuviéramos la panza llena. Nos hizo sandwiches, empanadas, pancitos rellenos y una torta de zanahoria y chocolate", relata, mientras se le hace agua la boca. Y no es para menos, se trataba de un mimo para la panza y para el alma tan necesarios en medio de toda la incertidumbre que estaba viviendo.
Una ruta "imposible"
Sol cuenta que ese tramo del viaje, en combi, fue el más complicado que tuvo que atravesar ya que durante esas ocho horas la ruta era "imposible, era un pozo al lado del otro, íbamos a los saltos todo el viaje y empezaba a hacernos mal el frío. Pero bueno, era el último pedacito. Ya estábamos llegando después de 24 horas de viaje", dice.
"La frontera la cruzamos caminando, en ese momento empecé a despedirme por un tiempo de mis proyectos de viaje, de mis amigos y a eso se le sumaba la alegría de llegar, de estar en tierra propia, fueron muchas emociones juntas y se me llenaron los ojos de lágrimas. Nos recibió un gendarme que nos indicó los pasos que teníamos que seguir protocolarmente. Nos tomaron la temperatura, nos hicieron hacer la declaración jurada y siempre estaban pendientes de que lleváramos los barbijos puestos".
En Paso de Los Libres se subió a un micro que la trasladó hasta la ciudad de Buenos Aires. Cada vez faltaba menos para que regresara a su casa. Sin embargo, todavía le restaban unos cuantos kilómetros hasta llegar a Gualeguaychú, situación que iba a acontecer casi una semana después de su llegada a Buenos Aires.
"Esos cinco días nos llamaban por teléfono dos veces al día para ver si teníamos síntomas. Y nos llevaban el desayuno, el almuerzo y la cena a la puerta de la habitación. Para el mate dejábamos el termo destapado en la puerta y traían el agua, nunca tocaban nada".
En la página del gobierno de la ciudad de Gualeguaychú, cuenta Sol, había un número de teléfono para contactarse con el director de Derechos Humanos, que junto con el subdirector de Desarrollo Social, Salud y Medio Ambiente se movieron rápidamente para trasladarla, en camioneta, a su ciudad. Sin embargo, todavía se encuentra viviendo en la casa del obispado en Gualeguaychú cumpliendo con los 14 días de cuarentena obligatoria sin contacto social. "Estoy acá desde el día 23 a la tarde, con una chica que llegó de La Plata el mismo día. Todos los días nos llaman y vienen a constatar que estemos bien y nos preguntan si necesitamos".
"Veo la vuelta como una nueva etapa de mí viaje"
Más allá de todas las peripecias que tuvo que atravesar para regresar a su ciudad, Sol toma como una aventura haber tenido que cruzar el país más grande de América del Sur casi de punta a punta y una parte de la Argentina en medio de una pandemia con muchas cosas en contra y aún así, destaca, lo vivió entre risas.
"Ahora veo la vuelta como una nueva etapa de mí viaje, el de reflexionar y poner en práctica todo lo que aprendí viajando, el tiempo que tenga que durar. Esta odisea me demostró que siempre soy un poco más capaz, que cuando las cosas se ponen difíciles siempre hay alguien en quien apoyarse, que solos es más difícil y que tenemos que saber pedir ayuda. Muchas veces, la gente que no te conoce te puede ayudar tanto como la que te conoce de siempre. Y me volvió a dejar la certeza de que el mundo tiene más gente buena que mala".
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