Peones y productores rurales se agolpan sobre la entrada del túnel subfluvial, que une Entre Ríos con Santa Fe. Un escenario improvisado a base de caños y tablones de madera balconea sobre el grueso del río Paraná. Las banderas se filtran entre las boinas, las gorras y los carteles que reclaman: "No a las retenciones". A lo lejos, una hilera de tractores corta la ruta, como un convoy que forma una muralla de colores. El paraje se llena de gente. Se oye un murmullo. Se habla de la soja, de la resistencia del campo. Hasta que emerge la voz de monseñor Mario Maulión, el arzobispo de Paraná, atrayendo el silencio. Y, junto con él, aparecen varios representantes de distintas religiones: pastores de iglesias evangélicas, protestantes, algún miembro del islam y una rabina, la única mujer del acto.
A la luz del mediodía, en pleno invierno y con un cielo despejado, la fe va mutando e intenta tranquilizar la tensión social. Al cierre, uno de los sacerdotes invita a Sarina Vitas, la rabina, a acercarse al estrado. Luego le entrega el micrófono y la deja sola frente a esa marea de obreros, que espera. "Adon Olam", dice abriendo los brazos, invocando en hebreo a dios, mientras conecta con los ojos de quienes la escuchan. Muchos son gauchos judíos de tierra adentro, pertenecientes a la vieja colonización. A esa corriente inmigratoria que llegó al país escapando del hambre y que dejó sus huellas entre carruajes rusos y carros criollos. Otros son solo paganos o cristianos que la ven por primera vez. "Adon Olam". Algunos ríen. "En estos tiempos tan turbulentos en el mundo, ayúdanos a construir y a salvar nuestro mundo. A buscar el camino verdadero nuevamente". Un grupo de gendarmes apostados sobre los rebordes de la banquina se mantiene expectante. Sarina continúa: "Otorga lucidez a esta humanidad toda, para esforzarse por la verdadera construcción de este universo. Un universo de paz, solidaridad, tolerancia y amor". Cierra los ojos un instante y apoya sus manos en su corazón. Está vestida de blanco y a los costados de su cuerpo cae una especie de estola con inscripciones en hebreo y la Estrella de David bordada. El pelo ondulado suelto al viento. El olor a asado comienza a hacerse sentir. Antes de que todo termine, la ciudad descubre que una mujer los protege.
Cuando hace 10 años Sarina Vitas desembarcó como rabina en Paraná, se convirtió en la primera mujer en estar al frente de una comunidad masortí en Latinoamérica. Su figura fue clave para cambiar prácticas y paradigmas al interior de esta corriente conservadora.
"Paraná fue la primera comunidad que tuve íntegramente a cargo, después de haberme recibido de rabina. Siempre estuve relacionada de alguna manera con el ámbito comunitario. Pero, en ese momento, decidí desprenderme de todo aquello en lo cual estaba participando y volar sola. Tenía 35 años y un hijo chiquito. Laboralmente mi marido me rebancó. Él tenía que seguir trabajando en Buenos Aires: los jueves a la noche viajaba en micro a Entre Ríos, llegaba el viernes y el domingo ya se volvía. Durante la semana estaba sola. Acompañada por infinidad de hermanos del corazón (bromea, cuando lo dice), todos los vínculos que una fue generando con esfuerzo. Hoy, quince años después, lo pienso y no sé si me animaría", reconoce Sarina, al tiempo que se ceba un mate.
Correr el velo
Su llegada a la provincia del litoral en 2005 como responsable de la Asociación Israelita de Paraná, marcó un hito en Latinoamérica. Hasta ese momento, las pocas rabinas de la región compartían un espacio a la sombra de un hombre. Casi siempre vinculadas a lo institucional, se dedicaban al ámbito educativo o la acción social. La liturgia, lo ceremonial dentro de la tradición, estaba destinado al género masculino. "En Paraná no había para pagar a dos rabinos", comenta con una risa irónica. Lo cierto es que a partir de ese momento, ella se transformó en una referente dentro del movimiento conservador, también llamado masortí, que surgió a mediados del siglo XIX como una posición intermedia entre la corriente ortodoxa y la reformista.
Los periódicos locales, como el diario Uno de Entre Ríos, destinaban páginas enteras a remarcar la eterna dialéctica entre ortodoxos y liberales, entre el decir y el hacer. Al tiempo que los noticieros repetían en sus flashes rotativos cada encuentro que la rabina sostenía con el arzobispo, como una muestra de unión y de fe. Algo que sucedería con mayor frecuencia durante el llamado "conflicto de la 125".
"Me agarraron los años en los que fue todo el conflicto con el campo, entonces también pasé a tener una exposición provincial importante. Las comunidades son paralelas, se van desarrollando en el contexto social que les toca vivir, aunque mantengan su propia identidad. Una ve, conoce. Escuchás y estás de cierto modo desde afuera, no tenés un involucramiento social dentro de lo institucional. Hasta que de repente te suena el teléfono y del otro lado escuchás la voz de Alfredo De Angeli. Un personaje que aparecía en la tele, en las manifestaciones. Al principio, (se ríe) no le creía. Me invitaba a participar de un día de oración y plegaria, con la palabra de cada uno de los referentes de los distintos credos. Tenía que ver con la contención social, lo que venía arraigado a lo espiritual. Y yo era la única referente judía. Después el arzobispado llamó a una mesa conjunta de trabajo social", recuerda Sarina.
La figura de la rabina Vitas pasó a tener un rol más preponderante en la política, traspasando su papel en la sinagoga de Paraná, para construirse también como una referente de asesoramiento halájico provincial. Al frente de la comunidad más grande de Entre Ríos, recorrió pueblos y colonias, reabriendo templos abandonados, reflotando ceremonias y rituales en localidades como Basavilbaso, Villaguay, San Salvador, Las Moscas y Villa Alcaraz. Su presencia fue símbolo de renovación y apertura.
"Cuando comencé esta travesía pensaba que me habían elegido para el cargo con cierto consenso. Obviamente, era consciente de que no le habían consultado sobre mi designación a cada una de esas 500 familias que integraban la comunidad. Pero me encontré con que 448, por poner un número, no tenían ni idea de que me iban a contratar a mí. En ese proceso, mucha gente me decía: «Mirá, yo te respeto, acepto el liderazgo que trajeron institucionalmente, pero tengo mis reparos de que esto esté dirigido por una mujer». Esa misma comunidad a la cual asistí durante cinco años, finalmente se le corrió el velo del género. Pudieron entender que el liderazgo rabínico pasa por las enseñanzas, por la guía, por la contención y la compañía. Y en eso, las mujeres tenemos un valor agregado que tiene que ver con la sensibilidad, con lo maternal, más allá del carácter. En ese lugar donde al principio me resistían, aprendieron a llamarme rabina", concluye Sarina Vitas repasando el legado que dejó en Entre Ríos.
Un tiempo después, luego de haber transitado más de 25 años de experiencia enseñando los valores de la tradición judía, Vitas volvió a la comunidad Bet Hilel de Buenos Aires, en el barrio de Palermo, para integrar el equipo rabínico. Un espacio que la había visto crecer, dando inicio a su carrera como morá (una maestra capaz de iluminar y guiar) a comienzos de los noventa.
Un lugar en el templo
"Desde chiquita acompañaba a mi papá a la sinagoga. Me sentaba al lado de él a escuchar la ceremonia. A veces, había gente parada. Entonces, se nos acercaban y nos decían: «La nena tiene 3 años señor, póngasela a upa para que el lugar lo ocupe otra persona». Con el tiempo, esa afirmación me empezó a enojar. Yo quería mi lugar tanto como los otros, que nadie me lo sacara porque también era persona. Cada vez que veía que se aproximaba el señor que acomodaba a la gente (se ríe), me escondía entre los asientos. Estas cosas, aunque parezcan mentira, me fueron marcando", dice Sarina con un dejo de nostalgia.
Hija de un padre ingeniero y una madre ama de casa, la mayor de dos hermanas, fue criada bajo los principios de una familia que sostenía las prácticas tradicionales. Cursó la primaria en el Instituto Bet El, en el barrio porteño de Belgrano. De allí extrajo los valores fundamentales de su referente máximo, quien se mostró ante sus ojos como una revelación hasta estos días: Marshall Meyer. Un rabino conservador estadounidense que lideró la transformación cultural más importante de la judería latinoamericana del siglo XX y al mismo tiempo, fundó más de veinte comunidades en Argentina. Trajo consigo la impronta de la conciencia en torno a los derechos humanos, participando de espacios como la Conadep (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas) y haciendo convergir la impronta del ser judío con lo social.
"En una mano tengo la Torá y en la otra el diario. Este modelo tiene una potencia arrolladora. Mi mirada en la vida tiene que ver con lo que sucede alrededor. Es identificarnos con los rituales, con la historia, con la experiencia, con la parte religiosa, pero siempre atendiendo al trabajo social que también nos construye. Sin ir muy lejos, hoy en una de las comunidades de las que activo se están entregando 5.000 viandas por semana a comedores populares, a gente de la calle", comenta orgullosa Vitas.
A esos primeros años de conformación, les siguieron otros tantos de vigoroso crecimiento a nivel comunitario, promediando la década de los ochenta. Ya en la adolescencia, se paraba junto a otros jóvenes desde un lugar más abierto, cuestionador, flexible, lejos del reflejo ortodoxo. De esa disrupción, codo a codo con otras mujeres, nació la vocación.
La teoría indicaba que nunca llegaría a ser rabina, que era perder el tiempo. Mi papá me decía: 'Para qué seguís estudiando, vos tenés un techo'.
"Quizás mi rebeldía fue mostrar que yo iba a hacer lo que quería. En mi casa ya conocían mi sensibilidad. La teoría indicaba que nunca iba a llegar a ser rabina, porque eso estaba destinado a los hombres. Y emprender ese camino era perder el tiempo. Mi papá me decía: «Para qué seguís estudiando ahí, vos tenés un techo». No era maldad, él tenía esa educación. Toda su vida la pasó en el mundo comunitario ortodoxo. Entonces le di el gusto, entré a Económicas y no funcionó. Después de eso, estudié en el Seminario Rabínico Latinoamericano en Buenos Aires, donde me preparé para poder viajar a Israel y culminar mi carrera. Me fui un año y en Jerusalén me gradué de rabina. Lo cierto es que, más allá de todo, mi papá me marcó ese camino, es un compañero. Él aprendió que había otro judaísmo, que incluso le permitía compartir familiarmente. Me abrió las puertas para que yo pudiera decidir mi lugar. Si hubiera elegido una sinagoga ortodoxa me hubiesen dicho que fuera al piso de arriba y nunca me hubiera sentado al lado de él a seguir el mismo libro. Paradójicamente, gracias a eso, pude demostrar que se puede construir arriba de los techos de cristal".
En 2018, tras décadas de fuerte intervención en la escena social, la rabina Sarina Vitas fue honrada con el premio Rabbi Mordechai Waxman Rabbinic Leadership Award, otorgado en la ciudad de Nueva York por una de las asociaciones más grandes de Masorti Olami. Un reconocimiento por su labor en la Fundación Tikunea (un comedor solidario perteneciente a la Comunidad Educativa Weitzman), el trabajo y la integración comunitaria en Latinoamérica.
La nueva comunidad digital
El advenimiento de la pandemia produjo un quiebre importante dentro de la ley judía. La celebración del Año Nuevo y de El Día del Perdón pusieron en tensión órdenes que hasta hace meses eran incuestionados. Ese período de introspección y balance personal, de restitución de vínculos y oportunidades, se vio atravesado directamente por el peso del aislamiento social. Más del 80% de las comunidades transmitieron las ceremonias por streaming. El alivio multiplataforma chocó de frente contra el mundo conservador, haciendo temblar su precepto de no usar la tecnología en los días sagrados.
"Fue un boom. En 20 días hubo que reconvertirse. El primer tiempo sirvió para tratar de ayudar o contener espiritualmente. Hoy, las comunidades tienen todas sus clases y servicios religiosos grabados online. A muchos les vino bien. Eligen los momentos para ver las clases que quieren, de cualquier parte del mundo: México, Chile, Brasil, Uruguay o del barrio de Belgrano. Paradójicamente, hubo más acercamiento al ritual, al estudio. En una convocatoria de un sábado a la mañana, lo que antes presencialmente eran como mucho 25 personas, hoy son 100 que entran a un encuentro virtual para rezar. Entonces, creo que esto es un cambio de paradigma total, hay cosas que vienen para quedarse", comenta Sarina del otro lado de la pantalla.
En medio de esta disrupción de cuerpos digitales, Sarina Vitas abre el juego desde sus redes sociales y canales de encuentro (como Zoom, Medium o plataformas de streaming) para replantear el rol de la mujer dentro del culto. Así, retomando el estudio y la memoria de su pueblo, intenta desmitificar la construcción colectiva que encasilla al género femenino en prácticas más cercanas al hogar que a posiciones de poder.
"Comprendo que todavía haya un mundo dentro de mi tradición al cual le cuesta reconocer a una mujer como rabina. No tienen esa memoria colectiva. Pero más allá de eso, me parece necesario entender que, dentro de los mismos textos que todos leemos, dentro del mismo acervo cultural, práctico y legal que tenemos como religión y cultura, existe una puerta abierta para que esto se genere. La gente que decide vivir de forma liberal, conectándose con ese judaísmo integrado a la sociedad, precisa resignificar cada uno de sus actos y sus rituales, dentro de una espiritualidad que los haga sentir acorde a lo que piensan. Bienvenido, entonces, el liderazgo femenino que permita comprender la fe sin distinción de géneros. Yo necesité tener voz dentro de mi tradición. Necesité hacerme escuchar. Tener una praxis. Decir en voz alta: ¿por qué me van a dejar afuera de todo esto que vivo, que siento, que amo, que hace vibrar mi ser? ¿Simplemente por ser mujer? ¡Pará! Estoy convencida de que mi dios no dice eso. A mí me habla, me llama para decirme «este es tu lugar y vos tenés que seguir defendiéndolo»", repite Sarina cerrando los ojos, con las manos cerca del corazón.