Andrea: una vida sin rutina
Un cielo tan repleto de estrellas que invita a apagar las luces de la cabina para contemplarlo a oscuras y en silencio. Largas charlas en el aire con un atardecer de nubes anaranjadas como escenario. Abrir los ojos luego de unos minutos de descanso y encontrarse con la luna llena custodiando el fluir del avión.
Definitivamente, la cotidianidad de los pilotos y pilotas no se parece en nada a la del resto de los mortales. Los profesionales de la aviación aman lo que hacen porque, dicen, esas escenas superan con su belleza los aspectos más incómodos del oficio: una vida con pocas posibilidades de organización por los horarios rotativos; las constantes disculpas y excusas por los faltazos a cumpleaños, aniversarios y eventos familiares y las molestias de los cuerpos fatigados por la presurización. A eso se suma, si sos mujer, las dificultades que aún hoy existen en el rubro para avanzar con el deseo y la vocación de volar.
Cada tres minutos aterriza o despega un avión de Aeroparque y Ezeiza. Según datos de la Administración Nacional de Aviación Civil, son 2.088 hombres y solo 23 las mujeres que van al mando o son copilotas de alguna de esas naves.
"Cuando a los 19 años hacía el curso en el aeroclub en Río Negro, todavía no había mujeres en este ambiente. Yo me conseguía los vuelos, no me pagaban pero iba acumulando las horas. A veces preferían darles los vuelos a un hombre. También, durante los exámenes, me la hacían más difícil que a ellos: me preguntaban el nombre de un río perdido o la ubicación de un tornillo sin ninguna importancia", recuerda Andrea Manso, copilota de Austral desde 2012.
Si bien supo sobrellevar las presiones de esos espacios machistas, el camino de esta rionegrina de 44 años para llegar a la cabina de un avión fue largo y variado.
A los 4 años acompañaba a su papá a volar en el aeroclub de enfrente de la casa familiar. Dice que de esa época tiene imágenes a modo de flashes: el tapizado del avión, los instrumentos y las cartas que se utilizaban para el vuelo.
Una década después, ya egresada del secundario, les dijo a sus padres que quería volar. "¿No preferís ser arquitecta? Sos mujer y hay poco trabajo de piloto", la desalentaron. Finalmente, una charla con su abuelo la decidió a seguir su deseo y hasta se llevó materias a propósito para no tener que cursar la carrera en la que la habían anotado. Con tanta convicción, logró el apoyo de sus padres.
"Me bajo acá. Da la vuelta y el próximo lo hacés sola", le dijo su instructor el día en que estuvo lista para volar sin su supervisión. Dice Andrea que encarar la pista para despegar y ver el asiento del acompañante vacío fue uno de los momentos inolvidables de sus épocas de aprendiz.
Su primer trabajo fue con aviones que realizaban operativos antiplagas por el Alto Valle del río Negro. Al poco tiempo, se fue a vivir a España, donde recorrió el Mediterráneo buscando bancos de atunes para los barcos pescadores. Allí hizo el curso para aviones fumigadores y apaga-incendios. Durante dos años, su vida fue sobrevolar el mar o vigilar la costa de las Islas Baleares, identificando zonas donde se acumulaba la basura. Después, cuando la crisis de la aviación llegó a España, volvió a la Argentina convocada por una línea área. Fue la primera vez en su carrera que se cruzó con otra mujer pilota.
Desde aquellos primeros trabajos en Europa hasta comandar un vuelo en un avión de pasajeros comercial, pasaron 20 años. El último salto fue en 2011: pasó a Austral (donde hoy las pilotas y copilotas son siete).
"Creo que ahora hay un poco más de espacio para las mujeres en esta profesión, porque seguimos para adelante las que estábamos en ese momento. Y porque en la sociedad hay un cambio de visión sobre el tema", asegura Andrea. Sabe que cuando la tripulación anuncia los nombres del comandante y copiloto, todas las cabezas apuntarán sorprendidas hacia la cabina. "Una vez una pasajera me preguntó si iba a saber cómo estacionar el avión", recuerda risueña. "Posiblemente –dice en tono comprensivo– la pregunta surgió del prejuicio, o de la ansiedad que les produce a muchas personas subirse a un avión".
Una vez una pasajera me preguntó si iba a saber cómo estacionar el avión.
Para contrarrestar los preconceptos y el desconocimiento sobre la profesión, las pilotas del mundo unieron fuerzas en la Sociedad Internacional de Mujeres Pilotos de Líneas Aéreas. Se trata de un movimiento global nacido en Estados Unidos como un club social, a fines de los 70, que nuclea a las mujeres que se dedican a la aviación. En su versión latinoamericana organizan reuniones y encuentros y tienen un grupo de WhatsApp donde comparten información, notas y entrevistas referidas a la profesión y a sus referentes.El objetivo es derribar el mito de que las mujeres no pueden ser pilotas y visibilizar a la carrera como una opción laboral más.
¿Y las contras? ¿Hay alguna característica de esta profesión que no sea tan maravillosa? Sí, reconoce Andrea: los horarios rotativos. Le encanta no tener una rutina fija pero, por ejemplo, las horas de sueño cambiadas la hacen despertar a las tres de la mañana en un día libre. ¿Y los riesgos de la aviación en sí? "Estamos muy entrenados y las normas de seguridad en la aeronáutica son muy estrictas. Me da más miedo andar con el auto en la ruta".
Virginia: adicta a volar
"Tengo el mejor trabajo del mundo. Mi oficina es el cielo", dice Virginia Salvat, copilota de LATAM desde hace cinco años. Tiene 32 y a los 17 empezó a pilotear planeadores. Desde la infancia el mundo aeronáutico le fue familiar: los almuerzos domingueros se acompañaban con historias de su tío piloto de Aerolíneas Argentinas. Él fue quien le aconsejó dejar de lado la posibilidad de una carrera militar –ella estaba enamorada del caza F22– para dedicarse a los aviones comerciales.
Así fue como esta chica delgada, de pelo largo y ondulado, se largó a combinar el estudio de la Licenciatura en Arte con el curso de aviación. En la semana, apuntes y pizarrón; los sábados y domingos, despegue y aterrizaje.
Cuando completó las horas necesarias para pilotear planeadores, dio el paso siguiente: aviones privados. "La aviación no es como una carrera convencional en la que vas a una facultad y tenés estructurado cada año. Esto es similar a una licencia de conducir, vas haciendo cursos, complementando lo obligatorio y lo opcional. Al ser una profesión tan cara, buscas dónde volar, acumulando como podés las horas de entrenamiento", explica Virginia.
Yo ya no podría tener otra profesión. Esta carrera es una vocación y una pasión: son muchos años y mucha plata la que hay que invertir.
De Zárate a San Fernando, de la Capital a Morón y de ahí a Dolores: coordinar las dos carreras no fue sencillo y, finalmente, tras un breve paso por Diseño Gráfico, se decidió por el cielo.
Con 200 horas de capacitación cumplidas y 23 años, se fue a trabajar a una aerolínea de Chile. Durante los primeros vuelos que piloteó en el país vecino (Airbus 320 con 174 pasajeros), llevó como un mantra la frase que repetía uno de sus instructores: "Miren para atrás, créansela, ustedes están a cargo de todas esas personas".
Cuatro años después, en 2014, regresó a la Argentina para trabajar en LATAM como copilota de vuelos domésticos y regionales. "Yo ya no podría tener otra profesión. Esta carrera es una vocación y una pasión: son muchos años y mucha plata la que hay que invertir. Lo más importante es aguantar todo el proceso de capacitación y tener gente alrededor que te apoye y te aliente a seguir", explica Virginia y confirma su teoría sobre la pasión: "Veo el avión y se me cae la baba. Cuando me embaracé me costó estar alejada. Me trepaba por las paredes para volver. El ruido de los motores, el despegue, las comunicaciones se vuelven una adicción".
El camino que tienen que recorrer los aspirantes a pilotos comerciales es largo y muy costoso. En Argentina se necesitan 900 horas para ingresar en una aerolínea; en Chile o España, por ejemplo, 200. Una vez obtenidas las licencias, hacen los primeros vuelos con pasajeros –durante un mes completo– siempre junto a un instructor.
Hoy Virginia es una de las cuatro copilotas de aviones Airbus 320 de LATAM Argentina y hace dupla con comandantes de diversas edades y trayectorias. A diferencia de Andrea, dice que nunca vivió una situación de discriminación ni maltrato por ser mujer. Es más, destaca que su voz es escuchada al momento de tomar decisiones y que esa relación dentro de la cabina es mucho menos verticalista que hace unas décadas, cuando la palabra del comandante era inobjetable.
Respecto de la relación con los pasajeros, de su paso por Chile recuerda un día en que le avisaron que una señora quería bajarse del avión al enterarse de que una mujer estaba al mando. La tripulación le explicó el retraso que implicaría su descenso. Luego de un momento de incertidumbre, la pasajera volvió a ocupar su asiento. Para Virginia, son excepciones: en general es muy buena la respuesta de los pasajeros. "Cuando me felicitan, mucho no entiendo; es mi trabajo, pienso yo".
María Lualí Eisler: camino al cielo
Antes de desembarcar en el mundo de los aviones, María Lualí Eisler pasaba los días en su estudio de diseño. Le iba bien y le gustaba su trabajo, hasta que empezó a sentirse encerrada, a sufrir las horas sentada frente a la computadora. "Me di cuenta de que no era feliz. Y yo no transo con la infelicidad. Sé salirme de la zona de confort", dice con la misma convicción con la que decidió dar vuelta su vida y volver a un viejo amor de su infancia: la aeronáutica.
Resulta que su familia, por el trabajo de su padre, viajaba y cambiaba seguido de país de residencia. Así que la pequeña Lualí estaba familiarizada con los aeropuertos y los aviones. "Ese ambiente me hacía vibrar de una manera especial. Me dejaba embelesada. Era como estar en una película, se ve que eso quedó grabado en algún punto de mi memoria porque se convirtió en vocación".
Al año de empezar a trabajar como tripulante de cabina, arrancó con sus primeras horas de vuelo. A pesar de que no conocía gente en el ámbito de los pilotos, alguien le pasó el dato de un instructor y se largó a aprender. Dice que fue un camino de ida, nunca más pudo dejarlo. Se convirtió en instructora y vivió un tiempo en Estados Unidos, donde voló pequeños aviones, durante 330 horas, para completar la licencia. Aquellas fueron épocas difíciles: volaba sola todos los días, a veces con mal clima. "Los vientos fuertes que te hacen golpear la cabeza contra el techo del avión a veces generan un malestar físico y no disfrutás tanto el vuelo. Bajás muy cansada", reconoce.
Pero cada avión que aprendió a pilotear la iba cubriendo de su encanto y su poesía. Poco a poco, fueron apareciendo nuevos desafíos hasta que llegó el momento de transportar pasajeros."Y así fue como esta profesión me tocó el alma. Es un mundo hermoso, aunque sin pasión es difícil sostenerlo en el tiempo y sortear los obstáculos", asegura y sus ojos claros se iluminan. Sabe de lo que habla: fueron 14 años como tripulante de cabina y comisario de abordo hasta convertirse, desde hace casi un año, en una de las dos copilotas mujeres de la línea aérea Norwegian.
Para Lualí, la magia de pilotear comienza mucho antes de sentarse en la cabina. Al avión hay que conocerlo, sentirlo parte de uno, como una prolongación. "El vuelo también es llegar al aeropuerto, chequear la meteorología, los parámetros y la ruta, ver cómo está el avión, proyectar el vuelo. Todos tus sentidos se abren a eso: las nubes, el sol, los olores. Después está lo que significa el vuelo en sí: el despegue, los motores, las sensaciones físicas, los vuelos nocturnos, el aterrizaje. Cuando estás en las prácticas, pedís por favor una hora más", dice entusiasmada.
Para Lualí, la magia de pilotear comienza mucho antes de sentarse en la cabina. Al avión hay que conocerlo, sentirlo parte de uno, como una prolongación.
Mujeres que se abrieron paso en un ambiente de hombres. Sociedades que tienen que derribar prejuicios para aceptar las transformaciones. Una carrera tradicionalmente exclusiva de varones que poco a poco se va democratizando y dejando los estigmas atrás. Mientras tanto, las pilotas y copilotas argentinas, en cada puesta de sol, amanecer o noche estrellada que les toca contemplar, le agradecen al cielo tener la mejor profesión del mundo.
Pilotas de exportación
María Florencia Bertotto y Daniela Porino tienen dos cosas en común: son pilotas de aviones y tuvieron que emigrar para trabajar de lo que aman. Florencia volaba en la aviación general y era instructora de vuelo, pero cuando llegó el momento de seguir creciendo en su carrera, se encontró con que en Argentina no había posibilidades de ingresar en alguna de las líneas aéreas. Si no se abren plazas –por jubilaciones, renuncias o compras de aviones– el mercado donde pueden insertarse los pilotos es mínimo. Se enteró de que Copa Airlines, de Panamá, estaba haciendo una convocatoria para cubrir puestos por la expansión de sus rutas. Y decidió dar el salto: presentó sus antecedentes, rindió los exámenes y en noviembre de 2014 se fue a vivir a Panamá. Cinco años después, esta porteña de 33 años relata lo positivo de su experiencia: "Lo mejor es que hay cada vez más mujeres trabajando y, por suerte, me ha tocado compartir muchas cabinas con diferentes comandantes. Fue gracias a la expansión de la compañía que necesitaron contratar pilotos extranjeros y tantas personas de diversas nacionalidades nos vinimos para Panamá".
Daniela hace más de quince años que pilotea aviones. Nació en Cosquín, Córdoba, estudió Turismo, Meteorología y Tripulante de Cabina de Pasajeros. Fue pilota de aviones privados e instructora de vuelo y de simuladores, hasta que la contrató Avianca Argentina y se convirtió en la primera mujer comandante de esa aerolínea. Al poco tiempo, la crisis económica provocó el cese de actividades de la línea colombiana en nuestro país y Daniela se quedó sin trabajo. Frente a esa situación, las opciones eran una licencia por seis meses sin goce de sueldo o la reubicación en Bogotá. Eligió la segunda: hoy vuela en uno de los aeropuertos con más tráfico del mundo y es muy común que comparta cabina con alguna de sus ocho compañeras. Dice que ver mujeres al mando de un avión es mucho más frecuente en el resto de Latinoamérica que en Argentina. "Si la situación no mejora, en unos meses, cuando se me termine el contrato acá voy a tener que buscar otros horizontes. No es una elección irse del país si vos tenés posibilidades de trabajo. A mí no me quedó otra".