Se conocieron en Claromecó, “el lugar de los mejores atardeceres”, y entre ellos creció un amor del que él se apartó hasta que su padre le dio un consejo.
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La verdad es que ella era mala jugando al fútbol, “no doy pie con bola” les decía Carolina a sus amigas, que lloraban de risa cuando le erraba a la pelota con una pirueta torpe, siempre a destiempo. Pero a Facundo no le importaba, se habían conocido hacía apenas dos días en la playa de Claromecó, cuando de manera espontánea se organizaron partidos de fútbol mixto: “No importaba mucho en fútbol, la verdad”, recuerda hoy Carolina con una amplia sonrisa. “Todo era para ficharnos entre nosotros”.
Ella tenía 17 y él 21, Facundo estaba encandilado con su sonrisa fácil y su cabellera espesa y dorada. Estaban en el mismo equipo y, a veces, alguno que otro se enojaba porque Carolina perdía la pelota, pero para Facundo fue la excusa perfecta: “Cuando terminemos nos quedamos practicando, ¿dale?, yo te puedo enseñar algunas técnicas”.
Y así comenzó todo, con esas puestas del sol, “las más lindas de Argentina”, según Caro, y una luna testigo de sus miradas cómplices, aún sin besos, pero que indicaban que un romance había comenzado.
Tiempos de Guns ´n Roses y helados
Corría el año 1992, tiempos de Guns N´ Roses e invitaciones a tomar un helado. Era un enero caluroso, y las salidas a degustar la crema americana y dulce de leche, preferidos de Carolina, fueron muchas.
En esos encuentros hablaban de música y compartían el walkman donde Caro tenía Patience, Don´t Cry y November rain, charlaban del secundario y sus sueños futuros, Facundo ya estaba en la universidad y a ella le faltaba un año para terminar el colegio. Los días pasaban, los besos todavía permanecían ausentes, aunque cuatro días más tarde ya iban de la mano: “Lo recuerdo todo como muy inocente”, dice Carolina pensativa, mientras repasa sus días de adolescencia. “Yo era bastante tímida para esos asuntos y eso generaba que Facundo fuera muy respetuoso, e incluso se inhibía ante mi inocencia”.
Juntos fueron a bailar y Facundo la llevaba de regreso a su casa, donde Carolina pasaba las vacaciones junto a sus tíos. En otras ocasiones, y con el permiso de los grandes, la llevaba a dar paseos más largos, donde exploraban bosques y dunas, para luego correr al agua a refrescarse y reír cuando uno de los dos (normalmente Carolina) era derribado por alguna ola. El fútbol había quedado de lado, ya no les interesaba.
Un beso y una despedida amarga
Sucedió la noche anterior a que Facundo regresara a Bahía Blanca. La química entre ellos era innegable y la tensión de lo inevitable podía respirarse en el aire. Tantas horas, risas, juegos y helados compartidos habían enamorado a Facundo, quien sabía que el sentimiento era mutuo.
Entonces, bajo una luna de cuento y estrellas que solo pueden disfrutarse en zonas despobladas, el joven tomó a Carolina por la cintura con un brazo, con su mano libre acarició su rostro, y la besó. Ella sintió el suelo tambalear bajo sus pies: “Era mi primer beso y la sensación fue absolutamente inesperada. Fue mágico”.
“No recuerdo qué nos dijimos en ese instante”, continúa ella. “No hubo muchas más palabras, pero sí muchos besos. Nos quedamos pegaditos y también paseamos por la playa hasta que él frenó en seco y me dijo sentía que la diferencia de edad pesaba, que vivíamos muy lejos el uno del otro, y qué no sabía cómo podríamos llevar adelante la relación estando él en Bahía Blanca y yo en Tres Arroyos. Cuando me dejó en casa me dio un beso, me deseó todo lo mejor para mi vida y yo me dormí lagrimeando”.
“Perro que se va sin que lo echen...”
Carolina amaneció con el corazón comprimido. Apenas un día atrás había sentido que tocaba el cielo con las manos, que la fortuna le había sonreído y era la mujer más feliz del mundo. Sí, había sido tan solo un beso, pero ella, a pesar de su inexperiencia, creyó encontrar en él a un gran amor, no sabía lo que el futuro podría depararles, pero, ¿por qué no intentarlo?
Sumida en sus pensamientos fue a la cocina a prepararse un té, mientras las sensaciones del beso la invadían una y otra vez. De pronto, la voz de su tío la arrancó de su ensueño. “Dejaron una carta para vos”, le dijo, al tiempo que le extendía un papel doblado en cuatro con su nombre escrito en una de las caras.
Carolina,
Anoche llegué a casa pensando en vos y así seguí. No pude dormir nada. A la madrugada, cuando estábamos cargando el auto para irnos, papá me miró y me preguntó qué pasaba y le conté. Entonces me dijo “perro que se va sin que lo echen vuelve sin que lo llamen, andá a decirle que querés estar con ella” y eso es lo que te quiero decir con esta cartita, donde te dejo mi número de teléfono. Por favor, llamame. Con amor, Facu.
La joven volvió a Tres Arroyos a los dos días y llamó. Desde entonces, Facundo y Carolina se volvieron inseparables.
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