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Era un día de intenso calor en Gregorio de Laferrere, en el partido de La Matanza del conurbano bonaerense. Faltaban pocos meses para que comenzaran las clases y ese mediodía Valeria Cardenas apuró el paso para entregar en el colegio de su hijo unos documentos que todavía debía cuando vio un perrito blanco muy pequeño en el medio de la calle.
“Estaba con el tiempo justo pero paré unos minutos para sacarlo del peligro y acariciarlo. Pensé que se había escapado de alguna de las casas de la cuadra. Lo alcé y lo llevé cerca de un arbusto. Me miró con tiernos ojitos tristes, llenos de lagaña y un aspecto muy deteriorado. Pensé que si a la vuelta lo veía en el mismo lugar, me lo llevaría a mi casa. Estuve en la escuela más de tres horas aproximadamente, por lo que pensé que el cachorrito ya no estaría en la calle”, recuerda.
Sin embargo, al pasar por la cuadra donde lo había visto la primera vez, notó con tristeza que el perrito todavía estaba allí, escondido debajo de un arbusto. Aunque circulaba mucha gente por la zona, todos lo habían ignorado hasta que Valeria se acercó y lo llamó. “Fue increíble la alegría con la que corrió hacia nosotros, como si nos hubiese reconocido. Era tan chiquito que cabía en la palma de mi mano. Decidí llamarlo Tronquitos porque se había escondido al lado del tronco del arbusto”.
“Es un perrito albino”
Como primera medida, en cuanto llegaron a la casa, le aplicaron un talco para pulgas y garrapatas. Al día siguiente, Valeria lo llevó al veterinario y en la consulta médica supo que Tronquitos era un perrito albino y que debía cuidarlo muchísimo del sol. También se le aplicó la primera de las vacunas y se le indicó un esquema de antiparasitario vía oral.
Todo marchaba dentro de los parámetros esperados para un animal recién rescatado y con poco tiempo de vida. Sin embargo, al tercer día Tronquitos comenzó a convulsionar. “Daba gritos desgarradores y nos dimos cuenta de que había perdido la vista. Sus patitas se entumecían, largaba espuma por la boca. Fue todo el camino así hasta que llegamos al hospital veterinario. Lo atendieron rápido por suerte, le hicieron análisis de sangre y lo medicaron por un posible parvovirus. Además recibió tratamiento para evitar las convulsiones”.
El parvovirus es una de las enfermedades infecciosas más letales en el perro. Ataca el intestino y algunos síntomas comunes que se presentan son vómitos, diarrea (generalmente con sangre), fiebre y disminución de la capacidad de los perros para combatir infecciones. Suele ser particularmente grave en cachorros y se transmite por vía oral, según explican desde MSD Salud Animal.
Luego de muchas visitas al médico, muchos pinchazos, mucho cuidados y mucho amor, Tronquitos pudo superar esta enfermedad, “siempre estuvimos pendiente de él y jamás durmió solito: hacíamos guardia para cuidarlo porque teníamos miedo de que le volvieran las convulsiones y de no estar para poder socorrerlo”.
Fiebre, pérdida de peso y un diagnóstico preocupante
Al mes, cuando lo peor ya parecía haber pasado, el cachorro empezó a empeorar: estaba muy decaído, no quería comer. Rápidamente Valeria lo llevó al veterinario. Tenía fiebre y había perdido peso. Le realizaron nuevos análisis de sangre, pero esta vez los médicos pidieron el test de la enfermedad de la garrapata y dio positivo. “Lo mantuvimos con un tratamiento que constaba de antibióticos y una dieta con alimentos que le proporcionaran hierro ya que se encontraba anémico. Una vez más, con mucha voluntad y fuerza, Tronquitos logró salir adelante”.
Hoy Tronquitos es un perro saludable y alegre. Lamentablemente no puede exponerse al sol pero eso no le impide poder salir a pasear por las tardes, disfrutar de la vida y ser muy muy feliz. “Lo amamos infinitamente, es un gran compañero: en nuestras largas horas de estudio, siempre no hace compañía y nos da ánimos para seguir adelante. Salvamos a Tronquitos de una muerte segura y muy dolorosa y él nos dio y nos da muchísimo amor día a día. Es una bendición tenerlo con nosotros”.
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