Se trata de José López Redonda, quien se convirtió en toda una leyenda para los gallegos que tienen sus casas cerca del mar
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Accidentada y traicionera: así es la Costa de la Muerte (Costa da Morte en gallego), escenario de innumerables naufragios reconstruidos, años después, por un pescador en el noroeste de España.
Antes de que se popularizara el sistema GPS, este pescador nacido en 1941 en Sardiñeiro, en el litoral gallego, halló más de mil restos de embarcaciones en el fondo del océano.
José López Redonda, más conocido como Pepe de Olegario, es toda una leyenda viva para los gallegos que viven cerca del mar. “Después de 40 años en el mar y más de mil naufragios, todavía me faltan barcos por encontrar”, explica a BBC Brasil.
El pescador de naufragios
A diferencia de otras historias de pescadores, las que cuenta Pepe suelen ser bastante realistas y están muy bien documentadas: tiene más de 1000 naufragios ubicados en un mapa lleno de tesoros y tragedias. Algunos de los accidentes marítimos más conocidos de la historia mundial, como el del buque británico HMS Serpent y el del petrolero Prestige, tuvieron lugar en esta región.
“Me ofrecieron trabajar en la tierra para ganar más, pero no lo acepté. Y cuando tenía que ir a casa los domingos, me ponía triste”, explica a BBC News Brasil.
Pero, Pepe de Olegario nunca se dedicó a pescar tilapias. Dedicó su vida a encontrar una especie peculiar: el mero, un pez hosco y misterioso; un pez tan escaso que se convirtió casi en una leyenda.
El kilo de mero era de los más caros en las ferias gallegas, lo que lo hizo muy codiciado. Fue entonces cuando otros pescadores decidieron seguir a Pepe en uno de sus días de trabajo y descubrieron el secreto de su éxito.
Los meros son peces de más de 100 kg que pueden vivir a más de 200 metros de profundidad, condiciones que impiden su uso de refugios naturales como algas y corales.
Así, estos animales acaban viviendo en cascos de barcos, anclas y otros restos de naufragios. “Cambiaba días de pesca por búsqueda de naufragios. En ese momento ya sabía que, si encontraba uno, encontraría también meros”, recuerda.
En sus más de cuatro décadas localizando los restos perdidos en las costas gallegas, Pepe estableció vínculos con los barcos de la región.
Los capitanes franceses, españoles y portugueses avisaban directamente a los pescadores cuando volvían del mar con las redes rotas. “Todos me conocían, me llamaban y me decían ‘Pepe, se me enganchó la red’, pero aun con sus indicaciones tardaba días en encontrar los naufragios”.
Siguiendo indicaciones entre faros y playas, Pepe de Olegario halló puntos que empezaron a eludir los buques y a codiciar los pescadores de mero.
Este pescador que se ganaba la vida en la búsqueda de naufragios nunca dejó de recordar las tragedias que estos conllevaron, en ocasiones con muchas víctimas.
“Durante la pesca pensaba en la tragedia de ese barco y, al llegar a la orilla, indagaba sobre la historia que había detrás. Y así fue como aprendí”, relata a la BBC.
El cementerio inglés en la Costa da Morte
La zona más peligrosa de la Costa da Morte se llama Ponta do Boi, en la localidad de Camariñas. En estas aguas, tres grandes naufragios marcaron para siempre la memoria de los gallegos: el Iris de Hull en 1883, el HMS Serpent en 1890 y el SS Trinacria en 1893.
El Iris de Hull era un navío inglés que salió de Cardiff (Gales, Reino Unido) con destino a la India, bordeando el Estrecho de Gibraltar.
En noviembre de ese año, este carguero a vapor tripulado por más de 30 hombres chocó contra los llamados Baixos de Antón, desatando una tragedia que dejó un único superviviente: Geoge Chirgwin.
Los meses de octubre y noviembre marcan el final del otoño en Europa, y es cuando el mar de la Costa da Morte se vuelve más peligroso.
Además del viento del noreste, que empuja a las embarcaciones hacia tierra, sus estructuras rocosas son como icebergs, más peligrosas de lo que parecen a primera vista.
Fue también en noviembre, esta vez de 1890, que otro terrible accidente provocó un naufragio en Ponta do Boi. El buque militar británico HMS Serpent se dirigía a Sierra Leona, pero el viaje acabó con el accidente en el que murieron 172 de sus 175 tripulantes.
“Los tripulantes eran jóvenes; tres de ellos lograron llegar a la orilla a nado con mucha dificultad y avisaron a los vecinos que, lamentablemente, no pudieron ayudar”, relata Virginia Barros, guía turística en el lugar.
Durante varios días el mar fue devolviendo los cuerpos a tierra y se recuperaron unos 140. Para que tuvieran un entierro digno se construyó una necrópolis: el Cementerio de los Ingleses.
Sobre un pedregal, rodeado por el sonido de las olas y la niebla, este espacio hoy forma parte de la Ruta Europea de los Cementerios.
“Hasta mediados del siglo pasado, cada vez que un buque de la armada británica pasaba por la Costa da Morte emitía saludos en honor a las víctimas de estos grandes naufragios”, explica Virginia.
El desastre del Prestige
El naufragio más mediático de la Costa da Morte fue, sin duda, el del petrolero Prestige en 2002. Aun con barcos modernos, tecnología y cartografía avanzada, la costa gallega sigue imponiendo respeto hasta el día de hoy.
El desastre del Prestige se recuerda por la enorme cortina de humo negro y la contaminación de más de 2000 kilómetros de costa tras el vertido de la mayor parte de las 77.000 toneladas de petróleo que transportaba.
Las imágenes de pájaros y peces cubiertos de petróleo dieron la vuelta al mundo. Como respuesta a tanta tragedia, el complejo hotelero Parador Costa da Morte abrió sus puertas en 2020, casi dos décadas después del desastre.
“El Consejo de Ministros de La Coruña decidió, entre las actuaciones económicas para recuperar el litoral, invertir en turismo”, afirmó Julio César Castro Marcote, director del hotel.
Además de promover el turismo en la costa gallega, tan bella como peligrosa, el Parador también asumió el papel de transmitir las historias regionales.
Una fotografía de Xurxo Lobato que recoge el momento exacto del accidente del Prestige se expone en la entrada del Parador junto a retratos de pescadores.
Allí es posible admirar, a través de los lentes de Ramón Caamaño y Virxilio Viétez, los rostros curtidos por el sol de una generación de los años 30 que llamó al mar “la mar” en femenino, en señal de respeto.
“El quinto piso del edificio, diseñado por Alfonso Peneda, se eligió para la exposición permanente de las cartas náuticas de Pepe de Olegario”, indicó el director.
El gallego que descubrió más de mil naufragios durante décadas en el mar muestra orgulloso su cartografía hecha a mano, y ahora enmarcada.
Ya jubilado, aún recuerda los nombres de los tripulantes, tipo de carga, destino del barco, año y motivos de los accidentes. Es así como la obra de Pepe de Olegario ayuda a reconstruir esta parte de la memoria de Galicia.
*Por Raquel Cintra Pryzant
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