Apenas empezó la cuarentena, uno de los memes que más circuló en los grupos de whatsapp era uno con una foto del excantante de los Redondos y la leyenda: "Hacé como el Indio, quedate en tu casa".
A los pocos días, fue el propio Solari el que subió a su cuenta de Instagram un video sumándose a la campaña gubernamental a través de la "autoridad sanitaria" (sic). "Es algo para tomarlo en serio. [...] El asunto es estar a cierta distancia de la gente para que no progrese esta epidemia, de alguna manera incontrolable".
Del meme a la realidad (virtual), el Indio Solari –célebre por sus fobias y sus extensos períodos de reclusión puertas adentro– difícilmente haya alterado sus rutinas.
Acaso el dato más importante sea que, desde el 28 de noviembre del año pasado, el artista abrió su cuenta de Instagram. Y, más allá de este servicio a la comunidad rockera, la novedad es que además de repasar imágenes de sus conciertos y de algunos de sus viajes, también abrió las puertas de su intimidad, de su espacio creativo, de su universo de influencias y de esos guiños de la "cultura rock" en la que se formó y de la que hizo un culto en las decenas de entrevistas que dio en las últimas décadas.
De algún modo, cuando el Indio muestra fragmentos de su biblioteca, materializa eso que intuíamos. Sin un orden en particular, conviven ensayos de Foucault con novelas de Kurt Vonnegut y John Steinbeck; las obras completas de Jorge Luis Borges y William Shakespeare; el Manual del caníbal, de Carlos Balmaceda y La balada de John y Yoko, de los editores de Rolling Stone; el No logo, de Naomi Klein y el ensayo Violencia y erotismo, constantes en el cine de todas las épocas; Cemento, el semillero del rock, de Nicolás Igarzábal; El ángel negro, de Rodolfo Palacios y cómics de Milo Manara, Hugo Pratt y los Freak Brothers.
Hace algunas semanas, inauguró también su canal de YouTube y comenzó a compartir algunas lecturas: fragmentos de John Huston, Truman Capote o Marcel Schwob. ¿Quién se hubiera imaginado que el Indio iba a romper la cuarta pared para transformarse en un youtuber?
El Doctor Indio y Mr. Solari
"¿Vos te pensás que Carlos Solari está hablando acá? Carlos no estaría acá. Estaría tomando un Martini en casa. Yo estoy acá siendo el Indio Solari", nos dijo el Indio la primera vez que lo entrevistamos, junto con Pablo Marchetti y Martín Correa –compañeros y amigos de la revista La García–, una noche de febrero de 2000. Esa división entre el personaje público (ese "diseño afiebrado o alegre de miles de personas", como definió el propio Solari) y el ser humano por fuera de la estampita tiene un antecedente que puede sonar igualmente afiebrado, o alegre, pero pertinente. Esa división entre el Indio y Carlos Solari es la misma que Sandro hacía de Roberto Sánchez.
Se lo pregunté, a fines de 2001, y su respuesta fue un poco escueta: "No se me había ocurrido, pero no va en desmedro de tu elucubración. [...] Hay un desbalance que es este: aparentemente, hay miles de personas que te quieren, y vos sos uno. No podés responder como si fueran cariños reales".
¿Quién se hubiera imaginado que el Indio iba a romper la cuarta pared para transformarse en un youtuber?
El Indio y Sandro fueron figuras que, durante años, hicieron del misterio un modo de vida y, acaso, una estrategia de marketing. El Gitano alguna vez explicó: "Mucho se escribió sobre el búnker. Hice el paredón porque me obligaron. La casa de Lanús tenía un jardincito adelante… Para qué: me pintaron la fachada, robaron los dos perros pekineses de mi vieja, se me metían en el hall, me repetían de memoria los diálogos de las películas. No podía vivir yo, no podían vivir mis viejos. Ahí levantamos el primer paredón, en Lanús. Ya con la de Banfield, lo primero que hice fue el muro. No es algo que me gusta. Lo tuve que hacer por Sandro".
En Recuerdos que mienten un poco, el exuberante libro de memorias en conversaciones con Marcelo Figueras, el Indio cuenta cómo decidió mudarse de Caballito a su mítica casa de Parque Leloir: "Era un lugar que ya conocía y me gustaba, de tanto frecuentar el estudio Del Cielito. [...] Un día pasamos por acá, camino a otra parte, y yo le digo (a Virginia, su esposa): Che, ¿y esta? Me dijo que ya la había visto y que no servía, porque era inmensa. Insistí y tocamos el timbre. Nos abrieron los caseros. Cuando vi el parque –la casa me importaba tres carajos–, yo dije: Esta es. [...] Yo siento que encontré mi lugar. A partir de entonces, más allá del hecho de que no salía para evitar el asedio, empecé a no penar porque no salía. Fui y soy muy feliz acá. A veces pienso que a Vir le gustaría más vivir en un edificio de departamentos. Claro, ella tiene que salir más para ir de compras, esas cosas. [...] Con el tiempo, el hecho de vivir acá contribuyó con el aura de misterio que supuestamente me rodea".
Vir es su esposa y la madre de su único hijo, Bruno. Y no deja de ser igualmente llamativo y conmovedor el modo en que le propicia mensajes de amor desde su Instagram.
Para muchos de los que crecimos en los 90, los Redondos fueron algo más que una banda de música. Este año se cumplen 19 años del último concierto del grupo en el Chateau Carreras y su influjo estético sigue vigente. La liturgia seminal de ese ritual que los fanáticos iniciados de los Redondos denominaron "misa" mantiene su llama sagrada. En 2008, el Indio había grabado en su casa un video leyendo un poema de Li Po en homenaje a las Madres de Plaza de Mayo y en 2015 mostró sus "tesoros" en la Biblioteca Nacional.
"Hace ya bastante, el Indio está revelando en grageas aspectos de su intimidad", dice Mariano del Mazo, autor junto a Pablo Perantuono de Fuimos reyes, la historia de los Redondos. "A la vejez parecería que se está despojando de la pesada mochila del personaje y en varios aspectos se lo ve más relajado. Nuestro libro trata de desactivar los malentendidos que se cristalizaron con los Redonditos y uno de ellos es el de ser una banda que no daba notas. Daban notas, muy puntuales, muy pensadas, en sitios muy personales como la casa del Indio o la casa de Skay y de Poli. Tal vez, el famoso celo del Indio con su intimidad sea, al fin, otro malentendido".
Un malentendido que, en la era de las redes sociales, el Indio empieza a aclarar.