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- ¿Me ayudás que no encuentro un trapo?, le dijo desde el baño de la oficina. Hace unos segundos había volcado accidentalmente su taza de café sobre el escritorio y temía que todos los papeles con los que estaba trabajando quedaran completamente arruinados.
Sin perder tiempo, ella se apresuró para ayudarlo. Mientras buscaba entre los repuestos de las toallas de papel, él la tomó de las manos, la miró fijo a los ojos y dijo: “Perdón pero yo ya no aguanto más y no me puedo quedar con las ganas”.
“Una mancha en mi historial”
Hacía poco tiempo que la vida de ella (20) había dado un vuelco importante cuando su madre, desesperada porque su hija no lograba superar una ruptura amorosa, le había conseguido empleo en la oficina de la empresa logística donde ella misma trabajaba. “Siempre me consideré la chica extrovertida que poco y nada tiene que ver con su familia. Nos llevamos bien pero siento que soy la oveja negra”.
A los 18 había decidido irse de su casa para vivir con quien entonces era su pareja. Vivieron un tiempo juntos e incluso quisieron casarse. “Eso ya fue una mancha enorme en mi historial”. Cuando la relación terminó, ella quedó muy deprimida. “Curioseé por todos lados: ser el unicornio de una pareja, tener relaciones casuales, salir con mujeres, entre otras aventuras. Pero nada me llenaba. Tal era la angustia que no solo había perdido mi relación sino también mi trabajo. Quedé tirada en cama, no me bañaba ni comía. Hasta que mi mamá dijo basta y me fue a buscar a mi casa”. Claramente su mamá sabía lo que hacía. El objetivo era que su hija se mantuviera ocupada. Pensó que la mejor forma sería encontrándole un trabajo. Y lo logró en poco tiempo. ¿Dónde? En la misma empresa donde ella estaba empleada hacía ya más de diez años.
“Así no podemos seguir, tenés que tomar una decisión”
“Ese día que pisé por primera vez lo que es hasta hoy mi oficina, lo conocí a él. En realidad debo decir que ya lo conocía. Había estado en mi fiesta de 15 años como invitado del trabajo de mi mamá. Ahora íbamos a trabajar mano a mano. Pero desde el día uno hubo una química que no puedo explicar. Todo empezó con algunas miradas, un comentario y algún que otro chiste. Hasta ese día en que volcó el café”.
Ya en el baño, en el momento en que él la tomó de las manos, ella sintió que su mundo se desmoronaba. “Perdón, pero no aguanto más”, le dijo y la besó en ese mismo instante. Fue como tocar el cielo con las manos. Y en esos segundos mágicos, ambos confirmaron que había algo especial entre ellos. En secreto empezaron a compartir momentos, espacios y charlas. Siempre en el ámbito laboral porque él estaba casado.
“Nunca me había tocado ser la otra y, sinceramente, poco y nada me gustaba. Pensaba todas las mañanas si la noche anterior había estado con ella. Me preguntaba que sentía por mí, si alguna vez iba a poder verlo fuera de las paredes de la oficina. Mi malestar empezó a ser muy visible hasta que un día se lo dije: Así no podemos seguir. Tenés que tomar una decisión”.
“Lo perdí a él también”
Y la tomó. Se separó. Pero con el distanciamiento de quien había sido su pareja llegaron momentos difíciles. A eso se sumaba que la mamá de ella estaba sumamente enojada con el vínculo y no aprobaba lo que había surgido entre ellos. Mientras, ella y él intentaban remar en un mar de dudas, mentiras y confusiones que les generaba cada vez más miedo e inseguridad.
Los fines de semana que podían se escapaban a una quinta que el padre de él tenía en la localidad de Moreno. “Era como que nos escapábamos un rato de la realidad. Pero todos los lunes había que afrontarla de nuevo y eso empezó a cansarnos y a dolernos. El amor y la pasión nunca iban a ser suficientes”.
Hasta que un embarazo inesperado y que se interrumpió naturalmente terminó de complicar más las cosas. Él se sintió desbordado por la triste situación. Se hizo a un costado. “Me dijo que me hacía mal, que él nunca me iba a poder dar el 100% que esperaba. Y así fue como en el peor momento de mi vida, lo perdí también a él”.
“Queremos estar juntos”
Pasó el tiempo. Y aunque se veían todos los días en el trabajo, mantenían lo que habían acordado y ya nada pasaba entre ellos. Pero era evidente que la química persistía. No podían disimular que querían estar juntos, de nuevo. “Yo me quise animar a rehacer mi vida, quise salir y solo terminaba más deprimida. Todo lo que hacía quería compartirlo con él”.
Se dieron la oportunidad de hablar. Él se disculpó. “Me dijo que quería hacer todo para ser lo mejor para mí y que había entendido que poner distancia solo nos lastimaba más. La realidad es que queremos estar juntos. Hoy me sigue gustando lo mismo que me gustó la primera vez: nunca tuvimos miedo de mostrar nuestras miserias frente al otro. Sé cosas de él que nadie sabe. Y él sabe cosas mías que nunca me animé a contarle a nadie. Me gusta que me haga reír a carcajadas. Siempre está en los pequeños detalles. Me hace sentir hermosa. Me gusta el nivel de conexión que tenemos. Disfrutamos mucho de caminar juntos, tomar una cerveza y hablar, hablamos todo el día, hablamos un montón. Y así estamos. Hablamos del futuro, de las caricias y los besos, de las miradas cómplices. Sabemos que los problemas seguirán y quizás es cuestión de saber lidiar con ellos. La verdad es que las tuvimos todas en contra este último año. Pero igual nos seguimos eligiendo. Eso no puede ser en vano ¿no?”.
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