Perdices
Debido al calentamiento del planeta, la perdiz blanca del Pirineo ha entrado en vías de extinción. Un fenómeno semejante ocurre ahora en política, porque lo mismo que le pasa a la perdiz blanca les sucede a todos los izquierdistas, utópicos, soñadores y pacifistas de la tierra, una variedad humana que se halla también en trance de desaparecer del sistema. Entre otros desastres ecológicos, el cambio climático ha hecho que cada año se retrasen más las nieves. Hasta hace poco, en los Pirineos campaba a su aire la perdiz blanca, camuflada en el paisaje nevado por el propio plumaje, que la hacía invisible a sus enemigos naturales. Así volaban también, alegres y felices, los progresistas hasta que cayó el Muro de Berlín, protegidos por un ambiente propicio, cuando todo daba a entender que sus sueños de justicia y amor universal se iban a cumplir. La nieve retrasada y algunos inviernos ausentes hacen que las perdices blancas, al levantar el vuelo, contrasten nítidamente contra las pardas laderas o el verde desnudo de los pinares. Los cazadores las divisan desde muy lejos y abatirlas al primer disparo resulta un juego de niños. Después de la caída del Muro de Berlín se ha producido un corrimiento ideológico inesperado; de pronto, un extenso nubarrón de derechas ha envuelto gran parte del mundo globalizado en una luz de plomo. Como las perdices blancas, sin nieve de fondo que las proteja, así en Norteamérica se han quedado al descubierto los izquierdistas, utópicos y pacifistas, a merced de las escopetas tejanas, que practican con ellos el tiro de pichón a mansalva. Por otra parte, el efecto invernadero ha causado la locura en las semillas y engendró mutaciones en algunos animales. Ahora se dan nabos en verano, espárragos en otoño, trigo en invierno, algunos cerezos producen melones, de los almendros penden pepinos y las rosas de abril se han vuelto carnívoras el resto del año. En algunos lugares del planeta existen grandes hormigas de amianto, y muchos marineros cuentan que han visto anchoas gigantes que se comen a los delfines. Esta confusión de la naturaleza también atañe a los políticos que gobiernan el mundo desde Washington. Aunque parecen seres carbónicos, realmente ya son muñecos metálicos con el cerebro de calabaza. Mientras los últimos bandos de perdices blancas cruzan el cielo muy visibles bajo un nublado de plomo, quisiera saber qué ha pasado para que estas calabazas metálicas desde los puestos de mando decidan sobre nuestras vidas.
* El autor es escritor y periodista del diario El País, de Madrid