Piel escénica
Tras dieciocho meses de minuciosa labor, el nuevo telón del Teatro Colón está listo. LA NACION Revista realizó el seguimiento de este proceso fascinante
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Una planta arquitectónica. Una lira. Una herradura de color, porque si no..., ¡qué solos están los celestes de Soldi allá arriba! Varias plantas-liras alineadas y (des)compuestas como un rasti en un extenso patrón continuo que se define, también, como una guarda custodiada por la ornamentación amarillo oro de galones, flecos, cordones . Algo bien contemporáneo. Y barroco. Así es el diseño con el que el Guillermo Kuitca y Julieta Ascar se presentaron al concurso para el nuevo telón del Teatro Colón. En verdad, una de las dos propuestas (Apolíneo y Dionisíaco) que el tándem postuló. La que vale. La que se anunció ganadora en diciembre de 2009, cuando esta historia que acaba de terminar apenas comenzaba.
"La sala como corazón. Allí sucede todo. Allí tiene lugar el hecho artístico. Allí la música, la danza, la ópera y toda la tradición del Colón tienen su espacio. En la sala, el espectador vibra. Descubre y redescubre. ¿Siente? La asociamos y vinculamos morfológicamente con una lira. Icono del arte musical por excelencia", explicaban entonces el artista plástico y la escenógrafa.
Demoró 18 meses traducir (y concebir) en objeto textil ese estilo contemporáneo barroco que había convencido al jurado cuando sólo era una expresión digital. El desarrollo fue largo y complejo, a veces trabado, con dilaciones, más fluido después, pero a todas luces fascinante –no podría ser diferente tratándose de ese gigante de avatares y maravillas que es el Colón–. Durante ese lapso, unas treinta personas durmieron y despertaron escuchando el sonido de esas liras. En LNR fuimos cómplices del paso a paso.
La previa
"Yo necesito a alguien que, además de aportar conceptos e ideas creativas de diseño, pueda hacerse cargo de los aspectos técnicos que a mí me superan. A pesar de que a estas alturas estoy muy metido en el tema telón, soy una persona que tiende a ver las cosas un poco bidimensionalmente", había dicho Kuitca a La Nacion tras la premiación.
Nada bidimensional, más bien todoterreno, resultó su par, Ascar, quien sin que le temblara el pulso firmó contrato con el Ente Autárquico Teatro Colón para ocuparse de la dirección del proceso de realización del telón. Con real obsesión, estuvo en cada detalle.
Digital, gráfico, textil. En una sola dirección el plan de trabajo encendió su marcha el verano de 2010 entre las paredes de un estudio sembrado de dibujos en Belgrano, con una investigación que llevaría cinco meses y un esquema de producción que tuvo sus volantazos. Había que presupuestar hasta el último tornillo, firmar contratos, seleccionar proveedores, evaluar materiales existentes y conseguir nuevos, realizar muestras, confeccionar tejidos, piezas de pasamanería y misceláneas, entre otras etapas previas al momento de componer sobre los dos paños de terciopelo la nueva identidad. Cada una de esas decisiones fueron clave para elaborar la piel escénica (ni lienzo ni cortina), tarea que comandó la coautora del diseño y madre de Dionisíaco antes que de Nina, la beba que ya desde la panza fue parte del asunto.
Escribe Ascar en la memoria descriptiva, suerte de diario íntimo del telón: "La primera decisión fue trabajar con industria argentina y mano de obra del teatro. El telón del siglo XXI, como lo llamaban en el concurso, tendrá identidad nacional y albergará el retorno al teatro de sus trabajadores... Será hecho por nosotros y para nosotros".
Así es como el ADN se codificaba en un equipo de artes y oficios, integrado por dos hermanos pasamaneros de tradición, los Manolo; una empresa especializada en jacquards, Adesal; la modista María Carcagno, a cargo de las misceláneas, y diez tapiceros del Teatro Colón responsables de la confección del coloso de terciopelo. Acto tras acto, en el cast de la obra histórica que se dio detrás del telón, ellos fueron los protagonistas.
El casting
Cuando el binomio Kuitca-Ascar emprendió por primera vez un proyecto semejante, para la ópera de Oslo, conocieron al ingeniero Pablo Lacalle, de Adesal, firma que lleva más de cincuenta años haciendo tapizados hogareños y para autos, en Burzaco. De manera que fue fácil para la escenógrafa resolver quiénes eran los mejores compañeros en la odisea de convertir en sustancia textil las plantas liras: fue directamente hacia esas máquinas, en busca del jacquard soñado. Exactamente lo contrario le sucedió a la hora de resolver la pasamanería. "Nunca había hecho cosas rococó. Y no tenía idea de quién hacía estos trabajos. Me recomendaron un taller superartesanal y fui a verlo. Cuando llegué tuve la sensación en el cuerpo de que ése era el lugar, lleno de luz, en el barrio de mi infancia, como un museo viviente."
Manolo, de Rodríguez Hermanos, son sencillamente Claudio y Carlos, y trabajan en esa casa antigua de Villa del Parque que es tan fría en invierno. Lo hacen con los mismos telares que fabricó su padre, en los años 50, y con sistema medieval: sentados, pisando los palos de madera. Todas sus anécdotas parten de un cono de hilo, como los recuerdos de la infancia, cuando jugaban a la calesita en el urdidor para hacer madejas sin saber que en cada vuelta aprendían un oficio que engalana a unos pocos. Por eso su tarjeta comercial apunta aquello de exclusivos.
Claudio y Carlos encaran esta labor con una extraña emoción en la mirada y un gesto inequívoco de responsabilidad en el ceño. Alrededor de la mesa (cubierta de pruebas, tijeras, adhesivos, cintas, una laptop, y, entre tantos flecos, un peine) se los escucha hablar de pesos (no de dinero, sino del kilaje total del telón: 1200 kilos, aproximadamente), tomar medidas y ajustar plazos, cuando todavía era un hecho que Dionisíaco debía izarse en la apertura de la temporada lírica 2011. Con los meses, ésta, como otras variables, se desajustaron y redefinieron. Pero como no se trataba de un sillón más entre tantos que tienen en su haber, los artesanos, parsimoniosos, se aseguraron desde el principio con cada pregunta, con cada respuesta meditada, que fueran a llegar a tiempo con tal volumen de trabajo, que pudieran ser capaces de darle alma a la red, de hacer bailar esa trama de rombos grandes y flecos hasta el suelo. "El trapo rejilla es lo único que tiene movimiento propio", les insistía Ascar con una sonrisa y sin solemnidades, demostrándoles con un fragmento ya tejido en sus manos el meneo que aquel hilado era capaz de hacer.
De esos cuatro telares salieron, finalmente, todas las piezas doradas que hoy componen la pasamanería telonera: 30 metros de flecos, 530 de cordones perimetrales, 254 de galones; incluso, el antigalón, así llamado de entre casa el galón principal, porque lleva el pelo suelto, una indicación que sorprendió en su encargo a los hermanos. Que se viera el hilado, la materia prima, como si fuera la textura del pincel en la pintura, ésa era la intención. Para los Manolo, casi un sacrilegio. Más de un guiño hay en él en homenaje al telón tradicional de los años 30, antecesor directo de éste.
La obra
De Burzaco a Villa del Parque y del Colón al Centro Municipal de Exposiciones: hogar sustituto de algunas áreas del teatro durante la reforma edilicia, que aún continúa. Un verano más tarde que en el comienzo de este relato, una decena de avezados trabajadores de la sección Tapicería del Teatro estaban listos para hacer de las partes el todo, para componer el nuevo telón. Antes, tuvieron que resolver un asunto sorpresivo: corregir las costuras verticales de los paños, que habían llegado a esta instancia mal confeccionados por una Unidad de Proyectos Especiales del gobierno porteño, que intervino durante los primeros meses en el proyecto y luego se desvinculó. Así consta en la memoria descriptiva. Un trago amargo, pasajero.
Al frente del equipo de tapiceros están Julio Galván y Alfredo González, amigos y socios, el primero dedicado a los muebles de estilo y el segundo, a los divanes hasta que en 1983 ingresaron por concurso al teatro. Antes que en sus manos, vale reparar en una curiosa… ¿coincidencia? Fueron ellos quienes aquella tarde de 2009, mientras reparaban el telón rojo de Piaf, le comentaron casi como al pasar a Ascar, escenógrafa de la obra que protagonizó Elena Roger, que el Colón haría un concurso para cambiar su telón. Lo que vino después ("Hola, Guillermo, ¿qué tal?, habla Julieta"), ya lo sabemos.
González avanza con dedal, hilo y aguja en la costura del cordón perimetral que hilaron los Manolo por el contorno de las plantas liras que tejió Adesal. No pierde de vista puntada. Este mediodía trabaja sobre una mesa ancha y larga, pero días atrás lo hacía de rodillas sobre el manto lacre que, extendido, cubría todo el suelo del primer piso en el Centro de Exposiciones. "Cada telón es un mundo", asegura. Y eso que con Julio realizó y remozó unos cuantos.
Galván se acerca desde un sector que despierta inquietud. ¿Qué son esas bolsas de allá? Entonces el jefe de tapicería, con la sabiduría y el orgullo que le da el cargo que ostenta y el saberse un alumno que superó al maestro (a sus hermanos, que le enseñaron el oficio), explica cómo se compone cada paño terminado. Tras la trevira (sintética e ignífuga) se une lo que el público no ve: la entretela, el forro, el relleno que absorbe los ruidos y da cuerpo a la cortina y, en la parte superior, la cabeza de toro. Los ocho metros de lona que constituyen esa corona oculta bajo el Manto de Arlequín llevaban 80 años guardados en los talleres del teatro. Es éste un ingrediente secreto sobre el que Galván se niega a revelar más. Días después, sobre esa loneta superior, la sección tapicería dejó su firma, marca territorial o sello de autor.
Seis plantas liras y media. De a pares. Una que mira a las butacas y otra al escenario, así, alternadamente. Alrededor de ellas, unas salpicaduras. En el concepto artístico del patrón, ese spray cromático representa al sonido. "Es un allegro", nos instruyen. Encontrar la forma satisfactoria para plasmar esas gotas significaba entrar en la recta final de este proceso (amén de cuestiones de maquinaria y colgado, que conlleva un nuevo mecanismo). Por eso, las idas y venidas respecto de cómo hacerlo operaron en el inconsciente del equipo como una forma de demorar la partida del telón. Las gotas mutaron de pequeños retazos de jacquard deshilachado a la morfología final de botones forrados. Pero una vez pegadas las gotas, la misión estuvo cumplida. Y una capa de nylon negro lo cubrió todo.
Límite entre la realidad y la magia, ahí está, listo para ser colgado en estos días, el nuevo telón. Una pieza llena de picardías, que fue digna de contemplación fuera de la sala, pero que adentro está llamada a correrse para dejar ver más allá que sus formas, a integrarse como otro elemento más de la magnífica arquitectura del teatro, a dialogar con el Manto de Arlequín. A hacerle compañía a los celestes de Soldi, de allá arriba.
SECRETOS DEL JACQUARD Fotos 1, 2 y 3
Entre la etapa de tintura de los hilados y la confección de las plantas liras, el ingeniero Pablo Lacalle, de Adesal, testea frente al resto del equipo las muestras del material textil con el fin de apreciar la paleta cromática. Como en mayo de 2010 la sala del Colón aún estaba en obra, la prueba se hizo en el Liceo, por sus semejanzas de iluminación.
PASAMANERIA Fotos 4 y 5
De los antiguos telares de Manolo salieron cordones, flecos y el galón principal, que es casi un homenaje al del telón histórico.
EN NUMEROS Fotos 6 y 7
Cada uno de los dos paños mide 14 metros de ancho por 23 de alto. Para su confección se emplearon 1500 metros lineales de telas (trevira, forro, moletón, lienzo, arpillera, lona). En suma, el telón pesa 1200 kilos.
CONFECCION Fotos 8,9 y 10
Diez integrantes de la sección Tapicería del teatro hicieron de las partes el todo. Con una máquina de coser, se unió el océano de terciopelo al resto de las telas que funcionan de forro y aislante acústico del telón.