Por Londres, con los dedos pegajosos
Comer pollo frito en el restaurante Sticky Fingers, del ex bajista de la banda Bill Wyman, es parte de la gran experiencia stone en su ciudad de origen
LONDRES
David Bowie, los Sex Pistols, The Clash, Los Beatles, Colplay, The Who, Amy Winehouse, Oasis, Adele. Si las angostas y coloridas calles londinenses pudieran hablar, cantarían, tocarían la guitarra y el bajo, escribirían en prosa. Es que la historia del rock, el punk, el pop y todo lo demás se ha escrito en en las mesas de madera gastada de los pubs victorianos y en las abarrotadas salas de sus diminutos departamentos. Pero la capital británica, hoy más que nunca, es de los Rolling Stones. Para ver, escuchar y oler la historia stone no hace falta meterse en ningún museo. Sólo hay que subirse al laberinto subterráneo e intentar no perderse en la multitud, maniobrar en la escalera del colectivo de dos pisos (aún con más mérito si es de noche y con un par de cervezas encima) y saborear pintas en un bar que no sucumbió a la invasión hipster.
Pero hay lugares que marcan el circuito. Por ejemplo, la Carnaby Street, aquella meca de la vida cultural de los 60 que aún respira un aire de aquella banda joven, y a unas porcas cuadras la Denmark Street, una pequeña calle en el ecléctico barrio de Camden, una suerte de oficina virtual para músicos de entonces y de hoy. El recorrido haría una pausa para almorzar en Hyde Park, que fue escenario de uno de los conciertos gratuitos más multitudinarios de los Stones, en el verano de 1969, e incluiría el Crawdaddy Club, en el sur de la ciudad, primer bar donde tocaron en vivo para un selecto grupo de privilegiados.
Pero si hay un lugar curioso que es parte de la historia de la banda es el restaurante Sticky Fingers. Ubicado a pasos de una infinita lista de negocios de objetos de lujo y autos de altísima gama, sí se trata de un museo viviente del pasado de la banda... combinado con una oferta culinaria de los Estados Unidos de los años 50.
Creado por el ex bajista stone Bill Wyman, el restaurante apodado en honor a uno de los mejores discos de la banda es la meca de los turistas rollingas que saben que, tal vez, sentarse en este lugar es lo más cerca que van a estar jamás de sus ídolos.
Para el ojo poco entrenado, no es más que otro lugar donde comer una hamburguesa. La simple lona de los techos de la fachada y la falta de la famosísima lengua roja poco revelan la historia que hay detrás de sus puertas.
Pero el nombre Bill Wyman debería decirlo todo. El bajista fue miembro original de la banda hasta 1993, la que muchos consideran la época de oro del grupo. En las muchas entrevistas que brindó desde aquella (para muchos incomprensible) decisión de tirar la toalla, William George Perks, como era conocido antes de ser Bill Wyman, dijo que había abandonado la banda por la extrema presión de las interminables giras (los extensos rumores de peleas internas dicen otra cosa, pero ese es otro tema).
Desde entonces, el Stone que dejó de serlo se convirtió en escritor (con varios libros publicados), fotógrafo (su trabajo fue exhibido en todo el mundo), músico (todavía puede vérselo tocar con su banda The Rhythm Kings), director de cine (tiene siete películas en su haber) y, claro, dueño de un restaurante.
Temático y original
La música lo dice todo. Temas de la época dorada de los Rolling suenan sin pausa mientras un pequeño batallón se meseros se pasea por el salón sonriente, casi bailando.
Aunque no hay señales de Wyman (supongo que sería demasiado pedir que un ex Stone esté almorzado aquí mismo), un rápido vistazo al salón revela exactamente dónde estoy. Y no es Londres. Mesas y sillas de estilo retro norteamericano, de madera y tapizado de cuero rojo, techo bajo, paredes amarillas, pisos de madera oscura. Simple, pero poderoso.
Luego, no hace falta más que levantar la cara y verlo, todo ahí. La guitarra dorada de Brian Jones, el mini bajo que él mismo construyó durante sus años con la banda, fotos en blanco y negro de sus años más famosos, una colección de retratos dibujados a mano en lápiz, posters de conciertos que cubren las páginas de la historia del rock.
Sticky Fingers es un pedazo de un Estados Unidos retro en la rica Londres. Un Hard Rock Café donde se puede comer algo bueno y escuchar algo aún mejor. La música suena fuerte. Todo rock and roll, aunque no todo stone.
Sticky Fingers no es de este milenio, ni de este lugar. Por si la decoración no fuera suficiente, el menú lo confirma: los clásicos de aquel lado del charco (alitas de pollo fritas, Mac ‘n’ Cheese, costillas marinadas, pan de maíz, media docena de tipos de hamburguesa y otros tantos de papas fritas) se encuentran con algunos de los aparentemente obligatorios clásicos de la Londres hipster, donde la ensalada de quinoa es reina gastronómica por excelencia.
El aroma casi de asado de la comida se mezcla con el rock y lo llenan todo. Si no fuera por los turistas que no paran de sacar fotos ni para respirar esto sería una experiencia maravillosa.
Afuera, el barrio de Kensington and Chelsea vive al ritmo de autos de lujo y el dinero, mucho dinero. Pero la zona también es stone fuera de estas paredes atiborradas de recuerdos. De hecho, Mick Jagger, Brian Jones y Keith Richards vivieron en un departamento cerca de aquí hasta 1965. Los rockeros todavía recuerdan los días de parranda en la mítica King’s Road (la que, además, le sirvió de inspiración de un joven Jagger para escribir Street Fighting Man y I’m a Man).
Tal vez es por aquella historia que a nadie le resultó sorprendente que la galería Saatchi, una de las más sofisticadas de Londres, ubicada en esta misma zona, anunciara el lanzamiento de una mega exposición sobre los Rolling Stones, a inaugurarse en abril próximo. A través de más de 500 objetos (discos, ropa, instrumentos, posters, libros, fotos y cualquier otra cosa) Exhibitionism hará un recorrido por los más de 50 años de la banda de rock más longeva del planeta. Los objetos fueron seleccionados especialmente por los miembros de la banda y recorrerá luego más de once ciudades del mundo.
En medio de tanto lujo, Sticky Fingers sería algo así como el preámbulo de un espectáculo. Un rincón mitad londinense y mitad norteamericano, 50 por ciento música y 50 por ciento comida, con un público que se divide en partes iguales entre locales y turistas.
Pero nada de eso sorprende. Tal vez porque tras 50 años de carrera, los Stones no son sólo una cosa, sino un poco de todo.