Franco Kraiselburd trabaja en su propia compañía en Cleveland, Estados Unidos, en la que desarrolló Artemis, un “andamio celular” para curar heridas, en especial las producidas por la diabetes
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Franco Kraiselburd tiene 22 años. Pese a su juventud, este muchacho nacido en Boston, Estados Unidos, pero de padres argentinos, lleva ya una década inmerso en la investigación científica que comenzó a los 12 años con su interés por las células madre. Dueño de un presente brillante y de un futuro promisorio, acaba de recibir la distinción de la prestigiosa publicación MIT Technology Review como “Pionero del año”, entre un grupo de innovadores menores de 35 años de Latinoamérica, por su trabajo en su área de terapias regenerativas.
Franco es el creador de Artemis, un “andamio celular” que, aplicado en forma de parche sobre una herida es capaz de curarla al estimular la regeneración del tejido. Una solución que podrá aplicarse a gran escala, a un bajo costo y que se destinará, especialmente, a las lesiones de las personas que padecen diabetes. Algo que, se espera, evitará infecciones y amputaciones.
“Pensá que esto podría ser la próxima ‘curita’. Pero esto no es que previene. Esto cura. Esto genera actividad celular, actividad antimicrobiana, actividad coagulante”, se entusiasma Franco al hablar con LA NACION acerca de su creación. El joven, que trasluce la pasión por lo que hace en cada una de sus palabras, dialoga telefónicamente desde Cleveland, Ohio, la ciudad estadounidense donde se graduó de Ingeniero Biomédico y donde fundó, junto a su padre, su propia empresa de biotecnología, Asclepii, donde desarrolla sus investigaciones y proyectos.
Los inicios en la ciencia
–Franco, contame tu vida antes de convertirte en investigador a una edad tan temprana
–Nací en Boston, porque mi padre estaba haciendo un doctorado en Harvard. De ahí nos mudamos a España, pasamos como cinco años, más o menos y de ahí fuimos a Brasil. Pase ocho años en Brasil, la mayor parte de la juventud.
–Naciste en los Estados Unidos y viviste en diversos lugares del mundo. Sin embargo, en la nota donde informan tu distinción de la MIT Technology Review apuntan que tu nacionalidad es argentina ¿Cuál es tu vínculo con el país?
–Mi padre y mi madre son argentinos. Viví solo un año en la Argentina, pero fui allí todos los años de mi vida. Funcionalmente me siento argentino y soy ciudadano argentino. Para mí es un orgullo, me siento muy identificado y muy representado por la cultura argentina. Poder poner la patria argentina al lado de mi nombre es un honor, especialmente en un premio como el del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts).
–¿Cómo nació tu interés por la ciencia desde tan chico?
–En Brasil, al principio yo no hablaba nada de portugués. Habíamos ido a una escuela donde hablaban inglés, pero después nos mudamos a una local, brasileña, y como no entendía nada me iba terrible en los exámenes. Entonces, en la escuela Dante Alighieri de San Pablo, yo tenía una profesora de biología que me acompañaba y me bancaba mucho. Ella dijo: “Bueno, hagamos otra cosa”. Entonces me puso en un programa de preiniciación científica. Un trabajo muy simple, recibía notas por hacer revisiones de literatura científica. Mi objetivo inicialmente era ese, pero después evolucionabas a hacer tu propio proyecto, Ahí la cosa se puso muy interesante.
–¿Qué edad tenías?
-12 o 13 años. Cuando propongo hacer mi propio proyecto me seleccionaron una mentora, Carolina Lavini, que tenía una maestría en un tipo de células madre, las mesenquimales, que son casi las únicas células de este tipo que tenés presente en tu cuerpo.
“Una orquesta de colores”
–¿Qué es una célula madre?
–Una célula madre básicamente es... ¿vos jugaste al Uno? Es la carta +4, porque tiene muchas funcionalidades y puede ser del color que vos quieras. Yo veo a las células y los tejidos para mí son una sinfonía, una orquesta de colores. En este sentido, las células madre son como las directoras de orquesta. Son células capaces de liderar en la construcción de otras células y tejidos. Al principio, una célula madre embrionaria es capaz de construir cualquier célula, porque esa es su función. Pero el gasto energético es tan grande, tan potente, que a medida que te hacés más viejo y tenés que gastar menos energía las células madres se hacen menos potentes, y de ser capaces de hacer cualquier célula del cuerpo quedan para hacer solo la piel, o solo los músculos, o los huesos, o la sangre, etc.
–¿Dónde se encuentran ese tipo de células?
–Básicamente las tenemos en la médula ósea y en nuestra grasa. Los donantes que tenemos actualmente en el laboratorio son de médula porque son las más puras, las más cuidadas. Algunas veces están en tus dientes, en la corona, a veces en tu tejido adiposo... dije arriba que estas no son las únicas células madre que tenemos porque también tenés células madre en tu médula para la producción de sangre. Pero estas son muy específicas, muy especializadas y no pueden “revertir” a hacer tejido como la piel o músculo.
–¿Ellas actúan en la regeneración de heridas?
–Sí, además de ser capaces de generar cartílago, huesos, piel, son capaces de migrar, del punto “a” al punto “b”. Lo más interesante de esto es que funcionan como el sistema inmune, cuando tenés una infección las células del sistema inmune migran hacia ese sitio, en un proceso que se llama homing, como un misil autoguiador. Eso se hace por medio de proteínas. Las células mesenquimaless son híper responsivas, muy capaces de “escuchar” a su alrededor. Cuando vos tenés ciertas proteínas presentes en un lugar, generalmente una herida, las células mesenquimales pueden migrar hacia ahí. Estas células empiezan a secretar proteínas, no solo para llamar otras células mesenquimales, sino para estimular el crecimiento. A mí eso me parecía fascinante, lo más cool de todo el mundo.
“El hermanito de todo el laboratorio”
–¿En eso entonces basaste tu proyecto?
–Sí. Acordate que mi mentora tenía una maestría en eso y entonces, me tiró ese hueso, digo yo, como para ver si lo roía, pero no pensaba que me iba a dar tanto interés. Lo bueno de ese programa es que podía probar cosas, generar hipótesis y probarlas. Ella me contactó con laboratorios, incluyendo el de ella, para trabajar con células madre mesenquimales. Acordate que en San Pablo está la Universidad que es responsable del 80 por ciento del trabajo científico de Brasil, es un gigante.
–¿Entonces?
–Encontré un laboratorio, Nucel, asociado a la Universidad de San Pablo, un lugar donde se trabaja terapia celular y molecular. Empecé a trabajar ahí, donde estuve tres años. Ahí encontré la forma de poner esas proteínas que te decía que estimulan las migración de las células madre hacia las heridas en un hidrogel muy simple. Tenía dos proteínas que se entregaban y eso llamaba a las células madre. Y funcionaba. Estaba perfecto. Lo testeé en ratas y los resultados eran interesantes. Aprendí a estudiar en ratas de laboratorio todos esos conceptos.
–¿Cómo era trabajar en un laboratorio siendo prácticamente un niño?
–Empecé como si fuera un asistente. Era el hermanito de todo el laboratorio. Me trataban como igual, me tenían mucho cariño, era mi familia fuera de mi familia. Toda gente joven, con sus doctorados, en la época de responder preguntas. Mucha energía. Mi edad nunca fue un problema. Es más, ser tan joven también era un superpoder, porque en realidad, nadie tiene expectativa en vos, nadie espera que vayas a ser algo increíble. Tenés 14 años, no vas a hacer las cosas bien y está perfecto eso.
Una mujer llamada María
–Desde muy chico, entonces, empezaste a pensar en cómo regenerar heridas mediante células madre. Además del interés científico ¿hubo algún caso puntual que te llevara por ese lado?
–Sí. Trabajaba en el laboratorio que estaba frente a un Hospital. Tomaba el micro con personas que iban hacia allí. Había una mujer llamada María, a la que veía dos veces por semana, los lunes y los viernes cuando iba al médico a recibir atención por la diabetes. Tenía muchas heridas, especialmente en los pies. Es que por la enfermedad a algunas personas les llega la mitad del flujo sanguíneo a las extremidades y cuando tiene alguna infección, que es frecuente, no le llegan allí las plaquetas para cicatrizar. Están en riesgo de sufrir una sepsis.
–¿Y qué pasó con ella?
–Para mí fue muy shoqueante. Era una chica que limpiaba casas, no tenía acceso a tratamientos avanzados. Infelizmente, después de tres años, una de las últimas veces que la vi, le habían cortado el dedo de un pie y me dijo que tenía suerte porque no le habían cortado el pie entero. María era alguien que yo conocía, pero fui a ver las estadísticas, era una gota en un océano de millones de personas. En 2021 hubo 4 millones de amputaciones y 7 millones de muertes solo por la diabetes en el mundo.
–Imagino que eso te movilizó
–Sí. Empecé a pensar en algo que te pueda mantener la herida limpia de infecciones, que te sea cómodo y que puedas vivir con tu herida sabiendo que te estás curando, aunque tarde meses, y que tampoco te salga una barbaridad de dinero.. Ese fue el principio que usamos para generar el concepto de Artemis.
Brasil, La Plata, Cleveland
Franco Kraiselburd trabajó durante tres años en el laboratorio de San Pablo. Continuó allí incluso cuando sus padres dejaron Brasil por cuestiones laborales. Primero, su papá Santiago se fue a vivir a La Plata, en la Argentina. Un par de años más tarde, su mamá, María Laura, se mudó a Chile. El joven vivió durante un año en casa de una familia amiga de su mamá. Pero un episodio desafortunado lo obligó prácticamente a dejar el país: “Estaba por irme de vacaciones a visitar a mi madre en Chile y me robaron a mano armada en la puerta de mi casa. Tenía en mi mochila casi todo lo que tengo de valor, tenía el pasaporte de Estados Unidos, el italiano -el argentino todavía no lo tenía-... me quedé solo y sin pasaporte...”.
Finalmente, su mamá viajó a San Pablo para “rescatarlo” y decidieron que no volvería a vivir solo en tierras brasileñas. “No encontramos una escuela en Chile, así que me fui a terminar el secundario en la Argentina. Me hice el pasaporte, terminé la escuela y viví en La Plata con mi padre”, cuenta el muchacho que, pese a su escaso tiempo de estadía en tierra argentina, se manifiesta hincha de Estudiantes de La Plata y habla un español inequívocamente rioplatense.
Por supuesto, los afanes científicos de Franco no se habían apagado ni mucho menos. El flamante bachiller del Instituto Bivongi de La Plata apuntó alto a la hora de elegir una universidad. “Me dije: ‘Quiero ir al mejor lugar de todo el mundo para estudiar estas células mesenquimales’. Entonces, busco y encuentro que el laboratorio donde se descubrieron estas células, incluso de donde salió el primer paper que yo leí, de mi primera referencia científica, que se llama Arnold Caplan, estaba en Cleveland, Ohio, en la Case Western Reserve University (CWRU), dice Franco, que de inmediato, añade: “Caplan fue el que le dio el nombre a estas células, las llamó ‘células madre mesenquimales´”.
“Un pionero en otro nivel”
En 1991, Caplan, publicó un paper llamado Mesenchymal Stem Cells. “Generó una revolución en la medicina regenerativa en todo el mundo -dice Franco-. Fue el que creó la primera terapia celular. La primera vez que alguien pensó, ejecutó y pudo decir con éxito: ‘Che, usemos nuestras propias células para curar nuestras propias heridas’. Fue la primera terapia aprobada por la FDA en todo el mundo. Fue pionero en otro nivel. Estudió estas células toda su vida”.
Este eminente científico no había tomado un estudiante en ocho años. Pero al leer las publicaciones de Franco, decidió dejarlo entrar a su laboratorio en la CWRU. “Trabajé cuatro años ahí. De 2020 a 2024. Caplan falleció en enero de este año. Él me puso a estudiar cáncer, pero yo tenía mi pasión con la cicatrización de las heridas. Lo cierto es que estaba en el epicentro de la medicina regenerativa mundial”.
A la vez que trabajaba con Caplan, Franco estudiaba Ingeniería Biomédica -se graduó en mayo de este año- y, también, fundó su propia empresa de biotecnología, Asclepii. “La realidad es que abrimos la empresa para que yo pueda tener una estructura legal para poder postular a fondos. Yo no sabía ni como se empezaba y la primera persona a la que le fui a hablar fue a mi viejo, Santiago, que él tenía experiencia en empresas, y en identificar oportunidades”.
El científico y el CEO
–¿Cómo fue la experiencia de crear una empresa para desarrollar tus investigaciones junto a tu papá?
–Para mí, cuando estaba arrancando con la idea era muy difícil tener la perspectiva empresarial. Tenía perspectiva científica pero no entendía economía en escala, entonces mi padre y yo lo tomamos como un desafío. Él tiene conocimiento de la parte de logística y yo en la parte de la célula y medicina regenerativa. Fue encontrarnos en el medio y decir: ‘Bueno, hagámonos no expertos, pero especialistas en el área de uno y del otro’. Ahora soy también el CEO de esta compañía”. Además, el trajo a Daniel Katszman, que es un emprendedor y yo traje a mi socio Miguel Fuentes Chandía, un científico chileno que hizo terapia celular en su país.
–¿Y cómo se llevan el científico con el CEO?
–Y... Un día estoy en el laboratorio y otro día dando un speach por un millón de dólares. Es difícil, porque la ciencia requiere rigor. Tenés que estar en el laboratorio, no podés estar viajando constantemente. Pero tengo la ventaja como CEO que conozco y entiendo mi producto a otro nivel, sé sus limitaciones pero también sé adonde puede llegar y qué necesito para que llegue ahí. Así postulé varios fondos en México y Estados Unidos y antes de mayo había levantado para fondos de investigación un millón de dólares. Una locura.
–¿Cuánta gente trabaja en Aclepii?
–Hoy somos tres cabezas. Ixchel Robles Ruiz, mexicana, en el laboratorio, William Tavel, estadounidense, en la parte de business. Y yo, que hago un poco de todo. Y part time tenemos 20 personas, profesores de Cornell, de Harvard, gente del Tecnológico de Monterrey, investigadores de Chile, de la Argentina, de Estados Unidos.
Un parche que cura
–Ahora sí, hablame de Artemis ¿Qué es?
–Es un andamio celular. Un biomaterial con un sistema de proteínas que puede mandar al organismo a hacer las células que vos quieras. Es como una esponja que tiene celdas o microporos y dentro de ese microporo entran entre 10 y 20 células que se aglomeran, se juntan y van creciendo, expandiéndose hacia otros agujeros.
–Sería como una estructura que se va llenando de células que son las que regeneran la herida.
–Exacto. Y se aplica con un parche seco. Que es estable, seco, que se hidrata muy bien con tu tejido y actua como tu propia piel, respira con vos. No está vivo, pero se integra a tu cuerpo. Pensá que esto sería como la próxima curita. Pero no es que previene, esto cura. Genera actividad celular, actividad antimicrobiana, actividad coagulante. Genera una casa para las células. Al principio combate infecciones en las heridas y después estimula el crecimiento celular para que cierre la herida.
–Suena increíble
–Sí. Pero hay mucha gente que trabaja en esto. Hay mucha gente muy inteligente que trabaja con terapias de células regenerativas. En la medicina no existe eso de que hacés algo de cero. En la ciencia uno construye algo y siempre soy fiel a la premisa de que la idea es subirse a los hombros de gigantes. Pero mi rol, mi misión con Artemis es hacer un producto a escala. No existe hoy un andamio que se pueda manufacturar y vender a un precio suficientemente bajo como para poder revolucionar el sistema. El problema es la escalabilidad.
–¿Son caras esas terapias hoy en día?
–Carísimas. Para que te des una idea de la magnitud, el precio del andamio en promedio cuesta 250 dólares por centímetro cuadrado. En Estados Unidos se remonta a 1700 dólares la aplicación de un andamio. Es una barbaridad. Es una acción terapéutica muy cara. Artemis es un andamiaje que, en vez de costarte 300 por centímetro cuadrado, te cuesta tres centavos de dólar. Es más barato, más escalable y más fácil de aplicar.
El futuro de Artemis
–¿Cuándo se podrá utilizar el Artemis?
–Estamos en etapa de pruebas. Más o menos en un año anticipamos que se aprobará la primera versión y en tres años se podrá vender la primera versión en Latinoamérica. En México y de ahí va para el mundo. La idea es escalar muy rápidamente a Latinoamérica, por eso tenemos alianza con el Tecnológico de Monterrey, la Universidad de Valparaíso, la de San Pablo. Queremos potenciar la investigación latinoamericana, queremos generar formas de hacer manufacturas en esos lugares y generar trabajo. Devolverle el impacto económico a la región en la que yo crecí.
–Hay mucha confianza en el producto
–Sí. En la cantidad de datos que tenemos. Hoy en día acabamos de cerrar alianza con un distribuidor que va a vender el producto y una alianza con un manufacturero que lo va a manufacturar. Estamos empezando muy bien con especialistas que saben dónde queremos llegar y están dispuestos a hacer esto con nosotros.
–Tanto Asclepii, el nombre de la startup, como Artemis, son referencias a deidades griegas, ¿esto expresa algo?
–Cuando tenía 14 años empezó todo y me encantaba esa idea, quería darle un homenaje. Asclepius, en inglés, es el dios griego de la medicina. Incluso la serpiente enroscada en el palo de la farmacia se llama el palo de Asclepio. Es conocido como el curador de todas las heridas, pero nosotros hablábamos de la escalabilidad de nuestros productos, entonces no quiero un curador de las heridas, quiero varios. Asclepii fue un plural, como que estamos haciendo varios curadores de heridas.
–¿Y Artemis?
–Es una diosa de la caza, su símbolo es el arco y la flecha. Es por la punta de lanza de la escalabilidad en la medicina regenerativa, es por medio de artemis que vamos a poder, por ejemplo, generar órganos para que nadie tenga que estar en una lista de espera. Artemis es el nombre para la revolución que quisimos dar.
“Me emociona mucho”
–¿Qué te genera saber que por tu desarrollo a escala de Artemis el día de mañana mucha gente se puede curar de heridas que antes eran crónicas o peor? ¿Pensás en eso?
–Lo pienso todos los días. Es lo que me hace despertar a la mañana e irme a dormir a la noche. Esto es algo que a mí me apasiona, como a los futboleros los apasiona el fútbol. Obviamente que es un poco temprano, pero igual, es una cuestión de tiempo. No tengo dudas de que va a funcionar, solo tengo dudas de cuánto va a tardar. A mí me emociona mucho porque me da mucha esperanza. Me fascina también que gente como María pueda tener un vida más tranquila, más estable. Me motiva, para mí es un honor. Y es un homenaje a todos los gigantes. Caplan falleció en enero. Poder empujar su legado a cientos de millones de personas estaría buenísimo. Estaría buenísimo.
–Por lo pronto, tenés el reconocimiento del MIT (Instituto de Tecnología de Massachussets) como Pionero del año, nada menos.
–Sí, ellos dan un premio a la innovación. Quieren dar un reconocimiento a sus colaboradores, entonces buscan por medio de su revista MIT Technlogy Review a innovadores de menos de 35 años que hagan innovación disruptiva y lo expanden al mundo. Lo hacen por regiones. Dentro de Latinoamérica dividen el premio en visionarios, emprendedores, inventores, humanitarios y pioneros. A mí me pusieron en la categoría de pioneros porque en cierta forma soy pionero en la escalabilidad de la tecnología regenerativa. Y la distinción que me dieron este 7 de noviembre en una ceremonia realizada en Lima, Perú, entre los demás jóvenes innovadores, fue la de Pionero del año.
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