Sus padres ya habían pagado el viaje, su novio no quería que fuera, y ella se dispuso a despedir el año afligida, sin imaginar que algo mejor estaría por llegar...
- 5 minutos de lectura'
1971, Graciela tenía 18 años y aquella sensación extraña, mezcla de alegría, ansiedad y nostalgia de quien acaba de terminar uno de los ciclos más importantes de la vida. El último año de sus estudios secundarios había concluido y sus padres ya habían pagado por el tan anhelado viaje de egresados a Bariloche, que en aquellas épocas se realizaba en diciembre, a umbrales del verano.
Todo estaba listo para construir recuerdos inolvidables en el sur de la Argentina, pero algo inesperado sucedió: Graciela nunca fue. No se trató de una enfermedad ni un asunto familiar, se trató de su novio, que, poseído por los celos, le insistió y la convenció de que no fuera: “Decía que Bariloche era alocado, pura diversión...”
Diciembre llegó y, tras más de un año de noviazgo, la relación de Graciela tuvo su final anunciado. 1971 vivía su ocaso, así como aquel amor. La joven se había quedado sin viaje y sin novio: “Algo por lo que no me hice mucho problema”.
Lo que Graciela no sabía es que aquel año que se despedía con un dejo amargo, traía aún una última sorpresa: sus compañeros se fueron sin ella, pero de regreso le trajeron el regalo más importante de su vida.
Un viaje a Bariloche que no fue, pero un amor que llegó
Para los amigos de Graciela, Bariloche resultó ser lo esperado y mucho más. Entre salidas, actividades al aire libre y la euforia de fin de curso, conocieron a un grupo de estudiantes de otro colegio, con quienes entablaron una relación alegre, el comienzo de una auspiciosa amistad.
A veces la diversión queda allí, en un viaje inolvidable; sus compañeros, sin embargo, decidieron que todo duraría un poco más que un suspiro. Al regreso, en enero de 1972, decidieron todos ir a bailar: “Me invitaron”, sonríe Graciela, mientras rememora aquellos tiempos.
Allí, entre los chicos que habían conocido sus amigos en Bariloche, estaba Carlos y apenas lo vio, Graciela quedó encantada: “Me sacó a bailar”, cuenta. “Había dos compañeras que gustaban de él, yo no lo sabía. A la salida me preguntó si iba a bailar a los carnavales, le dije que sí”.
Elsieland, en Quilmes, era el espacio donde Carlos, junto a los demás, iba a ir para festejar el carnaval. Graciela lo sentía en el alma, ella también debía ir, como sea debía llegar. Le pidió a su madre que la acompañara, pero no accedió, “en aquellos tiempos no se iba sola”, observa. “Le supliqué a mi abuela, era re canchera y fuimos”.
El lugar emergió ante ella gigante. Graciela buscó a Carlos por todas partes sin éxito, hasta que, de pronto, lo vio bajar unos escalones; ella, casual, lo saludó, bailaron, nada sucedió, pero la joven regresó a su hogar con una sonrisa. Después de aquel día no lo volvió a ver.
Seis meses y una aparición en Barracas: “Ahí pude experimentar que nunca antes me había enamorado”
La Banderita, en Barracas, era el lugar donde Graciela se encontraba todos los primeros sábados de cada mes con sus excompañeras del secundario. Seis meses habían pasado, cuando, para su sorpresa, apareció él, Carlos, para cortarle la respiración, tal como había sucedido la primera vez que lo vio.
Aquellas nuevas amistades que se habían forjado en Bariloche se habían adormecido, pero, por fortuna, alguien había decidido reflotar tan lindos vínculos. Todos concordaron que debían ir a bailar al día siguiente y así fue. Y allí, en una noche mágica que Graciela jamás olvidará, vio a Carlos por tercera vez en su vida y jamás se volvió a separar de él.
“La canción Nuevamente solo, de Gilbert O’Sullivan , selló nuestro amor. En ese boliche nos besamos y nos pusimos de novios. Intensamente enamorados, y ahí pude experimentar que nunca antes me había enamorado y que él iba a ser el hombre de mi vida”.
“A través de ese viaje soñado que no pude hacer vino el amor de mi vida”
Carlos y Graciela tenían 19 cuando formalizaron su relación. Estuvieron cuatro años de novios y, en diciembre de 1976 se casaron. Tuvieron tres hijos, dos varones y una mujer, y hoy tienen dos nietos.
Juntos pasaron un sinfín de buenos momentos y dificultades serias de salud, pero Graciela no deja pasar un día sin estar agradecida: “Dios me bendijo mucho, nos bendijo...”, dice emocionada.
“Vivimos nuestro amor dando testimonio con nuestra vida, siempre juntos a la par…No es imposible seguir como si fuera cada día un nuevo comienzo. Si volviera a nacer lo erigiría nuevamente, es el amor y será mi único gran amor. El amor existe y creo que cada uno tiene la oportunidad de encontrarlo, yo no fui a Bariloche, y sin embargo a través de ese viaje soñado que no pude hacer vino el amor de mi vida”.
Si querés contarle tu historia a la Señorita Heart, escribile a corazones@lanacion.com.ar con todos los datos que te pedimos aquí.
Más notas de Cor@zones
- 1
¿La gaseosa cero engorda? Conocé los efectos de estas bebidas en el organismo
- 2
Qué características tienen las personas que fueron abandonadas por sus padres, según la psicología
- 3
El método casero para fortalecer la memoria a base de una planta milenaria
- 4
La legumbre que protege el cerebro, mejora el ánimo y es rica en Omega 3