Por amor, llegó como camarógrafo pero creó una golosina que es de las más buscadas en la Patagonia austral
Leonardo Aguinaga se quedó a vivir en El Chaltén después de conocer a a Ana durante un viaje; allí empezó a elaborar alfajores para consumo personal, con tanto éxito que montó una fábrica
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Leo y Ana se conocieron en El Chaltén, Santa Cruz, el pueblo más joven de la Argentina, en 2008, cuando el villorrio tenía apenas 80 habitantes, no había celulares y menos Internet. Él es camarógrafo y fue a uno de los aparts de la profesora de gimnasia Ana Miedzir, hoy Anita’s House, por 8 días a filmar un documental sobre glaciares… “Yo había llegado a Chaltén hace muchos años desde Bariloche, trabajé de todo lo que se te pueda ocurrir y por el tiempo que estaba en un momento apliqué para un terreno fiscal y me lo dieron y así hice mi hospedaje. Leo estaba medio solo, era lindo y le gustaba la montaña. Yo estaba trabajando en el Club Andino en ese momento y hubo una fiesta hermosa. Fuimos juntos… y nació el amor”, cuenta Anita con alegría. Leo hizo el documental, fue a El Calafate y ella también pudo ir y el amor siguió su cauce profundo horadando sus almas como el cincel en la roca de un escultor. No son tan jóvenes, ambos se habían resignado de alguna manera a estar solos, y sin embargo esa luz que fulmina como un rayo, esa suerte de psicosis que es enamoramiento según Freud, los atravesó con su flecha. Hoy la pareja tiene dos hijos: Santi de 10 años y Nico de 8 y viven la mayor parte del tiempo en la villa.
Entonces claro, llegó la hora de partir. Con un pie en el avión para filmar su próxima película en José Ignacio, Uruguay, él le dijo que iba a volver en abril; ella no le creyó. Pero no solamente volvió en abril, sino que a fines de ese mes se volvieron juntos a Buenos Aires y se decidió a probar suerte en la Patagonia junto a ella.
Pensó en vivir de remisero, pero le robaron el auto; entonces empezó a trabajar en la construcción. “Me tiré a la pileta y hubo que remarla, ya había pasado la maravilla de las montañas, el tiempo de acariciarse y caminar, había que trabajar. Pero por sobre todas las cosas había un solo problema que puede parecer nimio para todos menos para Leonardo Aguinaga: no tenía dinero para comprar sus alfajores.
El Chaltén se encuentra dentro de la zona Viedma del Parque Nacional Los Glaciares. El pueblo se fundó en 1985, principalmente por razones geopolíticas, para asentar soberanía en la región, uno de los requerimientos más importantes para los árbitros internacionales a cargo del conflicto de límites en la zona del Lago del Desierto. Es por eso que en ese año Parques Nacionales cede a la provincia de Santa Cruz las 135 adonde hoy está Chaltén. Aunque parezca extraño, nadie imaginó que iba a convertirse en un polo turístico.
La villa recibe el nombre de los antiguos habitantes de la zona, los tehuelches, que llamaron Chaltén (montaña que humea) al cerro Fitz Roy, confundiendo con humo la nube que casi siempre lo corona.
Fanáticos del Jorgito
“Soy un fanático de los alfajores, toda mi vida fue a base de esta golosina. Cuando era chiquito, mi tía nos daba un triple a la mañana. La facultad la hice con Guaymallén. Mis conquistas amorosas fueron con Cachafaz. Tengo una historia particular con los alfajores, Jorgito, Capitán del espacio, Fantoche triple sabor -ríe Leonardo -. Y no me daba para pedirle a Ana plata todo el tiempo para comprarlos, estoy grande”.
Chalteños
Leo empezó a hacer los alfajores Chalteños, gentilicio que designa a los jóvenes pobladores de este paraíso de naturaleza, para él, porque no tenía plata para comprarlos. “Y fui probando, este me gusta, este no, con tal dulce de leche queda mejor. Me bajé una receta de Internet y quedaron bastante bien. Mis amigos con bares me empezaron a pedir; de repente ocupaba todos los espacios de la cocina de Ana y ya se estaba complicando otra vez”, ríe.
Es obsesivo de la limpieza: entonces esperaba a que Ana y el primer hijo de ambos, Santi con casi dos años, se durmieran, para higienizar la cocina a la 1 de la mañana, poner alcohol y terminar a cualquier hora. “¡Y yo solo los quería para comérmelos! Un día viene mi mujer y me dice che, se desocupó un local, ¿querés poner una fábrica de alfajores? Así comenzó todo”, cuenta.
La fábrica de los alfajores Chalteños comenzó a trabajar el 3 de diciembre de 2014. “Probé millones de alfajores y sigo probando y comiendo porque a mí me gustan. Yo tenía mi gusto: entonces empecé a jugar un poco con eso. Mi alfajor es un tantito más amargo, no es tan dulce ni tan empalagoso, y tiene bastante dulce, bastante chocolate: por eso les gusta tanto a los extranjeros. Yo lo siento como el Fantoche de mi época, en mi recuerdo al menos, y uso solo ingredientes naturales, sin conservantes”, aclara.
Los de fruta -frambuesa con chocolate blanco o negro, entre otras delicias-, se rellenan con una mermelada proveniente de El Bolsón. La producción se hace en el día, poseen máquinas que ayudan en el proceso artesanal; se bañan a mano y duran dos meses como máximo. Se envían cajas a todo el mundo. Hoy la pareja atienden los aparts de Anita’s House, la fábrica y el local de ventas para llevarse en la valija, sin dudarlo, una caja de los mejores alfajores de Chaltén.
Les comento que me encantó su historia de amor y ellos se miran y se ríen cómplices para exclamar al unísono:
“¿Sí? No sabes qué linda jajaja…. ¡Un laburo!”
Chalteños: Av. del Libertador Gral. 249, El Chaltén; Teléfono: 02962 49-3288; abierto de 14 a 20.
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