Pola Oloixarac y los ecosistemas literarios
El buque, majestuoso, cruza el estrecho de Magallanes con dirección a Vancouver. Incansables, unos niños corren de proa a popa para ser vistos por sus padres, tripulantes de una de las flotas de la Empresa Líneas Marítimas Argentinas. Apenas se conocen. Aun así, funcionan como una banda de piratas: cuando nadie los controla, buscan tesoros en espacios recónditos. En uno de esos viajes, esta vez en soledad, la hija del jefe de máquinas descubre una Olivetti amarilla, que le permite transitar sus primeros viajes en la escritura. "Una novela era sobre amoríos en tiempos de Revolución Francesa, a lo Corín Tellado, otra era de un rey y sus odaliscas", recuerda Pola Oloixarac (1977), casi tres décadas después.
La publicación de Las teorías salvajes (2008), su primer libro, generó una miríada de lecturas y valoraciones de diversos referentes, como Beatriz Sarlo o Daniel Link. En ella, confluía una percepción irónica sobre el funcionamiento de la institucionalidad universitaria y una historia de iniciación de jóvenes bloggers en relación al amor y a las drogas. A partir de entonces, Oloixarac construyó un recorrido alado, con novelas traducidas a varios idiomas y con una fuerte presencia en medios distinguidos como The New York Times o la BBC. "Tiene un poco de mi propia experiencia –dice sobre Mona, su tercer libro–. En este tiempo estuve dando vueltas por el circuito internacional del mundo literario y me encontré con algo fascinante". Mona, la protagonista homónima, es una joven escritora peruana que viaja a Suecia tras ser nominada para un eximio galardón literario. Publicada por Penguin Random House, su novela dilucida de qué manera el prestigio, las debilidades personales y las actuaciones entran en tensión cuando entremedio está el dinero.
Cuando salió Las teorías salvajes, decían que escribía como un hombre. Y yo tenía que entenderlo como un halago
¿Qué te interesaba captar en Mona en relación a la institución literaria, algo que ya habías planteado en Las teorías salvajes?
Me fascinaba ese circuito de los premios literarios, sobre todo en la forma en que cada uno tenía que interpretar e identificarse con aquello que vendía en términos de su identidad: el árabe hace de árabe y de la latinoamericana se espera cierta florescencia. Puesto que se organiza de esa forma, te permite saber que La Literatura no es de lo que se espera que vos hables. Vos podés hablar de tu experiencia o de cómo te sentís por ser una persona de color –para los yanquis somos de color–; en cambio, La Literatura la hacen los blancos. Descubrí eso y tenía ganas de hacer una novela, que fuera una comedia que te permitiera vivir eso que había vivido. La Literatura no se juega en los lugares donde está la identidad. Igual que cuando le preguntaban a las mujeres por la literatura femenina. ¿La literatura femenina de qué trataba? De tu novio, tu marido, tu casita, tu barrio: espacios muy pequeños, un territorio determinado y trunco. Si una mujer se va de ese mapita interior y estabas lidiando con temas de sociología o política, queriendo experimentar con el género literario novela, ¿qué sucede? Me acuerdo de que cuando salió Las teorías salvajes, decían que escribía como un hombre. Y yo tenía que entenderlo como un halago.
Hace un tiempo publicaste un artículo sobre las mujeres de tu familia y contabas de tu descendencia materna peruana. ¿Tiene algo con ver con la elección del personaje de Mona? ¿Cómo fueron tus orígenes?
El personaje es peruano porque apuntaba a un español neutro. Empecé a escribirla en inglés, me traduje al castellano y la terminé en castellano. Me di cuenta de que encontré otro estilo. La lengua argentina es muy poderosa dentro del español. Mi mamá vino a Buenos Aires a los nueve años. Ella y toda su familia eran de clase media en Lima, en la zona Rimac. La mitología familiar es curiosa, fui donde vivían y era una especie de castillo como si fuera la Boca, donde ahora viven ocho familias. Ellos vinieron porque mi abuelo tenía la posibilidad de elegir Estados Unidos o Argentina y a él le parecía que había que apostar por acá. Vino y le agarró una devaluación tremenda a principios de los 60. Ellos eran siete hermanos. El plan era venir acá y poder estudiar. Todos fueron a la universidad, militaron en izquierda. A mi tía la secuestró la Triple A en el 75, pero gracias a que era peruana, la extraditaron. Una vez que hacen todas las gestiones para extraditar, se alejan de la militancia in toto, excepto algunos que siguen.
¿Cómo influyó formativamente tu familia?
Mi abuelo materno era obsesivo con la lectura: tenía libros de frenología y había un sector de libros prohibidos. Lo mejor para que un chico lea es un sector de libros prohibidos. Si hay cosas que no podés hacer, las que vas a hacer. Mi mamá, como era psicóloga, también tenía un sector de libros prohibidos que me obsesionaban. De chica estaba versada en el caso Dora, me fascinaban los libros de casuística. Me acuerdo de los libros de Harold Searles, que eran los experimentos que había hecho para tratar pacientes con esquizofrenia. Era muy interesante ver cómo relataba, de qué manera operaba en las mentes. También recuerdo a Gregory Bateson, un genio, que tenía la teoría del doble vínculo. Y por supuesto, la colección infantil Robin Hood.
En Mona, un personaje desarrolla una teoría de la monstruosidad. La idea de monstruo está presente en tu obra de una manera versátil. ¿Cómo funciona ese concepto en tu vida?
Tuve una educación católica, de la que no reniego en absoluto. Uno de los preceptos católicos fundamentales, que es el temor de Dios, dicen que es una especie de temor interior que te mejora porque te hace sentir una presencia metafísica. A mí me parece que eso te prepara para disfrutar de la literatura y del mundo. Otras personas pueden pensar que es una forma de control; está bien, pero a mí esa forma me parece poética. Tiendo a traducirla en la forma de pensar ciertas cercanías y lejanías de monstruos, de pensar una comodidad con un monstruo interior y decir "bueno, qué va hacer ahora". Me divierte pensar que me habita una cosa, que puede hacer cualquier cosa. No en términos del inconsciente, sino algo que tiene una agenda... de destrucción total [risas]. Me pasa con el psicoanálisis también, que necesito un update, que no es sistemático. El monstruo es el osito con el que me voy a dormir.
No me gusta que la ideología encubra una posición cómoda ante el mundo y que se la muestre como un carnet; es intolerable
Pola atenúa la chispa de la conversación cuando una beba comienza a gritar en la mesa de al lado. Parece tener motivos para impacientarse: a los berrinches de su hija, Asia, en sus terrible two que apenas la dejan dormir, se suma el jet lag: acaba de regresar al país tras vivir un tiempo en San Francisco, junto con su esposo Emiliano Kargieman, CEO de Satellogic, una compañía dedicada al desarrollo de satélites. "Hay una cosa desprejuiciada de la gente de tecnología de hablar de ideas, de generar diálogos, algo que no encuentro en otros campos", dice a propósito de las conversaciones que entabla con Emiliano que, en muchas instancias, tocan ambas disciplinas.
Formada en Filosofía, Pola explora una veta ensayística en sus columnas en el diario Perfil y en otros medios internacionales. Su pulso fino y humorístico, a veces polémico, causa revuelvo y confrontaciones. "Es una época en la que hay gente pensando todo el tiempo. Tengo una amiga que vive en París, Victoria Liendo, con quien hablo mucho de los temas de ahora. Sigo a Diana Maffía, que fue profesora mía en la facultad. El espectro ideológico es amplio. Me fascina Beatriz Sarlo, aunque no estoy de acuerdo en nada con ella. No concibo esa posición que dice ‘no estás a favor mío, sos mi enemigo’", aclara.
Alguna vez dijiste que el terreno político era aburrido. ¿Qué te moviliza a escribir sobre eso?
No me siento muy involucrada en la vida política argentina. No tolero e intento no dar una explicación política y que quede en algo coyuntural. Me parece que hay algo más divertido para hacer. Estamos viviendo un momento muy interesante en el que siento que la teoría feminista se está haciendo ahora, no sé cuál es, pero me divierte la dinámica de eso, de entender que al estar ante una sustancia tan maleable, no hay que tener miedo. No puedo mirar al feminismo en términos de un dogma ni mirar la ideología en términos de aquello que está bien o está mal. No me puedo casar con ideologías; no hay que negarlas, pero hay que usarlas para transformar. No me gusta que la ideología encubra una posición cómoda ante el mundo y que se la muestre como un carnet; para mí, es intolerable, porque no hay una lectura ética. Es el permiso para no pensar. Cada decisión ética abre un espectro de posibilidades y eso es lo divertido de hacer cosas con palabras, que tenés que tener el espectro amplio, independientemente de a quién votes.
¿Qué es lo que más leés en este momento?
Leo a Byung-Chul Han, que escribe muchas ideas condensadas y no tiene la espectacularidad de Žižek. Está pensando ahora. Leo papers de inteligencia artificial. Sigo a mucha gente que trabaja en data, leo al chino Yuk Hui, que está pensando más cerca de la máquina. Todo lo digital en realidad está relacionado con alfabeto, nuestra relación con lo digital es occidental. Hui deconstruye lo digital porque piensa la programación desde otro lado.
Su estada en San Francisco profundizó su magnetismo hacia los fenómenos que se generan a través y alrededor de la tecnología. "Ahí surge lo más loco y trata de expandirse al mundo –continúa–, desde aplicaciones para que te vengan a buscar la ropa para el laverrap o la moda total del cannabis, que es una industria que sube. Ven que el cannabis va a reemplazar al alcohol; la diferencia es que con cannabis pueden hacer un bálsamo, una cremita, todo. El cannabis tiene la capacidad de que no solo se vende para distender, como el alcohol, sino que tiene ese extra de elevarse o estar participando de una felicidad mayor, o un cuidado mayor de sí mismo. Ese wellness, esa mezcla de esos mundos que está tan de moda, vale mucha plata".
Este mes, también se publica en el mercado norteamericano la traducción de Las constelaciones oscuras, novela publicada en 2015, que aúna el relato de unos exploradores decimonónicos y el de un hacker argentino-brasileño, un gesto que pone en discusión cómo se filtra la vigilancia y el control en la construcción de identidades, cómo se tejen los espacios negros de vinculación y codependencia de la materia con las redes, y qué abismos se entrecruzan.
¿Qué es lo que más te interesa de la interacción con lo digital?
Pensar cómo organizamos las preguntas en torno a los datos. Hay una movida refuerte de pensar que los datos son un derecho humano. Tus datos son extraídos, hay gente trabajando en crear algoritmos para ver cuánta guita generás vos por día de esos datos que tenés. Hay una app que hizo un argentino que se llama Wibson –como el escritor William Gibson– que lo que hace es bloquear todos esos datos que generaste en tus teléfono para que vos decidas y te paguen por esos datos en moneda digital. Amazon no paga impuestos y factura trillones. Esas son las verdaderas corporaciones. Me dan ganas de entender y colaborar para que existan herramientas frente a eso. Amazon Go generó mercaditos para verte la cara. Está de moda estudiar cómo se mueve la gente en distintos lugares. Google lo hace, con esos dispositivos en tu casa para que vos le digas "léele un cuento a mi hijo" o "cómo corto la banana". Tuve entrevistas para trabajar con Google, que reclutaba escritores. Contestabas en relación a dos personajes, había preguntas y vos inventabas variaciones diversas. Con eso, Google generaba un banco de respuestas posibles preparado para adaptarse a tu mood, tipificando en personajes. Me dan ganas de entender todo y colaborar para que existan herramientas frente a eso.
Gran parte de la ropa de Asia tiene motivos espaciales. A veces se disfraza de astronauta. Las paredes de la casa están cuidadas por varias fotos de la NASA, que Pola colecciona. En el toilette hay una foto original de la sonda Viking 2 en Marte. "Me carteaba con la NASA cuando era chica. Les escribía pidiendo info. Era la administración Reagan, en plena Guerra Fría, y tenían presupuesto para aumentar su soft power en niñas soñadoras".
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