Pesadilla real: por qué la boda del príncipe Carlos y Lady Di fue el peor día de sus vidas
Cuarenta años atrás, el 29 de julio de 1981, Diana Spencer y el príncipe de Gales protagonizaron “el casamiento del siglo” que presagió el dramático final de su relación
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Hace 40 años, el mundo entero se ilusionaba con la llegada de la princesa con la que siempre había soñado. Antes más de 3500 invitados, Lady Diana Spencer, de 20 años, llegó a la catedral de San Pablo para casarse con el príncipe Carlos, el heredero al trono británico de 32 años. La historia parecía sacada de un cuento de hadas, pero desde un principio estuvo signada por la oscuridad.
No solo no hubo errores groseros y confusiones, sino que además, no selló un “amor eterno”. Fue el comienzo del fin y la ceremonia fue más una puesta en escena que la unión de una pareja que se amaba.
El matrimonio comenzó a desmoronarse antes de comenzar y tuvo el peor desenlace. Probablemente uno de los momentos más duros para Diana fue cuando identificó a la amante de su prometido, Camilla Parker Bowles, entre los invitados.
Ante el público la pareja se mostró sonriente y feliz por el matrimonio, pero por dentro ambos sintieron que era uno de los los días más tristes de sus vidas. Él se casó con una mujer a quien no amaba y ella, con un hombre que no la amaba.
Una princesa de cuentos de hadas
El 29 de julio de 1981, Diana apareció ante una multitud presencial y 750 millones de espectadores de todo el mundo que seguían su “historia de amor”, para protagonizar “la boda del siglo”. Cumplía todos los requisitos: era joven, bella, maestra jardinera, tenía una mirada tímida y profunda y una sonrisa cálida. Además, su linaje era respetable.
Las expectativas eran enormes. Varios días antes, miles de personas habían empezado a acampar a lo largo de los tres kilómetros que separan el Palacio de Buckingham de la catedral de San Pablo. Nadie quería perderse el cortejo nupcial.
Pasadas las 10.30, Carlos salió de Buckingham vestido con el uniforme de capitán de la Marina Real. Ella, la futura princesa de Gales, hizo lo mismo desde Clarence House. Ese día, Diana llegó a la catedral con una carroza de cristal y un velo tan abultado que casi no entraba en el vehículo.
Iba vestida de blanco marfil y su vestuario tenía una enorme cantidad de plisados, volantes, adornos de nácar, perlas y crinolina.
El look de princesa y su primer error
Los tabloides estaban tan emocionados con la futura princesa, que hacían lo imposible por conocer de antemano detalles de su look, incluso revisaban la basura en búsqueda de telas recortadas y bocetos viejos. Se llegó a decir que los diseñadores compraban distintos tipos de tela y los tiraban a la basura para “confundir” a los periodistas, y que incluso realizaron un diseño alternativo en caso de que el original se filtrase a la prensa. Además, los materiales eran guardados en una caja fuerte instalada especialmente para la ocasión.
El vestido fue un espectáculo. Detrás de su diseño estaban David y Elizabeth Emanuel, tenía mangas voluminosas, sedas flotantes, cintura ceñida, encaje bordado con perlas y lentejuelas y una cola de tafetán color marfil de casi ocho metros. El objetivo era romper el récord de la cola más larga de una casamiento real. Era tan extensa que, para su confección, los modistos debieron disponer de un estudio entero en el Palacio de Buckingham para poder darle la forma deseada.
El noviazgo solo había durado seis meses y Diana sabía lo que significaba esa ceremonia: toda Gran Bretaña iba a conocer a su futura reina. Los preparativos de la boda generaron que la joven perdiera alrededor de 13 centímetros de cintura, algo que ocasionó varios cambios en el vestido.
Los zapatos estaban compuestos por 550 lentejuelas y 130 perlas. Además, iba adornado un corazón y llevaba las iniciales C y D. Los tacos eran bajos, porque Diana medía lo mismo que su prometido, algo que no era “romántico”.
Para completar su look, Diana decidió lucir una reliquia familiar. La princesa utilizó una tiara denominada “tiara Spencer”, una pieza de joyería con diamantes que combina varios elementos preciosos y que estuvo en su familia durante más de un siglo.
Pero ese día Diana cometió un error garrafal. Según comentó el maquillador de la joven, en declaraciones que fueron replicadas en Vanity Fair, la futura princesa roció accidentalmente su vestido con su perfume preferido, Quelques Fleurs. Pero en vez de ser un acto práctico, terminó dejando una mancha en la tela, que Diana intentaba tapar durante la ceremonia.
Momentos incómodos
Aquella boda fue singular por muchos motivos. Primero, porque Carlos eligió casarse en la catedral y no en la Abadía de Westminster, algo tradicional en la familia real. Además, ninguno de los dos prometió “obedecer” a su cónyuge durante los votos y se convirtieron en los primeros miembros de la realeza en hacerlo. Además, Carlos y Diana iniciaron una nueva tradición al besarse desde el balcón de Buckingham.
A pesar de las innovaciones, hubo momentos “incómodos”. Mientras se intercambiaban los consentimientos frente al arzobispo de Canterbury, la voz del futuro rey tembló y fue casi en un susurro que se oyeron sus dos palabras: “I will” (“acepto”, en inglés).
A su vez, al momento de pronunciar los votos, Diana cometió un nuevo error: cambió el orden de los nombres de su prometido. En vez de nombrarlo Carlos Felipe, dijo: “Felipe Carlos”.
También el príncipe cometió una equivocación y en vez de ofrecerle “mis bienes materiales” le ofrendó “tus bienes”.
Luego, Carlos le colocó el anillo de oro de Gales en el dedo meñique de la mano izquierda de su joven esposa, siguiendo la tradición anglicana de que solo la mujer lleve anillo.
Lágrimas derramadas y el menú
Probablemente una de las “perlitas” la protagonizó la dama de honor Clementine Hambro, bisnieta de Winston Churchill y alumna de preescolar de Diana. Según recopila Today, Hambro tenía solo cinco años y, tras la ceremonia, tuvo un arrebato de llanto. Mientras se dirigían hacia el balcón en el Palacio de Buckingham, para saludar a la multitud, la niña tropezó y comenzó a llorar.
Todos recuerdan la ternura de Diana, quien se agachó a la altura de la pequeña y le preguntó si se había lastimado, a lo que la niña le respondió que se había golpeado la cabeza. Sin dudarlo, la recién casada levantó a Hambro para consolarla en una postal que pasó a la posteridad.
Como era de esperar, el menú estuvo a la altura de las circunstancias. La comida salada incluía pez rémol con salsa de langosta y pollo relleno con mousse de cordero, y de postre hubo frutillas con crema.
En total hubo 27 tortas de casamiento más el pastel principal, que medía 1,5 metros de altura, era de frutas con glaseado blanco y estaba decorado con el escudo de armas de Carlos, el blasón de los Spencer y motivos florales como rosas, lirios y orquídeas.
Se estima que se tardaron 14 semanas en cocinar la mesa dulce. Además, las tortas fueron duplicadas en caso de que hubiera accidentes.
Tras el lujo y la celebración, Carlos y Diana se subieron a un carruaje que los llevó a la estación de tren para viajar hacia un campo en el sur de Inglaterra, donde pasaron la primera parte de su luna de miel.
El vehículo tenía un cartel a mano en el que se podía leer: “Recién casados” y estaba decorado con globos plateados y azules con forma de corazón.
Una boda costosa y los regalos
El despliegue fue enorme y hubo 1000 agentes armados y casi 2000 policías montados y militares a cargo de la seguridad.
El casamiento costó 48 millones de dólares en 1981, que según Business Insider equivaldrían a 110 millones de dólares actuales ajustados a la inflación.
De acuerdo con el New York Times, esa mañana la catedral fue sellada por la policía y los especialistas en terrorismo y seguridad cerraron las puertas con llave para revisar cada rincón y grieta mientras volvían a revisar las listas de quienes estarán en los edificios con vista a la ruta procesional.
Como parte del operativo, las fuerzas de seguridad revisaron las alcantarillas del centro de Londres y utilizaron perros para registrar posibles escondites con explosivos. También exploraron todas las gradas colocadas a lo largo de la ruta y se colocaron francotiradores en los techos para vigilar en caso de un ataque de las guerrillas republicanas irlandesas.
Los recién casados recibieron alrededor de 6000 regalos de todo tipo. Estados Unidos les entregó una ensaladera de cristal Steuben grabada y un centro de mesa artesanal de porcelana Boehm; el pueblo canadiense envió mobiliario para equipar un dormitorio (cama de cuatro postes en madera de arce, dos candelabros de madera y un pequeño escritorio extensible); y Australia les obsequió 20 platos artesanales de plata, con la fecha del matrimonio grabada en la parte de atrás.
A su vez, Carlos y Diana recibieron un reloj art decó de Cartier; whisky escocés; un juego de reloj, pulsera, colgante, anillo y pendientes de zafiro y diamantes del príncipe heredero de Arabia Saudita; y un par de mitones tejidos con seda de un siglo de antigüedad idénticos a los que llevaba la Reina Victoria.
También el amor del pueblo se hizo sentir. Una escuela primaria les envió unas figuras de la pareja realizadas con pan de jengibre, y asimismo recibieron un limpiador de alfombras; canastas para pícnic y batas blancas con las iniciales de los novios bordadas.
Gusto amargo y la tercera en discordia
Antes de su noviazgo con Diana, Carlos había mantenido una relación con Camilla Parker Bowles, con quien comenzó a salir en 1971. Sin embargo, dos años después la pareja se separó debido al traslado del príncipe al extranjero y el posterior casamiento de Camilla con Andrew Parker-Bowles, a finales de 1973.
En 1980, presionado por su familia para formalizar una relación amorosa, Carlos comenzó un romance con Diana, con quien se casó hace 40 años.
Según le contó Diana a la biógrafa real, Penny Junior, unos días antes de la boda descubrió que Carlos había diseñado una pulsera para Camilla, con las iniciales G y F, correspondientes a sus apodos íntimos: Gladys y Fred. “Éramos tres en este matrimonio”, llegó a confesar Diana años más tarde en una entrevista televisiva.
Incluso, la noche anterior Carlos le hizo una terrible confesión a su prometida. Según reveló Penny Thornton, una astróloga a la que Diana consultaba, el príncipe le dijo que no la amaba. De acuerdo con un libro publicado en 2017, Prince Charles: The Passions and Paradoxes of an Improbable Life, de Sally Bedell Smith, Carlos lloró la noche anterior al casamiento con Diana. En las páginas de la biografía se detalla que el heredero contempló a las multitudes que lo aclamaban por una ventana del Palacio de Buckingham mientras le corrían abundantes lágrimas sobre la cara.
Sin embargo, el golpe más duro fue cuando Diana vio a Camilla sentada entre los invitados en su marcha por la catedral. “Cuando caminaba al altar solo la buscaba a ella entre los invitados, y fue muy doloroso verla allí, sentada en la iglesia”, se sinceró Diana al recordar aquel día.
Sin dudas, el día de la boda fue el principio del derrumbe para la flamante pareja. Diana no recordó jamás con cariño aquella jornada, a la que calificó como “el peor día” de su vida. Incluso, llegó a asegurar que se sentía como “un cordero rumbo al matadero”.
Separación, muerte y una segunda oportunidad
Carlos y Diana tuvieron dos hijos, los príncipes William y Harry, pero la relación ya estaba deteriorada. La pareja se separó en 1991 y se divorció en 1996. Diana murió el 31 de agosto de 1997 como consecuencia de las heridas que sufrió en un accidente automovilístico, en pleno centro de París, en el que también perdió la vida su novio, el millonario egipcio Dodi al-Fayed.
Diana nunca tuvo una segunda oportunidad, pero el corazón de Carlos pudo sanar cuando, con el aval de su familia (especialmente el de sus hijos), se pudo casar con Camilla el 9 de abril de 2005, en una ceremonia civil que no contó con la presencia de la reina Isabell II, y con una bendición religiosa en la que debieron pedir perdón por los pecados del pasado.
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