13 de junio de 1967. Los alumnos del Comercial 1 de Banfield y del Santa Unión de los Sagrados Corazones se acomodan debajo de la enorme cúpula. Ocho centímetros de espesor por once metros y medio de radio que, de pronto, se llenan de estrellas. Exactamente diez años antes, la Unión Soviética lanzó el primer satélite artificial que logró ponerse en órbita. Son épocas en las que la mirada se posa hacia arriba. El espacio se ha vuelto en la metáfora más cabal para un contexto donde se piensa que todo es posible, y la ciudad de Buenos Aires quiere también tener su parte en el cielo.
Así nació el Planetario, un edificio que se volvió ícono y cuya historia merecía ser contada. Fue de esta forma que las diseñadoras Julieta Ulanovsky y Valeria Dulitzky la recuperaron en una bellísima edición, que en épocas de pandemia y confinamiento plantea una pregunta más que interesante: ¿cómo miramos el cielo?
La leyenda cuenta que cuando las autoridades municipales encargaron el diseño a Enrique Jan –por entonces empleado en la Dirección Nacional de Arquitectura y Urbanismo–, el arquitecto dibujó inicialmente una semiesfera montada sobre un pilar cilíndrico central. Le dijeron que estaba loco. Pero ese fue solo el comienzo. A la utópica empresa se sumó Carlos Laucher, amigo de Jan, con alguna experiencia ya en colosos. Había tenido a su cargo, entre otras cosas, los cálculos estructurales para la construcción del Kavanagh. El proyecto era un desafío: cómo construir una cúpula, un anillo, un piso colgante y dos subsuelos, y lograr que la estructura aguante 200 toneladas de hormigón. Finalmente, en 1962 comenzaron las excavaciones. Inicialmente, la idea era emplazar el edificio con forma de nave en diagonal al Monumento de los Españoles, pero una cañería de Obras Sanitarias los obligó a desplazarse varios metros.
Julieta Ulanovsky: El Planetario es un edificio maravilloso que no tenía un libro propio; eso nos incentivó a buscarlo. Es un edificio con contenido, raro y hermoso a la vez. Y nos parece que los libros y los edificios son formatos muy amigos. Un libro recorre el edificio de un modo nuevo y el edificio se pone de buen humor…
Valeria Dulitzky: Sí, estábamos buscando un segundo título para nuestra colección, que había comenzado con Divino Barolo. Queríamos que fuera un edificio patrimonial, pero moderno. Justo el Planetario cumplía 50 años, como nosotras, y nos pareció toda una señal… El Planetario es significante de la idea de futuro. Una nave recién aterrizada en los bosques o a punto de despegar rumbo al espacio. Protagonizó redacciones escolares, dibujos y sueños de mi infancia. Siempre me fascinó su forma, su emplazamiento y los misterios que circulaban a su alrededor.
Las diseñadoras Julieta Ulanovsky y Valeria Dulitzky recogieron en el libro
En efecto, Extraordinario Planetario –con la fotografía a cargo de Xavier Martín, textos de María Pagano y la edición de Lucila Schonfeld– recoge entre anécdotas y ensayos el espíritu que enmarcó la creación de este enorme hongo de cemento al que Jan no olvidó de dotar de cierta mística. El recorrido incluso recupera un manuscrito que el arquitecto publicó póstumamente, llamado Claves para entender el Planetario, donde dejó pistas para comprender la simbología que se oculta entre sus formas geométricas.
Jan concibió el Planetario como un ideograma. Por ejemplo, el puente en la entrada representa una "llave entre el afuera y el adentro", el pasaje de un espacio terrenal –en un plano de dos dimensiones– a la nave "donde se produce el saber", y por lo tanto, es tridimensional. El triángulo, de hecho, pasa a ser una figura clave, es la forma como se organiza el edificio. Pero, además, Jan lo imaginó como "la síntesis del ser humano". De ese modo, las escaleras que unen todos los niveles forman las vértebras, hasta llegar a la "bóveda craneal, el canal por donde asciende el conocimiento". La forma circular también tiene su fundamento, se refiere al tiempo y a la evolución de los ciclos.
Julieta: El Planetario es contemporáneo al Centro Editor de América Latina, a Eudeba y al boom de la divulgación. Una apuesta a lo educativo, lo tecnológico y lo nuevo. El lugar trajo la exploración y la experimentación.
Valeria: El Planetario tiene una historia apasionante para contar y detalles arquitectónicos de una originalidad y audacia pocas veces vista. Es un representante de una época esperanzada, en la que la divulgación del conocimiento se materializó en grandes proyectos.
Julieta: El Planetario trajo el espacio a la Tierra.
La obsesión por el cielo
Mientras hoy todos hablan de "la Sputnik" para referirse a la vacuna desarrollada por los rusos contra el coronavirus, el nombre en los 60 tenía otras reminiscencias. Señales de época, tal vez, de un mundo que ahora se disputa en la intimidad de las personas y sus redes sociales, pero que en aquel entonces se dirimía en el poder que mostraban dos potencias, Estados Unidos y la Unión Soviética. La carrera por el espacio fue un enorme capítulo en esa pelea, que tuvo como primer episodio, justamente, el lanzamiento del Sputnik 1 y duró algo así como 20 años, en los que se mandaron sondas planetarias a Marte, una nave sobrevoló Venus y se pisó por primera vez la Luna. De pronto, el cielo se había instalado en la vida cotidiana de todos y pasó a gobernar la narrativa y la imaginación. No por nada en 1977 se estrena La guerra de las galaxias.
Jan concibió el Planetario como un ideograma. Por ejemplo, el puente en la entrada representa una "llave entre el afuera y el adentro".
Veinte años más tarde, el 26 de abril de 1997, Ray Bradbury vino a la Argentina y ¿qué pidió? Visitar el Planetario. El arquitecto y escritor Gustavo Nielsen lo recuerda en una hermosa crónica publicada en Radar. La escena parece salida de un cuento del novelista, aunque con dejos oníricos de estas pampas. Bradbury le escribió al director por ese entonces del Planetario, Antonio Cornejo, sobre sus ganas de conocer el lugar. En solo unas horas se armó una cena, con periodistas y figuras dispares, y "un catering modesto de carne y papas al horno", cuenta Nielsen. Bradbury llegó con un traje celeste a rayas finitas, camisa y corbata azul. La velada, sin embargo, careció de simpatía, por lo menos para el autor de la nota. Sin embargo, la suerte quiso que Nielsen olvidara algo y tuviera que volver cuando ya todos se habían ido. En silencio, marchó al salón de la cúpula y entonces oyó unos golpes adentro de un túnel. La imagen que sigue demanda que se cite el texto escrito en primera persona: "Arrimé un cubo de basura a la pared y me subí, para espiar por una rendija entreabierta de los revestimientos (del techo). En la penumbra interior del espacio entre cúpulas estaba Ray, calzado con sus botas de montar y su sombrero de cowboy. Amenazaba al empleado con un rebenque, desde lo alto de una escalera de gato. El empleado, desde abajo, le rogaba que bajara de ahí. Bradbury hizo palanca con el mango del rebenque en uno de los paneles de aluminio y metió la mano. Tiró con fuerza. El panel fue a parar con otro que ya estaba en el piso".
Jamás sabremos cuáles eran sus intenciones, o por lo menos Nielsen no las revela. Pero el relato sirve para alumbrar uno de los secretos mejor guardados del Planetario, que al parecer Bradbury conocía bien: entre la cúpula donde se reflejan las estrellas y el techo hay un pasillo donde puede caminar una persona.
Extraordinario Planetario revela este y otros datos. Por ejemplo que recién en 2011 fue reemplazado el proyector original por un aparato digital que hoy permite que el cielo proyectado en esa pared tenga una resolución de 8K. El primer aparato, en cambio, pesaba dos toneladas y media y tenía la capacidad de fabricar 8900 estrellas. Llevaba 29.000 piezas mecánicas, constaba de 50 reflectores y era movido por 7 motores. Se lo compraron a la firma Carl Zeiss, la misma que fabricó el primer planetario del mundo, conocido como "la maravilla de Jena" (llamado así porque está ubicado en esa ciudad alemana). Había sido inaugurado en 1923 y dicen que unas 50.000 personas viajaron a ver el espectáculo. En 1933, Estados Unidos construyó el suyo en la ciudad de Nueva York. Hoy se lo conoce como "la esfera de Hayden" porque, a diferencia del resto, tiene la forma de una esfera completa.
El más grande del mundo, actualmente, se encuentra en San Petersburgo, cuenta con 40 proyectores y tiene una cúpula de 37 metros de diámetro. Aunque será en breve superado por el de Shanghái, cuya apertura está prevista para el año que viene.
El Planetario en números
- 5: son 5 pisos en total.
- 60: el Planetario es un edificio de encastre, por lo tanto casi no se encuentran ángulos rectos. La mayoría son de 60 y 120 grados. La carpintería se fabricó especialmente para lograr el aspecto de "talla de cristal".
- 7: es el número de escaleras que conforman el esqueleto de la estructura. La central tiene forma de espiral y atraviesa todo el edificio.
- 3000: la construcción requirió 3000 metros cúbicos de hormigón.
- 350: la cúpula lleva 350 lamparitas.
- 29.000: el proyector original tenía 29.000 piezas mecánicas y 50 reflectores.